sábado, 29 de enero de 2022

 

     

  ...Buenos días mis amigos. Hoy les traigo la tercera parte del capitulo numero  cuatro de mi libro "Andrómaca y Felipe", el cual tengo el honor de presentar para ustedes; y, ahora sí, sin más preámbulos: 


                       4.-     —La cura de una Traición—

    

    Cuentan por cierto que, la llegada del Cura Leoncio a La Atascosa para hacerse cargo de su feligresía y de su templo, pudo coincidir con la natural resignación basada en sus múltiples y achacosos años, de quien fuera su tutor. Convencido don Cecilio entonces un humilde geronte, de hacerle entrega de su obra de toda una vida precísamente a un joven Párroco como lo era aquel. Luego de lo cual sabía y, por su parte estaba deseoso, de ser el protagonista del próximo y lógico acto en su longevo proceso de vida; el hecho luctuoso de su propia partida. De quien fuera por siempre para Leoncio su guía pastoral en el campo de la fe, la piedad y la humildad; pero sobre todo de la autenticidad de hombre consagrado a Cristo como el redentor y depositario de la vida eterna.

   Que a lo largo de sus más de cien años de edad y, con mayor ardor en sus convicciones durante las ocho últimas décadas de su existencia, el recordado Párroco don Cecilio Apóstol del Rosario había sabido transferir esos principios cristianos a muchísima gente; en especial a su discípulo. Haciendo de sus valores su estandarte en una apoteósica, épica, y esperanzadora cruzada en aras de la concordia y, no desde ahora sino, de tiempo atrás −1893−; al convertirlos en una fuerza espiritual como fundamento de integridad del hombre y, argumentación sostenedora de la verdad.

 Vasto conocimiento que trajo consigo al volver después de una larga ausencia y, llamado por él desde el mismo momento cuando llegara aquí a este su pueblo —que aún no lo era como tal—, recién recibido en su sagrada profesión, con el nombre de algo así como “Veritas Dómine” (…Producto de una maravillosa y mágica experiencia de vida en un mundo tan distinto al suyo, donde le tocó vivir por cuatro largos años durante su bien llevada juventud; donde por cierto recibiera el llamado de Dios, cuando ni siquiera pensaba en la entrada al Seminario…!).

 En una curiosa y por demás extraordinaria coincidencia conceptual con una similar propuesta en su espíritu de lucha, impulsada luego por un personaje que sería famoso debido a ello en el mundo: Mahatma Gandhi. Que en el año 1906 bautizara su proyecto con un neologismo derivado de dos palabras del sánscrito que se refieren en esencia, en su significado más literal, a la “persistencia o fuerza de la verdad”. Lo que en un acto de iluminación sin precedentes en el mundo moderno y, en un mismo paquete, condensó en una sola filosofía dada a conocer en todo el orbe como Satyagraha.

 Aunque unos años antes, en el caso que nos ocupa, el piadoso don Cecilio actuó también motivado por una aplicación similar de dicho concepto —sin conocerse aún, como tal, pero sí el mismo espíritu que lo mueve—, sólo que en menor grado; para igualmente hacer frente al despotismo, la tiranía, y ocupación indebida de unos predios en posesión de gente humilde, trabajadora y, desguarnecida de todo signo de justicia.

 …Donde la pertinencia de ciertos principios ético-políticos de gran dimensión espiritual, englobados en aquel término, fueron puestos en práctica por el entonces joven Párroco don Cecilio; como su estandarte de lucha en defensa de aquella gente. Librando una larga batalla tan desigual que en última instancia, a Dios gracias daría sus frutos.

  Más adelante una vez conocidas las luchas del creador de aquel famoso término, envolvente más que de una filosofía una convicción de vida, e inspirado por ello, le gustaba referirse don Cecilio a su humilde experiencia de la “Veritas Dómine”, acuñada por él, con el parafraseo de esa otra que conoció luego: “Satyagraha a la llanera”. Tal y como le gustaba referirse últimamente a aquellos valores con que supo enfrentar sus luchas a favor de los más desposeídos. Desde que regresara de su estadía años atrás, en tiempos de su juventud, precísamente de por allá; de la mítica, misteriosa y, lejana India. Lugar en donde naciera todo aquello.

                                                                 ---  o  ---

  …Habría llegado don Cecilio esa vez en sus tiempos  mozos,  ya ordenado Sacerdote con 30 años de edad, un día viernes 30 de marzo del año 1893, en pleno gobierno del General Joaquín Crespo; justo para enfrentar en dura   lucha y darse a la pelea en su pueblo natal, La Atascosa, en innumerables batallas por la verdad. En ocasión aquellos días de unos litigios por la posesión de las tierras donde hoy en día se halla enclavado, el pueblo en sí, que surgiría de ese conglomerado que lo vio nacer aun antes de ser conocido como tal —después desaparecido para darle paso al existente, todavía hoy en tiempos modernos y, con otro nombre: Las Mercedes del Llano.

  Momento aquel cuando el entonces joven Cecilio supo conservar el valor, el coraje y, la determinación, para guiar a un pequeño grupo de criadores y agricultores durante varios años en la disputa legal contra un acaudalado terrateniente. Que ni siquiera con la grosera intervención de una poderosa Compañía Inglesa asentada en la zona —dedicada a la explotación masiva de productos cárnicos, que luego embarcaban a su país— que lo asesoraba en su representación, ni tampoco con la cooperación del régimen militar de aquel momento, pudieron doblegar “la fuerza y la firmeza con la cual se aferraron a la verdad con gran determinación” estos primeros Atascoseños en el logro de sus más preclaros objetivos.  

  Tomados entonces de la mano todos ellos con aplomo, equilibrio, y sabiduría, por el joven Padre Cecilio Apóstol del Rosario; para salir airosos en sus demandas y, también en la materialización de sus sueños (Génesis fundacional del pueblo original).      

  Acto seguido luego de su merecido triunfo levantarían con sus propias manos, incluido él mismo, la primera iglesia del naciente pueblo unificado en uno solo, simplemente: La Atascosa. Pues antes eran dos vecindarios por separado; Atascosa Arriba, y Atascosa Abajo.

  Después de aquello mandarían un nuevo Cura, de origen español, luego otro que era italiano, mientras a Cecilio lo llamaron a continuar con unos estudios de mayor preparación en Caracas —tal vez para alejarlo de la reciente zona del conflicto, por meras razones políticas; tal vez— hasta que lo enviaron de nuevo a ejercer en el interior, aquí mismo en el Estado Guárico; pero en otras localidades. Paseándose durante años por varios pueblos de la provincia donde también fue querido por su don de buena gente y, entrega absoluta a los asuntos de su fe. Para finalmente, venir a  encargarse de lo suyo que era lo que más anhelaba en este mundo, aquí en su propio pueblo; cuando inesperadamente cambiaron al italiano por cuestiones de salud, y las cosas se habían calmado.

 …Y; no solamente en su pueblo sino en el país entero. Ya que se venía de una fea guerra que, aunque corta, no dejó de ser cruenta; en especial por la trágica muerte en batalla del General Crespo en la Mata Carmelera en Cojedes. Cuando al final de su mandato, y ya fuera del gobierno, quiso someter al General José Manuel “El Mocho” Hernández virtual ganador en las elecciones del ´98 —dicen que manipuladas por él, a favor de su pupilo—, en contra del también general Ignacio Andrade; quien “a troche y moche” de todos modos sería  nombrado Presidente. De cuyo gobierno se hizo nombrar Crespo prevalido de sus influencias, prácticamente su protector personal. Para al año siguiente de 1899, ya fallecido aquel, ser depuesto del cargo el novicio mandatario Crespista, por la llamada Revolución Liberal Restauradora; comandada por el también General, Cipriano Castro.

 …Sería precísamente con la instauración de este gobierno, que el Padre don Cecilio Apóstol Rosario se hizo cargo de nuevo, de la iglesia  de su pueblo; hasta el final de sus días. Ya en tiempos de la democracia.

   Con su sensible fallecimiento ya bien anciano −110 años−, fue cuando sus paisanos en especial las últimas generaciones, vinieron a conocer la mayoría, su nombre de pila: Manuel Segundo Carpio; recordaron algunos más viejos, en el sepelio. Descendiente legítimo del guía de aquellos primeros colonos, iniciadores del incipiente pueblo donde vio luz por primera vez en este mundo; de quien habría heredado no sólo su nombre sino  también, el coraje. 

    Los actos por las exequias de don Cecilio fueron muy sentidos. Se llevaron a cabo en un lugar especialmente preparado para ello dentro del templo, dignamente conducidos por el entonces Cardenal que ese día estaba de visita en Calabozo, don Victorino Mariano Martell −ya casi mascando el agua, también−; quien al conocer la noticia enseguida decidió venir para hacerse cargo y, rendir los últimos honores a su gran amigo de toda la vida. Asistido entonces por el novel Párroco Leoncio Gómez Katay que en ese momento se veía sumamente compungido al caminar junto a Su Eminencia, en honor del viejo prelado fallecido y, durante el sagrado acto del Réquiem. A partir del cual, no se apartaría el joven religioso de su lado, en el cumplimiento de tan digna labor de allí en adelante; durante las honras fúnebres por la memoria de su ya legendario y digno maestro.

  …Y; todo bajo la conmovida asistencia de importantes autoridades civiles, municipales y estadales, junto a la entristecida feligresía en pleno; que a raudales lloraba lágrimas de pesar por su paisano, el viejo Cura.

 …Contó la ceremonia además, como dato curioso, con la regia presencia del único familiar directo que le sobreviviera a don Cecilio, su anciana hermana menor que tenía por nombre Mercedes, al igual que su madre —de cuyo nombre, dicen, viene el del pueblo que surgió después; ya en tiempos modernos—; que contaba para ese entonces con unos bien llevados noventa y ocho años.

 …Se presentaron también ese día unos viejos y amarillentos retratos del célebre paisano en diferentes facetas de su vida, en cuyas borrosas leyendas al pie de foto podía leerse su verdadero nombre (Manuel Segundo Carpio), que tal parece habría ido esfumándose en el tiempo para reafirmarlo con el hasta entonces conocido por todos: Cecilio Apóstol del Rosario. Asumido en verdad por motivos puramente canónicos en honor a su feligresía pero que con orgullo guardaba el otro en ese mismo, en homenaje a sus padres, a la defensa de los derechos civiles de sus coterráneos y, también de su terruño.

 …Realmente, el cambio de nombre vino a significar para él, además, el establecimiento de un hito en su vida; marcando con ello un antes y un después en su desempeño como siervo de Dios y, hombre público. Al mismo tiempo. Siendo esto último, algo que se vio forzado a asumir de forma coyuntural en un determinado momento de su vida, para contribuir de otra manera muy distinta con la materialización de los deseos de su propia gente.

 …Entre los papeles, documentos, fotostatos, postales y fotografías expuestas durante el acto con el propósito de rendir homenaje póstumo a tan ilustre personaje, pero sobre todo en aras de contribuir con un mayor conocimiento de su vida y obra y, en especial por parte de los más jóvenes, también se hizo público un manuscrito con algunos pasajes de su “Controversial viaje a La India” —así, estaba titulado—; algo de lo cual entonces, muy poco se hablaba:

 (…Cuentan que Cecilio, habría viajado a La India siendo casi un niño y, por pura casualidad; entonces un adolescente con muchos ímpetus al que le gustaba la magia, la prestidigitación, y toda suerte de malabares que por su edad, cualquier joven de su condición y de su tiempo se sentiría atraído. Ocurriría a partir de un día en que andaba con su padre en un asunto de ganado, de visita en el pueblo de Valle de la Pascua el más grande y pujante que hasta entonces había conocido,  durante la inauguración de la primera feria agropecuaria del lugar; en la que esperaban presentar dos de los mejores  ejemplares de su propia cría, con lo que aspiraban ganarse un buen dinero.

 Era el año 1877, en un evento que se estrenaba por ser tiempos de relativa paz y prosperidad en el país, durante el gobierno del General Francisco Linares Alcántara, apodado por los defensores de su gestión como el Gran Demócrata. Con el General Guzmán Blanco “pavoneándose” por las calles de París, que antes lo había nombrado provisionalmente en su cargo porque en realidad era él, quien entonces más mandaba.

 …Así las cosas en esos tiempos, en que la gente solía decir soterradamente y, en privado, todo tipo de comentarios puntillosos sobre la conocida afición del Presidente Guzmán por la citada capital  europea, es en ese año de `77 en el que asume oficialmente Alcántara por vía del Congreso Nacional para el ejercicio de su propio gobierno; pero del que por cierto sale muerto en un raro episodio de enfermedad súbita en que según las malas lenguas, decían fue envenenado por órdenes de su antiguo jefe.

 “¡Aaah bueno, así era como se batía el cobre en el Olimpo del poder en Venezuela, por aquellos viejos tiempos…!” —Solía decir don Cecilio, siendo ya viejo, cuando le tocaba abordar este oscuro tramo de nuestra historia patria.

 Pero inesperadamente don Carpio el padre del joven Cecilio —retomando nuestro caso terrenal, en medio de las polvorientas calles del llano—, fue hecho preso en La Pascua el mismo día de la presentación del ganado en la feria, bajo las órdenes de un tal Coronel Pernía primera autoridad civil y,  militar de mayor rango en la plaza; quien lo acusaba de soliviantar a la gente en contra del régimen Guzmancista por allá en su vecindario.

 Un pase de factura por viejos roces que otrora, se dice habrían tenido, recrudecido probablemente por los vientos de guerra que de nuevo soplaban en el país por la actitud directa y de autosuficiencia con que Alcántara se desenvolvía en la ejecución del cargo en su presidencia oficial, haciendo caso omiso de su otrora “protector” Guzmán; entonces claramente desobedecido. Situación que no era vista con buenos ojos por un amplio sector del Guzmancismo conectado a las altas esferas del poder, que observaba en Alcántara un claro rompimiento con el “Comandante Supremo” del para entonces llamado, Liberalismo Amarillo.

  Sería en este contexto en que de nuevo se ponía sobre el tapete una vieja discusión sucedida  años atrás entre el padre de Cecilio y, el susodicho Coronel Pernía;  relacionado con un altercado de abuso de poder por parte de los hombres comandados por este oficial, durante una incursión militar por los lados del vecindario La Atascosa Arriba. En que don Carpio enemigo acérrimo de los abusos gubernamentales en la facción de Guzmán, o de cualquier otro, se enfrentara a ellos esa vez y, con sobradas razones, rodeado del grupo de campesinos abusados que ahí mismo los denunciaron; haciendo valer sus argumentos en el nombre de todos.  

 …Además, era bien conocida la posición de don Carpio en la región, en contra de la tiranía, quien en su momento habría emitido juicios en público condenando al régimen de Guzmán del abusivo acto de fusilamiento en contra de su amigo el General Matías Salazar en Tinaquillo, por meras razones políticas y, por órdenes directas del propio Presidente de la República −que era aquel, entonces−; cinco años atrás, en el `72. La cosa esa vez sin embargo terminó sin mayores contratiempos y, afortunadamente tampoco en ésta llegó a mayores, en Valle de La Pascua; regresando ambos −padre e hijo−, tres días después a casa. Pero sin haber cumplido con el fin que originalmente los había llevado allá.

 …Hasta aquí realmente nada de esto tendría nada especial a no ser que sirviera de contexto general, esa vez,  en que tal cosa habría de ocurrir –susodicho viaje a La India−. Entonces aquel día del año ´77, cuando el fogoso joven Cecilio pasaba por una calle a las afueras del casco central en Valle de La Pascua, mientras esperaba lo que habría de hacerse con la situación de su padre y, dejándose llevar por el bullicio, la estridencia de la música y, una alta afluencia de personas hacia un determinado lugar al descampado, es cuando se percata de la existencia allí de unas vistosas carpas; con el nombre en la más grande de ellas: Gran Circo Imperial.

 Fue ahí en que sin pensarlo dos veces, muchacho al fin, compró una entrada y pasó raudo entre dos individuos con pinta de haber salido de alguno de los cuentos en “Las Mil y Una Noches”, con sendos ejemplares de serpiente boa enroscándoseles en el cuerpo; ubicándose asombrado, por ahí mismo, en un buen lugar sobre las gradas donde quedó maravillado por el espectáculo que se estaba presentando más adentro… despertando en él, no sólo la curiosidad sino también el inquieto gusanillo de la actuación, de lo espectacular; algo que siempre lo habría intrigado.

 …Pero sería al salir cuando en verdad quedó enganchado, al leer un par de avisos pegados con unas tachuelas sobre los horcones que configuraban el pórtico de entrada a la carpa principal; unos afiches finamente dibujados según la estética de la época, y también del tipo de empresa que aquella era. Donde aparecían dos enormes elefantes del Punjab, encabritados con las trompas entrelazadas, como simulando un pugilato; con el fastuoso nombre del circo escrito en arco sobre ellos.

 Estampados los bellos paquidermos en la totalidad del fondo del cartel en una tenue ejecución mediante la técnica del aguarrás; usando finas tintas de la gama de los sienas en combinación con otras de tonos sepia y, enmarcado todo siguiendo la misma textura oriental pero de una tonalidad mucho más oscura que el resto. Con un enrevesado grafismo de cierta inclinación hacia adelante,  que recordaba los viejos textos escritos en sanscrito… Pero era al centro de toda esta cuidadosa preparación nítidamente oriental, donde estaba plasmado el mensaje objeto de semejante despliegue pictográfico.

 …En el que se solicitaban jóvenes de ciertas características de donde se escogerían tres para trabajar en esta misma empresa, previo un riguroso entrenamiento que debería ser cumplido en sus escuelas de La India. Al ver aquello, Cecilio supo de inmediato que allí estaba su futuro; pero en verdad, no sabía que realmente estaba equivocado; aunque no del todo.

 …Cuando iba con su padre de regreso al pueblo, el joven intrigado por lo que había visto en la ciudad, se las arregló de cualquier manera para hacerle saber al viejo la decisión que había tomado; situación que al conocerla no fue fácil de asimilar para don Carpio. Pero también era consciente que de acuerdo a como las cosas se estaban dando en el país, que no salía de un conflicto para entonces caer en el otro, hasta podía ser una buena oportunidad para el entusiasmado muchacho; el que aquí, en realidad, no tendría un buen futuro entonces, dentro de tanta guerra.

 …Donde la vida prácticamente no valía nada; y, era éso lo que más lo angustiaba en relación a los más jóvenes de su familia.  “…Pues aún, estamos lejos del día, en que los militares por fin se pongan de acuerdo en la repartición del país. No han salido de una sola pelea, desde la independencia de los españoles para acá…!” —Decía el viejo.

   Así fue cómo, un día del año 1877 diez días después de su visita a La Pascua, don Carpio estaba de regreso con su hijo para entregarlo personalmente al dueño del circo, con una carta de autorización desesperada; avalada tanto por el gobierno nacional como el indio, según un programa de intercambio cultural entre las naciones; y, una vez que días antes ya había sido seleccionado el muchacho entre un grupo de participantes. Siendo esto sin embargo, como un salto al vacío para el desconcertado padre. Pero en el fondo sentía que tenía que hacerlo, si quería salvar a su hijo, eventualmente, de un futuro trágico.

 

         ...Y;  bien. Ya con esto me despido, hasta la próxima.

 ...Continuará

sábado, 15 de enero de 2022

 



      Muy buenos días, queridos amigos. Por aquí otra vez con ustedes en mi primera emisión de este nuevo año 2022; para traerles la segunda parte del capitulo #4 de mi segundo libro: ANDRÓMACA Y FELIPE.

                       

                       4.-     —La cura de una Traición—

  …Era entonces cuando Hipólito, o Tito, como más bien le gustaba ser nombrado, acudía presuroso al llamado de su madrina, tomando dos “múcuras” que tenía preparadas para tal caso en la cocina, debajo del fogón —eran éstas, unos recipientes de hojalata en desuso por lo general de una bebida gaseosa malteada, a los cuales se les hacían unos cuantos huecos en su tapa roscada con un clavo, se llenaban con agua y, luego se usaban como regadores—; cuando para entonces, era costumbre oír decir a algunos entre la gente angustiada:

“…Mira Tito, anda y rucea el patio; que ya no se aguanta la polvacera,  chico…!”

     Cuando Tito rociaba al fin el agua sobre el piso de tierra para aplacarla, las parejas se replegaban hacia los corredores donde los más jóvenes arremolinados cual aricas sobre la colmena, desgajaban dulces primores sobre las desprevenidas damitas; que por su parte se esforzaban por sobresalir con sus pretendidos encantos desde una fila de silletas de cuero, alineadas a lo largo de la pared que rodeaba el patio interior de la solariega casona. Donde el muchacho con su ya depurada pericia, auxiliado con el portento tecnológico de sus múcuras, en un santiamén terminaba por conjurar las capas de polvo suelto sobre el suelo; para que los bailadores continuaran luciéndose con sus romances.

    (…Por cierto había casos en que alguna bella joven generalmente la más pretenciosa del festín, se llevaba su buen chasco, como se diría entonces; cuando por  mala suerte para ella, le tocaba sentarse en una de esas sillas que tienen el cuero en crudo, todavía con el pelaje del animal que este fue. Con la pinta identificadora aún. De un barcino, un negro, un cenizo; o, de “la vaca pintora de Juan de Mata”, cuando aquellos estaban vivos. Pero de pronto sin proponérselo, la referida damita empezaba a cruzar y descruzar sus piernas con una inusual frecuencia; o, a asumir repetidos cambios de postura a izquierdas y derechas sobre sus pomposas nalgas. Acompañados tales modos, con furtivas rascaditas en la zona afectada por los imprudentes pelitos en el cuero de la silleta, que como tábanos enardecidos pinchaban inclementes sus tersas y, níveas partes. Allá en sus más púdicas intimidades.

  …Entonces, tan incómoda situación sonroja las mejillas de la mujercita, al tiempo que la obliga a emitir ciertos y provocativos gestos de desesperación, los cuales si son mal interpretados como siempre ocurre en tales concurrencias, pueden desencadenar en algún joven observador y, hasta en los más maduros también, un ataque frontal sobre la pobre muchacha en apuros. La que para entonces habrá perdido ya no sólo el aplomo, sino hasta su más sagrado encopetamiento; a no ser que decida pararse, ya desesperada, haciéndole frente al engañadizo pretendiente de ocasión.

 …Estampándole en el rostro una certera y vigorosa cachetada al confundido Romeo, que podría significar el final de la fiesta; dirigiéndose ipsofacto después de aquello y, desconsoladamente llorosa la muchacha,  sumergida en un mar de nervios con el rostro entre sus manos y, hacia la puerta de salida… Provocando en consecuencia su reacción desconcertantes y por demás desconsideradas expresiones de rechazo, sobre todo de aquellas otras damas, también de su misma condición… Las cuales ignorantes de lo sucedido, pero actuando irresponsablemente de inquisidoras, se quedan haciendo cruces  −como entonces solía decirse−; con los  “ojos desorbitados. Formulándose entre todas ellas entonces escandalizadas, cualquier tipo de preguntas y conjeturas:

   “…Y, qué será lo que le habrá pasado a la pobre Margarita con ese muchacho; sí, mira, aquel de allá…?” —Dijo una, que enseguida la siguieron otras con su intriga.

   “…Hay chica, lo que soy yo, siempre te dije que entre ellos nada funcionaría; porque él, aunque es bello, es un pasao…!”

   “…Sólo acuérdate de lo que pasó entre ese mismo tipo y Eduviges, el año pasado; lo recuerdas…?”

   “¡Hay sí chica; y quién no, si fue como para coger palco…! Ja ja ja!”)

 …En eso estaban, entre sus cuchicheos y comentarios malsanos sobre el inesperado incidente con la inocente muchacha, aun muchas de sus propias “amigas”, entre éstas; cuando de pronto fueron cortados de cuajo por la inconfundible voz media lengua de Tito Collazos; a quien se escuchó decir enseguida:

−…Ya lo ven, estas cosas simplemente ocuden en los momentos menos pensados, pedo la vida debe continuad; y, pod supuesto, la fiesta también…!

   Con tales expresiones se escucharon las palabras de Tito, que a voz en cuello en un inusitado derroche de energía, encaramado con solemnidad sobre un taburete en el centro del patio, los cachetes relumbrosos de tanto bregar con la carne y, ataviado con su ya visiblemente ajado liqui liqui de drill color gris, de cuyo bolsillo izquierdo se asomaba un trozo de sesina —decía él que, “pa’ pola”; lo cual era una forma de decir que lo reservaría para después—, sostenía aún en sus manos blandiéndolas al aire hacia arriba, un par de múcuras vacías; señal inequívoca de que habiendo aplacado de nuevo la polvacera, ahora aprovechaba para referirse en su despedida, al caso de la pobre muchacha.

  …Entonces siguió con su perorata:

− Señodas y señodes, bailadodas y bailadodes…!  Tengo el honod de invitadles, en el nomble de mi madina  Andómaca y, en el mío pópio, pada que sigan bailando y gozando de lo lindo; sin padad. Hasta que el cuepo aguante. Glaaacias, miiilll…!

    Así se daba inicio de nuevo al baile, con aquellas graciosas palabras de Tito, quien no era precísamente gago, pero que en aquel improvisado discurso sin  erres, no se percató de que tenía la boca repleta de ese dulce casabe que llaman naiboa, que a él tanto le gustaba.               

                                                                    ---  o  ---

     Después de aquella apoteósica celebración familiar de la cual todo el pueblo de La Atascosa tuvo conocimiento y, por supuesto comentarios favorables por mucho tiempo, no faltaron sin embargo algunos otros adversos −tendenciosos, por demás−, de parte de Victoria Sarmiento hacia su amante; que entonces estaba ahí con ella. Queriendo desestimarlos como era su estilo en estos casos,  pero sorprendida quedaría al ver que Felipe valientemente atajó sus argumentos diciendo entonces el hombre, con expresión adusta y, agrias expresiones:            

 − ¡Tu lengua viperina no tiene remedio, mujer…! Aunque sabes bien que todo se ha consumado ya, se ha roto; es que no lo ves…?

 Y eres precisamente tú, la causa de tal desastre, el origen de mis flaquezas y debilidades. En mala hora lo reconozco; qué tonto he sido!!!

− Qué más, quieres de mí?

     Las palabras de Felipe sonaron fuertes en aquel momento. Por primera vez le había hablado a Victoria con tanta contundencia y energía, contrariándola, sobreponiéndosele; con lo que quizás evidenciaba los verdaderos sentimientos de culpabilidad que entonces lo afligían, todavía lacerado en carne viva por las  consecuencias de sus malos actos y, ante la pérdida del respeto por parte de sus hijos. No podía ni sabía cómo, enfrentar en adelante una conversación con ninguno de ellos, ya que estaba convencido de su verdadero fracaso como padre; y, ahora también como hombre. Lo primero, por el abandono a su familia, al dejarse llevar por una mezcla de confusos sentimientos hacia una mujer mucho más joven que él, con la cual realmente no tendría futuro.  Esto, ahora parecía haberlo lo comprendido.

     En cuanto a lo segundo ya, aquel hombre de temple, decidido, justo y equilibrado que antes solía ser, había quedado anulado para siempre por la manipuladora injerencia de Victoria Sarmiento; en todos los ámbitos de su vida. Atributos que, para quienes le conocieron y tenían por un hombre de respeto, lamentablemente ya no existían; por lo que él, sin embargo, enamorado locamente de ella como estaba, todo lo justificaba en nombre de tan desquiciados amoríos.

     Cuando Felipe pensaba en sus hijos sentía que se le caía la cara de vergüenza. No soportaría los reproches que seguramente éstos le enrostrarían, con toda razón, en un eventual encuentro con ellos; consecuencia hoy, de su pésima conducta. Sobre todo Wenceslao, que efectivamente vivió en el pasado una intensa relación amorosa con Victoria y, lo peor del caso, Felipe siempre lo supo pero se hizo el pendejo; siendo precisamente él su propio padre, quien entonces se interpusiera entre los dos jóvenes amantes. Cayendo rendido entonces ante la joven Victoria, presa de sus sentimientos más bastardos.

     Por todas estas cosas, consideraba Felipe dentro de sus culpas hacia Wenceslao, que lo había traicionado impunemente dejándose arrastrar por sus veleidosas debilidades; de lo cual ahora, estaba arrepentido, pero no sabía cómo hacer para aliviar aunque fuera en algo,  todo aquello; por cuanto cada día, a cada instante y, como una genuina forma de autoflagelación en la búsqueda de algún tipo de alivio a sus penas por lo que había hecho, le escribía cartas de perdón que nunca enviaba a su destinatario.

   …Vaciándose en ellas, con verdaderas y dramáticas confesiones a modo de catarsis, de “purgatorio”, buscando ser perdonado por sus pecados en alguna parte allá en las profundidades de su espíritu. Mismas que una vez escritas las guardaba dentro de una biblia. Y; todas ellas comenzaban con la siguiente frase:

“¡Perdón, perdón, una y mil veces perdón, hijo amado…!” 

 …Respecto a Leoncio; abrigaba semejantes sentimientos de culpa sin embargo, en este caso, quizás por ser este un hombre de la iglesia cristiana “por tanto un siervo de Dios” −pensaba, para infundirse ánimos−, se daba el lujo de imaginarlo como un perdonador a ultranza. Por cuanto tenía bien fundadas sus esperanzas respecto de aquel,  porque el Cura recién recibido en sus nuevas funciones en el pueblo tenía fama de ser un hombre piadoso y, amante del prójimo; según el decir de quienes le conocían como religioso.

  …Por éso, en algún momento pasado le habría confesado a Chuíto su hermano menor, que cuando su hijo viniera de visita al pueblo lo cual ya estaba programado para la próxima Semana Santa, posterior a dicha conversación entonces y, en que se estrenaría como legítimo nuevo Párroco ya ordenado por sus autoridades allá en Calabozo, personalmente le solicitaría su confesión en el templo. En realidad ese día llegó, e igualmente pasó, y Felipe nunca fue capaz de cumplir con su propia promesa; a tal punto habría llegado su desintegración moral para con los suyos.

  …En medio de tan penosa realidad para la señora Andrómaca, Leoncio fue realmente el bálsamo que la ayudó a sobrellevar sus penas, producto del acto de traición del que fuera objeto por parte de su desgraciado e insensato marido. En verdad, si no hubiera sido por su inclinación religiosa desde muy temprana edad, estudioso avanzado de la palabra de Dios con la que siempre iluminó a todos, lo sucedido a aquella familia pudo haber llegado a límites nunca antes conocido, en una situación semejante; siendo su palabra sabia, el concejo oportuno, equilibrado y comulgante siempre del buen ejemplo, con lo que pudo catalizar esos oscuros momentos que ella atravesó. Aun ellos mismos, como hijos de aquella familia que de no ser así, se habría desmoronado sin remedio y, por completo. Que el joven Leoncio sin embargo, se habría empeñado en rescatar; impartiendo a todos los valores de la fe, para así recuperar la serenidad de espíritu, en un momento cuando todo parecía perdido.

     En realidad cuando Felipe pensaba en este hijo se sentía protegido por su don tan especial y, “gracia” divina; adquirida de las continuas lecturas en ese gran libro que es la biblia, terreno sobre el cual siempre supo plantar sus sagradas  mieses.  A través de las cuales ahora, recogía los frutos de sus cosechados esfuerzos; al ser elevado por sus doctos profesores seminaristas con los que se educó, al digno sitial de un hombre de El Señor. Por todo ello, entonces, a Felipe siempre le gustaba más evocar la figura de Leoncio, y no la de Wenceslao.  El cual era totalmente diferente. 

 …Del que por el contrario no podía apartar un fatal sentimiento de traición, de auténtica culpabilidad; quizás también, de temor.  Por lo que sin querer, se habría transformado en enemigo de su propio hijo, al dejarse llevar por ese irresistible amor prohibido,  que es Victoria. Y; entonces no podía zafarse ni llegaba a comprender, acorralado entre las “responsabilidades” paterno–maritales que siempre habrían sido su principal atributo, la entrega desmedida a esos amores astutamente manipulados por ella. Que siempre lo reclamaba como la presa de caza de una fiera despiadada, que era en lo que en últimas se habría trastocado aquella hermosa, bella e inteligente mujer.

   …Arrastrándolo inexorablemente en medio de un sabor agridulce que lo afligía, hacia un hueco oscuro y pestilente, sin retorno quizás, al que sentía era dócilmente “obligado” sin piedad; hasta caer en lo más profundo de la madriguera donde se enseñoreaba esta arpía;  con figura de diosa del Olimpo.

   …Cuentan algunos, no se sabe de dónde lo sacaron, que cada vez que Wenceslao tenía la oportunidad de referirse a su padre siempre lo hacía con desagrado, con encono, podría decirse que hasta con odio. ¡Esa era su opinión! Pero sin embargo, en el fondo del alma, parece que aún conservaba algún tipo de respeto a su figura −según otros−; porque en ningún momento, la verdad sea dicha, jamás se le oyó pronunciar realmente aquella fea y, última palabra, hacia aquel.

…Es que el amor, la fuerza y cohesión en el cariño como fue conducido desde muy pequeño mientras estuvieron juntos, eran tan grandes y genuinos que a pesar de la debacle ocasionada por la situación con su padre, todavía tenía para él un rinconcito en su corazón; donde por siempre ardería la llama del perdón. Y, aunque pudiera justificarse para muchos un rompimiento total con aquel, no obstante la solidez y autenticidad de valores con que había sido criado, de todas maneras la dubitativa posición de Wenceslao hacia su padre si  bien representaba una total traición, todavía no la consideraba definitiva; mucho menos última.

   …Puesto que sabía o, más bien había comprendido a lo largo de este penoso proceso, que el amor que Victoria le había prometido incluso a él mismo, como hombre, quedó demostrado con el tiempo que en realidad no era tal, ni verdadero. Porque pudo darse cuenta a pesar suyo, que con sus obligadas ausencias del pueblo por motivos estudiantiles como había sido, ella no tuvo el menor reparo en ir a caer impunemente en las redes que su padre, que con la bellaquería de hombre corrido que era, le habría tendido. ¡Una gran diferencia!. Al menos comparado con su propia experiencia en éso; que para entonces era ninguna.

   …Llegando aun hasta justificarlo; pues, ahora sabía el tipo de mujer en cuyas redes había sido atrapado y, la clase de placeres que aquella como armamento acostumbraba usar. Que verdaderamente, eran irresistibles. En que su viejo seguramente deslumbrado cual impulsado por un mágico espejismo y, soliviantado entonces por inéditos placeres, fue prensado con fuerza por la garra inclemente de una clase de amor que jamás habría conocido pero que, lo tenía ya mortalmente herido (…Pensaría Wenceslao: Similar al Cunaguaro aquel, que, andando un día con su padre en una faena de caza por el monte en terrenos de La Gomera, había bandeado de un tiro ejecutado por él; cuando muchacho. Entonces  emocionado, al querer comprobar la rendición de su presa para cobrarla −se confió−, el animal en un último acto de valor y rebeldía le propinaría un certero zarpazo por un costado que lo cruzó oblicuamente desde el hombro izquierdo, pasándole por la barriga hasta la ingle del lado derecho; que por poco le arrebata la vida…!); y, no por un manotazo defensivo como el de aquel felino enfrentado a su hijo aquella vez andando juntos, sino por los sobrados atributos de plena hermosura que Victoria Sarmiento le enrostraba: Juventud, belleza, hermosura, frescura, y ambición. Pero también estaba llena de codicia y, ocultos desempeños, que en esos primeros comienzos de verdad no veía. O; simplemente, se negaba a ver.  

…Lo que en un principio la mostraba mucho más atractiva, pero que de a poco se fueron tornando en unos rasgos despreciables; para finalmente, arrebatársela al novato y dolido Wenceslao. Que aún con todo lo ya dicho, seguía respirando por la herida. Llevándosela finalmente como un funesto trofeo de oro con el que ahora golpeaba a todos, con la totalidad de su peso específico —dándoles una y otra vez, sobre sus cabezas y, también en sus conciencias—; como buscando reducirlos a su mínima expresión. Hasta finalmente acabar con sus  vidas pero sobre todo y, mucho más grave aún, con la sagrada institución familiar.

     No obstante. Si bien padres e hijos habían sido separados por aquella mala mujer, aún estaría lejos su oprobiosa destrucción; la definitiva ruptura de sus fuertes lazos de sangre, que siempre habían impedido por todos los medios una posible destrucción. Por ser ellos la roca monolítica que alguna vez fueron. Cuyo núcleo originario todavía estaba formado por la fuerza indestructible de la fe, atada mediante el lazo áureo e impoluto que luego Leoncio ahora Párroco oficial de La Atascosa, había sabido reforzar. Entonces cuando ya estuvo mucho más tiempo en casa; y, finalmente el viejo don Cecilio, su mentor y concejero, había sido llamado por el Altísimo “para beneplácito de los Ángeles del cielo”. A decir de las beatas en el pueblo.

   …Reafirmando el querido Sacerdote su merecido orgullo, así como la firmeza en sus valores y convicciones. Mismos que sus padres un día supieron sembrar en ellos, él y su hermano, desde la más temprana edad; y, en el terreno fértil de sus nobles corazones —porque aún tendrían que seguir esperando quizás para siempre, los Diego de Velázquez de la historia de la pintura, para que pudieran solazarse en la representación odiosa de su caída; cual otra “Rendición de Breda”. Sometida, subordinada, agujereada por las múltiples y puntiagudas picas o lanzas apuntando al cielo, para vergüenza eterna de su familia. Y en el supuesto negado de que así fuera; entonces eso sí, nunca jamás vencida…!

 “¡…Así que en definitiva, el extraño drama vivido por aquellos dos, como padre e hijo, en realidad, aún estaba por verse…!”

                              

 ...Espero que les guste.

...Continuará.

sábado, 25 de diciembre de 2021

 



     ...Bueno amigos, por aquí de vuelta con ustedes, para continuar con la presentación de mi segundo libro: ANDRÓMACA y FELIPE. Del cual ahora les traigo, el capitulo número 4. Pero no antes de desear a todos ustedes, una ¡Feliz navidad!


                           4.-     —La cura de una Traición—

     Posterior a la bochornosa separación de Felipe ante la impávida presencia de su señora esposa —una cosa que ella esperaba, aunque en el fondo nunca quiso que ocurriera—, consecuencia por supuesto de sus malos actos y, provocando por ello el doloroso rompimiento con sus hijos, a partir de allí todo sería para él en la vida por venir, una terrible y acelerada caída libre.

     Seguidamente ya con los meses y, hechos los arreglos abogadiles de ley en estos casos, la vida de la señora Andrómaca por su parte, siguió su curso en un mar de incertidumbres; encerrada dentro de su casa, en los predios de su redefinida finca,  “La Nueva Gomera”.

     Justo en aquellos días, posteriores a tan dramático trance, la infortunada Andrómaca recibió sendas cartas de consuelo de parte de sus dos hijos, quienes aparte de consolarla y desearle fortaleza para la superación de aquella mala hora que estaba viviendo, le prometieron una pronta visita. Razón por la cual, la mujer empezó a preparar la casa para la llegada de sus muchachos.

      Tal parece que se hubieran puesto de acuerdo los dos hermanos, puesto que su arribo fue un mismo día, tan sólo por escasas horas de diferencia, entre uno y otro. Con el arribo de nuevo a casa —primero lo hizo Leoncio, que aunque era el Párroco oficial sin embargo entonces no estaba en el pueblo. Ya que por mandato de la superioridad tuvo que ausentarse de su trabajo por varias semanas para cumplir con una labor especial encomendada en la ciudad de Caracas; dejando en su lugar un suplente. Poco tiempo después de ser recibido con alegría en días pasados, por toda la feligresía. Luego lo haría Wenceslao, hecho ya un flamante ingeniero petrolero; lo que siempre quiso ser—, su madre se las arregló para parecer calmada  ante la presencia de los dos jóvenes. Ambos de inmediato con sólo llegar, se abrazaron a ella haciendo votos porque tomara las cosas tal y como se lo habrían recomendado que lo hiciera, en sus cartas previas.

     Después de los abrazos y saludos de rigor, Andrómaca en reunión privada con ellos se refirió en detalle a las posibles causas y consecuencias de la actuación de su marido Felipe, a su real modo de ver el asunto; ahora más sosegada y, con la cabeza fresca. El que poco a poco había venido cambiando en su conducta hacia ella, pero entonces sólo lo veía como una consecuencia natural de la presión en el trabajo, hasta que las cosas fueron tomando otro color degenerando en el posterior desenlace que ya ellos conocían; según información suya suministrada en sus frecuentes comunicaciones escritas, en los días y meses posteriores a la separación.

 ...Fueron puestos en conocimiento de forma directa sobre todo lo ocurrido y, en esa misma conversación también se habló sobre la situación económica y  legal de la familia, en cuanto al destino de las posesiones del frustrado matrimonio; dejando en claro por otra parte que lo que le quedaba de su amor por aquel hombre, ella misma sabría cómo ir apagándolo. Puesto que la decepción causada en ella con sus actuaciones últimas, no le dejaban ahora más remedio; ni tampoco otro camino.

     Estaba entonces pues, la señora, resuelta a romper todo vínculo o lazo de conexión con el otrora llamado "hombre de su vida", pugnando porque no fuese ahora también el de su muerte. Por tal motivo en adelante, se vio más decidida y, pragmática, en el modo de conducir los asuntos de las propiedades y los de su vida misma. De aquella reunión con sus hijos había salido con más fortalezas que debilidades. A tal punto que hasta el personal de la finca tanto hombres como mujeres, celebraba su nueva actitud ante la vida, algo que podían percibir a cada instante y, se hacía patente en muchas de las presentes actuaciones de la señora de la casa; una cosa positiva que esta gente a su vez le manifestaba y hacían saber a ella, además. Cada vez que podían.

     Todo era como un circulo gracioso que se retroalimentaba con la energía, siempre positiva, que emanaba de cada persona con la cual la señora Andrómaca tenía contacto por aquellos días.  Fue en esta nueva etapa de su vida, que ella comenzó a considerar una vez más, pero entonces como una forma de escape a la situación presente, que de nuevo la vida en el circo pudiera ser definitivamente el remedio a los males que hasta el momento venía experimentando. La única cura posible para la odiosa situación por la que estaba atravesando.

 …Por cuanto:

     Pensaba una vez más en la actividad circense, como en los buenos tiempos; aunque hoy sería como la cura a la traición, por parte de Felipe. Sin embargo, tal como en el pasado fuera imaginada y, vivida, en sus tiempos de juventud; exenta de tantos pesares y temores. Ausente de los dolores y penurias de este mundo, propio de las personas comunes y corrientes que por lo general, son quienes engrosan las filas de espectadores sobre las gradas como una forma de evadirse del mismo; una cosa que también, de alguna manera contagia a los actores sobre el escenario. Igualando sus vidas entre unos y otros en un solo y único drama; pero pudiendo conseguir al mismo tiempo y por igual, en la cálida esperanza del circo −evocaba−, la poción mágica curativa para todos como la segura eliminación a sus problemas.

     Recordando igualmente la calidez de la gente en sus presentaciones de antaño, lo que vendría de nuevo a significar para ella no sólo la razón de ser de su vida, como lo fue antes, sino que además actuaría con la misma efectividad del bálsamo milagroso que los duendes del circo untarían sobre su mortal herida. Al verla sufrir de este modo debido a la artera puñalada infligida inesperadamente, por la siniestra mano de Felipe; consecuencia directa de ello, entonces ésta, su mala hora…!)

…Pero semejante idea, sabía ella tendría el rechazo y la resistencia por parte de sus hijos; quienes entonces no estarían dispuestos a aprobar de tan buena gana, el que su madre se embarcara de nuevo en un proyecto de vida nómada, etéreo, fugaz, trashumante. Según ellos así lo verían. 

 ...Que si bien lo valorarían por saber cuáles eran sus raíces, afincados en sus múltiples recuerdos gratos con que ella supo arrullarlos cuando niños, y mediante sus increíbles historias contadas en las múltiples referencias fotográficas atesoradas en gruesos álbumes familiares —en que se la veía por doquier junto a sus propios padres, los legendarios abuelos—, quizás ahora más bien los conduciría a una ruptura total; donde quizás hasta ellos mismos quedarían al garete en la vida de esta burlada, hoy desconcertada mujer. Quien, con  tanta fe en el amor por aquel hombre −Felipe−, creyó que nunca en su vida pasaría por tan odioso trance.

     La señora viendo entonces el lado negativo que podría tener tal confesión a sus hijos, más bien optó por callar, al menos por el momento; esa idea que bullía como vapor  presurizado en lo más recóndito de las calderas de su mente.

   Luego Andrómaca un tanto preocupada por su temor a fallar en un momento tan decisivo y, apelando justo ahora a su instinto maternal por una parte pero también al comercial por el otro, decidió más bien aprovechar la presencia de sus dos queridos retoños que tenía en casa, hechos ya unos hombres consumados cada uno con una sólida posición por delante en la vida; que ambos habían sabido labrarse con tanto esfuerzo. Para pasarla bien entre todos, junto a sus empleados de la finca.

  …Porque era a estos también, a quienes ella quería agasajar, aprovechando esta visita; y, en agradecimiento a su lealtad, más que por ser buenos trabajadores. Valioso atributo adicional puesto de manifiesto hacia su persona y no por Felipe, en el momento decisivo de la partición de la finca; cuando sólo los mejores decidieron quedarse con ella.

    Entonces llamó a don Silvestre Carpio quien era el encargado, y le ordenó mandara a sacrificar una res e hiciera los arreglos para la celebración. Pidiéndole además que trajera a su primo Joseíto al que llamaban “El Canelo”, maestro arpista de gran trayectoria en todo aquello; para que amenizara la velada con su conjunto musical.

   ¡Ande pues, Clemencio; caray…!   —Dijo don Silvestre—. Vaya y traiga ligerito al primo Joseíto, con sus muchachos y su arpa, para que armemos un parrandón. ¡Muévase pues, ya escuchó a la patrona…!

  ...Cursó invitación la señora Andrómaca, también, a las esposas e hijos de todos sus trabajadores para que asistieran al ágape. Al mismo tiempo que, ellos mismos, llenos de alegría y entusiasmo procedían a adornar los corredores de la casa, para luego ir a vestirse con sus mejores galas según la ocasión; nunca antes vista en aquel lugar, después de su matrimonio.

    Mientras hacían los preparativos, Leoncio y Wenceslao se mezclaron con la gente sencilla, hablando con mucho cariño entre todos al tiempo que  también apoyaban en los arreglos del lugar, con lo que su madre se veía sumamente complacida, y alegre. Tanto, que al verla moviéndose de un lado al otro dando instrucciones para que todo quedara bien, se percibía en ella un gran entusiasmo y, nadie se imaginaba el calvario que hasta ayer había vivido; que con certeza supo posponer, al menos de forma temporal, inspirada precísamente en la cercanía de sus muchachos. Que por su parte no dejaban pasar ni el más mínimo detalle para hacerle saber cuánto la amaban.

    Apenas terminaron de colocar las últimas bambalinas y todo quedó a punto para la celebración, de pronto se apareció Clemencio con Joseíto y su conjunto tal como don Silvestre Carpio le había encomendado que lo hiciera y, a su vez volvió a pedirle a Juan Castrillo, para ganar tiempo según dijo, que preparara ya “la ternera” —era éste, el nombre que se le daba a una especie de festín popular multitudinario donde se comía la carne asada de una res completa, tierna y únicamente salada; acompañados sus trozos sólo con pedazos de cazabe—, porque empezaba a notar que el viejo zamarro estaba un poco quedado y además, se hacía el de rogar; contestando aquel entre dientes con algo indescifrable que no se entendía lo que era, enredada la lengua como la tenía en medio de una pella de tabaco que nervioso y alternativamente hacía pasar por los carrillos de su boca. Llegándose a distinguir, sólo al final, una pequeña parte de su indescifrable retahíla, donde le decía a su amigo de toda la vida que se quedara quieto, porque él sabía perfectamente lo que tenía que hacer cuando se trataba de su trabajo. Razón por la cual sin embargo, fue necesaria la intervención de la señora Andrómaca para zanjar el pequeño diferendo entre estas dos personas queridas y, las de mayor antigüedad trabajando allí, en su propiedad.

   Una vez lograda por su intermedio la activación del asador de postín que tenía la finca, uno sin igual en muchas leguas a la redonda, éste de inmediato se centró en la preparación de la res ya beneficiada. Dispuesta y lista para hacer de ella una verdadera delicia en sus manos, cuyos canales estaba autorizado el señor Juan para empezar a aderezar, y asar, justo ahora mismo; de acuerdo con las directrices de la propia señora Andrómaca y, mientras esto hacía, acompañaba su laboriosa tarea con total entusiasmo inspirado quizás ahora sí por la orden personal recibida de quien para él, era la única persona de quien recibía órdenes. “La dueña del circo, pues...!” Solía decir.

 “…Ruciándose el galillo”, tal y como él mismo lo decía tan jocosamente, con espaciados sorbos de una cerveza bien fría que al principio tan sólo usó −literalmente−, para  enjuagarse la boca y quitarse el sabor de las trazas del tabaco. Desperdiciando así la inicial, pero que poco a poco se irían incrementando en intensidad y frecuencia con otro fin, ya buscando alegrarse, para luego rematar con unos tragos de espirituoso licor mucho después; hasta sentir prendido el aire contenido entre su pecho y espalda.

 …Enfrascado como estaba en torno al fragor de las llamas vivamente encendidas, cuyos reflejos se dibujaban curiosamente sobre su zanjado y sudoroso rostro; haciendo que se viera al viejo Juan Castrillo, ya “bastante sabrosón”, como un duende travieso que jugaba burlón con la hechura de su juguete predilecto, pero moviéndose con precisión alrededor de la candente fragua.

   …Mientras tanto, los músicos recién llegados tomaron posición en torno al lugar que previamente se les tenía preparado, en un amplio rincón del patio debajo de un techo entejado, arrancando de inmediato con la música que llenó de alegría y entusiasmo a todos los presentes y, también a los invitados, que empezaban a colmar los espacios. Donde ya se percibía también, traído por la brisa vespertina, el agradable y característico olor de la carne asada que esa tarde, todos disfrutarían.

    Otra parte de la actividad se daba en los corredores que tenía la casa alrededor del gran patio interior, dividido en dos partes iguales; una con el piso adoquinado cubierto para la ocasión con un techo portátil de lona a franjas, donde estaban acomodadas las mesas de los invitados; mientras la otra al natural directamente en tierra, tenía al centro tres grandes árboles frutales propios de la zona, que bañaban con su sombra todo el ambiente; sobre el lugar donde se darían cita las parejas bailadoras… Que al ritmo de las ejecuciones del maestro Canelo y sus muchachos, ya se animaban a ir desgranando sus más variadas figuras llevadas en cabalgata sobre las notas del pentagrama musical llanero; impreso por los viejos ancestros del músico ejecutante de esta jornada, en sus prodigiosas manos de firmes huesos y largas uñas. Diáfanas como el cauce de las aguas del Portuguesa, limpias como los soleados campos de su querido Guanarito. Dentro de las cuales desfilaban: El joropo, el zumba que zumba, el San Rafael, la quirpa, el corrido, el carnaval y el gabán; junto a los melosos y nostálgicos pasajes.

   …Acelerando de tal manera con cada pieza del maestro arpista, el torrente sanguíneo de los cuerpos danzantes entre la polvacera. Despierta ya la canícula interior en muchos de ellos con alternados tragos espirituosos por una parte, pero también, por el aroma del aliento en el contacto corporal cercano de los enamorados; y, en la esperanza de unos seguros besos ya en su anhelada intimidad. Tornándose los hombres aún más agresivos en sus lances y escobilleos, afirmados por vigorosos zapateos que al unísono se escucharán airosos hasta en el más remoto rincón de la sabana.

  …Para luego caer exhaustas las parejas enredadas en mutuo abrazo, aturdidas de la emoción. Dando ahora giros suaves y acompasados empapados en sudor mientras se dejan llevar de la mano por un lindo pasaje, interpretado magistralmente esta vez por la romántica melodía del gran Raúl “del Campo” Velis;  apodado “El Cristofué de la llanura”. Invitado especial del arpista. Celebrado cantante de la región que una tras otra va desgranando sus propias letras con su peculiar estilo, que tanto lo caracteriza; y, la rara aunque acertada mezcla en su voz, de canto campesino con el lirismo de los grandes del bel canto.

…Entonces el viejo Juan Castrillo ya había empezado a cortar los sabrosos bocados de su candente obra culinaria, a los que sólo él, sabía darles ese toque tan especial que tanto apetecía; al más exigente de los comensales.  Explicando sobre la marcha ante las preguntas del joven Leoncio a su lado, que entonces se esforzaba por descifrar las palabras del ducho asador al recogerlas tal cual las expresaba en su pequeña libreta de campo, que después pondría en limpio sobre las perfumadas páginas de su diario en el solaz reposo de su oficina de trabajo; de donde algún día –solía decir−, emergería su gran libro que tenía en mente, acerca de las más variadas costumbres del llano y los llaneros.

 (…Para el buen logro de todo esto, así como yo lo hago —decía con orgullo el señor asador, ya con la lengua prácticamente anestesiada por la bebida—, hay que ponerle especial cariño a los detalles:

 …Como usted ve —explica con respeto al joven Cura—, se seleccionan unas buenas varas usualmente de punteral bien seco y, con uno de sus extremos labrado en punta se ensartan en ellas grandes piezas de carne, limpiamente cortadas, sazonadas únicamente con sal semi gruesa, como ya se dijo; disponiéndolas luego oblicuamente para un perfecto balance y, en forma de cono, amarradas todas en un lazo flojo común en la parte superior mientras las puntas opuestas al amarre, de unas cinco o seis de ellas con la carne ensartada, se abrirán como trompeta hacia el suelo clavándose en la tierra; donde todo se auto soporta por su propio peso.

   …Luego en el centro de esa estructura cónica que se ha formado y, también desde sus lados, se coloca una buena cantidad de leña seca dentro de las cuales “me gusta mucho el cujiyaque” −recalcaba don Juan−, porque arderá como la yesca generando suficiente caloría que se transmitirá de forma pareja hacia la carne; la cual por supuesto deberá ser rotada de vez en cuando para asegurar su adecuada cocción de una forma pareja… Je,je, je! Así es como se hace esto, sí señol…!” —Remataba diciendo, moviendo la cabeza de arriba hacia abajo y, también el mentón, como si comiera algo invisible que no podía saberse lo que era.

 …Sería entonces esta la sencilla explicación de la técnica del asador del viejo Juan Castrillo, deducida de lo que no sin esfuerzo aconsejaba a viva voz, para estos casos; escrita en notas textuales tomadas en persona por el joven Cura Leoncio Gómez Katay, a quien tanto apetecía la carne cocinada con dicha técnica. Brevemente corregidas por razones obvias para el consumo posterior, aunque sin alterar su original esencia —según una descripción hecha por el propio asador sin tomarse ni un solo trago más a partir de dicho ejercicio, obviamente por respeto a su acompañante de lujo en aquel momento; “porque la gente del llano puede ser analfabeto pero eso sí, nuca falto de respeto sabe....?” —Dijo el viejo, conmovido).

   …Acto seguido, escribiría el religioso como complemento a la explicación anterior, lo siguiente:

   …La carne ya lista, continuaba dictando don Juan para el Curita, se sirve sobre un generoso pedazo de cazabe “tomado de ahí mismito, de una de las tortas del bulto montado sobre esos guacales; —dijo, con los belfos ya resecos por la abstinencia forzosa y, señalando con la afilada punta de su cuchillo, refiriéndose a un enorme paquete envuelto parcialmente en papel kraft; en un rincón—; el cuál además actúa como plato y, sólo deben usarse por cubiertos los propios medios que papá Dios nos ha dado. Como son las manos y los dientes. Y; buen provecho…!” 

   ...Terminaba diciendo, el detallado instructivo.

  Ya en el furor del baile, con los frenéticos zapateos de los bailadores a suelo pelado,  se levantaba una persistente aunque tenue, nube de polvo, que empezaba ya a molestar a los convidados; especialmente las damas más emperifolladas, que de continuo se tapaban la nariz con sus rosados o muy blancos pañuelitos y, para cuando el polvo impulsaba a la señora Andrómaca a también hacer lo mismo, ella discretamente daba la orden con un delicado ademán o respingo de su nariz a alguno de los muchachos que correteaban por ahí, a su lado. Casi todos eran sus ahijados, que alborotados tramoliaban con sus cachetes lustrosos, un buen trozo de carne asada.

  …Entonces la titánica tarea de aplacar la tierra de los bailes, oficialmente era asumida de forma voluntaria por “Tito” Collazos que nunca se peló uno de éstos. Por cuanto siempre le gustaba estar en las cercanías de la señora Andrómaca; su madrina de bautizo y confirmación, a quien nunca abandonaba. Normalmente sentada junto a su propia madre Hipólita Collazos, que trabajaba allí mismo y que además, reforzaba la orden con una señal tan sólo entendible en su peculiar modo de comunicación. Decía el muchacho sentirse orgulloso de llevar el mismo nombre que su querida madre; una negra costeña colombiana que tenía años ocupándose de la cocina, primero en La Gomera original y, ahora en la parte con nuevo nombre heredado de aquella, a raíz de la partición de bienes de los esposos Gómez - Katay.

                                                         ...Continuará.

          ...Buenos días mis amigos. Hoy les traigo la tercera parte del capitulo numero  cuatro de mi libro "Andrómaca y Felipe",...