domingo, 30 de junio de 2019






      
    Hola mis amigos, buenas tardes. Por acá estamos una vez más, para traerles algo de mi literatura y dar por terminado, el capitulo sobre los personajes de mi pueblo; iniciado en la publicación anterior del día sábado 08 de Junio. Dejé esta parte de último precísamente, por la significación tan especial que para mí tiene; dada la cercanía que uno de los integrantes principales del citado club que allí aparece, tiene conmigo. Por ser este mi hermano. Johnny Cortez. A quien hoy dedico la presente entrega.


    1.6.-                                             —Los Personajes—

   
    *** LAS TRAVESURAS DE CARA e’ GATO y LOS DECIMARIOS:

   Muy conocido es, también, el caso del "Club Los Decimarios". Normalmente constituido por un grupo de personas asociadas de tal manera, que era casi una cofradía religiosa, aunque no por su comportamiento muy santo que digamos, sino por la rigurosidad con que mantenían sus secretos; pero sería en la perversión de las reglas que tenían que cumplir sus integrantes, en lo que más destacaban. Algunas de las cuales, que recuerde, son más o menos las siguientes.Los integrantes no podían ser más de diez. De allí lo de su nombre y, de éso, también su carácter sectario. Todos y cada uno de ellos, tenían que jugar bien: Truco, ajiley, rommy, caída y, macuare. Aparte de ser unos tomadores consumados y, con la misma religiosidad, tenían que cumplir con la más estelar de las tareas  asignada por el jefe; de robarse algún animal del patio de sus vecinos, alcanzando mayor jerarquía quien trajera las mejores piezas en el rango comprendido entre un pollo, a un cerdo no mayor de sesenta kilos.
     
   De acuerdo con su fundador, era ésta la regla de oro del Club y, jactanciosamente decía muy campante para justificarla, que con ella se preservaba la productividad del vecindario. Basándose el muy sinvergüenza en una patética norma “presuntamente de la teoría económica” la cual dicta, según él, que al moverse los inventarios automáticamente estos tenderán, nuevamente a subir; en este caso, “buscando equilibrar el sistema”. Argumentaba el muy zángano; tal vez recordando alguna lección mal interpretada, de aquellos viejos tiempos en que fue, no muy buen estudiante. Entonces tan sólo respondía ante mis señalamientos y, sin argumento válido alguno, muerto de la risa con su odiosa carcajada: Jajajaja…! 

¡Qué conveniente manera de acomodar el mundo, amigo mío! Verlo desmoronarse a tu alrededor y tú simplemente aplaudes y, sólo ríes…!” —Le criticaba yo, al susodicho jefe decimario—..

No se sabía realmente que tal cosa ocurriera allí, ni de qué, semejante manera; pues, nunca nadie fue testigo de sus andanzas en ese sentido, aunque sí se sospechaba de ellos. Pero al no haber nada concreto, mucho menos nadie descubierto, ninguno fue acusado.
Hasta que ya viejo cuando nada de aquello existía, un diciembre él mismo me lo contó al detalle; y, ahora, lo expongo aquí para todos ustedes. En aquel tiempo, de haberse dado alguna filtración en este sentido, había órdenes estrictas por parte del jefe de execrar al culpable de su lugar dentro del gremio, donde no se toleraba falla de ningún tipo que perjudicara la asociación; tan severo debía ser el trato del asunto, que hasta el saludo debía retirársele… Es que, no es para menos por cuanto estaban liderizados por un sujeto cuyas tremenduras rayaban en lo inmoral y, casi en lo delincuencial. Su nombre de pila era José.  José  De La Torre - Del Alba. Mejor conocido con el sobrenombre de "Cara e’ Gato".

Remoquete que solía usar a la hora de presentarse, al parecer como una manera de simplificar su pomposo nombre; al menos cada vez que podía. Que según dicen era porque no estaba contento con sus raíces ibérico-moriscas, que para su despecho afloraban con tanta facilidad de sus facciones y, estructura corpórea; a tal punto que yo, cuando pequeño, quedaba fascinado con sus disfraces carnavalescos de jeque árabe, unas veces. O; de Patriarca beduino, en otras. Los que tan bien le sentaban.
  Al recordarlo con tan costosos atuendos, hoy me lo figuro en su escena favorita que a veces solía representar, sobre todo junto con los flamantes integrantes de su famoso club, que actuaban en ese momento haciendo el papel de su guardia personal —nosotros; quiero decir yo, y mis amigos aquí señalados, al no ser invitados, veíamos todo a través de un hueco en el techo, a oscuras y, encaramados sobre unos árboles—; ricamente trajeados para la ocasión y, equipados con armas postizas medievales tales como espadas, cimitarras, alabardas, partesanas, y naginatas… Para entonces invitaba a un grupo de las muchachas más bonitas del pueblo con las que luego se sentaba sobre una mullida alfombra con las piernas recogidas y, su voluminoso cuerpo de Sultán parcialmente recostado sobre unos cojines tubulares, forrados en tela, estampada con brocados; tomando de una copa rodeado de aquellas chicas disfrazadas como sus esposas a la usanza de un harem particular… De las cuales algunas con los mejores cuerpos, danzaban gustosas para él cual odaliscas con el rostro bellamente maquillado y, semi velado por una diminuta pieza de tul, que caía sobre sus lindos ojos; ataviadas con trajes levantinos en suaves y coloridas telas, a través de las cuales se transparentaban sus partes íntimas en el sugestivo tintineo de dorados cascabeles, resaltando el brillo de una piedra preciosa de regular tamaño, colocada sobre el ombligo a modo de un "piercing" —cuando estas cosas ni remotamente, eran conocidas por aquí entonces; al menos no, con este nombre—.

La habitación donde se hacían tales representaciones, después también abierta para todas las personas del barrio y, no ya en presencia de las alegorías teatrales tan estrafalarias y exclusivas que solían interpretar, era un amplio salón donde funcionaba el famoso Club; decorado entonces para la ocasión con las más vistosas bambalinas de colores y, para el pleno disfrute de grandes y chicos en el vecindario. 

Había cualquier tipo de bebidas, chucherías, pasa-palos, shows de magia en lo cual el jefe era muy bueno y, música bailable donde todos los invitados en especial los integrantes del Club, lucían sus mejores pasos tratando de impresionar a las chicas y hacerse de todas ellas, so pena de ser castigados con una severa multa por parte de su líder Cara e’ Gato, si dejaban mal parado el prestigio de su hermética organización; que por nada del mundo debían dejarse arrebatar la fémina que les fuera asignada, con la venia del dadivoso anfitrión. 

Los costos de todo aquel despliegue de tan bondadosa entrega en tales individuos siempre intrigó a muchos en la c, que no lo podían entender, sobre todo aquellos vecinos que habrían sido víctimas de sus presuntas pillerías; en sus corrales y patios. Unos tipos que durante todo el año se comportaban como una calamidad pública y, por lo cual se barajaban muchas teorías al respecto, cada una cual más estrafalaria que la otra; sin embargo para no meterse "pa’ lo hondo", como quien dice, preferían dejar las cosas de ese tamaño y, más bien, se olvidaban de todo sumándose al jolgorio.

Al día siguiente de toda aquella puesta en escena, lo que seguía era prácticamente el caos, para cerrar con broche de oro las fiestas de carnaval. Para entonces iban todos descalzos y sin camisa; sólo llevaban un precario pantalón, con el rostro tiznado, o pintarrajeado con colores vivos y un trapo a modo de turbante sobre la cabeza. Todo aquel que se aproximara al lugar era sometido entre varios y, si no accedía a dejarse bañar, entonces se le rompía la camisa que vistiera, encima, sobre su propio cuerpo; luego pintado, y su ropa exhibida sobre una cuerda que previamente era colocada desde el día anterior entre dos postes de la luz eléctrica, frente a la sede del fulano club.
    
Según Cara e ‘gato, el poner la cuerda desde un día antes entre los postes, servía precisamente para aumentar la tensión, el temor y la zozobra, entre quienes rechazaban este tipo de conducta que como ya dije, andaba muy cerquita de lo delincuencial; por sus características barbáricas reñidas con la moral, las buenas costumbres y el respeto debido, a la intimidad de sus conciudadanos.
    Por fortuna un buen día sin ningún tipo de explicaciones, el fulano club amaneció cerrado, gracias a Dios para siempre. En realidad aún no se sabe qué pasó, cosa que tampoco quiso confesarme el informante. Pero se maneja la especie de que su madre según me lo dijo Johnny después, más adelante —otrora integrante del club y muy amigo del jefe—, avergonzada con sus vecinos y cansada de tanto pedirle al hijo que depusiera tales actitudes y, nunca este hacerle caso, finalmente sería escuchada por el desadaptado Cara e ‘gato. Extrañamente un mes después, una vez cumplido su más caro deseo, la avergonzada doñita falleció en brazos de El Señor.




...Y; bien, colorín colorao. Ya lo saben, hasta la próxima...!


sábado, 8 de junio de 2019







   

        Buenos días, mis amigos. Aquí estoy de nuevo. Hoy tengo el gusto de traerles, una parte del sexto capítulo de mi libro "Las Evasiones de Hilario Coba". El que como ya les he dicho es el primero de la serie de cuatro, titulada con el nombre: Relatos Oníricos de La Atascosa. A continuación:
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       1.6.-                    —Los Personajes—

  En La Atascosa vivieron y “vivimos” varios destacados personajes, que cada vez cuando los recuerdo, como ahora, siempre quise dedicarles un homenaje sentido y sincero para que las nuevas generaciones de atascoseños los conozcan y, sepan de sus andanzas y querencias.
Ellos son:
 Antonio Angelino, "El Heraldo"; con su famosa diaria entrega: “La frase del día”. La sin par, "Párate bueno", y sus chuscas ocurrencias junto a sus tres inseparables perros que siempre la acompañaban. El apacible y silencioso "Ratón Cojú", de inverosímiles expresiones, siempre las mismas; usadas en anverso y reverso. Que simbolizaban la viveza criolla que él, tal parece pretendía endilgar tozudamente a su desprevenido interlocutor pero que, en realidad, lo que significaban era la suya propia… Éstos, entre otros.
  Los dos primeros compartieron escenario, en tiempo y espacio; fallecieron en el nombre del Señor hace ya bastante tiempo, dejando en todos nosotros que los conocimos, su agradable e imborrable recuerdo. El último “de los mohicanos” como dirían por allí, es Ratón Cojú —aún hoy se le puede ver, con su caminar tembloroso, recorriendo las calles de arriba para abajo—; quién en esta parte de la historia nos contará a su vez, las travesuras del que se hacía llamar: El Águila Negra.
También serán recordados, siempre con el mismo cariño: "Tío Tigre y Tío Conejo" (Cuentos de mi papá); "El burro Bibliotecario", tal vez pariente de Platero
—llegué a creerlo así, durante aquellos tiempos—; "El tuerto Daniel", con su grupo Bandera Negra, de participación obligada durante las fiestas de carnaval; El curioso caso de "Juan Jaramillo"; y, por último, las alevosas tremenduras de "José Cara e’ Gato" —uno de mis vecinos más cercanos—. Fundador del famoso club "Los Decimarios”.


*** ANTONIO ANGELINO:
Un hombre culto e incomprendido en aquel lejano entorno, de forma innata y espontánea. Era alto, flaco y, de grata presencia, vestía todo de caqui con un singular sombrero de cogollo de alas anchas desplegadas, que lo protegía del inclemente sol llanero; cuando a voz en cuello y, con perfecta pronunciación decía −a quien quisiera oír−, lo que él llamaba “La frase del día”. La que rigurosamente leía de una hoja de papel cuidadosamente doblada, que llevaba por paquetes en el bolsillo de su camisa.
Después de leer su escrito más reciente, anunciando quizás los avances de la oposición y, en contrapartida las acciones del gobierno o viceversa, simplemente le volaba la pierna −como se diría entonces− a su inseparable bicicleta Raleigh de color negro, con rayitas doradas en sus guardafangos; no sin antes hacer sonar sus bocinas, con su clásico:

"¡Ta – ta− riiiiiii…!"

    Acto seguido, se iba pedaleando con prestancia sobre su máquina con el detalle de llevar en el tobillo del lado de la cadena, una especie de cintillo nacarado que le recogía el ruedo del pantalón para evitar accidentes con la misma y, en la manga larga del lado derecho de su camisa, una liga o banda de goma roja que le controlaba el pulso −creo yo−; para luego dirigirse al próximo lugar de su peculiar entrega periodística.
     
    Los temas de "El heraldo" —como también se le decía—, eran muy variados y actualizados. Como ya dije, pasaban por su pluma los dimes y diretes entre la oposición y el régimen de turno; “como para no perder la costumbre” −solía acotar−. Las guerras antiguas: Púnicas y Médicas, en Europa y el Medio Oriente. La Federal y La de los Azules, en Venezuela, a mediados del convulso siglo diecinueve. Así como las dos guerras mundiales que serían la máxima expresión en esa materia, ya en la centuria del veinte.  Seguidas por la de Corea  del cincuenta al cincuentitres, que degeneraría en la brutal partición de su territorio en dos toletes y, por ahí mismo, la del Sinaí en el cincuentiseis; ambas como se ve, aquí mismito,  en tiempos modernos… Esta última por la codiciada supremacía sobre el Canal de Suez, “importante ruta para el control del petróleo hacia las grandes potencias económicas de occidente y, el lejano oriente”. Solía argumentar él, con tanto tino. Vietnam; más contemporánea aún, quizás por un asunto ideológico, similar al caso de Corea… "Pero en definitiva, una misma locura" −Volvía a decir−.
Por último, se encargaba de menudencias y trivialidades incomparables con todo aquello; aunque, no menos importantes desde un punto de vista del interés más ordinario de la gente, siempre ávida de información. Una cosa que, nuestro inquieto personaje conocía de sobra; aunque para lograr tener dicho conocimiento nunca llegó a pisar las puertas de ninguna Universidad.
…Tantísimas otras, también manejaba; aún las más extrañas. Como fue el caso de "El año de la humacera" −de nuevo, aquí en Venezuela−; rarísimo e inusual episodio climático –meteorológico, tal vez, confirmado ciertamente por mi abuelo don Florencio quien decía haberlo padecido; según, en tiempos de cuando el régimen del General Joaquín Crespo. Pues vivió para contar muchas cosas, pasados los cien años… Había veces en que tocaba simples situaciones domésticas, pese a que como ven no era su fuerte. Tal cual el robo de la cochina de la señora Eleuteria, los escarceos amorosos de Eustaquio y Amanda, las peleas de boxeo callejero entre los muchachos del pueblo, usando guantes de trapo. De las cuales se recuerda una muy famosa, entre el que llamaban La cochina y, El muñeco Morales; donde como se esperaba, saldría victorioso el segundo.
…Es más. En una ocasión trató un tema tecnológico, muy escaso por aquellos tiempos; se trataba de la llegada de la primera nevera a querosén que hubo en el pueblo. Y; "¡…Síii, hace hielo!" Decía la gente impresionada, agolpada frente a la vieja mesa de madera con su sencillo pero vistoso mantel de hule, donde se exponía el hielo para que muchos de los allí presentes lo vieran y, hasta lo tocaran por primera vez.
…El ingenioso aparato llegó a La Atascosa traído por un acaudalado comerciante, de nombre don Enrique Fernández; dueño del famoso "kiosco colorao".

 (…Tal era aquel con el que empezó este hombre, laborioso y emprendedor. Dándose a conocer como un próspero comerciante llegando a ser quizás, el mas grande del lugar; donde en sus humildes inicios apenas llegado no sé de dónde pero ciertamente atraído por la quimera del petróleo —como muchísimos otros venezolanos de esa época—, expendía jugos y guarapos de frutas, empanadas, catalinas, dulces y, otras menudencias a los vecinos. Llegando a construir más tarde un importante edificio al frente del lugar donde estuvo apostado su pequeño kiosko. En el cual montó un próspero negocio que llegaría a ser el único y más grande en su tipo, no sólo en el pueblo sino en toda la región; donde se expendía los más variados productos. Desde víveres, ropa, licores, artículos de quincallería, farmacia y, hasta materiales de construcción… Aquí por cierto llegó a trabajar también, mi hermano Luis Enrique; el mismo que les nombré antes, que entonces trabajaba en La Zapatería del Pueblo…!). El que durante muchos años estuvo instalado a un costado de la calle real en el centro del poblado, a la sombra de una arboleda; concurrida vía conocida luego como "La Avenida", una vez que las petroleras se adueñaron prácticamente de la vida del lugar.
Accedería don Enrique, por cierto y, a petición de la gente, a exponer el para entonces curioso artefacto de su propiedad debajo de unos árboles de Samán y Mahomo en la Plaza Bolívar, frente a la Logia Masónica; cofradía a la cual él pertenecía. Allí se acercaron en tumulto los interesados en estas cosas, de entre los habitantes de la Atascosa… Era fenomenal este aparato, que en la tarde a pocas horas de haber llegado ya tenía cubitos de hielo, de una cubeta de aluminio que al halarle una palanca que tenía en el centro, se levantaba un mecanismo y caían los trozos que todos querían agarrar y no entendían; cómo una pequeña llama en una mecha de fibra que ardía sobre un tanque, hecho con lámina de hierro galvanizado conectado a una serie de tubos y filamentos de cobre, que subían y bajaban por el respaldo del aparato, podía producir tal portento… Incluso hoy en día, recordando aquellos hechos, puedo afirmar que sigue siendo un “misterio” la verdadera explicación de su funcionamiento, para la mayoría de la gente, en aquel pueblo. "…Ciertamente un verdadero milagro tecnológico, basado en el uso y comprensión de las Ciencias Naturales; puestas al servicio de la gente a través del ingenio y, el manejo acertado de la tecnología Termodinámica…!" Remataba El Heraldo, con total desenfado; cerrando sus comentarios expresados sobre este caso, aquel famoso día.
…Lo que es cierto, es que esa vez, en ese lugar, fue donde por primera vez comí helado; estaba hecho con guarapo de Tamarindo de la famosa nevera Servel, de don Enrique Fernández. Dueño del famoso: "El kiosko Colorao" —Aunque después dijeron, que en realidad era rojo—.

*** PÁRATE BUENO:
Así se la llamaba. Pues no se sabía a ciencia cierta cuál era el verdadero nombre de aquella mujer, que religiosamente cada fin de semana llegaba al pueblo por su parte norte siempre flanqueada por tres nobles animales, que ella nombraba según las características de su real comportamiento: Sinvergüenza, Mala lengua, y Retrechero. Tales eran los apelativos de tan emblemáticos miembros de la raza canina, representantes en buena lid además de a su dueña, también del lugar de su procedencia; de donde tomaba nombre aquella díscola mujer que tanto los amaba.
…Y; esa por supuesto no era otra que la, al mismo tiempo querida, también rechazada "Párate bueno"; como se le conocía y, por donde quiera que iba, al ser saludada con cariño por algún transeúnte que sabía quién era ella, siempre respondía a modo de presentación con un dejo de marcada tristeza en su rostro. Al tiempo que entoldando la mirada, entristecido su semblante, arqueaba la ceja derecha para luego muy pacientemente,  decir:
"…Párate bueno, al cieeelo… Caray…!"
−Obviamente sobria, en este momento−
Acto seguido, se arriaba un largo trago del espirituoso licor que nunca le faltaba, de una botella enredada entre las raíces de yuca en uno de los sacos que siempre llevaba terciados. Pero es que para eso venía al pueblo, creo yo, cargada con los productos de su conuco de allá, de su querido terruño campestre; "Párate bueno". Un bucólico, fértil y, soleado lugar, que ella por fuerza de la costumbre e inspiración de la gente, convertiría además en su propio epónimo.
Aparte del tubérculo ya nombrado donde entre cuyos gruesos dedos parecieran florecer constantemente, una tras otra sus cristalinas botellas de aguardiente, traía otros; además. Batata, ocumo, ñame, mapuey. También las auyamas, quinchonchos, frijoles y, caraotas de varios colores entre barcinas y tapiramas. No se sabe de dónde sacaba fuerzas para acarrear tantos productos, pero con sacos en sendos hombros la veíamos pasar seguida de su inseparable guardia canina personal; y, al finalizar la venta, se sentaba en la acera de la bodega Las tres Torres del señor Concho Sierralta —donde canjeaba en un remate, especialmente por bebida, lo último que le quedara—, a libar de una nueva botella los consabidos guamazos para otra vez coger camino, de regreso a su querido hogar; donde sabía la esperaba su única hija que habría tenido. Eso sí, cargada de vuelta con los productos de la bodega para su diaria manutención.
…Así, en una sola algarabía entre ella y sus fieles acompañantes, sentada a horcajadas en el suelo, hacía la delicia de los chicos del vecindario quienes auscultaban con zánganas miradas, debajo de los fustanes de la alocada visitante; y, al caer la tarde ya para la noche, con el cantar de los primeros grillos, "Párate bueno" una vez más, era historia ya pasada.
…Y; entonces se la veía, de nuevo, allá a lo lejos. Desdibujándose con rumbo norte por entre las sombras de las casas a un costado de la calzada, sobre la cual de seguro se apreciaría —al menos, para un observador más cercano— la dramática proyección de la figura correspondiente a las pencas de zinc en los techos, con su zigzagueante y dinámico borde similar al de una sierra, pareciendo rasgar su ya cansado cuerpo por la espalda; lo que tal vez la molestaba y, causaba en su volátil animosidad, un leve aunque significativo cambio del ya emblemático saludo que solía usar –ahora, más entonada−. Como molesta por todo:
"…Párate bueno, al cieeelo; caracho… No jodáaasss…!"

*** RATÓN COJÚ:
Su verdadero nombre era Romer Requena; es lo único formal que se sabe de su identidad; sin embargo eso no fue impedimento para que mi mamá lo bautizara, por lo tanto es mi medio hermano, por así decirlo. Él, siendo mucho mayor que yo, me contó una vez sobre las andanzas por el pueblo de otro personaje que se hacía llamar "El Águila negra", el que acostumbraba ir a todas partes montado a caballo y, todo vestido de negro, al igual que su montura… Decía que aquel, venía al pueblo los sábados por la mañana procedente del campo en donde trabajaba y vivía, dedicado a labores propias de la ganadería; ordeñando vacas y, amansando caballos.
Cuenta Romer que dicho individuo al llegar,  se dedicaba a jugar ajiley y tomar aguardiente hasta más no poder en las distintas tabernas que había, pero lo más espectacular era cuando se embriagaba con su caballo y, juntos emprendían a todo galope, una alocada cabalgata por la calle El ganado —misma donde yo nací—, para ir de un botiquín al otro separados unos trescientos metros más o menos; mientras hacía marcar en la rocola, con las meretrices del lugar, sus canciones preferidas. Sobre todo aquella mejicana, muy de moda entonces, titulada: “El corrido de El águila negra”, de donde precísamente tomaba su nombre.
En este punto, hasta el caballo estaba borracho y, entonces el noble animal se veía gozoso con las enloquecidas ocurrencias de su amo; mientras él por su parte, se expresaba con profusión de relinchos, paradas a dos manos supuestamente encabritadas y, golpes al suelo con su casco delantero derecho. Pero lo más espectacular en medio de semejante despliegue de testosterona y sudor en aquel curioso animal, era cuando de pronto extendía su negra, larga y curvada verga al aire, ante la sorprendida mirada de quienes lo vieran; en especial, la timorata damita de pueblo que presurosa se debatía ante el dilema del placer de observar aquello y, la vergüenza pública de ser pillada haciéndolo,  razón por la cual no le quedaba más remedio a la pobre que taparse el rostro con sus delicadas manos —aunque con los dedos entreabiertos, según un lascivo e intrigante observador—. Mientras seguía caminando por la acera al lado de una empalizada, ante tanta crudeza e inverecundia.
A estas alturas de la historia, gozando un mundo sobre lo que contaba y, virtualmente muerto de la risa, sorpresivamente terminaba Romer, diciendo:
"…Compai usted es un vivo…!"
Expresión que normalmente usaría quien lo escuchaba, pero que al cambio de tercio había veces en que se adelantaba ex profeso, robándole la palabra a su interlocutor; no quedando de otra, que contestar con la frase que normalmente sería la de él:
"…Usted también...!"

*** TÍO TIGRE y TÍO CONEJO:

  Hablando de personajes de mi pueblo me viene a la memoria también, un cuento que papá nos narraba a todos nosotros en pleno, cuando descansábamos sobre el famoso fardo del patio de la casa, que ya les dije; sí, si, aquel mismo que extendía en la tarde noche para que nos acostáramos a auscultar el firmamento. Dándonos sus particulares clases de astronomía, a su muy particular modo de entender tan complicado asunto. Sólo que a veces, había momentos en que dejaba aquellas difíciles cosas a un lado para simplemente poner los pies sobre la tierra y, prácticamente moríamos de la risa escuchando sus cuentos más famosos. Nos gustaba mucho un pasaje de las conocidas historietas de: “Tío tigre y Tío conejo” −de las cuales hay muchas−; y, que nosotros mismos le pedíamos. Entonces comenzaba diciendo:
(…Tío Conejo fue sorprendido una vez más por Tío tigre, cuando descuidado, saciaba su sed en la laguna; era de noche y, sobre el agua se reflejaba el plateado disco de la luna, detalle que sin embargo sería aprovechado por el asustado pero astuto personaje, para zafarse de la embarazosa situación en que ahora se encontraba. Ante lo cual en seguida argumentó, viéndose seriamente en apuros; y, tratando de convencer a su goloso adversario que en lugar de tener que comerse sus magras y prolijas extremidades, más bien se fijara en lo que entonces le obsequiaría… "Mírelo ahí no más…! Sólo para usted"; le dijo, con la astucia que lo caracterizaba. Al tiempo que, mientras hablaba, se hacía el debilucho ante su enemigo mostrándole su cuerpo tembloroso y agarrándose el pellejo por debajo de uno de los brazos, en un inusitado despliegue de actuación que dejaría boquiabierto hasta al mismísimo Charlot.
…Dijole además Tío Conejo al hambriento, ansioso y, glotón de Tío Tigre, que si lo dejaba ir le daría un enorme "queso e ‘mano" para que mitigara de una vez por todas su creciente desesperación —este en seguida, eufórico, le dijo que sí—; al tiempo que le mostraba con ojos desorbitados, apuntando con su índice derecho a las profundidades del estanque, el reflejo que titilaba en el agua mientras bebía. Dicho esto, Tío Tigre engolosinado por la propuesta y lo que claramente tenía ante sus ojos, creyendo en verdad aquello era tal cosa, que el otro prometía, enseguida lo aceptó; y, sin pensarlo dos veces, de una se lanzó al agua… Ahogándose, irremediablemente, al creer en lo dicho por el diminuto pero astuto personaje; a no ser por la benevolente y magnánima actitud de su contrincante, quien, antes de ponerse él mismo a salvo le lanzó un largo bejuco de los muchos que crecían en ciertos árboles de la orilla… Por lo cual de milagro, pudo salvarse de aquella muerte segura; cuando casi muere allí mismo, ahogado y, engullido por el pastoso lodazal del fondo… Mientras tanto y, acto seguido, como accionado por un mecanismo de resorte Tío Conejo emprendió una veloz carrera a través de los chiribitales del monte y, tan sólo se escuchaba en la noche el paso en huída del fugaz y elusivo personaje; cuyo peso sobre las chamizas, entonces las hacía sonar:
Cráquiti, crun…Cric…Crac…!
...Ante lo cual, papá terminaba diciendo, también muerto de la risa, igual que nosotros:
“…Aaah...! Tio Tigre pa' pendejo, carajo...!”)
Tan divertido nos parecía el cuento de nuestro padre, que todos prácticamente, nos desgañitábamos de la risa; sobre todo cuando concluía diciendo, una y otra vez —bajando lentamente la cabeza con los ojos cerrados y, los brazos esgonzados, como si se fuera a dormir—:
  …Cráquiti, crun, cric, crac…! Cráquiti, crun, cric, crac…! Y; de nuevo. Cráquiti, crun, cric, crac…! −Se callaba de repente−.
"...Y; colorín colorao, este cuento se ha acabao…!"
  …Remataba diciendo entonces, estas últimas palabras; al tiempo que de nuevo "despertaba" repentinamente y, con ojos desorbitados, pronunciaba de nuevo su ya famoso cierre…!

*** BIBLIOTECARIO:
     Este fue el nombre dado por nosotros a un travieso burrito que había en el pueblo, el cual fue el único creo yo, que quedó después de varios años de “razzia burrera” que hicieran las “autoridades” del lugar en componenda con los dueños del "Gran Circo Albacora"; quienes por unas cuantas lochas compraban a aquellos burócratas corruptos el permiso para tal atropello ecológico, con el único propósito de alimentar con su carne el voraz apetito de las fieras enjauladas, de su lucrativo negocio. Se salvó éste, según dicen, porque el buen jumento tenía la misma raza de aquel de Juan Ramón Giménezel padre de Platero—, ya que había sido traído por unos españoles, que vinieron a fundar un hato en las afueras del pueblo y, el cual tenía por nombre “Buena Vista”. De allí su nombre inicial, puesto por los peones del hato para los hijos del dueño −el pollino de Buena Vista−; el cual nosotros cambiamos sin saber nada acerca de sus nobles orígenes. Pues el dueño de este hato no sabía, que el animalito se había escapado por un boquete en la malla de una empalizada de su propiedad, con tan buena suerte para el borrico de que alguien que antes lo había visto y, conocido, cuando andaba deambulando por las calles del pueblo, en seguida hizo llegar la información al hacendado español; quien de inmediato mandó a unos peones para que lo cazaran, y llevaran de nuevo a casa.
     Ahora bien; “Bibliotecario” tomó así su nombre cuando nosotros en una de las visitas habituales en busca de lectura, que normalmente hacíamos a “La Biblioteca” —esto era para nosotros, aquello; para el resto simplemente, el basurero del pueblo—, pudimos ver cuando el pobre animal en busca de periódicos no para aprender a leer sino más bien, para saciar el hambre, tropezó con unos trastos entre basura y, de pronto, unos lentes viejos que había por ahí se le engancharon en la cabeza; y, justo sobre sus ojos. Rápidamente ante la instantánea fotográfica aparecida ante nuestros ojos, al buen amigo Roger Meza a quien llamábamos Tarzán, se le ocurrió decir:
"¡Miren! Tenemos un bibliotecario aquí…!"
     Lo espantamos y procedimos a hurgar más hondo en la basura, en busca de lo que queríamos conseguir; al cabo de lo cual, ya de regreso le pregunté a Roger.

"Oye Roger, por qué dijiste que aquel burro era un bibliotecario…?"

"…Bueno, vale; en realidad no dije que lo era, sólo me refería al parecido: Sus lentes semi caídos, mirando por encima de la montura una apetecible pieza de periódico, para comérsela frase a frase y, letra por letra; tal cual consumen diarios, revistas, libros los regentes de bibliotecas; mientras silenciosos llevan a cabo su trabajo…!"
"¡Aaah, está bien! Bibliotecario será ese burrito, de aquí en adelante…!" −Dije, entonces.
"Te la volviste a comer, vale…!" Agregué,  riéndome.
  …Por esto es que a partir de allí, comenzamos a llamar a aquel gracioso animal, que entonces me recordó a “Platero”, tal y como ya dije…!

*** El TUERTO DANIEL:
También es de grato recuerdo para mí, un personaje que en tiempos de carnaval se disfrazaba de pirata durante el día y, tras reunir un nutrido grupo de alegres seguidores los comandaba al frente; ataviado con su turbante de medio luto y un parche en el ojo izquierdo, que era lo único real en su bufa representación. Ya que verdaderamente, tenía problemas de salud en ese ojo, por lo cual en el pueblo era conocido como "El tuerto Daniel”.
Esta "comparsa", como se las llamaba en ese tiempo, llevaba por nombre “La bandera Negra”. Ya que algunos de sus miembros las enarbolaban presentando en el centro de la astada y oscura tela, una calavera blanca cruzada por dos huesos, mientras todos llevaban el rostro tiznado de negro; obtenido de los fogones y cocinas de las casas donde entraban sin resistencia alguna por parte de sus propietarios. Quienes más bien se preparaban para ese día, dejándoles ex profeso algunos alimentos en las negras ollas, para que las visitas se convirtieran en un saqueo autorizado y, además, un baño obligado para los dueños y habitantes de casa; quienes disfrutaban de lo lindo de todo aquello. Aunque siempre con mucho respeto y, en aras de seguir conservando entonces, las tradiciones carnestolendas de aquellos años.
…Ya durante la noche, era costumbre ver salir por las calles hacia la plaza bolívar un tropel de gente, donde llegaban pavoneándose por las caminerías y pasillos de la misma; vistiendo sus distintos y variados disfraces. En ese momento, tal vez muchos de ellos estarían contentos viviendo su propia fantasía al poder ocultar tan convenientemente su identidad; con la que quizás, algunos hasta estarían inconformes, pero agradecidos de la época al mismo tiempo, por poder esconder sus propias ruinas detrás de esas máscaras y antifaces.
 Después se organizaban espontáneamente en diferentes grupos, para dirigirse a dos famosos clubes donde se bailaba hasta altas horas de la madrugada; siempre al ritmo de Billo’s, Melódicos, Los Corraleros de Majagual y, además con rocola. Representando cada quien sus diferentes personajes en esa gran obra teatral bufa en la que a veces, se convierte la vida; confundiéndose todo en un jolgorio, en virtud de aquel tan esperado momento.
Pero sin embargo, el único disfraz que no necesitaba ocultar su verdadero rostro, porque siempre se sabía quién estaba detrás del mismo, era precisamente el de "El Tuerto Daniel"; a pesar de que siempre se buscaba las más originales e insólitas formas de ocultar su identidad, pero nunca pudo lograrlo a cabalidad… Imagínense que una vez salió a la calle metido a cuerpo entero, dentro de la caja donde vino al pueblo la famosa nevera de querosén del señor Enrique Fernández —aquella misma que había sido presentada al pueblo en la Plaza Bolívar como una verdadera novedad, nunca antes vista; lo recuerdan…?—. Pese a su gordura, Daniel quedó cómodo dentro de la caja esa vez, pero no fue una muy buena idea la de abrirle un solo hueco al cajón y, precísamente, a la altura de su ojo bueno; porque tal vez sin percatarse, con ello tan sólo reafirmaba su condición de “tuerto” y, desde adentro, buscando despistar decía con su inconfundible voz —que; para disimular, se esforzaba haciéndola parecer afeminada—.
"…A que no me conoces…!"
Mientras el transeúnte al pasar, en seguida le respondía:
"¡Eeepa, Daniel; en verdad te queda fino vale…!"

*** EL CURIOSO CASO DE JUAN JARAMILLO:
Finalmente, me contó también Romer Requena −Ratón Cojú−, el curioso caso del señor Juan Jaramillo. Empezó diciendo que esta persona era un individuo que vivía en La Atascosa, por la calle Ribas −cerca de su casa−, pero que trabajaba en una bodega de su propiedad donde expendía víveres a la comunidad en una localidad cercana de aquí −a 8km. aprox.−, de nombre Roblecito; específicamente en una barriada de allí que se llama Costa e’ Paria.
Pues bien, continuó diciendo Romer, el señor Juan Jaramillo era un experto y auspicioso comerciante de la zona, buena gente y, bien querido entre la vecindad, que llevaba una vida normal de familia con su esposa e hijos. Además, al principio era un hombre muy católico, respetuoso, devoto creyente en las cosas y acciones divinas, muy aficionado al escudriñamiento de La Biblia. Era normal, verlo sentado en un silletón recostado a la pared de su local, leyendo el sagrado libro; mientras esperaba por la llegada de algún cliente a su bodega. Dice Romer, que últimamente cuando alguien entraba al negocio, antes de ser atendido, según la pinta del hombre o mujer que lo visitara, si no era de su agrado de pronto le decía: "Arrepiéntete!!!"
Como ya todos lo conocían, habiendo visto todo el proceso en su reconvertido desarrollo eclesiástico no le hacían caso y, simplemente, se dedicaban a hacer sus compras y se marchaban; pero la cosa con el señor Juan fue cambiando poco a poco, haciéndose cada vez más frecuente sus arranques de intolerancia, por lo que la gente empezó a decir que se estaba volviendo loco, ya que sus arrebatos bíblicos se hicieron cada vez más puntillosos y complicados —en su evidente hipocresía dizque moralizante, según decía Romer—; y, hasta se estaba tornando agresivo en lo físico con algunos clientes, que pronto empezaron a rechazar sus obstinadas disertaciones e impertinencias.
Un buen día comenzó a decir que antes de la llegada de nuestro señor Jesucristo, "quien llegará a poner orden algún día en este mundo" —afirmaba con gran vehemencia el hombre—, seremos testigo de la presencia sobre la faz de la tierra de un terrible personaje llamado el Anti Cristo, que se llevará el espíritu de las personas incrédulas a decir del señor Jaramillo, pero que sin embargo había una sola manera de salvarse de aquello; según se le habría informado a él, mediante un alado mensajero espiritual que aseguraba a pie juntillas, lo habría visitado… Decía al respecto, que la única salvación era pintar todo de color rojo, incluso a sí mismo; como una señal de sumisión ante el gran poder de Dios.
"…Recordatorio de la fe en la salvación ante el paso del Ángel de la Muerte, persuadido de su terrible misión divina tan sólo con la sangre de un cordero en las jambas de la puerta de las casas de los hebreos, en Egipto, esclavizados por los faraones en los tiempos de Moisés; cumpliéndose de esta forma la última y, décima plaga, antes de ser convencido el Faraón de darles su libertad" −Decía−.
"…Por esto les digo, ha llegado la hora!!!"
−Remataba, con marcada soberbia−.

…Así; comenzó a vociferar que el día estaba cerca, poniéndole incluso una fecha y, a medida que el fatídico límite se acercaba, aparte de volverse cada vez más frenético y agresivo comenzó a pintar todo de rojo en su bodega. Pintó de este vistoso color usando pintura en aceite, la casa completa —incluso el techo, por dentro y por fuera—; el mostrador, la armadura con sus víveres incluidas las latas de sardinas (Chaimas, y La Gaviota), los paquetes de manteca (Los Tres Cochinitos), los potes de choricitos en agua salada y, los de pepitonas que usualmente servían para pasar el ratón los borrachos… La máquina registradora con su teclado, la manivela, más el rollo de papel y hasta los números con las cuentas de los clientes deudores en él, así como los tambores de querosén con el remillón y el embudo galvanizados, usados para su manejo; también las lámparas de carburo pendientes de unas cadenas en el techo, que también fueron pintadas.
En el almacén de la bodega enrojeció los sacos de café, arroz, quinchonchos, frijoles y, caraotas; las mazorcas de maíz cariaco para el pan de horno y, los de maíz blanco y amarillo para las arepas. Pintó allí mismo hasta “La esperanza” representada en una virgen de Nuestra Señora de Las Mercedes, mantenida dentro de un nicho en una de las paredes del depósito; la cual entonces todo de rojo, también dejó.
Ni siquiera se salvó de aquella epidemia de "rojotivitis aguda”, por así decirlo, el pobre San Pedro Nolasco cuya imagen en yeso se hallaba amarrada formando un extraño manojo junto a un frasquito con un líquido cristalino −presuntamente agua bendita−, tres pencas de sábila y, el As de Oro de la baraja española; allá, por debajo de la cumbrera de la alta casa.
(...Tomada por él esta emblemática carta, antes indicada, de un mazo nuevo sin usar de la famosa marca Heraclio Fournier; según creencia sostenida por Jaramillo que entonces repudiaba y que, obtuviera desde tiempo atrás, en que anduvo por cuanto garito del llano había encompinchado con los tres hermanos Santaella; reconocidos tahúres de la vecina población de Chaguaramas —quienes sin embargo, como ya quedó dicho antes, fueron vencidos en buena lid una intensa noche de juego en su propio pueblo, por mi padre y mi frustrado padrino de bautizo; con cuyo nombre, he cargado de por vida— que le habrían contado una bizarra historia y él se la creyó, acerca de la condición de jugador de aquel personaje del santoral, mucho antes de ser llamado por los raros misterios de la religión… A quien por cierto según la leyenda se le apareció una noche la Virgen de Las Mercedes, nombre epónimo con que más tarde, se designaría al pueblo de La Atascosa a partir de algún tramo de su existencia. Tal referencia histórica fue tomada presuntamente por los Santaella, vaya usted a saber de dónde y, por qué; como un signo de buena suerte para los aficionados a juegos de envite y azar. Lo cual explica el por qué, este hombre había puesto en algún momento la extraña reliquia, allí, en los altos de su vivienda…!)
…Pero lo más grave y, dramático por demás, fue cuando se pintó él mismo y comenzó a perseguir a su mujer y los hijos; para, galón de rojo y brocha en mano, pintarlos a ellos también. Las gentes del barrio vecinos de la familia, al ver aquello se persignaban, rezaban y, elevaban plegarias al cielo para que semejante locura pronto acabara; convencidos de que semejante espectáculo tan triste y bochornoso, no podía ser otra cosa más que, obra del demonio.
…En esta parte del cuento, riéndose de lo lindo, Ratón Cojú no se acuerda si Jaramillo logró, por fin, pintar de rojo a sus parientes; cumpliendo con tan extraña promesa aquel ya desquiciado hombre. Pero lo que sí es cierto, según cuenta Romer, es que la visita del enigmático ser que vendría precediendo a Cristo Jesús para quitarle el alma a la gente de aquel pueblo, no ocurrió así… "Al menos hasta ahora…!" —Dijo con picardía, tembloroso y guiñando un ojo"—.
Dicen que en este punto, el hombre fue sometido por gente del lugar para ser conducido a la medicatura; posteriormente sacado del pueblo y llevado a la ciudad de Valencia, donde sería tratado en un centro siquiátrica de esa ciudad, en la que residía parte de su familia.
Al término de su relato, el silencioso y parsimonioso Ratón Cojú como de costumbre decía, al tiempo que se quitaba el sombrero para que le obsequiaran con algunas monedas, las cuales eran de plata esos días; entonces, lanzando lejos un chirriante escupitajo de tabaco o chimó que nunca le faltaba, terminaba diciendo y, sorprendiendo a todo el mundo:
"Usted también…!"
 ...Esto decía, respondiendo de antemano a quien lanzaba una moneda en el sombrero, quien tenía que obligatoriamente contestar en reversa: 

"Usted es un vivo, compai…!"


…Con semejante juego de frases a las que ya todos en el pueblo estaban acostumbrados, que usaba hacia adelante, atrás o viceversa, cerraba Romer su relato; para luego continuar su diario trajinar por las calles polvorientas, con su pausada marcha bajo las inclemencias del sol llanero atascoseño.

               Hasta aquí lo prometido. Continuará...!
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          ...Buenos días mis amigos. Hoy les traigo la tercera parte del capitulo numero  cuatro de mi libro "Andrómaca y Felipe",...