...Buenos días amigos. Aquí les traigo el final del capítulo número once.
11.- Tres Doctores... Tres Esperanzas
...Continuación:
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…Por último me es grato recordar, al eternamente bueno y servicial, Dr. Marchena; que en verdad más bien lo fue de corazón, además por
convicción. Pues de sólito hacía gala de su humildad y sapiencia, en favor de
quien lo necesitara y, sin mediar en ello ningún interés que no fuera, ayudar
al prójimo. Como cuando yo siendo muy niño, sintiéndome bastante quebrantado de
salud y, habiendo agotado mi madre su propio “arsenal herbario” en mi favor
pero con casi nulos resultados, ya muy preocupada −podía verlo en su rostro−,
ella entonces me dijo:
“…Vamos Hilario, ponte las alpargatas y la camisa, porque voy a
llevarte a ver a Marchena, para que de una vez te cures…!”
Tan determinante y segura era la expresión de mi mamá, que con
sólo llegar y tomar unos brebajes preparados por el viejo facultativo, ya
empecé en pocos minutos a sentirme mejor.
Fue la primera vez que lo vi: Era alto, flaco, encorvado. Usaba unos anchos pantalones de lino con ruedos postizos en las mangas, la pretina más arriba del ombligo, sostenidos con unas elásticas a rallas marrón y blanco sobre una franela manga larga o, una guardacamisa según el caso. Tenía cara risueña, que parecía siempre anduviera masticando algo –lo que en verdad no existía− y, por tal razón, era normal observarlo con el mentón siempre en movimiento; aun cuando se enojaba, en que lo hacía a mandíbula batiente. Como si más bien se riera a carcajadas. Vivía en el pueblo más allá de la plaza Bolívar por el oriente —visto desde mí casa, en la calle El Ganado, al occidente— y, por cierto, esa vez también fue la primera, en que pasé por todo el centro frente a la estatua de El Libertador.
...Ahora que me acuerdo, viene a mi memoria el día en que fue develada aquella efigie, según lo cuenta mi hermano Luis Enrique; quien me dijo:
“…Cuando el señor Marchena, actuando de orador designado para tan significativo acto como era lo habitual en el entonces incipiente municipio, vio que al retirar el velo de sobre el bronce del prócer habría quedado pegado un trocito de liencillo blanco en uno de sus ojos, cosa que él no se esperaba; por lo que en una jugarreta de la mente y, debido quizás a su avanzada edad, cuando notó aquello lo primero que se le ocurrió decir con su gangosa, característica, y no menos apasionada voz, fue lo siguiente −gesticulando profusamente en el aire, como era su costumbre; además−:
“…Pueblo de La Atascosa; nos hemos reunido hoy aquí, para rendir
un justo homenaje a…
(…Enseguida mira hacia un lado, luego se da la vuelta, para
indicar con su mano derecha hacia el busto sobre el pedestal y…)
…Luego se detiene,
tal vez dándose un poco
más de tiempo para pensar mejor; se quita los lentes con montura de
carey que solía usar, los humedece entre sus manos con el aliento para entonces
limpiarlos con su pañuelo floreado y, por fin, una vez decidido remata
diciendo, después de volver a colocárselos:
"…Carajo!!! Pablo; pero quítate de ahí,
chico...!"
…Una vez dicho esto
dicen que todo el mundo, expectante como estaban dada la sobrada parsimonia del
tribuno para soltar las palabras, largó una sonora carcajada; celebrando con
vítores la ocurrencia del viejo médico en apuros, que no daba crédito a la euforia causada por su verborrea. Pero, no
veía cuál era el chiste. Pues, naturalmente se refería Marchena a mi tío Pablo,
quien era tuerto de un ojo —perdido cuando trabajaba en la petrolera por una
guaya que se rompió en una labor de taladro, que luego iría a cuerearlo en el
rostro; en un episodio que por poco lo deja
hasta sin vida— y que, justo al voltear
lo consiguió parado detrás suyo, pendiente de su perorata.
(…Después del accidente de trabajo que había tenido, por cierto
−causa raíz del problema en su ojo−, el tío Pablo fue llevado a los Estados
Unidos, para su debido tratamiento. Cuando regresó, al cabo de unos cuantos meses en la ciudad de
Tulsa, Oklahoma, llegó con un ojo de vidrio y una marcada afición por el idioma
del Norte. De allí que, en las
peleas de gallos en la gallera de Pacheco, aquí mismo en el pueblo, siendo que
cargaba buen dinero por el arreglo de la compañía, cuando su gallo picaba decía
con euforia e indiscutible orgullo; y, a voz en cuello —blandiendo al aire un
billete nuevo, de diez dólares:
"This is my
cock!!!"
(Algo así como, “ése es mi gallo”)
…Enseguida la gente sin entender muy bien lo quedecía, comenzó a simplificar aquello que oía, como:
“Misi mai coc”
…Por cuanto, de allí en
adelante, cada vez que
lo saludaban en la calle así es como le decían;
pasando a ser con el tiempo, el único sobre nombre por él aceptado…!
Para aquel entonces,
Marchena además ostentaba el cargo de primera autoridad civil de La Atascosa,
de allí lo de su disertación frente a la figura del prócer, ahora deslucido por
la inoportuna aparición de mi tío quien apenado, pidió disculpas al público;
especialmente a su querido paisano.
…Recuerdo también; cuando fui un día por encargo de mamá, a llevarle unas catalinas rellenas con conserva de coco que tanto le gustaban. Llegué a su farmacia que como ya dije estaba a la entrada del pueblo, en el barrio Cinco de Julio, al hacerlo no vi a nadie, lo llamé y escuché cuando me gritó desde adentro que pasara a la habitación contigua, donde se encontraba. Entonces entré y asomándome al lugar de inmediato quedé impresionado, por todo lo que allí pude ver… Sí, efectivamente, allí estaba el viejo. Sentado sobre un taburete de madera trabajando en un largo mesón adosado a otro, formando una “ele”; encuadrada en un rincón del salón.
Los mesones estaban atiborrados de vidrio: Retortas, matraces, balones, pipetas, probetas, vasos graduados y, mecheros encendidos, cuyas lenguas candentes apuntaban desde abajo, al fondo de tubos de ensayo con líquidos burbujeantes de variados y luminosos colores, sostenidos por ganchos de madera sobre soportes universales; entre un enjambre de mangueras, tubos y válvulas, que serpenteaban por encima, en el aire, sostenidos algunas veces por ganchos metálicos empotrados en las paredes.
Había gran cantidad
de otras cosas, entre ellas
unos llamativos envases con tapa de pomo también de vidrio, contentivos
de líquidos, gránulos, y polvos de vivos colores, alineados en una repisa
sostenida en la pared principal, por encima de las mesas de trabajo, junto a
gruesos libros rigurosamente acomodados e identificados en el lomo; uno de los
cuales estudiaba entonces el viejo
boticario, cuyo espacio abierto entre los otros, donde antes estaba, aún se
podía ver.
Era gordo, de formato grande, muy diferente a los demás. Lo
mantenía entre sus codos sobre la mesada, leyendo por encima de la montura de
sus gruesos lentes enrevesadas fórmulas e intrincados diagramas impresos en las
amarillentas hojas del viejo texto, mientras tomaba notas con su pluma fuente
sobre hojas blancas con las que se iba formando ya un cartapacio que iba dejando
al lado; cuando
de pronto, salió de su
abstracción como con ganas por fin de dirigirse a mí. Momento en el cual me
fijé además, en la panorámica muy cerca de donde él estaba; y, observé con
marcada curiosidad un viejo microscopio, una marmita, un juego de largas pizas
y, un par de gruesos guantes de amianto como para lidiar con el calor.
Pero sobre todo, lo que más me impactó dentro del contexto de
todo aquello, fue la bien cuidada imagen en un cuadro montado con vidrio sin
reflejos; sobre el que supe después porque me quedó grabado para siempre, era
una copia del famoso dibujo de Leonardo Da Vinci: "El Hombre de Vitruvio". Entonces me vio, de nuevo,
siempre por sobre sus lentes y, simplemente dijo:
“¡Carajo Hilario! Pero, si que tienes cara de “ponchao; muchacho…! —Expresión que solía usar
porque le gustaba
mucho el beisbol—. Esto es tan sólo un laboratorio, chico, no temas…!"
"...Y para qué
sirve?"
…Pregunté
tímidamente; a lo que él enseguida, respondió con total honestidad:
"…Para muchas cosas buenas, vale; por ahora estoy tratando
de elaborar un remedio, que sirva para casi todo…!"
"Como
qué…?" —Pregunté de nuevo.
Entonces, extrajo
de uno de los bolsillos de su bata blanca un
pequeño libro verde, lo tomó con una mano entre el lomo y el borde de su tapa
dura —pues le cabía completo en ésta— y, mientras lo hojeaba con el pulgar y el
índice de la otra, viéndome de frente dijo; ahora no sobre la montura de sus
lentes. "Para casi todo lo escrito en este vademécum: El catarro, chico;
que echa tanta vaina. La tos común, diarrea, erisipela, lombrices, tosferina, migraña, dolencias
en los huesos, angina de pecho y, mucho más…!"
"Te
parece poco…?"
…Y; luego agregó,
pareciendo estar fastidiado.
"…Deja las catalinas ahí y te
vas, que ya es tarde. Gracias y, salúdame a doña Juana…!"
Después de haber visto lo que vi, supe que el anciano
facultativo era también un auténtico alquimista, tras la búsqueda al igual que
aquellos del Medioevo, de su “piedra filosofal”. Aunque en este caso no era
otra, que la obtenida con sus métodos y por sus propios medios, de un
"inefable emplasto de color amarillo y, aroma mentolado” —que ya existía
de origen industrial, pero era difícil de conseguir por allá, debido a la poca
industrialización que había entonces; y, a la precariedad de las vías de acceso
al pueblo en aquellos años. O;
porque tal vez era importado—, recomendado por él
para casi todo; y, tenía por nombre: “Antiflogitína”.
Esta estampa de "viejo alquimista", al ver al señor
Marchena en su faena sobre el mesón, se me figuró después que vi unas imágenes
en las láminas de una vieja revista de la “Reader´s
Digest”; encontrada como siempre en “La Biblioteca” años más tarde, en
donde se trataba este tema de tiempos medievales. Por la foto de un alquimista
de aquella vetusta época, aparecida en un grabado de la revista, que
representaba la viva imagen del viejo Marchena en su arcaico aunque moderno laboratorio.
…Siempre trabajando duro, anónimo, servicial, con la mira de su
ingenio puesta a favor de la gente más humilde en La Atascosa; por éso, sería
tan apreciado en aquel pueblo. Era prácticamente un prócer de la justicia
social, pero sincero y sin triquiñuelas ni zancadillas —como aquellos otros que
jugaban a serlo, aunque no le llegaban ni por los talones; endiosados en la
política y, envenenados por anacrónicas ideologías—; y, por eso, se encargaba espontáneamente
de todo, sin emolumentos, tampoco pomposos cargos burocráticos. Vivía su vida
para resolverle los problemas de la gente que de verdad lo necesitara y, en un genuino
afán de servicio público desinteresado.
…Cuando no estaba sanando enfermos, entonces era rigiendo los
asuntos propios de la autoridad civil, en la solución de algún asunto legal o,
arbitrando cualquier disputa entre vecinos; por tierras o ganado. No conforme
con éso, a veces se ausentaba de la población por unos cuantos días, que
utilizaba para viajar a las cabezas de distrito, la capital del Estado y, hasta
a la mismísima Caracas, si
era necesario; buscando apoyo para la aprobación y construcción de escuelas.
Adonde asistía en compañía de otros preclaros vecinos, hombres y mujeres
preocupados también, por la buena educación de las nuevas generaciones de
guariqueños. Tal fue el caso de la escuela donde estudié primaria aquí en mi
pueblo, junto a muchos de mis coetáneos: Grupo
Escolar Monseñor Rodríguez Álvarez. La cual después de un sin número de
diligencias y cruce de misivas entre mis preocupados coterráneos, ductores de
juventudes y, siempre liderados por el señor Marchena ante las autoridades pertinentes,
felizmente inició sus actividades al recibir la bendición de su propio Epónimo
en persona, en algún momento de su historia; y, la venia de uno
de sus más insignes maestros y gran poeta como lo fue, don Víctor Vera Morales.
…Muy recordado por mi
hermano Vidal, quien fue uno de sus alumnos; que siendo el mayor entre todos
nosotros, prácticamente nos arrullaba cuando éramos niños, con algunos de sus
poemas. Tal cual aquel, cuyo primer verso humildemente esbozo aquí, para el recuerdo:
—ESTAMPA DE LA LLANURA—
…Tierra noble es la llanura
Si un hijo suyo está lejos
Le manda con sus dos rejos
Un puñado de ternura…!
...Y; para cerrar esta parte, hablando de poetas, sería oportuno
recordar aquí lo dicho por el bardo aquel que dije vivía al lado de mi casa, en
los tiempos del Dr, Requena, que
cuando de niño escribió su primer poema y; de cuyo contenido, extraje estos
oportunos versos:
I
“…Mamaíta,
mamaíta…!
Búscame
los tres doctores…
Y
me consigues una cita…
Pa`agradecé sus favores…!”
II
“…Mamaíta, mamaíta…!
Te
lo digo con templanza…
Consígueme por favor la cita…
Que son mi única esperanza…!”
III
“…Mamaíta,
mamaíta…!
Te
lo digo por vía tuya…
Que vengan pronto a la cita…
manque
sea con la puya…!”
(Nota. La puya, para el niño, eran las inyecciones).
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