domingo, 23 de diciembre de 2018


                       


 Buenos días mis amigos. Ante todo les deseo una feliz navidad y un próspero año nuevo. Esta vez traigo para ustedes las peripecias de nuestro amigo Hilario Coba —"Hildebrando Brando"—, en el viejo continente; como estudiante latino en la ciudad de París. 
Tomado del  capítulo número doce —"Penúltimo Viaje"— del libro Las Evasiones de Hilario Coba. Correspondiente a la saga "Relatos Oníricos de La Atascosa".


                            
-     1.12.-                                           Penúltimo Viaje 
          

                                                                  --- o ---

  …De pronto, como impulsado por un resorte, Norberto Montiel alias "El golfo" se despertó cuando escuchó el agudo y persistente sonido de un característico silbato acompañado por un rumor trepidante, cuando cayó en cuenta que había sido traído, una vez más, al mundo real; por la inoportuna acción del paso del ferrocarril por detrás y por encima de su casa —entonces restaurada, remozada y adaptada a los nuevos tiempos—, en su querida Maracay… En una clara analogía citadina que lo retrotrajo, a viejas vivencias parisinas, junto a su recordado amigo Hilario; o, "Hildebrando Brando". También llamado "El enhebrante" —especialmente por su sobrino Goyo y, sus más íntimos amigos del pueblo de La Atascosa—; con cuyos relatos había estado soñando, antes del paso de la rumorosa máquina.
  
  …Se encontraba ese día en la que había sido la casa de sus padres, donde vivió de joven, hasta el día en que se fue a estudiar a Europa de donde seis años después volvió; además de un sagaz abogado, un hombre ya casado. Se había quedado dormido después del almuerzo. Cuando estaba de visita a sus hermanas que aún la habitaban, Matilde y Nicasia; entonces ya no tan jóvenes.

 “…Caramba, me quedé dormido; tengo que irme, se me hace tarde. Chao…! —Dijo, y salió apurado—.
  …Ya en el auto, iba pensando en los preparativos de su próximo cumpleaños.

                                                                       ---  o ---

   “…Y; después de tanto tiempo. ¡Quién lo iba a creer! Me conseguí un día en la mismísima ciudad de París, a ese amigo sin igual —del que ni siquiera entonces, sabía su verdadero nombre, aún conociéndonos de tantos años y, cuando casi se convirtiera en cuñado por mi hermana Matilde; lo que lamento no prosperara—; Hilde. ¿Pueden creerlo? Mismo de aquellas viejas y agradables tertulias literarias aquí en Maracay; el que entonces, al haber estado yo en su pueblo de visita a su familia y, por petición suya, que si moría primero dijo que así lo hiciera, me entero que su verdadero nombre en realidad, era Hilario de Jesús Coba…!"
     
     Esto le contaba a su esposa Norberto Montiel, alias “El Golfo”, el día de su onomástico número 66, durante una amena reunión familiar por tal motivo junto a sus hijos ya mayores; y, unos cuantos colegas suyos, abogados como él. Lo que vino a colación porque en los días recientes los recuerdos con aquel viejo amigo se habrían hecho extrañamente recurrentes, refiriéndose a su anterior episodio —en casa de sus parientes— y, después también cuando echaba un camarón. Esta vez en su oficina.

  “…Sí, sí, allí mismo —dijo—; sentado en mi silla de escritorio con las botas sobre el mismo y, la luz apagada. Adormitando en la diaria siesta que acostumbro hacer en medio de la jornada, en mi propio bufete aquí mismo —el de Maracay, porque también tenía otro en Valencia—; mientras escuchaba a lo lejos recordando la ciudad luz en compañía de él, el persistente tableteo de las ruedas del tren sobre la vía. Aunque ahora, por encima de la avenida Las Delicias… No en nuestra vieja buhardilla en donde nos alojamos por un buen tiempo allá, para capear el temporal en nuestras estrecheces económicas de estudiantes latinos —ávidos de mundo pero con muy pocos Francos en los bolsillos—, ubicada por cierto en un frio edificio de la rue Dauphine del emblemático barrio Saint-Germain-des-Prés; justo frente a la estación del Metro con igual nombre. Misma donde estuvo y, prácticamente al lado, del legendario cabaret Le Tabou; en que casi se escuchaba al pasar en las noches  por la acera frente a su fachada, la música de los jazz men. Con el gran Charlie Parker a la cabeza…!”.

                                                                        ---  o  ---

  …Así que —siguiendo con el relato—, cuando Hilario por fin llegó a aquel lejano y educado país europeo tenía con razón una mezcla de sentimientos encontrados, en medio de un total apabullamiento por su grandeza y belleza (Esto fue lo que me contó, cuando por fin nos vimos allá por primera vez)… Había arribado al Aeropuerto Charles De Gaulle una gélida noche de invierno, totalmente inocente de los apuros que allí tendría que vivir por espacio de unas cuantas estresantes horas a la espera de su contacto venezolano —ese era yo, que actualmente en serios apuros me encontraba, en contra de mi voluntad; aún sin poder llegar para poder cumplir con mi compromiso ante él—, amigo suyo que tenían tiempo sin verse y, del que al final no sabía por qué razón no estaba presente, pero lo cierto fue que al ver aquello empezó a dudar si realmente se presentaría. Mientras tanto se mantuvo ahí sumamente preocupado sin saber qué pasaba, resguardándose como podía del intenso frio que parecía taladrar las gruesas capas de tela de su abrigo. Comprado en Caracas sobre la marcha, obviamente no el más adecuado, pero fue allí donde lo supo realmente; manteniéndose en calor muy precariamente en ese momento. Para lo cual se dirigió a una parte del aeropuerto donde veía que se metían algunas personas más o menos en su misma condición, donde empezó a sentir una leve mejoría en las condiciones del momento —pensó él; tal vez desafortunados viajeros perdidos, inmigrantes de la zona del Levante mediterráneo buscando acomodo a las difíciles condiciones de vida en sus convulsionados países, según había leído en la prensa venezolana algunas veces. O; sencillamente, simples y menesterosos indigentes o "clochards", a decir del escritor Julio Cortázar. Incluso franceses legítimos, que también habría—; por lo cual "hecho el cara e’ gato, como quien no quiere la cosa", se fue acercando a ellos tratando de socializar… Pero no, sentía que no lograba encajar y, entonces, más bien pensó en un "plan B" —como se dice—.

"…No sabía ni la o por lo redondo del francés" sin embargo, una vez convencido de que su amigo finalmente no llegaría, Hilario se puso en marcha con otra idea para dormir esa noche de una forma más o menos decente, no aquello y, como sí se conducía bastante bien en el idioma del Norte del río grande, se las arregló para hacerse entender de turista logrando que un taxista lo condujera al hotel donde ya tenía una reservación —al menos por esa noche".

Al día siguiente bajó al lobby y parloteó más o menos en ingles con un pulcro y circunspecto empleado de uniforme, ubicado enhiesto detrás del aparador donde había una campanilla plateada encima, con el que se hizo entender aduciendo que esperaría a un amigo, sentado allí; lo cual parece fue aceptado por la cortesía con que el sujeto lo condujo a un juego de mullidos y capitoneados muebles, donde hasta un desayuno con "cruasán y café con leche" le fue servido por una camarera que además, algo risueña puso en sus manos una vez terminado, un ejemplar del diario Le Fígaro — obviamente en francés—.

Visiblemente asombrado simplemente se dedicó a hojear el periódico, en cuyos titulares sin embargo se forzaba por comprender lo que decía, entendiendo de hecho algunas palabras sueltas en los textos y, por ser esta escritura una lengua romance como la suya se dio cuenta por primera vez de que si la estudiaba con empeño, como siempre hacía las cosas, quizás más temprano que tarde lograría comunicarse a través de ella. Pasaba el tiempo. De nuevo Hilario comenzó a preocuparse al notar que su amigo aún no aparecía y, estaba prácticamente aislado en un país desconocido donde tan sólo dependía de sí mismo para la solución de sus problemas, no sabiendo cómo hacer en las próximas horas para resolverlo. Sin embargo, al no ser encontrado en el aeropuerto aquel lógicamente sabría que el otro lugar lógico donde debía buscarlo sería en el hotel, por lo que se dio cuenta que no ganaba nada con angustiarse de ese modo y, sencillamente decidió relajarse; dando tiempo a que simplemente, de un momento a otro su contacto se presentara. Al fin de cuentas no siempre se puede estar sentado cómodamente en un bonito lugar de la llamada ciudad luz, París, por cuanto se dedicaría más bien a disfrutar de su estadía allí; del ambiente que exudaba arte por todas partes, su rica y bella arquitectura con sus emblemáticas gárgolas y, de cómo actuaba y se vestía la gente, que bullía graciosa por el lugar. Todo lo cual en verdad, era un auténtico privilegio.

Curiosamente, comenzó a darse cuenta de algo que le pareció representativo del entorno, consistente en dos cosas básicamente. Una el sonido en el corneteo de algún tipo de vehículos —que solía oírse de vez en cuando y, con cierta intensidad; después supo, que eran los de la policía metropolitana— los cuales por supuesto, en un primer momento no podría saber cuáles eran; y, otro, el suave tableteo en el ruido ante el paso de los trenes del metro, sumado al agudo silbido al momento en que frenaban en la estación justo al frente de donde él estaba, viéndolos claramente a través del ventanal de vidrio que daba hacia la calle. Donde todo era un bullicio en movimiento, aparentemente caótico aunque con mucho orden, cuyos efectos podían percibirse aún más al girar cada porción del rotor sobre sus goznes, en alguna de las enormes puertas de vidrio de accionamiento eléctrico, instaladas para el acceso y la salida en el hotel L’Odeón, en una sección donde había cuatro de ellas sobre la conservadora fachada del vetusto edificio comercial que lo albergaba; ubicado en la conocidísima zona del bulevar Saint – Germaint. Un convulso aunque acogedor lugar de la ciudad parisina donde inexplicablemente, para entonces Hilario se encontraba.

"…Casi podía sentir en la vitalidad de aquella moderna urbe, el calamitoso paso de un grupo de algunos personajes de Rayuela imbuidos en su perturbadora soledad citadina, de estudiantes latinos que como él —“Hildebrando”—, también añoraban aunque con desdén, su propia tierra… Donde Cortázar tal vez, transmutado en un tal Hugo Oliveira iba a la cabeza del pequeño grupo —como miembro de un vencido ejército del pasado vestido con sus modestos trajes típicos de invierno, de inmigrantes latinos con múltiples apuros económicos que luchan por sobrevivir en ese otro mundo; en contraste a veces con algún otro viajero en la terminal, normalmente una delicada dama de finos modales, embutida hasta la coronilla dentro de su costoso abrigo con su alargado cuello a guisa de estola, en piel de armiño—; extrañamente tomado de la mano a su controversial amante y amiga, La Maga, con Rocamadour en brazos riéndose inexplicablemente con su enorme elefante de felpa por encima del hombro de su madre. Cargado a su vez unos pasos más atrás por Étienne que la ayudaba llevando el muñeco y, portaba en la cabeza, con cierto descuido aunque con orgullo, su característica boina de pintor; además de sus bigoticos ensortijados al estilo de S. Dalí. Inesperado juguete comprado al infortunado niño con dinero entregado a ella por Oliveira, enviado de Argentina por su hermano el abogado rosarino, a través del llamado "comisionista"… Seguidos de cerca, presurosos, de Ossip Gregorovius y, Perico Romero…!"
—Llegó a pensar Hilario, muy íntimamente—.

Así mismo, se entretuvo después del periódico en cuestión, con algunas revistas en ingles que también ahí había; entre las cuales llamó su atención un número especial de TIME, con algunas de las más dramáticas imágenes del recién fallecido presidente Kennedy en su portada —tomadas de la emblemática película de dieciocho minutos del famoso testigo del hecho, Abraham Zapruder—, en cuyo interior pudo leer claramente cómo fue que lo asesinaron; explicado convincentemente mediante amplias exposiciones de expertos. Después para suavizar un poco semejante lectura tan trágica se dedicó a observar distintas fotos en la prestigiosa revista VOGUE; atraído por la imagen en la tapa de algunas mujeres bellas y hermosas, modelos de diferentes países en el mundo que participaron en el más reciente certamen del Miss Universo. Donde extrañamente, la representante de Venezuela habría quedado de última, pero entre las finalistas.

En éso estaba Hilario, ya prácticamente olvidado de sus calamidades del día anterior cuando de pronto escucha que lo llaman por su nombre; la voz era conocida y, al voltear se encuentra de frente con su querido amigo "El Golfo". El mismo aquel de su querida Maracay, que lo apañaba con su hermana Matilde porque siempre quiso que se empataran; cosa que no fue posible, al menos hasta entonces. Se abrazaron fuertemente de la emoción los dos paisanos, no sabiendo quién empezaría primero con la parte de la historia reciente que los había llevado hasta allí. A este delicioso y extraño lugar.

Tomaron asiento muy cerca el uno del otro en el mismo sitio donde Hilario se encontraba, arrancando Montiel —El Golfo— con lo correspondiente a sus peripecias, calificadas por él una vez enterado, como un juego de niños en comparación con lo vivido por el otro. Entonces dijo, visiblemente apenado, que la nieve había bloqueado los caminos a su paso — noticia reseñada por todos los periódicos, conocida de antemano al menos en imágenes, por parte de su amigo—, en su nada despreciable recorrido de poco más de trescientos kilómetros en bus entre las ciudades de Dijon y Paris; teniendo que esperar la llegada de unas máquinas que se encargaron de despejarlos. Lo que tomó varias horas, y para cuando al fin pudo moverse por su cuenta haciendo trasbordo a varios carros del transporte público para entrar a la ciudad, una vez llegado al Charles De Gaulle era ya tarde; encontrándose con que el recién llegado se habría ido solo… A decir de unos observadores, supuestos lugareños citadinos, que creyeron asociarlo con la misma persona con la cual habían tenido un fugaz contacto esa noche más temprano.

Después le tocaría el turno a Hilario en la narración de su convulsa llegada. Algo que a Dios gracias dijo se había cumplido sin nada malo que lamentar, tomando en cuenta que, aunque se trate de Paris, también aquí se consiguen delincuentes; especie con la cual no tuvo que lidiar. Una vez conocida con lujo de detalles de parte y parte lo sucedido y, las peripecias de cada quien, dieron gracias al recepcionista del hotel —entonces, lo hizo El Golfo; en perfecto y bien pronunciado francés—, despidiéndonos todos amablemente. Salimos del hotel, y nos dispusimos a abordar el tren para un viaje de aproximadamente doscientos kilómetros entre París y Le Havre en el noroeste del país. Era lunes y, según nos dijeron, no habría ruta este día desde la estación L’Odeón donde estábamos al puerto a donde nos dirigíamos, al menos hasta el próximo jueves cuando saldría un tren directo, pero nos informamos de que sí la habría hoy desde la estación St. Lazare, a unos cuatro y medio kilómetros de aquí; y, hasta allá nos dirigimos en un taxi. Al llegar nos enteramos pero no nos importaba y que, más bien hasta sería bueno para conocer por cuanto disponíamos de algún tiempo extra, que la distancia sería cubierta en dos tramos: Paris Mantes La Jolie a unos cincuentitres kilómetros más o menos; luego de allí a Le Havre otros ciento cuarentidos más, que suma un total de ciento noventicinco para ser exactos. Y, así lo hicimos.

 Finalmente arribamos en horas de la tarde al puerto de Le Havre en el noroeste de Francia, frente a la costa atlántica a orillas del canal de La Mancha; con vista a la bahía de Calais. Una vez allí, buscamos hacia un lugar específico de nombre La Villa de Le Havre, zona de la ciudad en la cual se establecería mi amigo según las instrucciones que traía; donde entraría en contacto con sus profesores particulares en la Academia Clermont, regentada por el Prof. Antoine Leveraux, a quien yo ya había ubicado previamente vía telefónica unos día antes —pero no lo conocía personalmente—, como único contacto formal que tenía mi amigo en este país.
 Mientras tanto todo estaba saliendo a pedir de boca donde sin duda, tuvimos un agradable viaje en tren desde Paris hasta acá disfrutando del bello paisaje de la campiña francesa donde absorto, lleno de emoción, Hilario me contaba algunas historias medievales inspirado en el cambiante y poderoso ambiente que nos rodeaba durante la marcha, como en aquel signado a la media distancia —por encima de unas colinas sembradas de un dorado trigal—, por la imponencia de un vetusto castillo templario poderosamente almenado donde según él, se antojaba en creer ver, hileras de diestros arqueros comandados por el mismísimo Jaques de Molay, último Gran Maestre de la Orden del Temple, días antes de su ejecución en la hoguera por orden de la iglesia y del rey de Francia, Felipe IV El Hermoso; acusado conspirativamente de haber cometido sacrilegio, herejía y otras gruesas menudencias de gravísimas consecuencias en aquellos tiempos… "Aaah; pero qué trágica, aunque bella historia…!"
— Remataba diciendo—.

Todo había sido tan agradable que prácticamente sin darnos cuenta llegamos a la estación Le Havre – Le Bleu, donde éramos esperados pacientemente por un emisario enviado a recibirnos por parte de Monsieur Leveraux, a quien yo había llamado desde un teléfono público tal como habíamos quedado en el contacto anterior, antes de salir de Saint Lazare; para informarle de nuestra pronta llegada.

Enseguida abordamos el auto de la persona que nos fue a buscar, fácilmente ubicable en la pequeña sala de espera de la estación porque iba vestido de uniforme con el logo de la academia a donde nos dirigíamos y, luego de un breve contacto, en seguida partimos a entrevistarnos con los profesores en el lugar acordado. Rápidamente llegamos al lugar y después de las presentaciones de rigor, de escuchar sus recomendaciones y sugerencias que ayudaban a mi amigo a un mejor desenvolvimiento durante su estadía en la conocidísima institución, Hildebrando se marchó con el Profesor Leveraux al campus, mientras yo fui llevado de vuelta a la estación para tomar el tren de regreso, pero ahora sería directamente a Dijon, donde actualmente yo residía.

Con el tiempo, una vez normalizado Hildebrando en su situación de estudiante latinoamericano en aquella estricta y exigente sociedad, nos dedicamos además a hacer algún tipo de turismo artístico dentro de la ciudad de Paris. Los primeros meses solíamos juntarnos con regularidad para que mi amigo se fuera familiarizando con todo, mientras al mismo en paralelo le iba enseñando poco a poco el idioma francés, lo cual hacíamos obviamente cuando podía sacar algún tiempo de mis propias actividades en la maestría que cursaba en derecho, en la Université de Bourgogne; también, a través de un programa de becas del gobierno venezolano y el francés.

"…En estos encuentros, siempre nos recordábamos —con nostalgia— de cuando un tiempo atrás, Hildebrando nos visitaba casi como una fija los fines de semana en mi casa del Barrio Santa Rosa en Maracay; donde nos enfrascábamos en deliciosas tertulias sobre diferentes tópicos "del saber y el sabor" como le decía yo, matizadas con los oportunos y aromáticos tragos de café servidos por Matilde, mi hermana menor por quien entonces, actuaba yo de Celestino ante mi amigo —no lo voy a negar—; procurando se juntaran y me dieran otro sobrino… Pero que no le compraran un velocípedo rojo como aquel, con el que los diablillos hijos de ella, Antulito y Gotardito, solían chocar contra las paredes de la casa; teniendo yo constantemente que arreglarlas… Je,je!” Sin mi ayuda no hubiera podido vivir Hildebrando ni un solo mes en aquel país, eso creía yo en un principio sin embargo no fue así, pues duró allá prácticamente cuatro años pese a que nuestros sabrosos paseos tutoriales de mi parte por aquella gran ciudad, se fueron distanciando con el tiempo; y, además, por las responsabilidades particulares en nuestros respectivos estudios. Nunca supe cómo hacía el muy zángano para arreglárselas solo, primero con el idioma el cual finalmente terminó hablándolo de forma bastante aceptable y, después con la residencia como tal… Sin duda, creo que todo tuvo que ver con su don de buena gente, buen conversador siempre dado a la socialización y al trabajo, muy característico en él, haciendo que le cayera bien a todo el mundo con quien se cruzaba en especial a las damas; sobremanera las locales, que quedaban prendadas cuando veían a un tipo latino como él. "…Que; de que te las traes, te las traes". Le decía yo, para hacerle ver mi admiración por su comportamiento tan acertado con aquellas, al rematar lo dicho sobre alguna de sus actuaciones; pero entonces lo agarraba a guasa, porque esa es otra vaina, el hombre era un jodedor de primera.

…Un día me dijo que a los dos meses de estar en el pequeño hotel a donde lo había alojado la primera vez, cerca de su universidad y, cuya estadía pagaba con dinero proveniente de la beca, había logrado conseguir un empleo a través de unos amigos argelinos que estudiaban con él; cuyo padre tenía allí un servicio de Cáterin. Lo que obviamente favoreció sustancialmente su situación económica, sintiéndose así mucho más cómodo para dedicarse además, a aprender con mayor fundamento el idioma, cosa en la cual sus nuevos  amigos también lo ayudaron muchísimo.

Otra vez me contó que, en cuanto ya se sintió más libre en el manejo de la lengua, hubo épocas en que se fue a vivir con alguna viuda, mujeres separadas de sus maridos o, simplemente, hasta con aquellas que trabajaban en bares y cabarets; con lo que se aliviaba de esta forma y, casi totalmente, de la presión en todo sentido. No obstante jugaron en sus estudios muchos otros elementos adversos que le serían mucho más difíciles de superar, por lo que le fue imposible en el tiempo estipulado graduarse en los cursos de actuación, pero reconozco eso sí que amplió un mundo sus conocimientos actorales, bagaje que ya de regreso obviamente le serviría de mucho en su posicionamiento en el exigente mercado artístico laboral en un país como el nuestro; que en los años sesenta, hervía ávido de cultura y entretenimiento, sobre todo en las grandes ciudades como Caracas, Valencia, Barquisimeto, Maracaibo. Incluso Maracay, de dónde veníamos; así como en otras más.

Con el paso de los años, ya cuando uno hace el necesario balance de vida, se llega a la conclusión sin ánimo de justificarlo, que aparte de las dificultades culturales e idiomáticas en aquel extraño país europeo y, ante su relativo fracaso en el campo del estudio actoral allá, fue fundamentalmente mucho más fuerte para Hilario su convencimiento por la pintura y la plástica en general, durante aquellos años; dejándose atrapar por ella. De tal forma que últimamente sólo quería estar en museos, muestras, exposiciones; y, donde quiera que hubiese alguna actividad sobre pintura, grabado o escultura.

De aquellos variados periplos en tren y a pié por la ciudad de Paris, tras sus acechanzas pictóricas, recuerdo el día en que nos perdimos en un laberinto de calles, callejones y callejuelas en la parte alta del barrio Montmartre. Porque Hildebrando estaba empeñado en ver, dibujar y fotografiar allá la fachada, detalles e historias del famoso local nocturno “Moulin de la Gallete”; lugar donde Pablo Picasso frecuentaba divertirse en su chispeante juventud —vimos allí con asombro, varios de sus famosos bocetos de primera mano, incluso aquel cuyo nombre es el mismo del bar, basado en una escena nocturna; clara influencia del gran Henri de Toulouse Lautrec, quien ya lo había pintado y, mucho antes también, Auguste Renoir—, con sus amigos de entonces: Guillaume Apollinaire, Georges Braque, Matisse, Derain. Quienes estaban asombrados por la metamorfosis que para bien del arte estaba experimentando aquel gran artista, quizás el más grande del siglo veinte, que habría entendido y concebido el mismo como medio emocional de expresión y, no como una búsqueda de la perfección idealista de la belleza en sí. Algo que ni siquiera ellos mismos podían entender ni tolerar por lo menos al principio, cuál era la naturaleza de semejante cambio que por consiguiente lo alejaba del camino fácil, para retomar su trabajo con un nuevo enfoque; una y otra vez, pero siempre dentro de su inagotable búsqueda… Pues nunca se sintió tentado a sucumbir, ante el éxito alcanzado hasta aquel momento.

Después de haber caminado varías veces por las mismas calles y callejuelas, aún hasta repasar quizás por las mismas sin saberlo, por fin, bien avanzada la tarde, nos topamos con la entrada del famoso bar; era casi de noche ya, por lo que de inmediato la atmósfera de su entorno nos hizo sentir la presencia de aquel gran mago de la plástica junto a sus amigos. Entonces sin pensarlo dos veces entramos y, quedamos asombrados por lo que allí vimos —como dije antes—; lo que es para mí, la más grande experiencia que haya disfrutado jamás en toda mi vida. Al principio creímos estaría cerrado pero no fue así por fortuna y, sencillamente allí estábamos por fin; entonces nos sentamos primero en torno a una mesa en un rincón desde donde pudimos palpar en tiempo real, tal vez el mismo ambiente reinante de cuando aquel gran pintor, tras cuyas huellas andábamos. Luego cambiamos de lugar varias veces durante nuestra estadía en el mítico bar, donde alternábamos cómodamente con algunos otros visitantes de los que algunos dijeron, habrían venido por razones similares a las nuestras… Todo era bullicioso, un continuo jolgorio, "pero al mismo tiempo poseía un cierto orden y calidez característico diría yo que con las audaces, monocromas pincelada cruzadas y, de masas geométricas, dentro de una rica composición cubista" —apuntaría acertadamente mi amigo Hildebrando, en aquel momento—.

"…Antojándonos emocionados de ver en las muchachas de la curvatura en una de las esquinas de la amplia barra, a tres de ellas que hablaban descuidadamente con sus copas de licor en mano haciendo gestos parecidos a "Las señoritas de Aviñón", de meñiques levantados; donde observamos una, parada del lado derecho, que pese a su particular belleza tenía cara de perro bravo y, otra, sentada en un puff giratorio, un poco más abajo, con el parecido a la cabeza de un poni de esos que insertan en la silla de las barberías para que los niños se entretengan y, se queden tranquilos mientras los afeitan. Incluso había al centro, entre tapas y snacks, un platillo a modo de naturaleza muerta con variadas frutas donde destacaban unas, aún con las turgentes formas del fruto más preciado de Dioniso —dios del vino y la vegetación, en la mitología griega; el que curiosamente, según la tradición, moría en cada invierno y renacía en la primavera, constituyéndose en un símbolo de la resurrección de los muertos. Algo muy conveniente para aquellos dos amigos que de nuevo, una y otra vez querían volver a estar por siempre allí, en ese mismo lugar—; que estaría provocando ya en todas ellas ciertos movimientos parecidos al de las Ménades…!" —Anotaría Hildebrando, al reverso de uno de sus dibujos a sanguina, de aquella escena; del que a su vez me pidió tomara una fotografía y, también al grupo de damas en cuestión, contra la barra—.

Hildebrando hizo allí aquella vez muchos dibujos, donde estuvimos bastante rato divagando por ahí entre los parroquianos dentro del local y, tomando varias fotografías —que aun guardo con ilusión—, para luego y finalmente marcharnos; cuando la noche se había apoderado por completo de la ciudad, razón por la cual nos preocupamos al no conocer muy bien el sector donde nos encontrábamos. Incluso para mí. Fue necesario pedir ayuda a un gendarme de La Suretté que divisamos apostado en un cruce de vías, el cual para nuestro alivio accedió a brindárnosla. Estaba impecablemente vestido con su uniforme azul rey de grandes botones dorados y, un broncíneo casco con cimera en punta de flecha; gesticulando enérgicamente hacia los lustrosos vehículos que pasaban en un sentido y el otro por las avenidas, mientras de vez en cuando hacía sonar un silbato esponjando sus cachetes aún más y, cuando esto hacía, veía moverse cómicamente sus mostachos; haciéndolo parecer —por lo menos, a éste en particular— en ese instante, como a un personaje infantil de esos que están grabados sobre algunas coloridas cajas de hojalata, donde vienen las galletas.

Aquel mismo año antes de volver al país, en su seguimiento a ese maravilloso artista que fue Pablo Ruiz Picasso, Hildebrando viaja solo a Barcelona, España; con el propósito de lograr respirar —según me dijo—, la misma esencia de vida bohemia en otro lugar muy significativo durante la existencia de dicho artista. Sobre todo en sus inicios, cuando entonces era muy joven, el cual no podía ser otro que el emblemático café, “Els Quatre Gats”. Cuyo dueño Pere Romeu —fotógrafo profesional— era su amigo, con quien podía verse en sus propios retratos sobre las paredes, el que habría tomado como modelo de su negocio uno de Paris donde fue socio con otro, Robert de Salis; y, esta fue, la “Taverne du Chat Noir”. Razón por la cual el estilo de este café catalán, era casi un calco al carbón de aquella taberna parisina.

Fue muy grato ver, por ejemplo, una copia del menú del café con asombrosas caricaturas de sus amigos y asiduos visitantes junto a él, en este famoso bar; al mismo tiempo, puede uno recrearse en la sala de representaciones teatrales del lugar, con las obras de su primera exposición individual allí; siendo él todavía un imberbe principiante. Pero ya, aún en estos ligeros trabajos se percibía claramente el embrión de la extraordinaria potencia en sus futuros desempeños en esta materia.

viernes, 21 de diciembre de 2018




  2.-                           Bonifacia Alviárez
     


 ¡Jipi, japa… Jipi, japa! "Tan bonitíiiiica" que me quedó mi muchacha…! Decía la niña, mientras se desplazaba en círculos moviendo cadenciosamente la cabeza al pronunciar estas graciosas palabras, acompañadas de una curiosa melopea susurrante y fija pero bien armónica, que entonces le daba a su actuación una factura ritual; mostrando en ese momento un brillo tan particular en sus ojos, que hacían juego de la manera más linda, con la diáfana forma de la carita angelical que tenía, exenta de todo signo de maldad. En especial, cuando ponía énfasis en su retahíla al pronunciar la palabra de las “íes” en seguidilla.
Y; otra vez:
¡Jipi, japa…Jipi, japa! Tan bonitíiiiica que me quedó mi muchacha…!
Así, con tan inocentes y simpáticas expresiones, rebosante de alegría dando saltos alrededor de su más reciente obra, celebraba la pequeña Boni —así, la llamaban en casa—; cada vez que culminaba una nueva pieza dentro de su intensa labor creativa… La que por aquellos tiempos, en los inicios de su actividad productiva, consistía en la elaboración de sus curiosas muñecas de trapo un tanto regordetas, caracterizadas siempre por sus rostros angelicales aunque de enormes ojos saltones, con largas pestañas rizadas y, carnosos labios pintados de color rojo, en tono carmesí. Su estructura era muy elemental y enteramente simple, muchas de una sola pieza, pero con un giro muy claro hacia la obesidad; en realidad esto ocurría en la mayoría de ellas para ser exactos, durante esta primera época. Probablemente esa última característica de sus muñecas ocurría como consecuencia directa de alguna proyección sicológica en ellas, de su propia condición física… Las mismas eran logradas mediante la ejecución de una forma básica única partiendo de un cuerpo enterizo donde lo único más o menos bien definido serían sus extremidades, donde ni siquiera la cabeza tenía forma establecida; seguida por la demarcación del pequeño cuerpo en sus diferentes partes antropomórficas que vinieran definir su forma final, mediante amarres especiales según las características corporales que deseara imprimir la niña a cada una de sus piezas… Después procedía, a partir de este punto, a vestirlas y pintarlas usando múltiples combinaciones y estilos de formas, texturas, telas y, variaciones en sus colores… Así, gradualmente, la pequeña Boni se fue especializando tanto en la elaboración de sus graciosas muñecas, a tal punto que ya a su más temprana edad se las podía contar no sólo por cientos sino que, además, catalogárselas en sus diferentes presentaciones.
En realidad, siempre estaba a la vanguardia de las estrategias de diseño y elaboración de sus distintas creaciones en la medida que iba creciendo. Por éso es que más adelante, pasando por su etapa de adolescencia hasta entrar en la adultez se advertiría en su obra algo así como la máxima expresión en su proceso creativo, caracterizándose dicho período por la presentación de sus modelos a escala natural, que la obligaría luego a cambiar la mecánica de conformación de sus muñecas —y “muñecos” en general, puesto que más tarde también abordaría en su variada temática el concepto de género, tanto en humanos como animales, y cosas—; mediante la introducción de una sencilla pero efectiva estructura sólida de soporte, utilizando material de desecho de su propio entorno que le brindaba otra forma a sus patrones, aunque entonces resultaban ser mucho más complicados. Muy diferentes a los del comienzo; de aquella etapa pueril, sencilla, desprovista de adornos innecesarios y, muy minimalista. Lo que finalmente se convertiría en la base de sus obras ya terminadas de aquí en adelante, hasta el final de su vida; algo totalmente diferente al enfoque conceptual básico que hasta allí habría manejado y que además, marcaba la transición de aquel período, a otro mucho más elaborado y complejo. Coincidente —por supuesto—, con las complicaciones existenciales que por lo general tiene la vida de los adultos, a medida que se transita por los caminos de la vida.
La gente que la veía en esto, sin embargo, en especial la de su propia familia, celebraba también junto a ella con sus ocurrencias; lo que con el paso de los años se fue haciendo más intenso y comprometido, llegando a convertirse aquella muy particular forma de expresión de la niña, en el verdadero centro de vida para ella. En su razón de ser.
Cuando terminaba una de sus muñecas; y, otra... Luego otra y, otra más… Las iba poniendo por todas partes en la casa dejándolas por doquier, como si estuviesen abandonadas. ¡Pero no, en realidad no! En cada rincón, centro de mesa, repisa, armario, percha; y,  en el alfeizar o en el antepecho de las ventanas de la casa, donde estas fuesen vistas, en verdad era ese su verdadero lugar de destino definido por la muchacha. El que más le convenía a su particular estilo y vida propia escogidos, de acuerdo con los gustos estéticos de su creadora; en concordancia con su propio diseño. Con lo cual, se sentía ella la propia Boni, feliz dentro de su encierro. Era como si la locación escogida para “ellas” dentro del ámbito de aquella enorme casa en que "vivían" —junto a sus queridas tías—, viniera a complementar o, más bien completar, la terminación definitiva de cada una de sus creaciones.
Todos en el pueblo se admiraban de las destrezas e imaginación de aquella niña que tan sólo pensaba en sus muñecos de trapo, que parecía cobraran vida en sus diestras e inquietas manos. Por eso, cada vez que daba por terminada una, enseguida la ponía sobre el suelo rodeándola con una muy particular danza ejecutada e inventada por ella, consistente en dos o tres vueltas en redondo hacia atrás y adelante, siempre batiendo sus brazos al aire hacia el cielo; al tiempo que bajaba y subía la cabeza cadenciosamente mientras lo hacía, blandiendo al mismo tiempo sus dos graciosas crinejas al viento, amarradas en las puntas con una tira de vichí color verde caña. Momento en el cual podía verse muy feliz, repitiendo el consabido estribillo “de avivamiento” —comenzó a llamarlo después, a medida que crecía—; tal cual puede leerse en las primeras líneas de este relato: “¡Jipi, japa… Jipi, japa! Tan bonitíiiica que me quedó mi muchacha…!”.
Era para ella la consabida tonadilla, según decía, un inocente acto de magia que le daba a sus muñecas la posibilidad de adquirir una personalidad propia. Creía sin embargo, que no siempre se lograba —así, de tan fácil— tal cual ella lo deseaba, porque para obtenerlo habría muchas variables en juego que no estaban bajo su control, ni a su alcance; y tampoco, comprendía aquello muy bien del todo. Porque sabía que la última palabra en éso, la tenía el azar; que en definitiva es como la magia en  misma. Es por esto, que no todas las muñecas eran iguales a pesar de que siempre usaba los mismos materiales para su elaboración.
Nadie sabe de dónde pudo sacar la pequeña Boni esas cosas, acerca de sus muñecas. Pero dada las características si se quiere un tanto extrañas, sobre todo por lo relativo a su danza al término de cada una de ellas, entonces no faltaron personas mal pensadas en el pueblo que comenzaran a decir que de seguro habría sido por algún tipo de influencia maligna desde el más allá, tomando en cuenta la forma tan trágica en que había nacido (¿?). Razón por la cual procedía de esa manera. Cayendo entonces cada quien según sus pareceres en toda suerte de maliciosas elucubraciones: Que si era porque el espíritu de su madre se le metía en el cuerpo haciéndola danzar de esa forma… Que si las hadas, los gnomos, "momoyes"; o, todos juntos, se apoderaban de ella en los momentos en que comenzaba a elaborar cada nueva muñeca, hasta llegar al final con su curioso ritual de celebración. Guiándoles sus manos y, también su comportamiento, tan fantásticos entes del mundo feérico en sus extraordinarias ejecuciones, hasta terminar la niña con su enigmática danza… Que si patatín, que si patatán; en fin…! Lo cierto de todo esto, era que la pequeña Boni no paraba de hacer lo que hacía, sin importarle un bledo lo que los demás pensaran de ello. Además, a medida que crecía también sucedía lo mismo con su especial virtud por el manejo de las cosas hechas, especialmente con sus propias manos; en particular las muñecas, por supuesto. Con esto, se hizo de una tremenda popularidad en la comunidad escolar, en especial entre sus compañeros de clase quienes siempre se peleaban por tenerla consigo en sus grupos de trabajo. Las maestras por su parte, la adoraban por su muy particular inteligencia y destrezas; sobremanera cuando llegaban las diferentes épocas del año en que tenían que elaborar las carteleras relativas a los temas de estudio según el orden programático del sistema, para luego enfrentarse en debate de exposiciones los diferentes salones del plantel. Está de más decir, que siempre ganaban los que tenían a la inquieta Bonifacia en su plantilla.
Eran las vistosas muñecas de la pequeña Boni, de una textura y un acabado tan especiales que cuando uno las veía no quedaba más remedio que maravillarse ante ellas, quedando de inmediato el observante como tocado por algún tipo de embrujo que de alguna manera cambiaba la percepción estética de sus sentidos; no cabiendo en su trastocada nueva escala de apreciación, más que el calificativo de “maravilloso”. En este punto incluso, algunos de sus más exaltados admiradores llegaron a decir que hasta habrían podido ver un aura de luminosidad rosada, envolvente, muy brillante, en torno a algunas de estas. También se decía, que la niña tenía épocas en que su relación con las muñecas era tan estrecha que hasta la veían hablando con ellas; y, para cada una de las cuales tenía su propio nombre. Los que llevaba cuidadosamente registrados en un cuaderno, que a su vez guardaba celosamente en un baúl, bajo llave. Relacionando cada nombre con algún detalle diferente que la hiciera recordarlas en cualquier momento, sin ningún tipo de equivocación. Esto era algo verdaderamente asombroso, porque a lo largo de toda su prolongada vida llegó a tenerlas por miles. Todas estas bien documentadas en sus cuadernos de trabajo.
Las espectaculares virtudes de la niña fueron experimentando un aumento tan vertiginoso que todo el mundo tenía que ver con ella, con sus cosas, pero en particular con sus “extrañas muñecas” —fue así, como comenzaron a verlas algunos—. Entonces la casa empezó a llenarse no sólo de aquellas sino también de personas, que venían de todas partes para “observarlas” porque hasta llegaron a decir, que tenían algún tipo de poder oculto. Culminarían todas estas cosas locas de los alarmados aunque envidiosos vecinos, de desviados pensamientos, con la transgresión del buen sentido en la inocencia de la joven creadora; llegando a ser usadas sus muñecas, como fetiches en actos y acciones tan reprochables como absurdos, los que finalmente se revirtieron en contra de las acciones creadoras de la ingeniosa e ingenua niña que realmente Boni era, por aquellos días. Persuadiendo así, de este modo tan vil a las autoridades de la escuela, para que le recomendaran a su familia que la sacara del plantel; y que, irremediablemente, continuaran con su educación de una “forma especial”, dentro del ámbito de su hogar.
No podían creer ninguna de sus tías, que una cosa tan natural e inocente en una niña como ella, pudiera ser la causa del despido de su escuela. Como si fuera suya la culpa de las malas mañas y feas acciones de cierta gente en aquel pueblo, que inspirados en sus diabólicos pensamientos, hacían un uso indebido de las inofensivas creaciones de aquella simpática muchachita. Negándosele de plano, tan sólo por meras e infundadas razones de tipo supersticioso, su derecho a ser educada por las autoridades elegidas para ello dentro de su escuela.
Se impuso definitivamente entonces en aquel insólito caso, la maquinaria de las tradiciones religiosas, utilizada ciegamente por algunas malas personas que actuaban como tribunal inquisidor —de nuevo— mediante la influencia social de las más rancias y, renuentes damas del pequeño pueblo; congregadas —so pretexto—, bajo alguna de las denominaciones santorales que acostumbraban hacer vida dentro de la comunidad eclesial de la puritana localidad… Así las cosas, esa vez, se llevaría a cabo el más patético e insólito caso de intolerancia por motivos religiosos; en aquellos tiempos de oscuridad meridiana. En un inusual desenlace escolar que forzaba a una inocente niña de la vecindad a permanecer fuera de su ámbito natural, llevándola a recluirse para efectos de estudio en su propia casa y, prácticamente por voluntad de otros,  donde sus tías al verse impelidas a retirarla del colegio inmediatamente se activaron para impartirle una educación integral a su manera, hasta donde humanamente podían; lo cual por supuesto se compartirían entre todas ellas… Fue a partir de allí, de ese odioso trance, que la niña Boni se sumergió aún más en su fantástico mundo, al comprender la ingratitud y la maldad con que actuaban las personas en su entorno; dentro de su muy particular modo de ver el mundo que la rodeaba. Situación de vida que la empujaría a dar un vuelco en su tierna y sencilla formación como persona, causándole serios trastornos en su merecida educación; lo que tendría a futuro un tremendo impacto en su vida… Por lo que, a partir de allí, buscó refugiarse con mayor fuerza en el etéreo mundo de sus muñecos de trapo; tal vez creyendo que de este modo, lograba encontrar una vía de escape ante el repentino rechazo de la gente que antes por el contrario, la admiraba y la aupaba, en sus deliciosos delirios creativos. Cosa que entonces, ni nunca, lograría comprender realmente.
Fue así cómo aquella niña, con el paso del tiempo sometida a su nueva realidad de asilo en su propia casa se habría vuelto una prematura, taciturna y, solitaria persona adulta; cuya situación de encierro forzoso la habría hecho más madura antes de tiempo, preparándola así a ser nombrada ya no más con su inocente diminutivo de ayer, como hasta allí había sido. Sino, por el contrario, parecía cuadrarle mucho mejor por aquella época su definitiva nomenclatura de gente mayor que en realidad, aún faltaba mucho para que esto ocurriera… Aquello de: Bonifacia Alviárez. "Doña Bonifacia". ¡…Aah, bueno! Más bien dejémoslo hasta allí, por ahora; porque será para muchísimo más adelante cuando en realidad se le llame así, con su nombre de pila… Sin embargo, después de cumplir esa vez con sus actividades diarias de aprendizaje general propio de su edad en la etapa escolar, siempre al lado de sus abnegadas tías —cosa que ya no le sentaba bien, pensaba—, entonces se dedicaba a lo suyo; encerrada en la soledad de su casi siempre sombrío aposento. Éste; era una amplia estancia recién ocupada por ella, con las dimensiones requeridas suficientes para albergar cómodamente a tres o cuatro personas adultas. No obstante, estaba toda a su entera disposición con el consentimiento de sus tres tías, las que al percatarse de la gran cantidad de objetos que tenía, entonces decidieron mudarla para ese nuevo lugar; con todas sus cosas, incluidas las de trabajo. Ahora también con sus ya muchas muñecas; sugeridas, imaginadas, recreadas, en lo más etéreo dentro de su fantasía y, traídas al mundo real por medio de sus formidables, hacendosas manos. Las que iban formando parte importante dentro de su particular séquito, en el que de alguna manera empezaba ya a intuirse un cierto vestigio de esquizofrenia; en sus diferentes formas, tamaños, expresiones, fisonomías, rasgos étnicos, sociales, estados de ánimo, vistosas vestimentas y  variadas ambientaciones.
Su nuevo y amplio cuarto que también le servía de taller, era en sí, el único espacio geográfico donde en verdad Boni se sentía segura; por lo que, para ella, era éste su único mundo. Quedaba en el extremo izquierdo de la vetusta casa, vista desde el frente. Con dos amplias ventanas construidas a la vieja usanza tradicional española por sus cornisas, alféizar, antepecho, goterón y, cuarterones quea veces en la fuerte brisa del verano golpeaban con fuerza el marco y los cristales; haciendo que sólo así, algunas veces saliera la niña de su ensimismamiento mientras trabajaba, por esas causas naturales del entorno. Características arquitectónicas tan particulares que fuera de aportarle una sencilla belleza a la construcción en esta parte, le brindaban además una excelente vista a su emblemática ocupante desde adentro y, hacia la calle principal; aún en la característica humedad de los recios inviernos que tornaban a su inquilina mucho más inquietante que de costumbre, por aquellos días. Lugar desde donde también, se divisaban las coloridas y contrastantes casas que acompañaban a ésta, la de Boni y su familia, cuyos colores se avivaban con la inclemente luminosidad del verano, en su eterno discurrir camino hacia el fondo de la central vía en donde estas luego se encontraban; en sentido hacia el Este. Cual perdidas enamoradas convidadas a reunión por sus pretendientes, allá en los solaces espacios de la frondosa plaza Bolívar. Por donde se alcanzaba a ver más allá, a lo lejos, trémulas en su trópico reverberar de las encendidas tardes, las ojivas con sus coloridos vitrales como a punto de reventar en lo más alto del campanario de la vieja iglesia de la ciudadela que entonces, era Altagracia. Un cuarto de habitación que, en cuyo frente, alineado a la transversal que hacía esquina con la vía principal o calle Real ya pormenorizada tenía un robusto, frondoso, y, enorme árbol de Matapalos; que bañaba sus inmediaciones con su impenetrable sombra durante todo el año. Tal vez por éso, precísamente, la atribuida sombría caracterización de su siempre fresco entorno interior. El que además; y he aquí el misterio, inmediatamente que ella −Boni− comenzaba las labores creativas de su próxima muñeca, asumía una auténtica, original, y prístina claridad procedente de un brillo tan especial que parecía emanar desde sus viejos rincones. Como si los muy minúsculos granos del polvillo que los cubrían, acumulados en el tiempo, se hubiesen transformado de pronto y mágicamente en un infinito montón de mudas luciérnagas doradas que hubieran venido a saludarla.
De este modo, vivía inmersa en la tierna ambientación circundante de su intimidad la joven Bonifacia, como ya de antes lo estaba en el mundo de sus muñecas; que eran, aparte de sus tías según ella, las otras "personas" que habitaban aquel enorme caserón que compartían. Con más de diez cuartos, casi todos solos, vacíos, y enteramente sumidos en su interior en una total ingrimitud; haciendo que esta vieja mansión colonial fuera únicamente, tan sólo una bien grande. Pero al mismo tiempo, que se le viera por todos sus costados la más terrible de las enfermedades que padecía, hasta en la más mínima brizna de paja en los adobes de sus paredes y, en sus entristecidos y húmedos ambientes; la cual era, su grandísima, monumental y, eterna soledad que de a poco la estaba matando… Males que sin embargo parecían borrarse como por arte de magia, al menos allí, en el cuarto taller que la joven ocupaba. Donde tan sólo con los primeros de sus enrevesados trazos de grafito sobre el papel con que de costumbre daba inicio a sus creaciones, empezaba a dar vida al próximo miembro de su enigmática colección que vendría a poblar su fantástico mundo; intentándolo una y otra vez mientras fuera necesario y, hasta sentirse suficientemente satisfecha con la forma deseada… Después de variados, múltiples intentos, borrones constantes y, hasta unos cuantos cambios de hoja en algunos casos —las cuales no botaba para luego ser convertidas en papel maché, que después usaría como material de aporte en la ejecución de sus instalaciones; porque, uno de los pilares de su trabajo, como ella misma lo decía, aparte de la creatividad y la sencillez también lo era el sentido ecológico, apoyado en el reciclaje—; para finalmente obtener la próxima figura que saldría desde lo más profundo de su ingenio artístico… Que pronto vendría a formar parte del selecto grupo que la acompañaba, pasando a ser no uno más de entre aquellos habitantes que iban poblando la estancia, moldeando poco a poco su propio y muy particular entorno social; sino más bien, un respetado individuo familiar esperado con ansias por su llegada. Cada uno con nombre y apellido propios.
…Ya con éso, con el logro efectivo de otro de sus familiares acompañantes, se notaba de inmediato cómo iba desapareciendo la acostumbrada típica penumbra reinante al menos en su alcoba. Lo que reconfortaba definitivamente a la pequeña Boni, haciéndola que se sintiera cada vez más viva, realmente feliz y contenta con lo que hacía; por tan sólo haber ayudado a este nuevo miembro a llegar   y, estar ahí, a su lado… Impulsándola a ir cada vez mucho más lejos, en el planteamiento de sus propuestas colmadas día por día de una increíble y nueva espiritualidad, que estaba convencida era capaz de defenderla; al evadirse en cuerpo y alma de ese mundo exterior que la oprimía. Tan cruel, inhumano y, ajeno a ella… Sorprendidas se quedaban siempre sus tías con lo agradable y acogedor de aquel ambiente en sus habitaciones cuando la visitaban, ya fuera para pedirle que las acompañara a comer, al ver que se retardaba demasiado; o, a solicitar su ayuda en el cumplimiento de cualquier otra labor propia de la casa en que ellas consideraran necesaria su participación. Al principio creyeron que era por pura casualidad, tanta paz y confort, pero con el paso del tiempo se fueron convenciendo de que la niña en verdad poseía algo que no era normal. Sin embargo sabían que se trataba de una cosa buena, realmente especial y, mágica; algo que definitivamente estaba fuera de este mundo. Por lo que todos los días le daban gracias a Dios por tenerla. Sería visto todo esto por sus tías, en parte como una manera de compensación divina por la prematura pérdida de su madre y, por otro lado, además, como una auténtica vocación de la jovencita para el trabajo artístico.
En fin, estaban admiradas con ella al comprobar que todo a su alrededor parecía resplandecer con un brillo especial cuando se hallaba dedicada a su singular trabajo de creación, logrando impregnar con su bondad a todos los que la rodeaban —en el restringido espacio hogareño, que ella misma se habría impuesto—; cambiándolos radicalmente, incluso, hasta en su forma de pensar. Era tal el efecto tan benefactor que lograba imprimir esta niña en su entorno, que las personas no comprendían el porqué hasta los malos pensamientos que pudieran abrigar en su intimidad, se les borraban ante su presencia; al menos, mientras estuviera en su momento creativo. Por lo que era lo único claro que hasta ahora habían podido detectar dentro del extraño cuadro que normalmente la rodeaba.
Hubo una vez en que las tres tías de la niña, en pleno, coincidieron en su cuarto taller donde como de costumbre se hallaba trabajando en otro de sus proyectos, estando ella ese día en su cumpleaños número quince además; cuando por primera vez y de una forma inesperada le hablaron acerca de sus padres. Cosa que hasta ese momento habían tratado de evitar, ocultándoselo desde muy niña, pese a que no perdía tiempo cada vez que tenía el chance, de mostrar su interés por saber cada vez más sobre sus progenitores; tocando sorpresivamente las hermanas ese día y, de manera espontánea el espinoso tema. Pero en esta ocasión sin embargo no fue necesario que se lo preguntaran, cosa que la chica últimamente ante tanta renuencia, ya había aprendido a soslayar en vista de la acostumbrada y, negada actitud al respecto, por parte de sus parientes. Se cree que fue tan fuerte la influencia de la energía benefactora que la rodeaba aquel día, que sin aquellas proponérselo entraron diciendo, con una sonrisa de oreja a oreja y, en un inusitado cambio hacia ella —primero las dos mayores, en coro—; las acostumbradas palabras de rigor en estos casos:
− ¡Feliz cumpleaños, mi amor…!
Y… Casi al mismo tiempo; diría la otra, quien llevaba una bandeja en sus manos con una torta y demás cosas para celebrar:
 ¡Felicidades!!!
 − Pero, si ya eres toda una mujercita, mi niña…! Acotó, extrañamente melosa, la tía menor. Acompañando de forma inusual tales palabras con cálidas expresiones de cariño y, desbordadas todas en primores. Para sellar tan emblemático momento mediante fuertes abrazos en el que se confundieron las cuatro una sola entidad familiar, llorando en grupo y, manteniéndose así por un buen rato; trémulas de la emoción.
…Finalmente se separaron para luego hacerle entrega de un importante obsequio a la conmovida cumpleañera, consistente de un gran medallón pendiente de una cadena de oro, que fue colgada al cuello de la muchacha por parte de Honoria, la mayor de sus tías… Mientras las otras dos que eran sus madrinas de bautizo y confirmación respectivamente
—algo común esos días—, junto con el esposo de aquella por padrino, Ramona y Virginia la miraban con sus ojos humedecidos por lágrimas de emoción; observando con suma atención cuando la muchacha curioseaba la joya de regalo; llena de una gran alegría.
…El medallón era un camafeo abatible, orlado en el perímetro con un ribete ondulado en forma de cadena tejida, por detrás plano con una dedicatoria, y el frente trabajado en piedra ónix color blanco veteado de aspecto lechoso, como el albayalde; mostrando un perfil de la efigie de Santa Bonifacia, su advocación mariana de cuando vino al mundo (Santa española de nombre Bonifacia Rodríguez Castro; quien en su vida de joven se dedicó al sencillo trabajo de cordonera. Nacida en Salamanca un 06 de Junio del año 1837, donde fundó la orden de la Congregación de las Siervas de San José; beatificada y canonizada si se quiere en tiempos recientes por los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, en los años 2003 y 2011, respectivamente). Una clara evidencia de que fue debido a la fuerte devoción de sus abuelos por esta milagrosa santa —sólo Beata en sus tiempos—, por lo que se explica su nombre. Portaba en su interior la preciosa medalla, como tal, dispuesta en forma díptica oval, el retrato de sus progenitores a uno y otro lado de la misma. Con sólo abrirla por primera vez, la pequeña Boni lloró de la alegría al contemplar por fin ante sus tiernos ojos la estampa del rostro de un hombre y, también el de una mujer, jóvenes y apuestos; que serían los correspondientes a los de sus padres, en la flor de la juventud. De innegables rasgos fisonómicos que la recordaban a ella.
…Una vez repuesta del tremendo impacto emocional recibido, le dio las gracias a las tres mujeres que tenía delante, invitándolas luego a sentarse para degustar en familia la torta con los refrescos que habían traído; después de esto se imaginó que ahora le ampliarían más, en detalle, sobre la vida y también la muerte de sus desconocidos padres; lo que ciertamente y para su sorpresa, así habría de ser. …Tomó entonces la palabra su tía Honoria, la única casada entre las tres sobrevivientes hermanas de Bonifacia Artemisa, menor entre las cuatro; y, madre de la pequeña Boni. Quedando las otras dos en su inútil condición de solteronas o, como dice el dicho popular, para vestir santos. Todas habían nacido en esa casa, justo en la misma esquina del Matapalos en la transversal con la calle Real —fácil de ubicar por el cartero cuando llevaba la correspondencia; ya que, en ninguna otra intercepción de la citada vía, podía encontrarse un árbol tan hermoso como aquel—. En ésta corretearon de niñas detrás del juguete preferido, crecieron, y soñaron con sus ilusiones de adolescentes, florecieron entre sus picardías propias en la edad de juventud, llenas de vida, pendientes de sus amores al parecer no bien correspondidos, por cuanto se hicieron viejas a la espera del último pretendiente que nunca más llegó y, luego también, aquí fallecerían; í ngrimas y solas. Ramona y Virginia.
Mientras tanto la entonces joven Bonifacia en un desenlace inesperado del destino, muy pronto se topará a partir de allí con el amor de su vida; pero también con ello, quedaría sellada con candente lacre y, para siempre, su más horrenda tragedia.
                                          
                                                       ...Continuará...!

(...Extracto inicial de  la segunda parte del libro número uno —Las Evasiones de Hilario Coba—, correspondiente a la serie de cuatro: Relatos Oníricos de la Atascosa...!).
   
  

                                          




          ...Buenos días mis amigos. Hoy les traigo la tercera parte del capitulo numero  cuatro de mi libro "Andrómaca y Felipe",...