sábado, 23 de junio de 2018






              ¡Hola, muy buenas tardes mis queridos amigos!

     Les saludo cordialmente desde la soleada ciudad de los caracoles en Venezuela, para hacerles una nueva entrega extraída de mi pequeño y gran mundo literario. Hoy, empezaré a narrarles las peripecias de nuestro querido personaje Hilario Coba, el día en que por primera vez salió de su pueblo, La Atascosa tal cual pude leer, de unos viejos cuadernos manuscritos en poder de su familia, en los días cercanos posterior a su deceso; para sacar la cédula de identidad. Ahí están las primeras acciones... Y; sin más preámbulos, allá vamos, porque no queremos que nos deje el autobús...!

                                             
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 1.-                                        El Viaje

     Miraba a través de la ventanilla el serpentear de la carretera mientras iban  sucediéndose una tras otra pequeñas lomas y depresiones, algunas curvas a la izquierda, y más allá, después también a la derecha de la vía; como una interminable “ristra de ajos” de las mismas que ofrecen en venta los vecinos de los sitios por donde vamos pasando, apostados a la vera del camino junto con las auyamas, yuca, batatas, titiaros, patillas y, mazorcas de maíz jojoto… También las catalinas de pan de horno rellenas con conserva de ciruelas, de coco, y cabello de ángel, productos todos de gran valía según la tradición en esta parte de la región; sabrosos, ricos, y de su propia cosecha.
     
     Lento pero persistente se desplaza el vetusto vehículo repleto de lugareños bajo un sol abrasador, propio de la hora y época de las tierras llaneras; pues, corría el mes de Marzo, el más ardiente por estas latitudes. Sin embargo los viajeros a bordo eran gentes acostumbradas a tales circunstancias, ya que la mayoría por no decir la totalidad eran del mismo lugar y, van y vienen con regularidad entre los pueblos de la zona para comercializar sus productos entre unos y otros o, para hacer alguna diligencia oficial en el pueblo de mayor rango político-territorial, como era ése al cual se dirigía el autobús de color verde en que viajábamos; que al ser visto a lo lejos, casi se mimetizaba por completo con el entorno vegetal en épocas de “entradas de aguas”, según el decir de los  viejos, como mi papá. Las que ya se avecinan y en que, con sólo caer las primeras, provocan una explosión virídian por toda la llanura  reeditando una vez más el milagro de la vida; para beneplácito de hasta la más mínima criatura de Dios.
     
     “La Atascosa - Valle de la Pascua” rezaba un sucio letrero impreso en el parabrisas, íbamos acompañados de mamá porque así lo dictaba la costumbre en aquellos tiemposa sacar la cédula de identidad por primera vez, en la capital del municipio; que era también la usanza y la norma entonces. "La Pascua" a secas como se acostumbra mentarla, se veía como algo grande, interesante y curiosa para nosotros, que nunca habíamos salido de nuestro naciente lar; ese pueblito enclavado en las profundidades del llano, al oeste del río  Manapire y,  en el camino hacia Palenque.
     
     El bus estaba atiborrado de aldeanos, tal cual se indicó, cada quien ocupado de sus propios asuntos. Las madres con niños pequeños se esmeraban por tranquilizarlos dentro de la comprensible incomodidad reinante, los padres por su parte adormitaban en su modorra según y que para matar el tiempo, mientras los jóvenes no perdían la oportunidad para regalarle su mejor sonrisa a alguna damita que les interesara en medio de la sofocante canícula. Desde el puesto que ocupábamos mamá, mi hermano Agustín y yo, observábamos una buena parte de los fastidiados pasajeros abanicándose con lo que tuvieran a mano y, también podíamos ver, por entre las patas de los otros asientos más adelante, en el pasillo entre las dos filas de sillas de color gris del vehículo en cuyos  respaldos podía leerse, debajo de un ovalo a relieve con un pájaro volando en su interior: “Blue Bird”; y, a juzgar por el que teníamos justo delante de nosotros, tal parece que alguna gente usaba esta parte del carro como una forma vandálica de expresión para satisfacer sus más peculiares necesidades comunicativas, escribiendo en ellos cualquier cantidad de cosas estúpidas. Ya que, por lo menos en éste, escrito de medio ganchete además,se anunciaba: “Cochinito besó aquí a Auristela. Firma: El llanero Solitario”, varias parejas de guineos y pollos; en jaulas hechas con bejucos de chaparro y punteral amarrados con cabuyas y guarales. Hasta rosados cerditos había. Los que jadeantes pugnaban por salir de su encierro pateándose unos a otros, con gran profusión de chillidos, ronquidos  y, hasta  mordiscos.
     
    Entonces, dejándose llevar por la escena porcina ya descrita Agustín dice en actitud descuidada pero provocando al hermano que estaba absorto, mirando por la ventana; como tratando de mitigar con la ráfaga de aire que entraba, los olores y el sudor agobiantes de tan apretujado viaje:

     "¡Cállate cochinito… No seas tan chillón…!" 
     —Dijo, mirando de reojo hacia otro lado.
     
   “Cochinito” sin embargo ni se inmutó, cuando el otro lo llamara por el sobrenombre de la escuela, aunque tal parece que ni siquiera se percató de que éste, hubiera espetado tal expresión; significativa de su ya tercer apelativo… No se sabe si lo habría hecho por simple chercha, por la bulla que efectivamente tenían los cerditos en las jaulas o, por lo escrito en el respaldo del asiento delantero donde precísamente se hablaba de alguien con dicho remoquete y, qué casualidad, además hacía mención a una muchacha con el mismo nombre de la que ellos y prácticamente todos los jóvenes del vecindario; porque "Auristela", era además de bonita, muy "salidora y coqueta"en el pueblo, también pretendían; pasándole a cada rato por su calle cuando la veían sentada en familia por las tardes  frente a su casa… Era ésa, una de las maneras más platónicas que había de transmitir el interés que uno sentía por alguna chica en esos tiempos; pero, "así son las cosas"…Por cierto, sería a "Cochinito" al que esta joven mejor correspondía en sus inocentes aproximaciones  pese a que de todos modos, no dejaba sin esperanzas a ninguno de los demás muchachos del barrio que la cortejaban y, le hacían ojitos; era como si le gustara jugar con todos, sin embargo sería con él con quien llegó a besarse por primera vez… Según durante una fiesta en una casa vecina tomada en pleno aquella noche por la pegajosa música de Los Corraleros de Majagual donde se les vio bailando bien apretaditos, siendo sorprendidos por algunos envidiosos, cuando estaban como dos "tórtolos regurgitantes" al amparo de un estrecho y umbroso zaguán; algo para "Cochinito" considerado obviamente como un triunfo sobre sus amigos y rivales que, en el fondo, usaba en ciertos momentos como arma de defensa enrostrándoselo a algunos de ellos, cuando intentaban despechados subestimarlo,  por su aparente falta de agresividad ante las muchachas del vecindario. Razón por la cual solía defenderse aduciendo, que, "es pura y simple cuestión de estilo" —esgrimiría más luego, para explicar su buena suerte con aquellas—.  
  …Quizás todo esto en relación con el nombre de la tal "Auristela" pudo ser una extraña curiosidad, un clásico caso de inexplicable paralelismo entre esta de aquí del pueblo, verdaderamente real, y la señalada por el grafiti sobre el espaldar del autobús, sobre la cual nadie podía dar fe de su verdadera identidad, ni siquiera de su propia existencia; por cuanto conociendo bien la nuestra, ya no importaba saber más nada de aquella otra. Aunque sí, lo que nunca podría saberse —como siempre—, sería la identidad del mentado "Llanero Solitario"… Una cosa curiosa y, hasta cómica, que en el fondo no pasaría desapercibido para "Cochinito" en el momento en que su hermano se refirió a él; dibujándose en su rostro, hecho el pendejo, una discreta sonrisa.
  …Bueno, realmente Hilario sí había oído cuando se refirieron a él de semejante modo; es más, lo escuchó con total claridad, pero simuló no importarle. Pues en ese momento, estaba más interesado en abstraerse con las variadas y cambiantes figuras del entorno allá afuera, según las luces y sombras allí presentes; por cuanto entonces se paseaba por la idea, ya ampliamente meditada, de estudiar el paisaje como su forma inmediata de expresión plástica —soñando también, algún día, ir a París para aprender de éso; y, de muchas cosas más en este campo, directamente de los grandes maestros—. Por lo que, sólo miraba con  detenimiento la incidencia de la luz blanca por entre y a través del follaje definiendo el volumen y, la presencia fáctica en la masa de las cosas. De los frondosos árboles, arbustos,  mogotes y guijarros en el suelo, así como también los variados niveles del terreno; presentándolos tan esplendorosamente aquella vez, como una muestra más de la maravilla cósmica en la creación divina… Expresada ante los sentidos de Hilario en ese instante, según la manera en que ésta iba moldeando todo precedida siempre de la energía lumínica del astro rey, a medida de su incidencia en ellos y, de acuerdo a los diferentes planos expuestos de sus partes; generando a partir de aquello las más exactas consecuencias del fenómeno ya indicado. Afectando también con sus resultados la exposición de los animales y cosas típicos del lugar como el ganado, los pájaros, reducidos cuerpos de agua y sinuosos caminos que parecían internarse de forma caprichosa en la sabana; escindiendo sus mustios pajales y, hasta el cómo se visualizaban en algún recodo del camino principal paralelo a la carretera negra, los pelos de alambre de púas precariamente sostenidos por sus grapas, sobre los torcidos y resecos estantes de Roble y Acapro que conformaban la empalizada… Pareciendo competir inútilmente con el autobús en marcha incluido también como modelo en la escena, que los iba dejando rezagados haciéndolos perderse a lo lejos; pero aún así, seguían aquellos empeñados todavía en imitar, el elemental  trazado del camino.
    Es precisamente en esta amplia y variada escena digna de múltiples pinceladas cargadas de generosas tonalidades tierra de siena, verde virídian, genovés, talos, cerúleos, turquesas, ocres, amarillo de cadmio e indio, que el aludido sale de su prolongado ensimismamiento cuando en la secuencia de puntales de la cerca aparece uno que rompe con su seguidilla; el cual es un aviso de carretera instalado quizás por cuadrillas del emblemático y entonces activo “Ministerio de Obras Públicas” −MOP−, inclinado a la izquierda casi a punto de caer. Era de forma cuadrada, estaba fijo a un estantillo de metal por uno de los vértices y, pintado de un tono ya amarillento en la mayor parte de su superficie, orlada en el perímetro con una atizada franja negra en el cual aparecía al centro la figura plana de una vaca de perfil en el mismo oscuro color, sobre su ya desleído fondo; conformando un típico y viejo aviso de “paso de ganado”. Curiosamente, en el mismo podía leerse a trazos infantiles y evidentes errores ortográficos, la siguiente expresión: “La baca de Vartolo”… Emblemático aviso aquel en el punto llamado San Antonio, de cierto bien conocido por transeúntes y trashumantes que de ordinario se mueven por dicho camino en la zona, en especial por los asiduos visitantes al famoso burdel que desde hace tiempo también allí ha habido; famoso no tanto por sus voluptuosas y pintarrajeadas meretrices, sino más bien, por la ocurrencia de quien habría escrito aquello en la pequeña valla metálica en cuestión —probablemente un niño—. De tal modo que cuando alguien se refería al lugar, en realidad no había dudas de la ubicación sobre la cual, éste estaría hablando; ya fuera o no, por el interés que se tuviese, en las mujeres de la vida alegre instaladas en su vecindad.
     
     Una vez roto por breve tiempo el hilo conductor entre el paisaje y el mentado "Cochinito", éste se percata otra vez de la escena dentro del autobús e incluso, toma verdadera consciencia de que Agustín a quién se refería era a él y, no a los cerditos enjaulados; pero aún así, siguió haciéndose el indiferente. Miró entonces a sus parientes que le sonrieron, respondiendo normalmente de igual forma mientras sujetaba la mano izquierda de su vieja con la diestra; en un claro gesto de aprobación del chiste, hecho por su hermano.
     
    Mientras tanto el viejo vehículo se aproximaba a su destino y los viandantes valle pascuenses, a lo largo de la avenida Rómulo Gallegos, podían leer en sus costados: "Transporte Micouqui". Uno que otro observador en las cercanías a la entrada de la pequeña ciudad sabía de su procedencia porque muy probablemente, por motivos laborales, habría estado en aquel mismo lugar de donde éste venía; pues regularmente, cubría la ruta La Atascosa - Valle de la Pascua. Lo cual se cumplía regularmente en periplos interdiarios de la mañana a la tarde, como una buena manera de auxiliar a los familiares de quienes trabajaban en la compañía petrolera cuyas operaciones para la época estaban radicadas allá, en aquel pueblito de donde partía, en la gestión de algunos asuntos personales, de salud o de cualquier otra índole de interés particular. Una merecida y oportuna forma de mejora en la calidad de vida de esas personas y, de cualquiera que en el camino de la ruta del transporte lo necesitara, a decir de algunos de los beneficiarios puntuales de dichos viajes; acreedores circunstanciales de los mismos claro ejemplo de que, definitivamente, eran aquellos otros tiempos; en que verdaderamente se podía hablar de cierto valores humanos como la solidaridad. 
     
     Una vez llegados al lugar de destino, el punto de bajada era en la plaza Bolívar, desde donde cada quien tomaba hacia  su sitio de interés. Nosotros por ejemplo, vinimos a sacar nuestra cédula de identidad, para lo cual al dejar el bus nos dirigimos de primero a una esquina donde había una arepera muy conocida en la ciudad, que llevaba por nombre: “El Mastranto”. Desde allí, después de conjurar el hambre con unas arepas, agua y café, sin pérdida de tiempo nos pusimos en camino hacia nuestro objetivo y, allí mismo empezamos a caminar porque sabíamos que llevábamos algo de retardo en contra, de lo contrario tendríamos que enfrentarnos a una cola demasiado larga que hasta pudiera significar que tuviéramos que volver otro día; pero, hubo un pequeño contratiempo no considerado. ¡Aah por supuesto! Tuvimos que devolvernos una vez andado unas tres cuadras para comprar una caja de cigarros a mamá, eso sí, de la "marca Record" —dijo; y,  sin filtro, además—. Después volvimos a lo nuestro para entonces subir por una empinada callejuela y al cabo de andar un buen rato y cruzar en una esquina, nos enfrentamos a un viejo edificio de tres niveles donde colgaba un pesado aviso en fundición que indicaba, con letras en alto relieve entre dos escudos: República de Venezuela. Debajo del encabezado, mucho más grande: "M.R.I − Identificación".


     "...Y; colorín colorao, este cuento se ha acabao...!" . Diría don Ramón; el padre de nuestro amigo, hasta entonces indocumentado.

     Buenas tardes y, chao pescao...Jeje!

jueves, 21 de junio de 2018

 

                            ¡Hola! Bienvenido a mi nuevo blog...! 



      En él te invito a acompañarme a través de un  maravilloso recorrido a través de las letras y la pintura. Espero que te guste...!.



        ...Y; como para luego es tarde, entonces: ¡Allá vamos!


.                                               Otro Viaje

  
  …En este mismo tenor dentro de mis remembranzas juveniles me acuerdo cuando también, nos acostábamos en el patio de la casa sobre un fardo, que extendían mis viejos sobre el suelo; en el cual yacíamos boca arriba mirando hacia el cielo por petición de ellos mismos, que a su vez se sentaban en sus silletas de cuero sobre aquel rústico manto en una de sus esquinas y, nosotros al centro… Mi papá siempre en camiseta y pantalón caqui de ruedos postizos por fuera, a la usanza del momento aunque sin ánimos de estar a la moda, por supuesto; cosa que a él a decir verdad, no le importaba, calzado de alpargatas sueltas en el talón; mamá por su parte, de chancletas, iba vestida con  una de sus acostumbradas baticas de popelina, cuello camisero y amplios bolsillos por fuera, adornados simplemente por una tira de encaje en los bordes; usualmente para esa época llevaba una, con pinticas de medio luto. Porque en ese tiempo en mi familia, a mi madre nunca le faltaba motivo para la sacrosanta costumbre de honrar a sus muertos; incluso cuando se murió “nalga pelá”, el viejo perro de la casa que creo nos vio nacer a todos nosotros, los de las últimas “camadas” como ya dije, del sexto al noveno de sus hijos, también en su caso fue igual. 
     Así, cuando mirábamos a los cielos acostados sobre aquel sencillo e improvisado tapete familiar, mi padre nos decía que ubicáramos visualmente las cabrillas, la estrella polar, las manchas de la luna, las exhalaciones y, hasta la preciosa Constelación de Orión, claramente  visible, especialmente en los meses de verano; discriminando incluso algunas de las partes del famoso cazador helénico en ella —tal cual las estrellas en su cinturón o, en el mazo—.
    ¡Con semejante legado astronómico, fuimos creciendo…! Que no por carecer del rigor científico de la disciplina, de todos modos era un ejercicio provechoso que dejaba un gran aprendizaje, y que, por lo menos ciertamente nos acercaba en cada jornada a la certeza de la existencia de Dios, como ente creador de tan singular majestuosidad; lo cual es el portento del espacio sideral… Abierto ante nosotros, cual televidentes asombrados pendientes a cada instante de observar el frontal de un virtual televisor pantalla plana, curvada y, en alta definición, mediante el cual nos asomábamos maravillados y temerosos ante todo aquello; a través de la bóveda celeste que a cada noche escudriñábamos. Por supuesto, como era de esperarse para un muchachito inquieto y pueblerino como yo, en esas observaciones noctámbulas dirigidas me acostumbraba dormir y, también soñar:
“…Soñaba por ejemplo, con mucha insistencia, que visitaba unos extraños mundos y viajaba hacia lejanos planetas. Donde había uno —imagínense ustedes— con atmósfera de ácido sulfúrico y, otro donde se enseñoreaba un embravecido océano de mercurio con enormes y encrespadas olas, del cual sin embargo salían uno tras otro ciertos individuos de color y aspecto plateado, relucientes, que me pasaban por un lado sin decir ni hacer nada; en completo silencio. Dejando tras de sí el surco de pesadas huellas sobre la playa solitaria, seguidas por sus perturbadoras sombras que me parecían tan extrañas y sobradamente alargadas; en un insólito paisaje manierista de valoraciones monocromas. Envuelto todo aquello en un horrible silencio de textura casi metálica, obedeciendo acaso a que, esos “brillantes” personajes que pasaban a mi lado durante tan insólita visita de mi parte, recurrente sueño además, cuando era niño, albergaban ciertamente la convicción en mí de que al no pertenecer a su mundo y, sabiendo ellos de dónde yo venía, de algún modo estaban manifestándome su disgusto por lo que los habitantes del mío le habrían hecho al propio; La Tierra. Pero lo que es peor; ahora también, al suyo.
     Con el tiempo, ya adulto, leí un libro del escritor mexicano Rodolfo Benavides −En la noche de los tiempos−, en cuya historia se me ocurre pensar como de similar apreciación (Caso de extraños habitantes en planetas lejanos); por lo que he llegado a creer que este tipo de sueños son experimentados por muchas más personas de las que yo creía, cuando era un muchachito. De hecho; creo que son más comunes de lo que normalmente nos imaginamos, debido a que somos —a mi modo de ver— una misma creación. Nosotros y el universo, éste y sus gentes. O; si se quiere, "Aliens", según la ubicación y el punto de vista, de cada quien en él; en su,  extraordinariamente gran inmensidad.
   …Entonces, al contemplar la bóveda celeste mi hermano Efrén me interrogaba, imbuido en la más sencilla y sincera inocencia; por supuesto buscando similitudes como es natural, dentro de nuestro propio entorno de vida, de simples muchachos llaneros:
   ¡Mira Hilario! Aquellas estrellas de la derecha se me parecen a una vaca y, las otras de al lado, a "Nalga Pelá"…!  —Decía; esto último refiriéndose al perro de la casa, se acuerdan…?—.
   ¡No, vale! Ésa de allá señalé hacia donde él decíaes la Osa Mayor; también llamada por algunos aficionados, como nosotros, "el carro". Las más contiguas, sí, esas de ahí, son los perros del cazador —Orión—; Canis Maior y Canis Minor. O; sea, perro grande y pequeño, pues…! No se te olvide. Acuérdate de aquella gruesa revista del "Observatorio Cajigal" así se titulaba, que nos encontramos una vez en “La Biblioteca”; donde se hablaba extensamente de estas cosas. Tenía muchas fotos, dibujos y todo tipo  de análisis y, reportajes de reputados astrofísicos de talla mundial; especialmente latinoamericanos…! ¿De acuerdo?
Sí, está bien; ahora sé de qué me hablas…! Asintió Efrén, al parecer, aún más desconcertado. 
 De todas maneras no puedes negar que la más grande, ahora que ya me lo has explicado,  es igualita a "la vaca pintá" de mi padrino Juan de Mata…! Agregó, riéndose.
 "Viéndolo bien" argumenté entonces, siguiéndole la corriente, se parece más a la cochina de mi tía Tina…!
     
    Así; sobre discusiones en este orden de ideas transcurrían usualmente, nuestras aproximaciones astronómicas sobre el ya lullido y, viejo fardo en el patio de la casa.
     “La Biblioteca”, por su parte, sería definitivamente de aquí en adelante el nombre de aquel basurero del pueblo, donde nos surtíamos de libros, afiches, periódicos y revistas.
  

    …Recuerdo por cierto, también, la tarde en que llegó al pueblo un grupo de personas del Ministerio de Educación a mi escuela: Grupo Escolar Monseñor Rodríguez Álvarez. Éstas tenían como objetivo, esa vez, la promoción de un equipo de teatro escolar que se encargara de la puesta en escena de obras culturales relacionadas fundamentalmente con nuestra historia patria; y, la vida y gesta de los próceres, durante las batallas por la independencia. Sin embargo dichas representaciones una vez establecido el elenco teatral de la escuela "Los Alcaravanes"—, se extendieron a la interpretación de otras; no solamente con el interés por lo nacional, sino que también entraron en su repertorio aquellas ampliamente reconocidas de la cultura internacional y, mundial. Además por supuesto, el montaje de algunos de los grandes clásicos… Fue así cómo Hilario Coba, cariñosamente llamado "Hilde", quien a decir de sus compañeros y maestros poseía un excelente desempeño histriónico, se convertiría con el tiempo en Hildebrando Brando ("El Enhebrante". Más adelante les contaré, sobre tan singular denominación).
     Pomposo nombre era ése escogido durante aquella época sin percatarme del impacto que en realidad este tendría en el desarrollo de mi vida futura y, debo decir que su autoría, en verdad fue obra de mi padre, cuando el grupo "´Los Alcaravanes" del cual yo formaba parte trabajaba sobre una adaptación hecha a la obra cinematográfica “Un tranvía llamado deseo” película de Holliwood dirigida por Elia Kazán; interpretada por el actor Marlon Brando y, de cuyo apellido tomaría obviamente el suyo, artisticamente hablando. En cuanto a Hildebrando, mientras tanto, esto si que tiene una explicación un poco más complicada... "Amanecerá y veremos...!" —Pude haber pensado; pues, recuérdense que aún no había nacido—.
   …Y; bien, cuando mamá estaba embarazada de mí, al acercarse inexorablemente los días de mi nacimiento papá le dijo, que si la criatura que llevaba en su vientre nacía hembra le pusiera por nombre "Chezerezade" y, si era barón, simplemente lo llamara "Hildebrando" ¡Vaya usted a saber por qué, realmente, habría escogido semejante nombre para mí. Él jamás pudo explicarlo de forma satisfactoria; o, más o menos lógica… Ya lo verán...!.
  …Resulta y acontece que mi papá, habría quedado súper impactado por una versión de la película “Las Mil y Una Noches” basada en el conocidísimo libro de ese mismo nombre, que una tarde fue presentada en el pueblo con bombos y platillos sobre una tela blanca extendida entre unas varas de Guasdua sostenidas en las ramas de un árbol, haciendo las veces de pantalla; "al más puro estilo Cinemascope”, como mismo bien lo decía el viejo. Entonces para él, Hildebrando, basado en el nombre del actor protagonista de la película en cuestión debía ser uno bueno para mí, porque tozudamente se formó la idea un tanto peregrina de que éste definitivamente debía ser también un buen nombre árabe, influenciado como estaba por efectos de la historia cinematográfica sobre tan representativa cultura del Levante (...No sabiendo en realidad que éste era de origen germánico y, su significado, es más o menos "espada de hoja brillante"; apareciendo en la historia en dos personajes famosos, a saber: Un Papa del siglo once, San Gregorio VII, y un mártir francés del doce) para su más reciente vástago por venir y, además, lanzando una moneda a la suerte para confirmarlo, "cara ó sello", habría ganado aquel… Que desde un principio había pensado, y competía en el inocente juego con otros no menos dudosos, aunque famosos: “Metro Goldwyn Mayer”, Twentieth Centuy Fox, y "Warner Bros"; que fue lo primero que viera mi padre sobre la tela entre las Guasduas.
     Mi mamá sin embargo una vez enterada del asunto ni se inmutó, porque estaba segura de que su séptimo retoño no cargaría en el futuro con ninguno de tales nombres y además, tenía el apoyo en secreto de su comadre la señora Berta de Miranda, quien la habría convencido de que me pusieran Hilario; como su amado esposo, recientemente fallecido.
  Ambos en conjunto en días previos, como pareja, así lo habrían querido y, serían cuando yo naciera mis flamantes padrinos de bautizo; pero, lamentablemente, ocurrió lo del deceso de mi futuro padrino. Por lo que formalmente y, para mí, lo fue más bien, como figura paterna paralela o auxiliar, además, el señor Diego Carrasco.
  …Finalmente se impuso la sana acción conspirativa de las dos nobles matronas y, como el niño nació varón lo llamaron, por fin, Hilario; lo cual mi padre aceptó a regañadientes, tan sólo porque su compadre con quien mantuvo una excelente relación amistosa, perpetuado entonces su nombre en mí, le traería así a la memoria sus extraordinarias partidas de "Ajiley" —As y Ley, en verdad—, y "Carga La Burra"; ganadas en buena lid haciendo llave, ante sus rivales naturales. Unos hermanos chaguarameros de mal talante y mucha faramalla que con regularidad visitaban el pueblo, de nombres: Nicasio, y Nicomedes Santaella; de mucha reputación en todo juego de envite y azar y, mujeriegos por demás… La rivalidad en cuestión, se dice que tuvo su origen en los lejanos tiempos mozos de papá y mi frustrado padrino Sr. Hilario Miranda; quienes enamoraron sus respectivas esposas, precisamente en el pueblo de Chaguaramas que dista de aquí unos treintiún kilómetros aproximadamente. Dícese además que éstos, en ocasión de un baile de arpa y, haciendo primores al ritmo de un zumba que zumba, se trajeron a nuestro pueblo las que, dicen también, pudieron ser las novias de los hermanos Santaella no porque hubieran sido, ni mucho menos; sino, sencillamente, por ser damas de aquel pueblo y que, según ellos, tenían que casarse con caballeros de su propia comunidad. "¡Válgame Dios!" Solían decir en su defensa, las afectadas; quienes airados, nunca perdonaron a tan  intrépidos atascoseños.  En realidad mi madre había nacido aquí, en La Atascosa, pero hubo una época en que mi abuelo  vivió un tiempo en Chaguaramas con su familia, cuando él siendo aún joven, dirigió  un hato por aquella zona; de allí data esta historia de su presunta vinculación con aquel otro pueblo. Lo que explica el porqué, llegó a residir por allá.
  …Entonces que, definitivamente y después de todo este embrollo, quedé nominado en adelante como: Hilario Coba Cobeña, nacido un 19 de Enero de 1940; quedando formalmente establecido así, en aquel documento de identidad que años después, iría a gestionar en Valle de la Pascua. Acompañado entonces de mi madre doña Juana y, mi hermano mayor Agustín.
   No obstante lo establecido por la fuerza de la costumbre y el sometimiento a la voluntad de nuestros padres, en esa etapa propia de nuestra niñez, al arribar a la edad adulta quise hacerle un justo reconocimiento a mi viejo don Ramón Ramoncito, como siempre le decía mi vieja; por lo que empecé de manera sistemática a reemplazar mi verdadero nombre (Hilario), por aquel que él había escogido para mi (Hildebrando), inspirado como ya quedó dicho en la novelesca y emblemática narrativa propia de la cultura árabe del Medioevo (Las Mil y Una Noches); representada en aquella vieja película homónima proyectada sobre una sábana blanca prensada entre dos palos de Guasdua amarrados a las ramas de un viejo Matapalos. 
   …Así las cosas, tan pronto como fui cayendo en cuenta de las circunstancias y peripecias vividas por mis padres en relación a la escogencia de mi propio nombre en aquellos días cuando estaba por nacer, de golpe y porrazo comencé a llamarme "Hildebrando" y, lo de Brando, como ya dije antes, lo adopté a motus propio por lo de la película antes nombrada del famoso actor “Hollywoodense”; basado en las obras representadas en la escuela, a cargo del después famoso grupo "Los Alcaravanes". Hasta aquí, considero que ha quedado bastante claro lo de los nombres; propio y ficticio, que he ostentado a lo largo de mi vida.
   …Ahora bien, de forma de poder redondear la idea acerca de mis orígenes y, como pago de la deuda pendiente al principio de este mismo capítulo relacionado con el rimbombante nombre de Hildebrando Brando "El Enhebrante", ahora les puedo contar que lo del susodicho apelativo —entrecomillado— viene a colación porque un tremendo sobrino mío, en ocasión a una de mis visitas al pueblo en época de navidades, comenzó a decirme así; según él porque yo, hasta ese momento, le había echado bastantes cuentos sobre variados y deliciosos escarceos con féminas a lo largo de mi vida. Pues en ese tiempo tenía bastante suerte con las representantes del sexo opuesto, era ya famosa mi legendaria relación en especial, con dos de ellas. La primera fue la inquieta Auristela, quizás la única en el pueblo que se besó con "El Llanero Solitario"; a juzgar por el grafiti impreso en el respaldo del autobús, en que junto a mi madre y Agustín fui por primera vez a Valle de La Pascua.  De segunda estaba una que en realidad, sería la primera dado el tremendo impacto que causara en mí. Considerada en el pueblo como una "femme fatale", la despampanante y golosa Marbella Alviárez, con una extraordinaria historia de hombres en su vida; y, también, otras respetables damitas a cuyos esposos en algún momento, hecho el bolsa como dice el dicho, les habría comido el maíz por las orillas. Toda esta mala fama de taimado briboncillo popular que gratuitamente me habría ganado según Goyo, como él es llamado en nuestro círculo familiar, obviamente eran pura imaginación suya; pero, lamentablemente me ubicaba en posición para ser acreedor de uno de los epítetos mejor ganado en el llano —según él; vuelvo y digo—; comenzando a decirme así, desde ahí mismo aquel día (Enhebrante, pa’ llá… Enhebrante, pa’cá…!)  ¡En fin…!
     ¡…La vaina es que hubo un tiempo en que me lo creí! Tal vez sería por éso que lo acepté y, una vez que echó a rodar, simplemente lo dejé así; porque tampoco hay que negar que efectivamente, tenía algo de comicidad. Además, nadie es perfecto; jeje…! 
   ¡Pero estaba equivocado! Sobre todo por lo de la deslumbrante dama antes nombrada; cuando, años después en ocasión de una visita suya para el sepelio de su abuela, Bonifacia Alviárez; misma persona a quien tanto amé, como a mi propia madre. La siempre recordada, doña Boni, la mismísima señora Marbella se encargó de descorrer el velo que por un buen tiempo había tenido ante mis ojos… Enamorándome perdidamente de ella. Aunque supe resistirme ante sus embriagantes influjos, que bien conocía de cómo hacer para aniquilar a los hombres; tal y como yo mismo sabía, ella lo habría hecho con muchísimos otros en el pasado.
  …A todas estas, cuando quise conocer los argumentos por los que mi sobrino me llamaba de aquel modo, entonces empezó diciendo "Goyera" que así también le decimos, con su hablar un tanto tartamudeante: 

Ti, ti, tío; usted recuerda las agujas de coser calderos…?   
       Riéndonos todos, contesté: 
−  Sí vale…!    Ya sé por dónde vienes…!
    
    Fue entonces al prefigurar tan graciosa expresión asociada a mis afortunados encuentros con féminas aquellos años, en que comprendí, por el efecto del uso persistente de la hebra y la aguja ensartándose cual lezna de zapatero una y otra vez, en distintos huecos y agujeros, que aquel imaginativo sobrino mío había dado realmente en el clavo, con semejante “tremendura” tan suya; la que una vez comprendida, también, por los demás asistentes en la familiar reunión, nos desternillamos todos de la risa en un coro de ensordecedoras carcajadas… Celebrando tan acertada ocurrencia.
     Así pues que, aquella picaresca expresión del Goyera significaba en verdad mucho más, de lo que puede ser una simple labor de “corte y costura”; muy propia, por cierto, entre las damas y señoras de La Atascosa. Aún hoy en día.
        

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     Lo que acaban de leer es un pequeño extracto del libro número uno,"Las Evasiones de Hilario Coba", perteneciente a la serie de cuatro títulos con el nombre de "Relatos Oníricos de La Atascosa". Conformada a su vez por el número dos "Andrómaca y Felipe"; el tres nombrado como "La Casa" y, por último el cuatro "Breve Historia de Inmigrantes". De todos los cuales, iremos conociendo algunas cosas acerca de su existencia.
   
   Dicha serie actualmente está a la venta, en las tiendas Amazon de todo el mundo.







                                                       1- Las Evasiones de Hilario Coba
                                                                2-Andrómaca y Felipe
                                                                         3-La Casa
4- Breve Historia de Inmigrantes
           

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  ¡Aaah; pero, qué bueno...! Después de este primer logro efectivo luego de al menos veinte años plasmando primero en hojas sueltas a mano mis vivencias y, otro tanto luchando por lograr hacerlo público, no podía dejar pasar esta ocasión cuando al fin se hizo realidad; para armar la retreta junto con mis hermanos y algunos amigos, que rechiflaron a rabiar con tan agradable acontecimiento... Entonces hasta nos disfrazamos y anduvimos un Domingo por las calles del pueblo mostrando a todos nuestra alegría y contento, tanto que hasta parece se nos pasó la mano; pues, esto sería así a juzgar por lo que a continuación pueden ver gráficamente. En la ejecución del cuadro que para la ocasión tuve la idea de realizar, pasados ya unos días; titulado, precísamente: "La Retreta"... En el que está mi amigo Hilario Coba en primer plano quien luego se empeñara en que lo sacara a él solo, aparte, y señalara a su vez en su propio "postel tipo afiche muy particular" donde aparece posando, el nombre del primer libro, también el de su amigo el autor. Porque como era el que llevaba la botella que nunca quiso soltar, tendría según él, ese privilegio. Vaya usted a saber de dónde lo sacó... Cuando particularmente le daba pena aparecer así junto al grupo, un poco más echado a perder que los demás y, también, lo hacía de ese modo, según, "para que despues que todo haya pasado, no estén hablando paja" esto fue lo que dijo, como justificándose. Seguido en ese momento de uno de mis hermanos, Efrén, que vive en San Juan de Los Morros y, el de las charreteras más grandes, es mi amigo el Dr. Alforzo Peñalosa; que justo acababa de llegar de la ciudad de Mérida en Gochilandia, de donde es oriundo, con el espirituoso "miche" para mí, del que Hilario definitivamente, jamás se apartó...!
...Y; por andar de safrisco, he aquí las consecuencias. 





  


    Por último unas fotos del escritor con motivo de su primer libro, ya en físico y, en sus manos. En la primera de las cuales aparece con su nieta Nicole, haciéndole entrega de un ejemplar como regalo del día del padre, el pasado mes de junio; luego está la niña, de nuevo, escribiendo una dedicatoria para ponerla en el libro y, despues, el autor junto a uno de sus cuadros. Titulado: "Los Insensatos". 



 ...Es todo por los momentos , muchas gracias y, hasta la próxima..."

          ...Buenos días mis amigos. Hoy les traigo la tercera parte del capitulo numero  cuatro de mi libro "Andrómaca y Felipe",...