sábado, 25 de diciembre de 2021

 



     ...Bueno amigos, por aquí de vuelta con ustedes, para continuar con la presentación de mi segundo libro: ANDRÓMACA y FELIPE. Del cual ahora les traigo, el capitulo número 4. Pero no antes de desear a todos ustedes, una ¡Feliz navidad!


                           4.-     —La cura de una Traición—

     Posterior a la bochornosa separación de Felipe ante la impávida presencia de su señora esposa —una cosa que ella esperaba, aunque en el fondo nunca quiso que ocurriera—, consecuencia por supuesto de sus malos actos y, provocando por ello el doloroso rompimiento con sus hijos, a partir de allí todo sería para él en la vida por venir, una terrible y acelerada caída libre.

     Seguidamente ya con los meses y, hechos los arreglos abogadiles de ley en estos casos, la vida de la señora Andrómaca por su parte, siguió su curso en un mar de incertidumbres; encerrada dentro de su casa, en los predios de su redefinida finca,  “La Nueva Gomera”.

     Justo en aquellos días, posteriores a tan dramático trance, la infortunada Andrómaca recibió sendas cartas de consuelo de parte de sus dos hijos, quienes aparte de consolarla y desearle fortaleza para la superación de aquella mala hora que estaba viviendo, le prometieron una pronta visita. Razón por la cual, la mujer empezó a preparar la casa para la llegada de sus muchachos.

      Tal parece que se hubieran puesto de acuerdo los dos hermanos, puesto que su arribo fue un mismo día, tan sólo por escasas horas de diferencia, entre uno y otro. Con el arribo de nuevo a casa —primero lo hizo Leoncio, que aunque era el Párroco oficial sin embargo entonces no estaba en el pueblo. Ya que por mandato de la superioridad tuvo que ausentarse de su trabajo por varias semanas para cumplir con una labor especial encomendada en la ciudad de Caracas; dejando en su lugar un suplente. Poco tiempo después de ser recibido con alegría en días pasados, por toda la feligresía. Luego lo haría Wenceslao, hecho ya un flamante ingeniero petrolero; lo que siempre quiso ser—, su madre se las arregló para parecer calmada  ante la presencia de los dos jóvenes. Ambos de inmediato con sólo llegar, se abrazaron a ella haciendo votos porque tomara las cosas tal y como se lo habrían recomendado que lo hiciera, en sus cartas previas.

     Después de los abrazos y saludos de rigor, Andrómaca en reunión privada con ellos se refirió en detalle a las posibles causas y consecuencias de la actuación de su marido Felipe, a su real modo de ver el asunto; ahora más sosegada y, con la cabeza fresca. El que poco a poco había venido cambiando en su conducta hacia ella, pero entonces sólo lo veía como una consecuencia natural de la presión en el trabajo, hasta que las cosas fueron tomando otro color degenerando en el posterior desenlace que ya ellos conocían; según información suya suministrada en sus frecuentes comunicaciones escritas, en los días y meses posteriores a la separación.

 ...Fueron puestos en conocimiento de forma directa sobre todo lo ocurrido y, en esa misma conversación también se habló sobre la situación económica y  legal de la familia, en cuanto al destino de las posesiones del frustrado matrimonio; dejando en claro por otra parte que lo que le quedaba de su amor por aquel hombre, ella misma sabría cómo ir apagándolo. Puesto que la decepción causada en ella con sus actuaciones últimas, no le dejaban ahora más remedio; ni tampoco otro camino.

     Estaba entonces pues, la señora, resuelta a romper todo vínculo o lazo de conexión con el otrora llamado "hombre de su vida", pugnando porque no fuese ahora también el de su muerte. Por tal motivo en adelante, se vio más decidida y, pragmática, en el modo de conducir los asuntos de las propiedades y los de su vida misma. De aquella reunión con sus hijos había salido con más fortalezas que debilidades. A tal punto que hasta el personal de la finca tanto hombres como mujeres, celebraba su nueva actitud ante la vida, algo que podían percibir a cada instante y, se hacía patente en muchas de las presentes actuaciones de la señora de la casa; una cosa positiva que esta gente a su vez le manifestaba y hacían saber a ella, además. Cada vez que podían.

     Todo era como un circulo gracioso que se retroalimentaba con la energía, siempre positiva, que emanaba de cada persona con la cual la señora Andrómaca tenía contacto por aquellos días.  Fue en esta nueva etapa de su vida, que ella comenzó a considerar una vez más, pero entonces como una forma de escape a la situación presente, que de nuevo la vida en el circo pudiera ser definitivamente el remedio a los males que hasta el momento venía experimentando. La única cura posible para la odiosa situación por la que estaba atravesando.

 …Por cuanto:

     Pensaba una vez más en la actividad circense, como en los buenos tiempos; aunque hoy sería como la cura a la traición, por parte de Felipe. Sin embargo, tal como en el pasado fuera imaginada y, vivida, en sus tiempos de juventud; exenta de tantos pesares y temores. Ausente de los dolores y penurias de este mundo, propio de las personas comunes y corrientes que por lo general, son quienes engrosan las filas de espectadores sobre las gradas como una forma de evadirse del mismo; una cosa que también, de alguna manera contagia a los actores sobre el escenario. Igualando sus vidas entre unos y otros en un solo y único drama; pero pudiendo conseguir al mismo tiempo y por igual, en la cálida esperanza del circo −evocaba−, la poción mágica curativa para todos como la segura eliminación a sus problemas.

     Recordando igualmente la calidez de la gente en sus presentaciones de antaño, lo que vendría de nuevo a significar para ella no sólo la razón de ser de su vida, como lo fue antes, sino que además actuaría con la misma efectividad del bálsamo milagroso que los duendes del circo untarían sobre su mortal herida. Al verla sufrir de este modo debido a la artera puñalada infligida inesperadamente, por la siniestra mano de Felipe; consecuencia directa de ello, entonces ésta, su mala hora…!)

…Pero semejante idea, sabía ella tendría el rechazo y la resistencia por parte de sus hijos; quienes entonces no estarían dispuestos a aprobar de tan buena gana, el que su madre se embarcara de nuevo en un proyecto de vida nómada, etéreo, fugaz, trashumante. Según ellos así lo verían. 

 ...Que si bien lo valorarían por saber cuáles eran sus raíces, afincados en sus múltiples recuerdos gratos con que ella supo arrullarlos cuando niños, y mediante sus increíbles historias contadas en las múltiples referencias fotográficas atesoradas en gruesos álbumes familiares —en que se la veía por doquier junto a sus propios padres, los legendarios abuelos—, quizás ahora más bien los conduciría a una ruptura total; donde quizás hasta ellos mismos quedarían al garete en la vida de esta burlada, hoy desconcertada mujer. Quien, con  tanta fe en el amor por aquel hombre −Felipe−, creyó que nunca en su vida pasaría por tan odioso trance.

     La señora viendo entonces el lado negativo que podría tener tal confesión a sus hijos, más bien optó por callar, al menos por el momento; esa idea que bullía como vapor  presurizado en lo más recóndito de las calderas de su mente.

   Luego Andrómaca un tanto preocupada por su temor a fallar en un momento tan decisivo y, apelando justo ahora a su instinto maternal por una parte pero también al comercial por el otro, decidió más bien aprovechar la presencia de sus dos queridos retoños que tenía en casa, hechos ya unos hombres consumados cada uno con una sólida posición por delante en la vida; que ambos habían sabido labrarse con tanto esfuerzo. Para pasarla bien entre todos, junto a sus empleados de la finca.

  …Porque era a estos también, a quienes ella quería agasajar, aprovechando esta visita; y, en agradecimiento a su lealtad, más que por ser buenos trabajadores. Valioso atributo adicional puesto de manifiesto hacia su persona y no por Felipe, en el momento decisivo de la partición de la finca; cuando sólo los mejores decidieron quedarse con ella.

    Entonces llamó a don Silvestre Carpio quien era el encargado, y le ordenó mandara a sacrificar una res e hiciera los arreglos para la celebración. Pidiéndole además que trajera a su primo Joseíto al que llamaban “El Canelo”, maestro arpista de gran trayectoria en todo aquello; para que amenizara la velada con su conjunto musical.

   ¡Ande pues, Clemencio; caray…!   —Dijo don Silvestre—. Vaya y traiga ligerito al primo Joseíto, con sus muchachos y su arpa, para que armemos un parrandón. ¡Muévase pues, ya escuchó a la patrona…!

  ...Cursó invitación la señora Andrómaca, también, a las esposas e hijos de todos sus trabajadores para que asistieran al ágape. Al mismo tiempo que, ellos mismos, llenos de alegría y entusiasmo procedían a adornar los corredores de la casa, para luego ir a vestirse con sus mejores galas según la ocasión; nunca antes vista en aquel lugar, después de su matrimonio.

    Mientras hacían los preparativos, Leoncio y Wenceslao se mezclaron con la gente sencilla, hablando con mucho cariño entre todos al tiempo que  también apoyaban en los arreglos del lugar, con lo que su madre se veía sumamente complacida, y alegre. Tanto, que al verla moviéndose de un lado al otro dando instrucciones para que todo quedara bien, se percibía en ella un gran entusiasmo y, nadie se imaginaba el calvario que hasta ayer había vivido; que con certeza supo posponer, al menos de forma temporal, inspirada precísamente en la cercanía de sus muchachos. Que por su parte no dejaban pasar ni el más mínimo detalle para hacerle saber cuánto la amaban.

    Apenas terminaron de colocar las últimas bambalinas y todo quedó a punto para la celebración, de pronto se apareció Clemencio con Joseíto y su conjunto tal como don Silvestre Carpio le había encomendado que lo hiciera y, a su vez volvió a pedirle a Juan Castrillo, para ganar tiempo según dijo, que preparara ya “la ternera” —era éste, el nombre que se le daba a una especie de festín popular multitudinario donde se comía la carne asada de una res completa, tierna y únicamente salada; acompañados sus trozos sólo con pedazos de cazabe—, porque empezaba a notar que el viejo zamarro estaba un poco quedado y además, se hacía el de rogar; contestando aquel entre dientes con algo indescifrable que no se entendía lo que era, enredada la lengua como la tenía en medio de una pella de tabaco que nervioso y alternativamente hacía pasar por los carrillos de su boca. Llegándose a distinguir, sólo al final, una pequeña parte de su indescifrable retahíla, donde le decía a su amigo de toda la vida que se quedara quieto, porque él sabía perfectamente lo que tenía que hacer cuando se trataba de su trabajo. Razón por la cual sin embargo, fue necesaria la intervención de la señora Andrómaca para zanjar el pequeño diferendo entre estas dos personas queridas y, las de mayor antigüedad trabajando allí, en su propiedad.

   Una vez lograda por su intermedio la activación del asador de postín que tenía la finca, uno sin igual en muchas leguas a la redonda, éste de inmediato se centró en la preparación de la res ya beneficiada. Dispuesta y lista para hacer de ella una verdadera delicia en sus manos, cuyos canales estaba autorizado el señor Juan para empezar a aderezar, y asar, justo ahora mismo; de acuerdo con las directrices de la propia señora Andrómaca y, mientras esto hacía, acompañaba su laboriosa tarea con total entusiasmo inspirado quizás ahora sí por la orden personal recibida de quien para él, era la única persona de quien recibía órdenes. “La dueña del circo, pues...!” Solía decir.

 “…Ruciándose el galillo”, tal y como él mismo lo decía tan jocosamente, con espaciados sorbos de una cerveza bien fría que al principio tan sólo usó −literalmente−, para  enjuagarse la boca y quitarse el sabor de las trazas del tabaco. Desperdiciando así la inicial, pero que poco a poco se irían incrementando en intensidad y frecuencia con otro fin, ya buscando alegrarse, para luego rematar con unos tragos de espirituoso licor mucho después; hasta sentir prendido el aire contenido entre su pecho y espalda.

 …Enfrascado como estaba en torno al fragor de las llamas vivamente encendidas, cuyos reflejos se dibujaban curiosamente sobre su zanjado y sudoroso rostro; haciendo que se viera al viejo Juan Castrillo, ya “bastante sabrosón”, como un duende travieso que jugaba burlón con la hechura de su juguete predilecto, pero moviéndose con precisión alrededor de la candente fragua.

   …Mientras tanto, los músicos recién llegados tomaron posición en torno al lugar que previamente se les tenía preparado, en un amplio rincón del patio debajo de un techo entejado, arrancando de inmediato con la música que llenó de alegría y entusiasmo a todos los presentes y, también a los invitados, que empezaban a colmar los espacios. Donde ya se percibía también, traído por la brisa vespertina, el agradable y característico olor de la carne asada que esa tarde, todos disfrutarían.

    Otra parte de la actividad se daba en los corredores que tenía la casa alrededor del gran patio interior, dividido en dos partes iguales; una con el piso adoquinado cubierto para la ocasión con un techo portátil de lona a franjas, donde estaban acomodadas las mesas de los invitados; mientras la otra al natural directamente en tierra, tenía al centro tres grandes árboles frutales propios de la zona, que bañaban con su sombra todo el ambiente; sobre el lugar donde se darían cita las parejas bailadoras… Que al ritmo de las ejecuciones del maestro Canelo y sus muchachos, ya se animaban a ir desgranando sus más variadas figuras llevadas en cabalgata sobre las notas del pentagrama musical llanero; impreso por los viejos ancestros del músico ejecutante de esta jornada, en sus prodigiosas manos de firmes huesos y largas uñas. Diáfanas como el cauce de las aguas del Portuguesa, limpias como los soleados campos de su querido Guanarito. Dentro de las cuales desfilaban: El joropo, el zumba que zumba, el San Rafael, la quirpa, el corrido, el carnaval y el gabán; junto a los melosos y nostálgicos pasajes.

   …Acelerando de tal manera con cada pieza del maestro arpista, el torrente sanguíneo de los cuerpos danzantes entre la polvacera. Despierta ya la canícula interior en muchos de ellos con alternados tragos espirituosos por una parte, pero también, por el aroma del aliento en el contacto corporal cercano de los enamorados; y, en la esperanza de unos seguros besos ya en su anhelada intimidad. Tornándose los hombres aún más agresivos en sus lances y escobilleos, afirmados por vigorosos zapateos que al unísono se escucharán airosos hasta en el más remoto rincón de la sabana.

  …Para luego caer exhaustas las parejas enredadas en mutuo abrazo, aturdidas de la emoción. Dando ahora giros suaves y acompasados empapados en sudor mientras se dejan llevar de la mano por un lindo pasaje, interpretado magistralmente esta vez por la romántica melodía del gran Raúl “del Campo” Velis;  apodado “El Cristofué de la llanura”. Invitado especial del arpista. Celebrado cantante de la región que una tras otra va desgranando sus propias letras con su peculiar estilo, que tanto lo caracteriza; y, la rara aunque acertada mezcla en su voz, de canto campesino con el lirismo de los grandes del bel canto.

…Entonces el viejo Juan Castrillo ya había empezado a cortar los sabrosos bocados de su candente obra culinaria, a los que sólo él, sabía darles ese toque tan especial que tanto apetecía; al más exigente de los comensales.  Explicando sobre la marcha ante las preguntas del joven Leoncio a su lado, que entonces se esforzaba por descifrar las palabras del ducho asador al recogerlas tal cual las expresaba en su pequeña libreta de campo, que después pondría en limpio sobre las perfumadas páginas de su diario en el solaz reposo de su oficina de trabajo; de donde algún día –solía decir−, emergería su gran libro que tenía en mente, acerca de las más variadas costumbres del llano y los llaneros.

 (…Para el buen logro de todo esto, así como yo lo hago —decía con orgullo el señor asador, ya con la lengua prácticamente anestesiada por la bebida—, hay que ponerle especial cariño a los detalles:

 …Como usted ve —explica con respeto al joven Cura—, se seleccionan unas buenas varas usualmente de punteral bien seco y, con uno de sus extremos labrado en punta se ensartan en ellas grandes piezas de carne, limpiamente cortadas, sazonadas únicamente con sal semi gruesa, como ya se dijo; disponiéndolas luego oblicuamente para un perfecto balance y, en forma de cono, amarradas todas en un lazo flojo común en la parte superior mientras las puntas opuestas al amarre, de unas cinco o seis de ellas con la carne ensartada, se abrirán como trompeta hacia el suelo clavándose en la tierra; donde todo se auto soporta por su propio peso.

   …Luego en el centro de esa estructura cónica que se ha formado y, también desde sus lados, se coloca una buena cantidad de leña seca dentro de las cuales “me gusta mucho el cujiyaque” −recalcaba don Juan−, porque arderá como la yesca generando suficiente caloría que se transmitirá de forma pareja hacia la carne; la cual por supuesto deberá ser rotada de vez en cuando para asegurar su adecuada cocción de una forma pareja… Je,je, je! Así es como se hace esto, sí señol…!” —Remataba diciendo, moviendo la cabeza de arriba hacia abajo y, también el mentón, como si comiera algo invisible que no podía saberse lo que era.

 …Sería entonces esta la sencilla explicación de la técnica del asador del viejo Juan Castrillo, deducida de lo que no sin esfuerzo aconsejaba a viva voz, para estos casos; escrita en notas textuales tomadas en persona por el joven Cura Leoncio Gómez Katay, a quien tanto apetecía la carne cocinada con dicha técnica. Brevemente corregidas por razones obvias para el consumo posterior, aunque sin alterar su original esencia —según una descripción hecha por el propio asador sin tomarse ni un solo trago más a partir de dicho ejercicio, obviamente por respeto a su acompañante de lujo en aquel momento; “porque la gente del llano puede ser analfabeto pero eso sí, nuca falto de respeto sabe....?” —Dijo el viejo, conmovido).

   …Acto seguido, escribiría el religioso como complemento a la explicación anterior, lo siguiente:

   …La carne ya lista, continuaba dictando don Juan para el Curita, se sirve sobre un generoso pedazo de cazabe “tomado de ahí mismito, de una de las tortas del bulto montado sobre esos guacales; —dijo, con los belfos ya resecos por la abstinencia forzosa y, señalando con la afilada punta de su cuchillo, refiriéndose a un enorme paquete envuelto parcialmente en papel kraft; en un rincón—; el cuál además actúa como plato y, sólo deben usarse por cubiertos los propios medios que papá Dios nos ha dado. Como son las manos y los dientes. Y; buen provecho…!” 

   ...Terminaba diciendo, el detallado instructivo.

  Ya en el furor del baile, con los frenéticos zapateos de los bailadores a suelo pelado,  se levantaba una persistente aunque tenue, nube de polvo, que empezaba ya a molestar a los convidados; especialmente las damas más emperifolladas, que de continuo se tapaban la nariz con sus rosados o muy blancos pañuelitos y, para cuando el polvo impulsaba a la señora Andrómaca a también hacer lo mismo, ella discretamente daba la orden con un delicado ademán o respingo de su nariz a alguno de los muchachos que correteaban por ahí, a su lado. Casi todos eran sus ahijados, que alborotados tramoliaban con sus cachetes lustrosos, un buen trozo de carne asada.

  …Entonces la titánica tarea de aplacar la tierra de los bailes, oficialmente era asumida de forma voluntaria por “Tito” Collazos que nunca se peló uno de éstos. Por cuanto siempre le gustaba estar en las cercanías de la señora Andrómaca; su madrina de bautizo y confirmación, a quien nunca abandonaba. Normalmente sentada junto a su propia madre Hipólita Collazos, que trabajaba allí mismo y que además, reforzaba la orden con una señal tan sólo entendible en su peculiar modo de comunicación. Decía el muchacho sentirse orgulloso de llevar el mismo nombre que su querida madre; una negra costeña colombiana que tenía años ocupándose de la cocina, primero en La Gomera original y, ahora en la parte con nuevo nombre heredado de aquella, a raíz de la partición de bienes de los esposos Gómez - Katay.

                                                         ...Continuará.

viernes, 17 de diciembre de 2021

 

     

         ...Y de nuevo, por aquí les traigo la continuación y, punto final del capítulo:

 

                                    1.3.-         —La Confesión—

   ...Como murciélagos colgaban Felipe y Anguito de aquellos árboles, en silencio para no importunarse uno al otro; una vez más. Mientras el primero, se retrotrajo de nuevo en el tiempo, para retomar el momento aquel de la famosa envestida de “Corneto”, el burro que solía montar su amigo de aventuras; contra la asustada esposa del telegrafista del pueblo —asunto que había quedado pendiente, lo recuerdan?

 …Está bien; ahí les va:

“…Anguito no pudo evitarlo entonces, aquel día, pese a sus denodados esfuerzos, porque ya Corneto lo había decidido así por cuenta propia; introduciéndose violentamente a la casa del señor Finnamore, el temido operador de la oficina del telégrafo en el pueblo. Pero, qué había pasado…?

 …Bueno, resulta y acontece que el señor Liborio Lezama solía castigar con ayunos forzados a aquellos ejemplares de su arreo que le reportaran un menor rendimiento en la faena; por lo que ese día, el inquieto borrico del gran estropicio venía de ser sometido a tan despiadada práctica por parte de su amo… Según dijo, por habérsele caído una carga de auyamas y patillas perdiéndose más de la mitad de las mismas; al ser pillado el Corneto flirteando alegremente y en sus tremenduras con Micaela. Una prometedora chica de sus amores que marchaba justo delante y, muy cerca de sus belfos, el día anterior cuando entraban al pueblo —aseguró don Liborio.

     Por eso era tanta el hambre que aquel pobre  animal tenía, que no pudo resistirse al colorido y rico aroma emanado del racimo de topochos pintones llevado con tanta gracia por Domitila, la esposa del telegrafista. Cuando entonces caminaba muy tranquila la descuidada mujer, moviendo sus caderas acompasadamente y, agarrando la carga con una de sus manos, sobre un rollete en la cabeza; mientras con la otra se sostenía la floreada falda del vestido de satén que con tanta gracia lucía, tratando de evitar que la brisa de medio día la desnudase por completo. Pero fallando precísamente en  su cometido, al no lograr con su accionar lo que deseaba y, dejando por lo tanto al descubierto la frutal redondez de sus nalgas envueltas en la suave y tersa tela de su estreno de domingo; aquel ventoso día.

…Acto seguido, Corneto, embriagado tal vez por la abstinencia de negados bocados que requería con tanta urgencia, al ver aquello arremetió con furia en pos de la desprevenida dama. Evocando con ardor el dulce sabor de los topochos ya por madurar que cargaba ella en la cabeza y, las crujientes y redondeadas viandas representadas por las ricas, firmes, y sugerentes auyamas de ayer —como las que cada año se daban, en los conucos de su maluco  patrón, “pensaría el bruto animal”; resentido tal vez, por la actitud de don Liborio—; tal cual aquellas que miraba con desesperación cuando caminaba entrando al pueblo, en fila india detrás de la burrita Micaela, que las cargaba con tanta hidalguía contorneándose a placer bajo su enjalma. Para tortura de Corneto y, el beneplácito de don Liborio.

…Pero justo cuando Domitila se disponía a abrir la puerta de su casa para entrar, se percata del tropel causado por unos animales en frenética carrera por el medio de la calle, sintiendo que uno de ellos la empuja hacia adentro con inesperada violencia; haciéndola perder el equilibrio. Cayendo a horcajadas sobre el suave cojincillo de un taburete en la sala, con la falda de su lindo vestido volcada de revés sobre su cabeza; mientras el racimo que llevaba, en un inusitado vuelo fue a parar a varios metros de la asustada mujer.

     Entonces el jumento, Corneto, enervado por un conjunto de embriagantes sensaciones reprimidas y, libre ya de su jinete que también voló por los aires, quedó plantado en la sala con las patas abiertas temblando del coraje y la emoción; armado peligrosamente con su curvada cimitarra lista para ser usada en batalla. Henchida de pasión entre sus ijares, buscando satisfacer cuanto antes sus más apremiantes urgencias; por lo que se decidió en primer lugar y, creyéndose con total autoridad, morder el apetitoso racimo que traía la doña en la cabeza. Entrándole con furia por uno de sus flancos más dorados, arrancando de un solo tajo una mano completa que devoró con total desesperación.

     Al tiempo que el pobre burro, ya satisfecho de su urgencia más apremiante y, entonces más tranquilo, se apiadó de la mujer que asustada ante aquello, lo miraba con sus ojos como un dos de oro; empezando por desinflar su aparatoso artefacto de guerra; el cual dejaría reservado, sólo para su amada Micaela —pensó; pero, como dice el dicho: “Una cosa piensa el burro y, otra, el que este lleva encima”. Porque después de éso, don Liborio se lo vendería a unos arrieros, para saldar las cuentas por causa de sus estropicios; quedando separado a partir de allí, de su burrita amada.

     Mientras tanto, poco después llegaría en auxilio de la atemorizada mujer, dando la cara ante tanta vergüenza y, adolorido aún por la caída, el también asustado Anguito quien no hallaba palabras de aliento y disculpas qué ofrecer, para con la señora Domitila;  logrando sostener con firmeza al alocado borrico, con el apoyo de su amigo de aventuras que acababa de entrar al lugar del desastre; a tiempo también para ayudar a la señora a incorporarse nuevamente, de su vergonzosa posición en el banquito.

…Lamentablemente, aquello fue el fin para el pobre Corneto, que luego fue puesto en venta junto con la mitad del arreo del cual formaba parte, para poder pagar los daños causados por su inmoral e inusual arremetida. Donde se contabilizó, además del vestido dominguero de la doña cuya saya quedó hecha un jalembe, unas cuantas piezas dañadas de su preciada colección:

…Buena parte de la vajilla holandesa de su regalo matrimonial que había en un “seibó”, al cual se le quebró también una de sus torneadas patas al caer; la pérdida de dos lámparas de carburo que resultaron arrugadas en su bruñida estructura de cobre y, rotas sus doradas cadenas de donde pendían colgadas en el techo, además. Decapitación de la fina representación en porcelana china de un remilgoso gato blanco de cuello largo, que reposaba en actitud displicente sobre un pañito bordado en una mesita de esquina, con la pepa de los ojos más redondos que una  parapara. Serios destrozos en el mueble portugués de la vieja piedra de filtrar el agua, que igualmente resultó averiada, quedando esparcidos por el piso sus delicadas partes, salvándose tan sólo la jofaina y el platón porque eran de un excelente alabastro.

 …Aparte de todas estas tropelías, estaban también los daños en dos cigarreras de lujo enchapadas en plata mexicana; y, serios destrozos al delicado carriel colombiano, de charol, que solía llevar en sus furtivas salidas especiales el señor telegrafista… “Según las malas lenguas y que, cuando se aventuraba por los lugares de tolerancia en el pueblo —cuyas preferencias, decían, era de su agrado uno llamado Los Paragüitos—; obviamente a espaldas de su mujer, el muy zángano”.  

…A causa de tales disparates ocasionados por la osada y violenta intromisión de Corneto, entonces con Anguito a cuestas, fueron necesarias las requeridas disculpas que por obligación estaría forzado a rendir el propio señor Lezama en este caso, ante la señora Domitila y su esposo el telegrafista Finnamore. Que aquel penoso día por cierto y, “curiosamente en domingo”, no estaba en casa, porque estaba en el trabajo retocando el aviso oficial —era lo que le habría dicho a su mujer aunque, ciertamente cargaba terciado su carriel colombiano ese día; un detalle que lo "incriminaba", haciéndolo sospechoso—, que servía para señalar al público la ubicación de la casa donde funcionaba la oficina del telégrafo; sede de aquella mítica ingeniosidad tecnológica del siglo diecinueve, ya en declive para ese momento, orgullo sin embargo del señor Finnamore.

     Siendo únicamente él, además —he allí, su infalible salvoconducto, justificativo de sus repentinas e inefables desapariciones de casa—, quien tenía la pericia y destreza derivada de sus conocimientos adquiridos cuando joven, en las Artes Gráficas y del Fuego; estrictamente requerida para la tarea de restaurar cada cierto tiempo el viejo aviso de peltre, hecho en Italia.

 …Una verdadera reliquia de la historia. Tal vez el único de su clase todavía en uso,  pintado de color azul sobre un blanco sucio que identificaba su lugar de trabajo; en el que podía leerse, centrado en la parte superior: REPÚBLICA DE VENEZUELA —en letras mayúsculas azul marino, sobre fondo blanco; flanqueadas a izquierda y derecha por un grabado del escudo nacional, en el mismo tenor—. Más abajo, al centro,  tenía escrito en letras más grandes, pero al mismo estilo de arriba: TELEGRAFOS FEDERALES.

     Al pie del aviso curiosamente decía, en letras más pequeñas, también azules y, al centro: “Gran Estado Miranda”. Afirmándose efectivamente aquel aviso, también, como una clara aunque patética muestra de los desvaríos políticos decimonónicos; de la era Guzmancista.

 …Que lo convertía en una verdadera rareza, aún en uso. Tenía además, un borde a modo de margen en línea pespunteada del mismo color azul, a lo largo del perímetro en blanco del gran aviso; lo que en general hacía verlo, como una enorme estampilla. Por lo que la gente ya sabía adónde dirigirse, con sólo ubicarlo visualmente a lo lejos. Lo cual era simplemente, un sello postal colgado perpendicularmente contra la pared de una enorme casona de bahareque en la Calle Colombia; que era donde quedaba la vetusta oficina telegráfica del señor Finnamore en el pueblo de La Atascosa.

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…A todas éstas, por eso es que, para suerte de los traviesos amigos entonces en apuros y, del mismo señor Lezama, el viejo telegrafista quien tenía fama de muy estricto no vio lo ocurrido a su amada “Domi”, como él llamaba a su esposa por cariño; porque si no, quién sabe qué más habría pasado. “…Tal vez, hasta una fea tragedia…!” —Pensó Anguito, angustiado; recordando el revólver que solía llevar el don en la cintura y, cuya cacha se le veía claramente por encima del cinturón—. Entonces, apenados y adoloridos los dos muchachos fueron llevados ante sus padres, quienes les dieron un castigo ejemplar.

     Pero todo éso, se imaginaba Felipe, tan sólo fue un juego más en comparación con los sufrimientos de adulto que ahora estaba enfrentando, derivados de su falta de previsión, de sus flaquezas humanas en algún momento y, sobre todo, por no coger consejos como bien lo decía su abuela; cuando inclemente, parecía recordarle la advertencia preferida que solía usar en estos casos. Amartillándole en las sienes sus ponderadas palabras, misia Heriberta, que a través de sus características expresiones se enfrascaba tozudamente en señalarle una lección de vida la cual siempre era usada por ella, como tesis y antítesis simultáneamente, para referirse a un mismo problema; en el marco de su sencilla pero eficaz filosofía existencialista de vida.  

 …Algo que obviamente, Felipe nunca aprendió; confirmando fatídicamente lo que la anciana tanto le decía:

“…Ayayay mihijito, ayayay…! Es que  naiden,  pero naiden, escarmienta en cabeza ajena. Uhmjú…!”

…Y; pensando en eso —de nuevo mientras aún colgaban en el alzapiés—, Felipe hizo contacto con la realidad de manera forzada cuando de pronto, se vio obligado a caer como un vulgar y pesado fardo sobre el duro suelo; amortiguado el golpe tan sólo un poco, por la maleza más abajo. Mientras a su lado, entre él y su amigo también con expresión de sorpresa, estaba parado con cara no de muy buenos amigos el mismísimo señor Sabino; su implacable Can Cerbero. Con la bácula colgada en bandolera sobre su enjuto cuerpo, cruzado el huesudo pecho por una horrible canana full de municiones que incrementaba aún más su talante intimidatorio y, lo hacía aparecer ante ellos al mismo tiempo, más que todo por su actitud violenta y desalmada, como la viva imagen de un guerrillero mexicano de las oscuras soldadescas de Pancho Villa en su etapa de bandidaje. Durante la llamada Revolución Mexicana.

 …Empuñaba un filoso cuchillo en una de sus manos —usado allí mismo para cortar las cuerdas, provocando así nuestra aparatosa caída al suelo—, mientras en la otra llevaba un rollo de soga, con la que nos amarró espalda con espalda para llevarnos obligados a casa; sometiéndonos de este modo al bochorno cuando todos nos vieran entrar al vecindario, buscando borrar en nosotros las ganas de volver a cometer la misma torpeza de hoy. Mensaje de advertencia extensivo para otros más en el pueblo, que osaran llevar a cabo por cuenta propia alguna aventura similar a la nuestra.

 …Entonces, ya en barrio, vociferaba el hombre a los cuatro vientos a cada paso que dábamos, con mucha dificultad por cierto, al menos para nosotros que íbamos unidos de semejante manera:

“…Esto es para que aprendan a ser hombres de bien. Vagabundos, irresponsables. Vamos a ver que dirán sus padres cuando los vean; que aquí se los traigo…!”

     ¡Grandes carajos! —Profería con saña, como dándose el gusto—. “Luego de aquello por supuesto, jamás nos atrevimos a pisar ni siquiera de cerca, las posesiones del atrabiliario señor Sabino. Más nunca!” −Dirían estos amigos, después.

                                                      ---  o  ---

     A estas alturas de la vida, ya divorciado de la que fue realmente su única esposa, Felipe Gómez se había convertido en un prisionero de sus propias decisiones. Pese a que en el pasado se preciaba de ser, y así fue visto por todos cuantos le rodearon, como aquel hombre que para todo tenía una solución; pero irremediablemente, ya eso había quedado anulado desde el mismo momento en que se embarcó en aquellos amoríos perturbadores con Victoria Sarmiento. Dando al traste con su vida de hombre recto, la cual se había labrado al lado de su familia originaria, primero, consolidada después con su unión en matrimonio junto a la señora Andrómaca Katay Polidourius, después.

 …Aquella desconocida, llegada al pueblo cargada de fama y admiración de mujer artista; que había regalado por años, alegría y felicidad a muchísima gente en este y en otros lugares por todo el mundo. Unión que, lamentablemente, con el tiempo obrando en su contra por una parte y, su lujuria por la otra, habría de terminar para Felipe en un rotundo fracaso.

     Pero la vida en su devenir, a veces errático en la de de muchos, tal parece tenía preparada para él en este caso, una celada artera; representada en la aparición de esa otra mujer por la que este hombre fue capaz de apostarlo todo, incluido en ello hasta su propia dignidad. Sin embargo nada de esto era enteramente casual, ni fortuito; aunque si, más bien causal, predeterminado por todo un cúmulo de consecuencias que obviamente sus acciones irían a desencadenar en la vida futura y por venir. Así como en la de otras personas, que al final serían impactadas por su nada acertada decisión de abandonar a Andrómaca y, con ello a su familia; para ir a refugiarse en los brazos de Victoria.

     Lo que sin saber, iba a hacerlo caer en una trampa de codicia e intereses oscuros por parte de aquella arribista, con la que en mala hora se había enredado; al contabilizarlo en su libro a columnas como un activo más en sus haberes. En una trama de escalamiento social que la astuta mujer había venido fraguando, inclusive desde antes de venir a trabajar aquí como administradora, en la finca de la familia Gómez Katay.

     A medida que pasaba el tiempo, poco a poco Felipe Gómez fue cayendo en cuenta de que las decisiones que había venido tomando respecto a su vida no eran las más acertadas −obviamente−; aunque, ya era demasiado tarde para rectificar. Cada paso que daba en esa errática dirección, sin embargo, lo afirmaba en su creencia de que el amor que sentía por Victoria lo tenía todo justificado. En paralelo a tales pensamientos de consuelo como para no sentirse tan mal, se había venido formando la peregrina idea de que sus familiares con el tiempo lo comprenderían; y, hasta tal vez lo perdonaran, además.

 …Basando todas estas ilusorias creencias, obviamente ya fuera de toda realidad y, ya prácticamente en el delirio, en que su amor por Andrómaca se habría ido desvaneciendo paulatinamente con el tiempo de unión, de avatares  ya vividos; que Victoria Sarmiento había sabido exacerbar convirtiendo aquello solamente en efímeras evanescencias y, por tanto, inclinando la balanza de su lado, para definitivamente arrebatárselo inclemente a la buena y confiada señora Andrómaca.

     Justificaba entonces Felipe todos aquellos desvaríos, también, en el hecho cierto de que al menos tuvo la valentía para manifestarlo de un modo frontal, sin haber dejado pasar mucho tiempo de infidelidades ocultas; por creerlas él, menos dignas, de su otrora tan amada mujer.

     Por otro lado, una locura más, siempre depositó su pecaminoso comportamiento hacia su esposa y familia, en los buenos oficios que esperaba sabría interceder ante Dios, su propio hijo, el Sacerdote Leoncio. Quien desde el mismo instante en que tuvo conocimiento de la delicada situación de sus padres, se hizo la promesa de mediar espiritualmente en la contienda para hacer que sus diferencias fueran zanjadas de la manera más pacífica posible. Es decir, se prometió asumir la amargura de aquel drama como la suya propia, que en realidad también lo era, pero con la diferencia de haber conjurado el peligroso ingrediente del rencor que con toda seguridad ambos actores en disputa habrían abrigado en algún momento; en el curso de los terribles acontecimientos después de la descarnada confesión de Felipe ante su esposa.

 …Era éste, el pecado que el Cura trataría primero de evitar, ya que para él, si este se les instalaba en el pecho entonces serían presa fácil para que se incubase allí, también, el fermento del odio. Pecado aún más grave, que sería más difícil de erradicar de sus corazones; y que, destruiría en menor tiempo sus vidas, cerrando casi de forma irreversible las posibilidades de un reencuentro amistoso en el futuro, tan necesario para una eventual reconciliación familiar… Hasta llegar al tan ansiado y esperado perdón, que él como Sacerdote siempre tenía como máxima esperanza para estos casos. Sobre todo en éste, donde los involucrados eran, nada más y nada menos que, sus propios padres.

     Con todas estas cosas que le daban vueltas y vueltas en su cabeza, Felipe se dispuso a seguir por la vida con una “actitud de mayor conciencia” ante sus errores, ahora más claro de que lo sucedido,  impactaba  de forma brutal en la vida de sus seres más queridos. Pero la cruda realidad le decía en su perverso conformismo que lo hecho, hecho estaba; que la vida tenía que seguir su curso de la mejor manera posible y que, además, siempre trataría de que su familia que ahora acababa de afectar de un modo tan terrible, nunca se perdiera —eso pensaba, entonces atolondrado y, mascullando sus errores, su terrible culpa—; para lo cual, como  siempre, contaba  con su hijo el buen Cura.

     Mientras estas cosas pensaba, Felipe, se encontraba una tarde allá en su finca, La Gomera (la vieja) —antigua denominación, aunque ahora con apelativo, luego de la obligada partición de bienes por su divorcio de Andrómaca—, cabalgando con unos peones tras la búsqueda de unas reses desperdigadas, por los todavía espaciosos terrenos de su propiedad; por no se sabe qué mogotes en la sabana, las cuales no aparecían por ninguna parte. Cuando de pronto, uno de ellos, sacándolo de sus cavilaciones le dijo:

− Óigame patrón, no será que esos animales están bebiendo agua en el morichal…? 

− ¡Seguro. Vamos para allá entonces…! −Dijo, pero sin moverse.

  Sí, Nicanor, vamos pues…!  —Reaccionó Felipe tardíamente, “con la chispa atrasada”; como quien dice.  

     Todos enfilaron sus caballos hacia el sitio señalado; y, dejando que los peones que lo acompañaban  tomaran la delantera, Felipe se quedó a la zaga de los vaqueros porque no pudo evitar las premonitorias palabras que  su hermano Chuíto le dijera una vez; afirmativas de lo que tímidamente le había insinuado, un año antes en la iglesia: “…Lo he visto todo en el morichal”. Precisamente aquel mismo lugar hacia el cual ahora, se dirigían. Donde su hermano le confesara sus vivencias respecto al grado de avance que tenían las relaciones entre su hijo Wenceslao y Victoria Sarmiento, por aquella época.

     Habría sido ése con seguridad el momento justo en que él, actuando con responsabilidad y ponderación, debió cambiar el curso de los acontecimientos en su vida; con tan sólo aceptar la realidad que se le presentaba. Pero simplemente no lo hizo. Por su parte y, actuando a propósito en aquel momento, no pudo o, más bien no quiso, reprimir sus propios deseos respecto a la entonces joven mujer; que ya para ese momento tenía metida entre ceja y ceja. Decisión que le habría ahorrado no sólo a él mismo, sino también a su familia entera, toda aquella amargura que por su lujuria y malos actos se habían visto obligados a pasar. Y; con ello, de nuevo recordaría las sabias palabras de su abuela Heriberta, que a lo largo de toda su vida como un látigo lo fustigaban; obligándolo finalmente, a entenderlas como su fatídica confesión:

“…Ayayay mihijito, ayayay…! Es que naiden,  pero naiden, escarmienta en cabeza ajena. Uhmjú…!”

−…Sino, en la suya propia; caray…!” —Se atrevió a agregar con amargura y, muy a su pesar; el desconcertado don Felipe.

− ¡Aquí mismo pues; en la cabeza mía, carajo!”—Dijo llorando, golpeándose la frente con los nudillos del puño cerrado.


                                           ...Es todo por hoy. Chao!!!

sábado, 11 de diciembre de 2021

 

     

...Hola amigos, muy buenos días. De nuevo por aquí, con nuestro relato.

—La Confesión— 

...Continuación.


  ...Generalmente permanecían en silencio mientras comían los jugosos frutos propios de estos árboles, pero a intervalos regulares y, pareciendo tener vigilancia que los pusiera sobre aviso, de pronto volvían a retomar la estridencia de su conducta de individuos en bandada; lo cual sucedía sobremanera cuando el espantapájaros experimentaba el más leve cambio de ritmo en su dinámica. Lo que, por lo tanto, era motivo suficiente para que la parvada estremeciera de nuevo con sus alaridos, las siempre verdes y frondosas copas de los Mamones y Matapalos. Donde les gustaba a estas aves convivir, alimentarse, apacentar y, también reproducir sus próximas generaciones.

     Realmente era sobrecogedora la sensación que se experimentaba cuando los pericos enloquecían, rompiendo el silencioso sisear de la suave brisa llanera, tan sólo competida en su ternura, por el bello canto del Saucé. “…Que más bien gustaba a los viejos llaneros, como mi papá, llamar a estos bellos pájaros: Saucelitos…!” −Pensó Felipe−.

     En este punto, mientras aquellos comían fuera del conuco, los dos amigos usualmente hacían una fogata en un rincón del lugar; para asar las jojotas mazorcas de maíz, que acompañaban con el fresco jugo de una buena patilla. Por cierto, la elección de esta que acompañaría nuestro convite, se hacía mediante una práctica bastante insensata, que consistía en hacer un corte en forma de cuadro con una afilada navaja o punta de cuchillo sobre la misma, sacándole un trozo en forma de cuña para ver su color; si era rojo intenso se tomaba, pero si no, entonces se le colocaba de nuevo el pedazo, rotando su posición como para esconderla de la vista de don Liborio; quien de todas maneras se daba cuenta. Regañándonos después por hacer éso, ya que con toda seguridad esa patilla se perdería.

¡…Aaah, que hermoso; fue todo aquello!!! En que disfrutábamos entonces de lo lindo la estancia en el conuco, haciendo del trabajo una sana diversión. Es lo bueno de recordar esas cosas sobre todo en estos feos momentos de ahora, que me sirven de bálsamo curativo cuando estoy tan lleno de problemas y, situaciones embarazosas; no lo voy a negar. Lo cual sin duda sería mucho peor, por supuesto, si todo aquello no hubiera existido. “…Pero lamentablemente; hoy tengo que cargar con tantos  errores, producto de mi retorcida insensatez y, mi mala cabeza con las mujeres…!” —Se repetía incesante, don Felipe. 

 Aquella genuina sencillez de antes durante su juventud siempre habría matizado sus actuaciones de adulto, haciéndolas mucho más interesante; pero ahora, la vida se había convertido para este él en algo sumamente complicado. Es por ello que a Felipe tanto le gustaba, evocar los gratos  recuerdos vividos, que eran el único remanso de tranquilidad que le quedaba.

     Razón por la cual siguió inmerso en las remembranzas de su vida pasada y, como intentando recorrer en retrospectiva, tal cual el atleta olímpico que habiendo llegado con dolor en segundo lugar, pese al gran esfuerzo agenciado, entonces quiere tener una segunda oportunidad; intentándolo de nuevo. Para obtener así, la preciada posición más alta sobre el podio. Pero  tratando de escabullirse por los intersticios de tiempos pasados que era lo único con lo que, hoy por hoy, lograba algún grado de solaz esparcimiento; en su atribulada existencia:

     Por cuanto recuerda Felipe, además; la tarde en que andando de nuevo con su habitual amigo de la infancia, de regreso del conuco de don Liborio, decidieron internarse dentro de la propiedad de un tal señor Sabino. Quien era dueño de un cañamelar en cuyo centro había una extensa laguna de aguas frescas  que los tentaban a traspasar la cerca, sabiendo que aquel hombre tenía fama de dispararles a los intrusos utilizando su escopeta calibre 12, pero cargada con tiros de sal gruesa… Razón por la cual habría en el pueblo más de una víctima, sufriendo el bochorno de lacerantes heridas pruriginosas en la espalda, en los costados y, por todas partes; consecuencia de sus implacables cacerías. Haciendo de su tentadora propiedad un reto con un premio mucho más apetecible para los alebrestados muchachos del pueblo.

 …Es que el tal don Sabino era un sujeto artero, despiadado y, calculador en verdad; con quienes osaran sumergirse en las frescas aguas de su laguna para chuparse los dulces y leñosos gajos, de las jugosas cañas que la rodeaban. Tan irresistibles para unos jóvenes traviesos como aquellos, que haciendo caso omiso de las consecuencias simplemente se posesionaron del lugar; donde tan sólo nadaban comiendo caña, pero atentos a cualquier movimiento que les avisara, para enseguida darse a la fuga.

     Aquella tarde, Sabino los observaba con cautela sin ellos saberlo, oculto tras las macollas de sus esbeltas varas de dulce miel. Fueron reconocidos de inmediato por el huraño, montaraz y, viejo campechano; quien de inmediato decidió otro destino para los intrépidos jovenzuelos, ya que él, los conocía bien y hasta tenía algún grado de amistad con sus padres.

     Esta vez no usaría su escopeta para dispararles, sino que más bien, los dejó un buen rato en su disfrute dándoles confianza para luego ejecutar unos tiros al aire,  lo cual hizo que se asustaran; haciéndolos salir disparados del agua con los bolsillos de sus pantalones repletos, de trozos de caña hasta reventar. Lo que dificultaba aún más la huída.

…Y; allá iban los intrusos. Asustados dando tumbos, tropiezos, caídas. Entonces sobre la marcha para poder tener un poco de más libertad en la huída, empezaron a deshacerse del incómodo aunque precioso botín de la caña, mientras corrían a lo largo de una vereda que creyeron ellos les conduciría al escape; ya que ese camino se orientaba en dirección al pueblo, a través de un “falso” en la empalizada.

     Mientras el viejo perseguidor disparando siempre al aire, los imprecaba pegándoles destemplados gritos de apremio escondido por entre los matorrales, sometiendo a los muchachos a un frenesí tan desesperado que les hacía saltar el corazón con tal fuerza, que creyeron morirían, al salírseles por la boca; cuando de pronto y, justo en el momento de agarrar el falso para abrirlo sintieron un sonido trepidante acompañado de un intenso tirón hacia arriba que los elevó por los aires;  quedando ambos apersogados en lo alto de los árboles. Uno más abajo que el otro. Cogidos de soslayo y, colgando de cabeza. Cayendo en cuenta de inmediato, habían sido atrapados por el viejo Sabino con la centenaria técnica del “Alzapiés”; que era otra de las armas de su sobrada “artillería”, con que también contaba el taimado hombre de campo.

…Colgando de las cuerdas, Anguito fue cogido “mancornadamente” por el lazo, como dicen aquí en esta parte del llano; por lo que pendía dolorosamente de medio lado. Quedando el mecate cruzado en equis sobre su pecho, pasándole un lazo por detrás del cuello, justo en la nuca pero aplastándole una oreja, para luego regresar a sostenerlo por el muslo en el costado opuesto; enroscándosele la áspera cuerda en las canillas y, rozando dolorosamente una de sus verijas. Trataba con desesperación en medio del dolor de asir la cuerda con ambas manos para aliviar la presión y así, mitigar el sufrimiento causado por la intensa y violenta fricción sobre sus gónadas; además intentaba buscar la mejor posición para aquel incómodo momento, mientras aguardaban por la conduerma de su bellaco cazador. Que esperaban pronto los bajara.

…En cuanto a Felipe, éste había salido del trance bastante golpeado también, porque la soga lo agarró en las piernas, escurriéndosele el lazo hasta los tobillos, pegándose uno al otro; manteniéndose colgado completamente boca abajo. Sin embargo, era curioso que no parara de reír. Quizás  presa de algún ataque de nervios; lo que hacía irritar a Anguito quien no dejaba de pensar en la reprimenda de su padre don Liborio, al tiempo que mandaba a callar constantemente al risueño de su amigo.

     Mientras pasaban los minutos, que más bien parecían horas, Felipe haciendo caso del reclamo del otro decidió quedarse callado; y, entonces se relajó dejando caer sus  brazos sin ninguna resistencia hasta casi tocar la maleza, más abajo. Compuesta básicamente por pasto, plantas de brusca, escoba, pasote y borrajón. Pero con un fuerte olor en el ambiente a ese nivel, a bosta fresca, traído por la brisa desde un potrero aledaño donde pastaba un pequeño rebaño de ganado; debajo de unos jabillos.

     Con tal cuadro circundante, aunque patas arriba, se resignaría Felipe junto a su amigo Anguito a esperar por su liberación. No obstante las adversidades de su actual condición, no eran impedimento para que las compuertas de su mente siguieran abriéndose de par en par dejando volar libre sus ilusiones y, esperanzas, llegadas con  aquella brisa que le traía el olor de la riqueza del llanero. En cuyo peculiar aroma se solazaba y, soñaba, con que algún día sería un importante y próspero ganadero; lo que siempre fue, el propósito de su noble familia.

...Y; bien. Hasta aquí llegamos hoy. Espero que les guste.

...Continuará.

          ...Buenos días mis amigos. Hoy les traigo la tercera parte del capitulo numero  cuatro de mi libro "Andrómaca y Felipe",...