Muy buenas tardes mis amigos. En esta ocasión les traigo, de nuevo, otro trozo de mi novela Memorias del Punjab; tal como se los prometí en la entrega anterior. A continuación:
—Memorias del Punjab—
La Gran Aventura de Andrómaca y Sayed
Segunda parte
…En una ocasión dentro del mismo espíritu
de esas romerías religiosas de su madre, el pequeño Sayed junto a sus amigos sin
pensarlo, entraron por pura casualidad en un recinto privado de uno de los
monasterios a que asistían algunos de sus familiares “…Cuando sin darnos cuenta —contaba Sayed—,
uno de los cuatro niños que andaba conmigo, inocentemente empujó una llamativa aunque
sencilla puerta de madera en la que había un lindo “escudo” tallado en ella, en la parte superior y, ésta se abrió. Al centro, tenía la imagen
de Buda sentado sobre un tapete de mimbre en su característica posición del
loto, con sus manos unidas en námaste; que pareció iluminar muy suavemente todo
el conjunto justo al ceder el vano bajo la pequeña presión ejercida por el
curioso niño, pero también, levantarse unos pocos centímetros de donde estaba, mostrando
varios círculos concéntricos más abajo —o; sea, detrás—, como capas
superpuestas conformadas por minúsculas figuras de todo tipo de animales, ríos,
plantas, árboles, planetas, estrellas y, muchas otras cosas más; al tiempo que,
seguía flotando y brillando en el aire sobre la vieja superficie de madera. Al ver éso, sentimos un impulso irrefrenable
de entrar; y, como el acceso ya estaba libre, consideramos que no habría
problema en ir adentro para echar una miradita…!.
"…De pronto, al abrirse la puerta
estábamos en un fantástico lugar nunca antes visto por ninguno de nosotros, en
principio era una especie de taller de escultura, alfarería, orfebrería, y
demás; o, algo así. Rodeado de inmensos y bellos jardines a cielo abierto de
cuyo cada elemento que lo componía brotaba la vida de una forma tan especial,
al igual que de sus mansos cuerpos de agua, cascadas, lagos; y sobre todo, de un
rio que luego se convertía en cuatro, en este caso. Que recordaban tal vez, a
los del jardín del Edén señalados en el texto bíblico “tal como lo supe
después, cuando crecí”, según el Génesis; donde se dice que:
“…Plantó Dios un jardín en Edén, al oriente, y
allí puso al hombre a quien formara. Hizo brotar en él de la tierra toda clase
de árboles hermosos a la vista y sabrosos al paladar, y en el medio del jardín
el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Salía del Edén
un rio que regaba el jardín y de allí se partía en cuatro brazos. El primero se llamaba Pisón… El
segundo se llamaba Guijón… El tercero Tigris… El cuarto Éufrates". Génesis 2: 8 a 14. ¡Todo lo cual nos parecía inverosímil
y, más bien, mágico…!”
“…En aquel amplio espacio al que habíamos
entrado —siguió Sayed, con su relato—, podían verse además muchísimas obras
extraordinarias por doquier: En las paredes del recinto, en el techo, en los
pisos —superficies que a veces se transparentaban, con un brillo de prístina
belleza; reflejando, ocultando, o, vivificando mucho más el jardín del fondo
que todo lo rodeaba y que, parecía no tener fin, cuando la vista se nos perdía a través del
horizonte—; también sobre pedestales, y
por supuesto en los ordenados mesones de trabajo donde había además todo tipo
de herramientas relacionadas con las artes ante dichas... Los utensilios, y herramientas de trabajo
en los bancos eran manipuladas con destreza absoluta por unos monjes artesanos,
u obreros, que trabajaban en éstos; siempre atentos a los detalles, callados,
absortos en lo que hacían como si no se percataran de nuestra intrusa
presencia. De la parte superior de sus oblongas cabezas y, desplazado un tanto
hacia atrás, tan sólo brotaba un pequeño mechón de cabello, uno solo, tan negro
y brillante como el azabache, prendido en una única vuelta en forma de bucle a
una cinta atada al cuello; vestidos enfundados en sus característicos camisones
de tela sencilla color azafrán, y puños tan amarillos como el curri, algunas
veces arremangados hasta los codos para facilitar su trabajo… Curiosamente
además, llamaba la atención una especie de luz tenue dorada que constantemente
emanaba de ellos “…Como en el Mándala flotante
o, emblema de la puerta por donde habíamos llegado…!” La cual era transferida a
las cosas con las que hacían contacto en su callada labor. Pero sobre todo se
sentía en el recinto una gran armonía que contagiaba a todos; y, extasiados,
allí seguíamos, viviendo y observando aquellas cosas tan maravillosas, arrobados
en sí de una gran admiración. No sólo por las obras que aquellos monjes
llevaban a cabo en ese lugar, poniéndolas por todas partes, sino también por la
infinita sensación de paz que envolvía tan cálido ambiente.
…Por otro lado y, más allá, otros monjes
quizá la mayoría, caminaban lentamente por las veredas del bosque en absoluta serenidad
con la cabeza gacha, rapada enteramente en su más extrema sencillez y humildad,
hacia un lugar en el centro del enigmático “jardín” donde se alzaba un
imponente monasterio tallado en su totalidad en oro puro, "podíamos ver y
apreciar con facilidad”; en cuyo patio central estaba un hombre rezando, o,
meditando. Sentado en el suelo sobre una pequeña estera en la misma situación
de la escena mostrada en el luminoso emblema, tallado en la puerta por donde
habíamos entrado a tan extraordinario mundo. A medida que los primeros monjes fueron
llegando, a su lado desde diferentes direcciones se iban acomodando otros en su
respectivo lugar sobre el piso, que por ningún lado tenía asientos de ningún
tipo; disponiéndose todos en círculos concéntricos en el suelo, contándose por
cientos, tal vez miles; y, asumiendo cada quien de inmediato idéntica posición
del que evidentemente, era su maestro.
“…Aquello en verdad, era algo tan bello, e
increíble…!” —Recordaba asombrado, el joven Sayed—, que parecía estuviera en un enorme cubo de cristal viajando
en el tiempo a través del espacio, envuelto en su totalidad por un hermoso jardín que iba desplazándose junto
con él, como un todo; en un relativo y, estacionario movimiento. Y, a su vez, rodeado
así mismo por blancas nubes a través de las cuáles se podían distinguir a
intervalos, admirados todos nosotros, la luna, los planetas, cometas,
asteroides y, las estrellas; en que todo, absolutamente, parecía flotar en la nada.
…Fue allí, en ese instante, cuando llegué a
pensar por primera vez en cierta descripción que mi madre me había referido
desde muy niño; respecto a un mítico, sagrado y divino lugar muy lejano, usualmente habitado por
Dios, pero al mismo tiempo también muy cercano y, el que según ella, debíamos
empeñarnos en alcanzar durante el tránsito de nuestro largo, o corto camino,
dispuesto por el creador para cada uno de nosotros como individuo sobre este planeta.
El que ella dijo llamarse, Shangri – La…!”
“…Tal vez éste sería también el mismo, Jardín
Paraíso —comparaba Sayed a su modo de entender y, según sus propias vivencias—, reseñado por mi padre en sus
historias orientales con que solía arrullarme por las noches antes de dormir, cuando
era yo tan sólo un niño; del que me decía existía, en algún lugar del vasto e
infinito universo y, al que él se refería como: “Los Jardines de la Delicia”.
Entonces, como para reafirmar la fuente sagrada de donde lo había aprendido procedía
a recitar para mí de un bello libro de tapas duras color marrón adornadas con
arabescos, que parecían velar el arreglo gráfico en que podía advertirse la regia
figura del excelso Profeta Mahoma, cabalgando entre las nubes sobre su mágico
corcel El Burac; ésta, que dice así:
“…Quiénes obedezcan a Dios y a su Enviado, Él
les introducirá en jardines debajo de los cuales fluyen ríos, en los que
estarán eternamente”.
Sagrado Corán: Sura 4,
Aleya 13.
…Y; así:
“…A los que creen y hacen buenas obras, les
haremos entrar en jardines, bajo los cuales corren ríos, donde morarán
eternamente; tendrán en ellos esposas purificadas y, les haremos disfrutar de
una densa sombra”.
Sagrado Corán: Sura 4,
Aleya 57.
…Y; por último, así
también:
“…Los que temen a su
Señor tendrán, junto a su Señor, los Jardines de la Delicia”.
Sagrado Corán: Sura 68,
Aleya 34.
“…Me quedé
mudo al pensar en éso, mucho más de lo que había estado hasta entonces; al
percatarme de las enormes similitudes existentes en ambas propuestas hechas por
mi mamá y, también por papá. Prácticamente conllevan el mimo espíritu respecto
de Dios, incluso al compararlas con la otra cita previa; tomada del Génesis
bíblico. Válido también todo éso, para otras religiones tan distintas como el Cristianismo
también el Judaísmo…!” —Por ejemplo, decía—.
(“…Me complacía pero al
mismo tiempo intrigaba —elucubraría Sayed, de nuevo, impactado sobremanera por todo aquello que
había visto y, vivido, junto a sus amigos de la infancia— el por qué en ese
mismo jardín, además, había una mezquita también de oro puro en el mismo lugar
del templo budista. Igualmente sucedía con otras iglesias de otros credos. Pero no se hallaban estas estructuras montadas
una sobre la otra, ni tampoco al lado; sino que, desaparecía secuencialmente
cada cual para dar lugar a la otra, de un modo sucesivo. De forma autónoma e
independiente en su momento, que no me parecía corto, ni tampoco insuficiente;
para ellas mostrarse al mundo, a los hombres. O; sea, permaneciendo cada una un
cierto tiempo, siempre igual, en el mismo lugar y, en este caso podría tratarse
de una Mezquita, un Monasterio, una Sinagoga, Abadía, o, una Iglesia Cristiana
en cualquiera de sus variantes… Y; así otra, otra, y otra más. Como la
expresión de múltiples universos en ese mismo punto, en una eterna
superposición, donde Dios en cada una de ellas quería mostrarnos un ejemplo de su
aceptación infinitamente en todas partes y, en cualquier lugar del universo; en
materia de religiones que al fin de cuentas, era a él, a quien alababan como su
único creador. Apareciéndose y, esfumándose, para dejar tan sólo una brillante
estela, como en los círculos concéntricos de la Mándala sobre la puerta del enigmático recinto
por donde habíamos accedido a este extraordinario mundo.
…Lugares en los que siempre, igual estaría
sucediendo el mismo tipo de ceremonia análoga a la ya descrita anteriormente, con
sus propias características, según la fe impartida en aquellos —dejando ver que
para Dios, daría igual si los hombres son budistas, hinduistas, jainistas,
islámicos, judaicos, cristianos, protestantes, anglicanos; o, lo que sea.
Siempre y cuando lo respeten y, sigan con devoción, sus estrictos lineamientos.
Pero el hombre, casi siempre, dejándose llevar por falsas pasiones tiende a
enredarlo todo, haciendo del mandato supremo su propia, muy particular ley,
poniéndose en consecuencia al margen de la misma—; y, en que un maestro dirige siempre
la congregación en su entorno recitando todos al mismo tiempo, ya sea de
memoria o, de un libro sagrado leído por él, que con delicadeza sostiene entre
sus manos.
…Curiosamente; las voces que a veces se escuchaban
de unos y otros entre aquellos distintos lugares, que nos llegaban como un eco
que permanecía por cierto tiempo en el aire hasta extinguirse y, reaparecer de
nuevo, una y otra vez, siempre estaban dirigidas a un destinatario común en sus
invocaciones por igual, aunque lo mencionaran con nombre distinto; y, en todo
momento se referían siempre al mismo, seguramente al único, simplemente Dios. El
Creador de todo lo habido y, por haber. Lo que estábamos viendo en aquellas
manifestaciones religiosas tan distintas me hizo pensar entonces, en otras
muchas más por todo el mundo, representadas también aquí; pero que en esencia,
siempre buscarán lo mismo…!.
“…Cuando pensaba en
éso, sentí que alguien me halaba de un brazo reprendiéndonos con airadas
palabras, era el monje de la gran escoba de millo acusándonos de ser pecadores
azuzados por el demonio —o; según él, otro
ente maligno de similares características—, en este caso se refería con
insistencia a un tal “Mara”, que nosotros no teníamos la más mínima idea de a
quién o qué, se refería; y, tan pronto saliéramos además, decía amenazante, nos
delataría ante nuestros padres que se avergonzarían de nosotros…!” —Recordaba
Sayed—).
Desde ese mismo instante en que el
religioso “mal humorado” nos había pillado en aquel lugar tan sagrado, toda la
paz y la belleza que habíamos vivido desapareció por completo de nuestro
entorno como por arte de magia, el que tan sólo se convirtió en un sucio y
descuidado lugar vacío, lleno de polvo, trastos viejos, oxidadas herramientas y,
simples utensilios de trabajo; en medio de espesas redes de telarañas por todas
partes. Sin embargo, yo le conté todo esto a mis padres ese mismo día, con lujo
de detalles, pero nunca dijeron si me habían creído, o no; por lo que la
experiencia vivida aquella vez, jamás sería olvidada por ninguno de nosotros,
la que siempre sería recordada cada vez cuando nos reuníamos, en los años por
venir y, ya cuando adultos. Espero que ellos estén conmigo el día final de mi
partida; y, yo, con ellos en la suya…!
II
Se hallaba de visita entonces, en esta
región del mundo después de tantos años la longeva pareja Katay Polidourius —al
menos el hombre—, en estricto fiel cumplimiento de una antigua promesa que se
habría hecho Sayed desde muy joven, contraída por basamento en sus costumbres
de origen; y, era esa la causa por la cual, el ahora anciano Sayed Samir Katay Rawalpandi
regresaba a su pueblo natal para morir. Como también lo habrían hecho sus
antepasados que le precedieron en esto, quienes a lo largo de las diferentes
generaciones de su estirpe gitana se habrían dispersado llevando su herencia
cultural y recogiendo otras muchas, en sus continuas romerías por toda la
geografía del Punjab y, por el resto de La India; algo que habrían construido
con los años, dejando en ello una especie de marca personal.
Tan sólo el padre de Sayed habría sido
capaz de romper con esa gran tradición familiar, al marcharse cuando joven después
que se casó, llevando consigo su propio circo heredado de su padre, entonces
fallecido; probando suerte en otras regiones, hasta llegar a salir incluso del
país en busca de la ansiada internacionalización. Justificando así de este modo
el joven Yibril, en un principio y, en una especie de acción disuasiva mientras
los ánimos caldeados se calmaran, precísamente por el hecho ya conocido de la
naturaleza poco ortodoxa de su
matrimonio con la joven nativa Prajapati; algo que ciertamente y, sin embargo,
habría causado ciertos resquemores en algunos miembros de familias vecinas
relacionadas con la suya, que parecían pensar distinto. Iniciándose a partir de
allí las exitosas experiencias mundiales del circo familiar, primero en los
países vecinos, de la misma región, hasta coronar su fascinante sueño europeo;
continente donde un día, triunfaría llevado de la mano su hijo Sayed. Pero
nunca, ni siquiera por un instante pese a lo difícil y controversial de las
relaciones con sus vecinos y, casualmente por aquello de las tradiciones, fue
capaz de negar sus raíces moriscas, gitanas y levantinas; aunque llevaría
instalado de por vida en su corazón la magia y esplendor de su legendario
Punjab… Siempre regado como una bendición divina por el dadivoso cause de sus
cinco ríos: Beas, Chenab, Jhelum, Ravi y Sutlesh; los que juntos representan por cierto un claro
ejemplo de hermandad, tolerancia y unión para todos los hombres que han pisado
su noble suelo, pero que tan sólo se han distraído por siglos en zanjar
malamente sus diferencias sociales, culturales, y religiosas. A tal punto que,
durante toda su existencia, esta zona ha sido un hervidero de diferencias de todo tipo,
propiciadas por la confluencia de distintas culturas; muchas de ellas
antagónicas y, hasta irreconciliables.
Discrepancias existenciales aquellas que los tozudos habitantes de este territorio nunca han podido ni querido resolver, para integrarse entre sí como un solo cuerpo en hermandad; tal cual lo hace el legendario y mítico Rio Indo, que a diario integra en su cauce la vital confluencia de sus cinco tributarios más representativos, antes nombrados, que recorren esta tierra… Los cuales a su vez, dan el nombre a dicha región que han bañado por siglos, tomándolo como legado de una de las más antiguas civilizaciones de la historia de la humanidad, la persa; cuyos giros lingüísticos, arrojan luz sobre la composición fonética que la define (Pany: cinco, ab: agua/ Panyab: cinco ríos. “…Y, con un pequeño aporte del latín, simplemente surge: Punjab”) …Quedando así irrigado este suelo, con bondad, por esos queridos y preciados ríos en sus diferentes direcciones que finalmente, unidos al mítico Indo en una fraternidad aún mayor y, además, como una fría bofetada para el despertar de sus tercos habitantes, van viajando luego junto tal y como lo han hecho por siempre, hacia el majestuoso Océano Arábigo; donde finalmente, son recibidos con alegría por tan extraordinario gigante acuático.
Cabe destacar, que por la trashumante condición circense y gitana del viejo Sayed, él siempre se autodefinió como un “ciudadano del mundo” —según lo decía, insistentemente, ante sus amigos—; no obstante estuvo bien claro para él desde muy temprano, que su condición de “patriota, como tal”, la ejercía primero por sus derechos políticos como Húngaro que igualmente era; gentilicio ganado por toda una vida transcurrida allá, en su también querida Hungría, como ciudadano activo de ese país desde los diez años de edad en que fue llevado a éste, por sus padres. Quienes llegaron allí en su continuo ambular por el planeta, como regentes de la misma compañía de circo que posteriormente el joven Sayed también heredaría, y haría crecer. Tal cual habría sucedido con aquellos, respecto de sus viejos… Que desde siempre habrían sido los fundadores, y sostenedores, cada quien en su momento, de la vieja patente del grandioso “Gran Circo Imperial”.
…Mientras tanto, la pesada máquina en
movimiento en que viajaban los Katay – Polidourius, aún no terminaba de lanzar
el último pitazo que les indicara a los cansados y aburridos pasajeros el tan
esperado final, en su tortuoso trayecto. Así que; continuaba como si nada, con
su estrepitosa marcha por la boscosa vía y, haciéndole la vida imposible a
cuanta criatura habitaba aquellos silenciosos parajes, para tiempo después finalmente
empezar a remontar resoplando tal vez de cansancio aunque sin cesar, la
relumbrosa acerada serpentina por donde corría. Trepándose con dificultad por una
empinada loma que los pasajeros habituales ya conocían, indicativo de la
entrada a la gloriosa ciudad de trasbordo para la anciana pareja en ruta hacia
su destino; y, por lo que aquellos sabían,
muy pronto arribarían a su final: Dharamsala.
Punto en el cuál se truncaba la vía férrea por ese lado, hecho señalado
con el inocultable cartel de advertencia colocado en lo alto de una oxidada
estructura de acero entrecruzado, junto al andén principal de la espaciosa
estación de llegada; donde aún podía leerse en el idioma imperial de sus
antiguos opresores: “End of track”.
Después de llegar a lo más alto de la cúspide montañosa indicada, el operador de la locomotora conocedor del oficio aminoró la marcha dejándose caer por la pendiente contraria; usándola como rampa de frenado al tiempo que ajustaba la potencia al mínimo requerido, para ir acercándose de a poco… Dejándose chorrear hacia la entrada de la urbe donde apenas podía divisarse a través de los opacos vidrios del carruaje y, desde el interior del vagón que ocupaba la pareja de ancianos viajeros, al otro extremo de la calle, una apretada fila de casas de marcado estilo inglés; con altos techos en agresiva pendiente adornadas con sus características buhardillas muchas de ellas, más abajo de los agudos vértices que aquellos formaban… Casi todas tenían al frente, un asta que sobresalía hacia adelante a unos cuarenticinco grados, donde ondeaba una alargada bandera blanca en forma triangular con un hombre joven de cabeza rapada en ella. De lentes redondos claros, ataviado con sencillez y prestancia envuelto en su impecable traje monacal color grana y, oro; quien además tenía, estampada en su rostro una franca sonrisa que parecía ser habitual, capaz de transmitir paz y alegría, al mismo tiempo. Evidentemente; era la imagen del entonces joven decimocuarto Dalai Lama. Su Eminencia, Tenzin Gyatso.
El breve paisaje citadino esa tarde se
mostraba terroso desde el interior del carruaje por efecto de las descuidadas condiciones
de sus ventanas, dejándose oír por fin el potente pito de la locomotora con sus
acalorados acordes provocados por la velocidad de la huída del vapor a través
de las escalonadas tuberías, cada vez más pequeñas, que alimentan el silbato; mientras
que la pesada máquina se aproxima lentamente, inundando las adyacencias de la
vía con sus densas nubes de vapor a nivel del suelo, saliendo despedidas a los
lados con su sonido característico y, configurando una vertiginosa vista, a los
allí presentes… Que estupefactos quedaban ante aquellas grandes ruedas de acero
en “alocado movimiento” —pareciendo ir hacia adelante y atrás, creían ellos, engañados
por el efecto estroboscópico de la luz de los faroles sobre los postes; en
medio de la atmósfera circundante altamente cargada de minúsculas partículas de
agua—, impulsadas por la gran potencia reciprocante recibida de la energía del
vapor, a través de las díscolas bielas que las entrelazan… Dejando escapar la
máquina a cada paso que da, unos chorros de blanco fogaje residuo entrópico del
vaporoso proceso que hasta allí, los había traído. Desdibujando entonces las
“espejísmicas” siluetas de otros futuros pasajeros apostados a la espera mucho
más allá, “reverberantes en algún mojado lugar de la estación” pareciendo
aquellos, grotescas aunque efímeras figuras de un sueño cuando, al tiempo que son vistas igualmente colapsarán;
definitiva, e irremediablemente.
La locomotora del tren resoplaba aún con
fuerza apuntando al cielo por la chamuscada chimenea del hogar de su caldera, disparando
a su través una columna de humo muy negro, que dejaba un sabor amargo en la
garganta de los transeúntes… También en la muchachada de la zona que con su infantil
algarabía contemplaba con estupor, la majestuosidad del pesado e increíble
artilugio mecánico que aquella tarde ya para la noche, admiraban encaramados en las altas ramas de una hilera
de árboles de tamarindo; que había crecido
en un terreno arenoso emplazado muy cerca, a un costado de la vía férrea… Bañados
los tostados e imberbes jovencitos en ese preciso momento y, de blanquísimos
dientes la mayoría de ellos, edentados de sus incisivos algunos, pero tramoliando
por igual con insistencia la ácida dulzura de los frutos que por centenares los
rodean; en los palos sobre los cuales estaban. Ahora invadidos, además, por millares de
minúsculas partículas de agua del vapor condensado de la otra gran nube opuesta
a la anterior, que también salía esta vez despedida hacia el firmamento; desde
los siderúrgicos lomos del poderoso aparato locomotor… Admirados entonces podían
ver todos los muchachos desde los árboles, suspendiendo a intervalos sus
travesuras, cómo el largo vehículo parecido a una enorme culebra de agua se
detenía finalmente debajo de una vieja edificación de amplios tejados, relativamente bajos; y, que servía de andén, a una especie de gran terminal.
...El lugar estaba atiborrado de gente que
iba y venía desde y hacia diferentes lugares del país, a través de otras
diferentes vías que igual convergían en la misma terminal. A los lados, esparcidos por doquier como hormiguitas
ejerciendo su persistente labor, podía verse gran cantidad de otras personas,
yendo y viniendo como mejor podían en un interminable frenesí: Vendedores
ambulantes, llevando algunos en sus carretillas un montón de mustias, ajadas frutas.
Cargadores de pesados fardos y bultos a hombro, pedigüeños, mendigos, curanderos,
magos, malabaristas y, hasta un osado fakir en el recodo de una esquina,
acostado descansando tranquilamente en su cama de clavos —con una cestica de
mimbre colgada a un costado, contentiva de algunas monedas en fracciones de
rupias—; esforzándose todos en su propio y muy particular circo de la vida por
lograr convencer al público del entorno, con el mejor de sus actos.
…Astutos mercachifles, algunos usando de mascotas
sobre sus hombros junto a la mercancía que vocean con estridencia para llamar
la atención de sus potenciales compradores, unos vivaces babuinos vestidos con
sus ropitas de doradas telas a la usanza humana intentando parecerse a sus disfrazados
portadores; conformando con ello, unas curiosas figurillas antropomórficas
convertidas entonces como consecuencia del delirio mercantilista de sus mentores,
en oportunistas mercaderes de poca monta… Masticando constantemente entre
agudos chillidos, no se sabe qué cosa; tal vez semillas de dátil, pistachos, o
maní, las que muchas veces dejan caer nerviosamente a medio comer, pero ya ensalivadas,
sobre los productos que intentan vender en
comparsa con sus descuidados amos.
…Contrasta fuertemente dentro del vaporoso
ajetreo callejero en el marco de las ruinosas y sucias veredas de la ciudad, al
menos en este sector comercial que es un autentico hervidero de las más
frenéticas y disparatadas, entre las
actividades humanas citadinas que allí la caracterizan; la limpia, preciosa y, olorosa
figura, de una delicada damita de porte
europeo vestida al más puro estilo vodevil, que muy oronda se regodea sentada
con fingido aire de descuido sobre el suave cojincillo de un colorido Rickshaw,
que la transporta. Dándose aire insistentemente, a dos manos, con un desplegado
abanico sobre el frondoso corpiño de su vistoso atuendo empeñada en hacerlo
notar, sobre todo, por las bondades de sus dos preciosas razones; que pese a sentirse
envuelta en su particular atmósfera de regaliz, sin embargo intenta también evadirse
a toda costa de la brisa insolente que a ratos pugna por abofetearla, con un
feo grajo amoniacal… Procedente sin duda del acalorado conductor cuyo cuerpo
sudoroso relumbra y, sufre a muerte pareciendo arribar —antes que a su
destino—, a la inminencia del colapso; cuando se debate el pobre entre la
agonía y el dolor haciendo más fuerza que un galeote, para descifrar el camino
a seguir dentro de aquel alocado y caótico barullo con patente de infierno... Que si no
fuera por la impecable presencia en la vecindad del prenombrado hombre santo
que los ancianos esposos Katay Polidourius habrían venido a ver —lo que de todos
modos no fue posible pese a su esfuerzo, ya que precísamente el despliegue de
banderas en los frentes por toda la ciudad, era indicativo según les dijeron de
que el prestigioso monje budista se hallaba en esos momentos de viaje, en gira
diplomática; por fuera del país—, ya habrían estallado estos parajes en
clamorosos vórtices con la pureza del fuego celestial, imponiéndose en ellos la
ira de Dios…! Pensó para sus adentros el viejo Sayed.
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