sábado, 11 de diciembre de 2021

 

     

...Hola amigos, muy buenos días. De nuevo por aquí, con nuestro relato.

—La Confesión— 

...Continuación.


  ...Generalmente permanecían en silencio mientras comían los jugosos frutos propios de estos árboles, pero a intervalos regulares y, pareciendo tener vigilancia que los pusiera sobre aviso, de pronto volvían a retomar la estridencia de su conducta de individuos en bandada; lo cual sucedía sobremanera cuando el espantapájaros experimentaba el más leve cambio de ritmo en su dinámica. Lo que, por lo tanto, era motivo suficiente para que la parvada estremeciera de nuevo con sus alaridos, las siempre verdes y frondosas copas de los Mamones y Matapalos. Donde les gustaba a estas aves convivir, alimentarse, apacentar y, también reproducir sus próximas generaciones.

     Realmente era sobrecogedora la sensación que se experimentaba cuando los pericos enloquecían, rompiendo el silencioso sisear de la suave brisa llanera, tan sólo competida en su ternura, por el bello canto del Saucé. “…Que más bien gustaba a los viejos llaneros, como mi papá, llamar a estos bellos pájaros: Saucelitos…!” −Pensó Felipe−.

     En este punto, mientras aquellos comían fuera del conuco, los dos amigos usualmente hacían una fogata en un rincón del lugar; para asar las jojotas mazorcas de maíz, que acompañaban con el fresco jugo de una buena patilla. Por cierto, la elección de esta que acompañaría nuestro convite, se hacía mediante una práctica bastante insensata, que consistía en hacer un corte en forma de cuadro con una afilada navaja o punta de cuchillo sobre la misma, sacándole un trozo en forma de cuña para ver su color; si era rojo intenso se tomaba, pero si no, entonces se le colocaba de nuevo el pedazo, rotando su posición como para esconderla de la vista de don Liborio; quien de todas maneras se daba cuenta. Regañándonos después por hacer éso, ya que con toda seguridad esa patilla se perdería.

¡…Aaah, que hermoso; fue todo aquello!!! En que disfrutábamos entonces de lo lindo la estancia en el conuco, haciendo del trabajo una sana diversión. Es lo bueno de recordar esas cosas sobre todo en estos feos momentos de ahora, que me sirven de bálsamo curativo cuando estoy tan lleno de problemas y, situaciones embarazosas; no lo voy a negar. Lo cual sin duda sería mucho peor, por supuesto, si todo aquello no hubiera existido. “…Pero lamentablemente; hoy tengo que cargar con tantos  errores, producto de mi retorcida insensatez y, mi mala cabeza con las mujeres…!” —Se repetía incesante, don Felipe. 

 Aquella genuina sencillez de antes durante su juventud siempre habría matizado sus actuaciones de adulto, haciéndolas mucho más interesante; pero ahora, la vida se había convertido para este él en algo sumamente complicado. Es por ello que a Felipe tanto le gustaba, evocar los gratos  recuerdos vividos, que eran el único remanso de tranquilidad que le quedaba.

     Razón por la cual siguió inmerso en las remembranzas de su vida pasada y, como intentando recorrer en retrospectiva, tal cual el atleta olímpico que habiendo llegado con dolor en segundo lugar, pese al gran esfuerzo agenciado, entonces quiere tener una segunda oportunidad; intentándolo de nuevo. Para obtener así, la preciada posición más alta sobre el podio. Pero  tratando de escabullirse por los intersticios de tiempos pasados que era lo único con lo que, hoy por hoy, lograba algún grado de solaz esparcimiento; en su atribulada existencia:

     Por cuanto recuerda Felipe, además; la tarde en que andando de nuevo con su habitual amigo de la infancia, de regreso del conuco de don Liborio, decidieron internarse dentro de la propiedad de un tal señor Sabino. Quien era dueño de un cañamelar en cuyo centro había una extensa laguna de aguas frescas  que los tentaban a traspasar la cerca, sabiendo que aquel hombre tenía fama de dispararles a los intrusos utilizando su escopeta calibre 12, pero cargada con tiros de sal gruesa… Razón por la cual habría en el pueblo más de una víctima, sufriendo el bochorno de lacerantes heridas pruriginosas en la espalda, en los costados y, por todas partes; consecuencia de sus implacables cacerías. Haciendo de su tentadora propiedad un reto con un premio mucho más apetecible para los alebrestados muchachos del pueblo.

 …Es que el tal don Sabino era un sujeto artero, despiadado y, calculador en verdad; con quienes osaran sumergirse en las frescas aguas de su laguna para chuparse los dulces y leñosos gajos, de las jugosas cañas que la rodeaban. Tan irresistibles para unos jóvenes traviesos como aquellos, que haciendo caso omiso de las consecuencias simplemente se posesionaron del lugar; donde tan sólo nadaban comiendo caña, pero atentos a cualquier movimiento que les avisara, para enseguida darse a la fuga.

     Aquella tarde, Sabino los observaba con cautela sin ellos saberlo, oculto tras las macollas de sus esbeltas varas de dulce miel. Fueron reconocidos de inmediato por el huraño, montaraz y, viejo campechano; quien de inmediato decidió otro destino para los intrépidos jovenzuelos, ya que él, los conocía bien y hasta tenía algún grado de amistad con sus padres.

     Esta vez no usaría su escopeta para dispararles, sino que más bien, los dejó un buen rato en su disfrute dándoles confianza para luego ejecutar unos tiros al aire,  lo cual hizo que se asustaran; haciéndolos salir disparados del agua con los bolsillos de sus pantalones repletos, de trozos de caña hasta reventar. Lo que dificultaba aún más la huída.

…Y; allá iban los intrusos. Asustados dando tumbos, tropiezos, caídas. Entonces sobre la marcha para poder tener un poco de más libertad en la huída, empezaron a deshacerse del incómodo aunque precioso botín de la caña, mientras corrían a lo largo de una vereda que creyeron ellos les conduciría al escape; ya que ese camino se orientaba en dirección al pueblo, a través de un “falso” en la empalizada.

     Mientras el viejo perseguidor disparando siempre al aire, los imprecaba pegándoles destemplados gritos de apremio escondido por entre los matorrales, sometiendo a los muchachos a un frenesí tan desesperado que les hacía saltar el corazón con tal fuerza, que creyeron morirían, al salírseles por la boca; cuando de pronto y, justo en el momento de agarrar el falso para abrirlo sintieron un sonido trepidante acompañado de un intenso tirón hacia arriba que los elevó por los aires;  quedando ambos apersogados en lo alto de los árboles. Uno más abajo que el otro. Cogidos de soslayo y, colgando de cabeza. Cayendo en cuenta de inmediato, habían sido atrapados por el viejo Sabino con la centenaria técnica del “Alzapiés”; que era otra de las armas de su sobrada “artillería”, con que también contaba el taimado hombre de campo.

…Colgando de las cuerdas, Anguito fue cogido “mancornadamente” por el lazo, como dicen aquí en esta parte del llano; por lo que pendía dolorosamente de medio lado. Quedando el mecate cruzado en equis sobre su pecho, pasándole un lazo por detrás del cuello, justo en la nuca pero aplastándole una oreja, para luego regresar a sostenerlo por el muslo en el costado opuesto; enroscándosele la áspera cuerda en las canillas y, rozando dolorosamente una de sus verijas. Trataba con desesperación en medio del dolor de asir la cuerda con ambas manos para aliviar la presión y así, mitigar el sufrimiento causado por la intensa y violenta fricción sobre sus gónadas; además intentaba buscar la mejor posición para aquel incómodo momento, mientras aguardaban por la conduerma de su bellaco cazador. Que esperaban pronto los bajara.

…En cuanto a Felipe, éste había salido del trance bastante golpeado también, porque la soga lo agarró en las piernas, escurriéndosele el lazo hasta los tobillos, pegándose uno al otro; manteniéndose colgado completamente boca abajo. Sin embargo, era curioso que no parara de reír. Quizás  presa de algún ataque de nervios; lo que hacía irritar a Anguito quien no dejaba de pensar en la reprimenda de su padre don Liborio, al tiempo que mandaba a callar constantemente al risueño de su amigo.

     Mientras pasaban los minutos, que más bien parecían horas, Felipe haciendo caso del reclamo del otro decidió quedarse callado; y, entonces se relajó dejando caer sus  brazos sin ninguna resistencia hasta casi tocar la maleza, más abajo. Compuesta básicamente por pasto, plantas de brusca, escoba, pasote y borrajón. Pero con un fuerte olor en el ambiente a ese nivel, a bosta fresca, traído por la brisa desde un potrero aledaño donde pastaba un pequeño rebaño de ganado; debajo de unos jabillos.

     Con tal cuadro circundante, aunque patas arriba, se resignaría Felipe junto a su amigo Anguito a esperar por su liberación. No obstante las adversidades de su actual condición, no eran impedimento para que las compuertas de su mente siguieran abriéndose de par en par dejando volar libre sus ilusiones y, esperanzas, llegadas con  aquella brisa que le traía el olor de la riqueza del llanero. En cuyo peculiar aroma se solazaba y, soñaba, con que algún día sería un importante y próspero ganadero; lo que siempre fue, el propósito de su noble familia.

...Y; bien. Hasta aquí llegamos hoy. Espero que les guste.

...Continuará.

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