domingo, 30 de junio de 2019






      
    Hola mis amigos, buenas tardes. Por acá estamos una vez más, para traerles algo de mi literatura y dar por terminado, el capitulo sobre los personajes de mi pueblo; iniciado en la publicación anterior del día sábado 08 de Junio. Dejé esta parte de último precísamente, por la significación tan especial que para mí tiene; dada la cercanía que uno de los integrantes principales del citado club que allí aparece, tiene conmigo. Por ser este mi hermano. Johnny Cortez. A quien hoy dedico la presente entrega.


    1.6.-                                             —Los Personajes—

   
    *** LAS TRAVESURAS DE CARA e’ GATO y LOS DECIMARIOS:

   Muy conocido es, también, el caso del "Club Los Decimarios". Normalmente constituido por un grupo de personas asociadas de tal manera, que era casi una cofradía religiosa, aunque no por su comportamiento muy santo que digamos, sino por la rigurosidad con que mantenían sus secretos; pero sería en la perversión de las reglas que tenían que cumplir sus integrantes, en lo que más destacaban. Algunas de las cuales, que recuerde, son más o menos las siguientes.Los integrantes no podían ser más de diez. De allí lo de su nombre y, de éso, también su carácter sectario. Todos y cada uno de ellos, tenían que jugar bien: Truco, ajiley, rommy, caída y, macuare. Aparte de ser unos tomadores consumados y, con la misma religiosidad, tenían que cumplir con la más estelar de las tareas  asignada por el jefe; de robarse algún animal del patio de sus vecinos, alcanzando mayor jerarquía quien trajera las mejores piezas en el rango comprendido entre un pollo, a un cerdo no mayor de sesenta kilos.
     
   De acuerdo con su fundador, era ésta la regla de oro del Club y, jactanciosamente decía muy campante para justificarla, que con ella se preservaba la productividad del vecindario. Basándose el muy sinvergüenza en una patética norma “presuntamente de la teoría económica” la cual dicta, según él, que al moverse los inventarios automáticamente estos tenderán, nuevamente a subir; en este caso, “buscando equilibrar el sistema”. Argumentaba el muy zángano; tal vez recordando alguna lección mal interpretada, de aquellos viejos tiempos en que fue, no muy buen estudiante. Entonces tan sólo respondía ante mis señalamientos y, sin argumento válido alguno, muerto de la risa con su odiosa carcajada: Jajajaja…! 

¡Qué conveniente manera de acomodar el mundo, amigo mío! Verlo desmoronarse a tu alrededor y tú simplemente aplaudes y, sólo ríes…!” —Le criticaba yo, al susodicho jefe decimario—..

No se sabía realmente que tal cosa ocurriera allí, ni de qué, semejante manera; pues, nunca nadie fue testigo de sus andanzas en ese sentido, aunque sí se sospechaba de ellos. Pero al no haber nada concreto, mucho menos nadie descubierto, ninguno fue acusado.
Hasta que ya viejo cuando nada de aquello existía, un diciembre él mismo me lo contó al detalle; y, ahora, lo expongo aquí para todos ustedes. En aquel tiempo, de haberse dado alguna filtración en este sentido, había órdenes estrictas por parte del jefe de execrar al culpable de su lugar dentro del gremio, donde no se toleraba falla de ningún tipo que perjudicara la asociación; tan severo debía ser el trato del asunto, que hasta el saludo debía retirársele… Es que, no es para menos por cuanto estaban liderizados por un sujeto cuyas tremenduras rayaban en lo inmoral y, casi en lo delincuencial. Su nombre de pila era José.  José  De La Torre - Del Alba. Mejor conocido con el sobrenombre de "Cara e’ Gato".

Remoquete que solía usar a la hora de presentarse, al parecer como una manera de simplificar su pomposo nombre; al menos cada vez que podía. Que según dicen era porque no estaba contento con sus raíces ibérico-moriscas, que para su despecho afloraban con tanta facilidad de sus facciones y, estructura corpórea; a tal punto que yo, cuando pequeño, quedaba fascinado con sus disfraces carnavalescos de jeque árabe, unas veces. O; de Patriarca beduino, en otras. Los que tan bien le sentaban.
  Al recordarlo con tan costosos atuendos, hoy me lo figuro en su escena favorita que a veces solía representar, sobre todo junto con los flamantes integrantes de su famoso club, que actuaban en ese momento haciendo el papel de su guardia personal —nosotros; quiero decir yo, y mis amigos aquí señalados, al no ser invitados, veíamos todo a través de un hueco en el techo, a oscuras y, encaramados sobre unos árboles—; ricamente trajeados para la ocasión y, equipados con armas postizas medievales tales como espadas, cimitarras, alabardas, partesanas, y naginatas… Para entonces invitaba a un grupo de las muchachas más bonitas del pueblo con las que luego se sentaba sobre una mullida alfombra con las piernas recogidas y, su voluminoso cuerpo de Sultán parcialmente recostado sobre unos cojines tubulares, forrados en tela, estampada con brocados; tomando de una copa rodeado de aquellas chicas disfrazadas como sus esposas a la usanza de un harem particular… De las cuales algunas con los mejores cuerpos, danzaban gustosas para él cual odaliscas con el rostro bellamente maquillado y, semi velado por una diminuta pieza de tul, que caía sobre sus lindos ojos; ataviadas con trajes levantinos en suaves y coloridas telas, a través de las cuales se transparentaban sus partes íntimas en el sugestivo tintineo de dorados cascabeles, resaltando el brillo de una piedra preciosa de regular tamaño, colocada sobre el ombligo a modo de un "piercing" —cuando estas cosas ni remotamente, eran conocidas por aquí entonces; al menos no, con este nombre—.

La habitación donde se hacían tales representaciones, después también abierta para todas las personas del barrio y, no ya en presencia de las alegorías teatrales tan estrafalarias y exclusivas que solían interpretar, era un amplio salón donde funcionaba el famoso Club; decorado entonces para la ocasión con las más vistosas bambalinas de colores y, para el pleno disfrute de grandes y chicos en el vecindario. 

Había cualquier tipo de bebidas, chucherías, pasa-palos, shows de magia en lo cual el jefe era muy bueno y, música bailable donde todos los invitados en especial los integrantes del Club, lucían sus mejores pasos tratando de impresionar a las chicas y hacerse de todas ellas, so pena de ser castigados con una severa multa por parte de su líder Cara e’ Gato, si dejaban mal parado el prestigio de su hermética organización; que por nada del mundo debían dejarse arrebatar la fémina que les fuera asignada, con la venia del dadivoso anfitrión. 

Los costos de todo aquel despliegue de tan bondadosa entrega en tales individuos siempre intrigó a muchos en la c, que no lo podían entender, sobre todo aquellos vecinos que habrían sido víctimas de sus presuntas pillerías; en sus corrales y patios. Unos tipos que durante todo el año se comportaban como una calamidad pública y, por lo cual se barajaban muchas teorías al respecto, cada una cual más estrafalaria que la otra; sin embargo para no meterse "pa’ lo hondo", como quien dice, preferían dejar las cosas de ese tamaño y, más bien, se olvidaban de todo sumándose al jolgorio.

Al día siguiente de toda aquella puesta en escena, lo que seguía era prácticamente el caos, para cerrar con broche de oro las fiestas de carnaval. Para entonces iban todos descalzos y sin camisa; sólo llevaban un precario pantalón, con el rostro tiznado, o pintarrajeado con colores vivos y un trapo a modo de turbante sobre la cabeza. Todo aquel que se aproximara al lugar era sometido entre varios y, si no accedía a dejarse bañar, entonces se le rompía la camisa que vistiera, encima, sobre su propio cuerpo; luego pintado, y su ropa exhibida sobre una cuerda que previamente era colocada desde el día anterior entre dos postes de la luz eléctrica, frente a la sede del fulano club.
    
Según Cara e ‘gato, el poner la cuerda desde un día antes entre los postes, servía precisamente para aumentar la tensión, el temor y la zozobra, entre quienes rechazaban este tipo de conducta que como ya dije, andaba muy cerquita de lo delincuencial; por sus características barbáricas reñidas con la moral, las buenas costumbres y el respeto debido, a la intimidad de sus conciudadanos.
    Por fortuna un buen día sin ningún tipo de explicaciones, el fulano club amaneció cerrado, gracias a Dios para siempre. En realidad aún no se sabe qué pasó, cosa que tampoco quiso confesarme el informante. Pero se maneja la especie de que su madre según me lo dijo Johnny después, más adelante —otrora integrante del club y muy amigo del jefe—, avergonzada con sus vecinos y cansada de tanto pedirle al hijo que depusiera tales actitudes y, nunca este hacerle caso, finalmente sería escuchada por el desadaptado Cara e ‘gato. Extrañamente un mes después, una vez cumplido su más caro deseo, la avergonzada doñita falleció en brazos de El Señor.




...Y; bien, colorín colorao. Ya lo saben, hasta la próxima...!


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