sábado, 28 de agosto de 2021



     Buenas tardes amigos míos, aquí estamos de nuevo. Hoy les traigo la segunda y última parte del capitulo número dos, de mi libro:  "Andrómaca y Felipe".                


                                —Consagración, y Rendición

                                     (...Segunda y última parte)

 …Pues sus legítimos padres habrían fallecido de una forma muy trágica en dos episodios tan desgraciados, casi que con el mismo sino de la fatalidad y, en menos de un año. Su madre; allí mismo donde hacía pocos meses había nacido, estando el muchachito acostado  en una pequeña cesta de moriche en la parte más alta de la ribera junto al rio, debajo de la fronda de una arboleda que ambos tenían por vivienda. ¡Todo fue tan inesperado! Después de alimentarse y, estar ella lavando en la orilla del cauce unos trastos de uso diario en la manipulación de los alimentos —tal vez totumas o, algunos cuencos de madera—, de repente en una crecida inusitada del rio la humilde mujer se asustaría por un estruendo repentino tal vez de grandes piedras y cantos rodados, como solía suceder, arrastrados por la corriente; perdiendo tal vez de pronto el equilibrio.

 …Estaría entonces parada la desdichada indiecita sobre unas lajas mojadas, cayendo de inmediato a las turbulentas aguas; las cuales con toda su furia se la llevaron rio abajo golpeándola una y otra vez contra las afiladas y enormes rocas, a través de las cuales el violento caudal zigzagueaba… En la macabra escena tan sólo se escuchaban los alaridos y gritos desesperados de la pobre india, pidiendo auxilio; siendo encontrada horas después, aguas abajo, toda destrozada dando vueltas en círculos repetitivos a derecha e inversa en una resaca. El niñito, apenas de meses, sería recuperado sano y salvo por los rescatistas; llevándolo de inmediato a la plantación.

    El año anterior, a sólo meses de aquel trágico suceso, había perdido el niño a su propio padre, quien en una rutina de caza en la selva se enfrentó imprudentemente a un tigre mariposo, armado precariamente de un arco, pocas flechas y, su viejo machete tocón; cargando el pobre indio  —cazador  cazado, esta última vez—, con la peor de las partes. Cuentan los sobrevivientes de la tribu, acompañantes en su infortunio, que el desprevenido cazador fue arrastrado hacia las profundidades de la espesura en la jungla, perdiéndose su rastro para más nunca volverlo  a ver; ni vivo ni muerto.

   No obstante; aunque entonces había perdido también a su madre, quedando solo en este mundo, al indefenso niño nunca le faltaron cuidados pues fue diligentemente protegido de allí en adelante no sólo por su nana oficial, sino además por las demás mujeres del grupo de indígenas que trabajaba en la plantación, pero siempre bajo la estricta vigilancia y supervisión de don Aldo. Quien además; a medida  que crecía y, podía valerse solo, siempre lo tuvo a su lado ya fuera en la casa o en la oficina, llevándolo incluso a pasear por los caminos, y por las veredas del sembradío, todas las tardes cuando evaluaba el rendimiento de la jornada.

   Jugaba con él y hasta le enseñó a comunicarse en su propio idioma, el italiano, legándole aun su acento toscano. Lo trataba en verdad como si fuera su hijo —quizás como una forma de reivindicarse con aquella noble gente, que de alguna manera eran el soporte en la obtención de su buena fortuna—; cuando en aquel inhóspito lugar lejos de la civilización, Aldo Colavita consumía sus días de vejez alejado de su propia familia, añorando su legendaria, lejana y, culta Toscana. Allá en su querida y bella Italia.

  Siendo por aquella época en que, según dicen, al llegar algún visitante externo ocasional a la finca, podía verse al pequeño indiecito por todas partes siempre pegado a la manga de los pantalones del viejo don Aldo; y, al preguntársele cómo se llamaba, de inmediato el muchachito respondía en su más patética inocencia, como haciéndole honor al apellido de su afortunado “padre”, diciendo;  mientras arrastraba a modo de cola una deshilachada colcha estampada con la icónica imagen de la Torre de Pisa a punto de caer. La que siempre llevaba enredada entre sus dedos,  chupándose un pulgar:

  “…Cola… Cola, Colavita…!” —Decía, casi gritando.

   Acto seguido, pegaba una sola carrera; siempre con varias indias viejas detrás, tratando de contenerlo. De esa etapa en su vida, es que le viene el nombre con el cual desde entonces fue conocido este indiecito: Ruperto Colavita; sin embargo, más le gustaba ser llamado −tal como quedó dicho−, “El Indio Colavita”.

 …Además, dicen que por aquellos días de su infancia, se escapaba de la casa de don Aldo para irse a un sector fuera de la plantación donde  sabía estaban “los otros” indios; que nunca veía trabajar por allí. En los predios de la plantación. Eran los mayores, los más ancianos, que según sus creencias poseían y atesoraban el antiguo conocimiento y, magia ancestral de la tribu; acumulados durante siglos de vivencias bajo la única protección de la selva, para beneficio de su pueblo. Los cuales además, eran sumamente respetados por todos.

…Durante tales incursiones que de usual eran prohibidas, aunque toleradas de algún modo por estos patriarcas tribales y, tal vez debido a las dolorosas calamidades ocurridas en la temprana vida del menudo jovencito, a veces se hacían de la vista gorda cuando lo sorprendían merodeando por las cercanías de su campamento. Conducta validada desde un punto de vista de sus creencias como algún tipo de señal procedente de los dioses, que habrían despertado de algún modo en el  muchacho la obtención temprana de sus conocimientos; obligándolos a ellos, sus depositarios, a apoyarlo de manera muy especial.

…Una vez aceptada su presencia en las cercanías al poblado conformado por las churuatas donde estos maestros residían con sus propias familias, no sin cierta reticencia por lo menos al principio, gradualmente fue siendo integrado como uno más de entre los suyos y, en poco tiempo hasta se fue granjeando no sólo la confianza de todos sino también, su respeto y consideración. Siendo tomado finalmente como discípulo por el más anciano de la congregación.

 …Sin embargo lo que más le gustaba al joven indio y, lo hacía sentir más a gusto, era entrar en contacto con los chamanes del grupo. De quienes se nutrió, y aprendió muchas cosas sobre la vida, la muerte, la magia, la mitología; pero especialmente, sobre el conocimiento y el manejo de las innumerables especies vegetales que ha atesorado por milenios la fronda de la inmensidad del bosque; que todo lo rodea en su entorno. Apareciendo en su consciencia como la materialización del único mundo existente; y, conocido para él.

 …Por todos estos antecedentes, puestos a rodar de boca en boca por el pueblo a partir de las confesiones iniciales del baboso de don Clotilde, aunado a tantas cosas fantásticas que se afirmaban de él en cuanto a su trabajo y, por qué no decirlo, amplificadas por esa “extraña necesidad en la gente pueblerina de inventarse su propio héroe”, se fue creando en torno al personaje en cuestión una fama arrolladora que lo más seguro ni siquiera se merecía; ganada desde un principio, por la preparación de sus infalibles “filtros de amor” que con tanta insistencia le eran solicitados, sobre todo por clientes del sexo femenino. Así, queda claro que la ligereza de parte de de don Clotilde, más bien favoreció sobremanera al indio Colavita; agenciándose con ello a su favor, un mayor y creciente número de clientes.

 …Se decía también que hasta había sido capaz de, prácticamente, levantar a un hombre del lecho de muerte con sólo hacerle unos pases de mano por encima y, frotar en el pecho del difunto unas enigmáticas ramitas de tallos azulosos sacadas del bolso que siempre llevaba colgado a un lado, en bandolera. Extraño suceso aquel día, puesto de manifiesto ante un nutrido grupo de parroquianos que dieron fe de lo ocurrido. Cuando casualmente, pasaba el cortejo por su vecindario y, quedara conmovido el indio por un mar de lágrimas de la viuda e hijos; que lloraban a cántaros,  por haber perdido a su ser querido. Dibujándose a su alrededor después de éso, un aura de misterio y, mitificación, sin precedentes.

 …Luego del extraño suceso nunca antes visto en ninguna otra parte, según dijeron los que lo vieron, el mismísimo “muerto” ya liberado de tal condición se paró de la hamaca que usaban como parihuela para trasladarlo al camposanto, por sus propios medios y, cuidándose de que nadie lo ayudara; entonces sorprendiendo a todos la recogió, la dobló y hasta un nudo le hizo con las cabuyeras, terciándosela al hombro. Para luego regresarse por donde mismo habían venido, al menos con su familia y los más allegados; pues el resto y, no es para menos, huirían despavoridos del lugar. Manifestando que eran cosas del demonio.

…Aunque un tiempo después se supo, a decir de algunos, que todo habría sido una vulgar patraña puesta en práctica por el indio con la complicidad del supuesto muerto y, alguno de sus familiares; con lo cual darían por saldada una vieja deuda que aquel tendría con Colavita.

…Posteriormente, en los detalles dejados filtrar por un antiguo novio de la hija de don Marcelino —el "muerto vivo"; como sería conocido, de allí en  adelante—, disgustado con la muchacha “por no dejarse” antes de tiempo, dijo que su futuro suegro habría sido tratado el día anterior con un brebaje preparado por el indio supuestamente con hojas de “adormidera” y, otras cosas más, cuyos efectos probados eran de unas cuarenticinco a cuarentiocho horas; tras lo cual, Colavita lo reviviría en el momento justo con otra de sus yerbas preferidas, la “mandrágora azul”. Haciendo que todos los allí presentes se creyeran el cuento.

   Muchos de ellos sin embargo, fieles a la consabida leyenda del héroe particular en que todos quieren creer, ya señalado, no daban crédito al desmentido del novio disgustado; haciendo crecer más bien de allí en adelante la fantástica fama del indio Colavita. Y; por el contrario, sería justo a partir de este hecho, precísamente, en que muchos  comenzaron a llamarlo: “El Iluminado”, de La Atascosa.

    Tal vez fue por todo esto y mucho más que, aquel infausto día de la caída del Cura don Cecilio en la calle Tropezón, todos creyeran en la leguleyería del individuo de marras pues además, cosa rara en un indio era buen conversador,  cuando le interesaba; haciendo su agosto desde aquel mismo instante y, por un buen tiempo, con los ya descritos amuletos en forma de collar.

   A raíz de este odioso episodio con el Párroco del lugar y, aprovechado de forma tan burda por el extraño individuo convertido además en un vulgar mercachifle, cosa que a sus seguidores no importó, fue que la fama del indio llegó a conocimiento de muchas más personas en el pueblo y sus alrededores; especialmente al entorno donde se movía Victoria Sarmiento, quien para entonces ya se hallaba atrapada hasta el tronco en su  propio dilema. Sin saber qué más hacer, para avanzar.

   Algo diferente tuvo que haberse operado, sin embargo, en la conciencia del indio esa tarde de Semana Santa frente al grupo en procesión con la imagen de El Nazareno, a lo largo de la calle Páez; en que prácticamente cayó fulminado al suelo por la enorme carga espiritual que lo rodeaba. Integrándose a la marcha como uno más de entre los fieles, en una supuesta actitud de reconversión que de seguro −según se dijo−, lo retrotrajo a las creencias con que desde muy niño el devoto de don Aldo lo habría instruido. Como buen “católico, apostólico y romano” que aquel se declaraba; independientemente de toscano, que en verdad es lo que en realidad era.

…Tanto así, que hasta había mandado a construir en la plantación al lado de su casa de residencia, una pequeña capilla con campanario y todo; usada por él para rezar, e invitar a sus amigos en las esporádicas visitas que le dispensaban y, en que solían leer en conjunto la Santa Biblia.

  Entonces y,  siempre con el indiecito a su lado, imitándolo en todo. Mientras esto hacía, especialmente los domingos, y los días formales del calendario religioso tradicional la puerta principal del local y las dos ventanas que la flanqueaban, permanecían abiertas para todos.

  Usualmente ocupada en esas ocasiones por algunos nativos, que seguramente sólo lo hacían por pura curiosidad, pero con el correr del tiempo se iría incrementando su número hasta llegar a ser considerable. Eso sí, eran pocos los que trasponían la puerta para ir a sentarse en los largos escaños más próximos. Si lo hacían parecían estar atraídos más bien, además, por la extraña y suave música que emanaba  de un viejo tocadiscos emplazado en un rincón al fondo; donde don Aldo solía colocar, a un volumen moderadamente bajo, música sacra medieval. O; en ocasiones especiales, la de sus músicos favoritos y, paisanos suyos además: Giuseppe Verdi y Giacomo Puccini…!).

 …Así; de esta forma tan extraña, finalizaría aquel Miércoles de Ceniza del año ´63. “Más espectacular que el del año precedente” según las opiniones de muchos, aun pese a la caída del viejo Cura del pueblo aquella vez; y, con ello, desde esa amarga experiencia, el nacimiento del nombre para una vieja calle entonces sin identidad… Donde por otra parte, el pueblo sería testigo de la rendición de un hombre que, aunque temido, no fue capaz de sostenerse en pie ante la arrolladora fuerza de la fe… Pero sobre todo, porque se le rendía tributo después de al Nazareno, también al joven paisano Leoncio Gómez Katay, que aquel ya lejano día se estrenaba como Párroco en funciones; y, precísamente durante su consagración, allí en su propio pueblo.

                                                “¡Gracias a Dios!!!”

                    …Dijo de nuevo eufórico, esta vez, el señor Marchena.



domingo, 22 de agosto de 2021

 



     Buenas tardes, mis amigos. Continuando con mi segundo libro "Andrómaca y Felipe" y, habiendo concluido ya el capítulo anterior 1.1.- Los huéspedes, hoy les traigo el segundo capitulo:

                         

 1.2.-                       —Consagración, y Rendición—


     Miércoles de Ceniza del año 1963. La iglesia repleta a reventar de feligreses de la Atascosa y, sus alrededores. Con las autoridades civiles y eclesiásticas en pleno perfectamente activadas, dispuestas de nuevo para el caso; siendo entonces el verdadero personaje después de Cristo Jesús en ese lugar y, en aquel preciso momento tan especial, sin duda alguna que el joven Párroco nacido y criado de allí, en este pueblito donde era conocido por todo y, de todos. En ése cuyas calles aún eran testigo de la presencia juguetona del mismo muchacho humilde y sencillo que otrora fue, cuando correteaba como uno más quizás detrás de una pelota, un papagayo, un trompo; o, cualquier otro objeto ordinario de juego en ese tiempo. Tantas veces con los bolsillos de su pantalón corto repleto de metras, jobo, o mamón; junto a otros niños que hoy, jóvenes adultos y, muchos de los cuales también allí. Rindiéndole tributo entonces con su presencia, por tan abnegada profesión  escogida; o, como algunos de los cuales decían,  más bien ésta lo habría escogido a él.

     Todos en el pueblo se sentían exultantes ese día, felices y contentos por la magnitud de tan extraordinario acontecimiento, de ver elevado a uno de sus hermanos a tan digna majestad eclesial; expresada por el gran fervor que sentían, desde la entrada al pueblo por Cinco de Julio en el Este hasta su salida por el  Oeste, sobre el Barrio La Rochela. Cruzando de Norte a Sur desde Los Paragüitos hasta La Voz del Llano, en los Barrios La Romana y La Quinta. Todo, enteramente todo, era indicativo del júbilo y la alegría de la cual por entero eran partícipes. Por motivo de que uno de sus hijos, seguía con rotundo éxito la senda marcada por el buen Padre don Cecilio; ya en el ocaso de su fructífera vida. Habiendo transitado éste, también positivamente, el camino a tan noble y preclara posición de la ordenación, dentro de la delicada carrera sacerdotal.

 ...De poste a poste sobre las calles y, por entre los árboles, se veían extendidas las bambalinas multicolores cual papagayos blandiendo al sol, sus ligeros cuerpos por efecto de la brisa y el calor llaneros; junto a los afiches con el fotostato a color del hijo homenajeado. Curiosamente empinado en algunos casos —como un rasgo de rareza y, en buena lid por lo demás—, por encima de la desleída figura en algún panfleto rezagado con el rostro de risa obligada de algún político participante, perdedor o ganador, es igual, en la campaña electoral anterior.

 ...Entonces las bambalinas, las guirnaldas, los retratos, la alegría y, el entusiasmo de la gente junto al fuerte aroma del incienso ardiendo cual zarzal, en el sagrado Monte Horeb del Sinaí y, también en las macetas con rojas brasas dentro del templo, hacían juego con la sacra melodía que emergía para dejarse oír, a través de los parlantes en lo alto del campanario; mientras sus bronces tañían dando por terminada la misa para enseguida dar comienzo a la procesión del Nazareno, acompañada por el sempiterno “Pópule Meus” de ese otro gran venezolano que fue; el insigne músico José Ángel Lamas. Quien con lo suyo quiso dejar esta extraordinaria pieza musical, como testimonio perenne para rendir tributo al hijo amado del Padre Celestial, en cada Semana Santa venezolana.

  …Ese día podía parparse también, a plenitud, la más viva santidad mezclada con una gran expresión de auténtica felicidad, en el viejo Cura don Cecilio Apóstol del Rosario. Que lucía radiante y rejuvenecido bajo su pulcra sotana blanca, con un único detalle en la misma, por atuendo de gala para la ocasión, consistente de una larga y purpúrea estola orlada con ribetes dorados; haciéndolo ver como poseído por algún espíritu de sanación que esa tarde tal parece, hubiera descendido como lengua de fuego purificador sobre su calva y bruñida testa. En un muy particular Pentecostés que el Señor, hubiera reservado tan sólo para  él.                              

   Mientras tanto al lado del viejo Párroco marchaba majestuoso el joven religioso Leoncio Gómez Katay que, caminando erguido en su elemental y purpúreo atuendo, destilaba también felicidad al igual sucedía con su anciano mentor (…Novel Sacerdote recién recibido con honores entre sus pares, en los reservados espacios bajo las arcadas del claustro de su Alma Mater; por quien hoy la comunidad entera que lo vio nacer era todo un espectáculo. Donde flotaba junto con el polvo de sus calles y en el brillo de los ojos en cada feligrés, cada habitante, la más sagrada esencia de la espiritualidad colectiva; envolvente y, misteriosa, del pueblo de La Atas cosa…!)     

    Iba ante todo el joven Cura, como tocado de una genuina aura de santa humildad. Ésa que por supuesto transmite la túnica del Nazareno a quien la viste y, dentro de la cual estaba aquel guarnecido, presidiendo junto a don Cecilio la sagrada procesión de ese magno día dentro de la litúrgica tradicional, en que luego de darle tres vueltas en redondo a la plaza Bolívar se dirigieron al Norte por la calle Tropezón, tomándola justo en frente al Mercado Municipal —en cuyas aceras colmada de espectadores se encontraba el popular “Zamuro”, carnicero de allí, arrobado por la sacralidad del momento presente; el personaje más emblemático del lugar, mirando con otros ojos tal vez con ganas de darle un crédito, a su cliente más destacado, el mismísimo Cura don Cecilio; y, entonces, sintió pena por la dureza en sus regateos habituales con él—, para entonces recorrerla pasando de nuevo por el famoso punto tan emblemático y premonitorio que la hizo famosa; debido a la caída del viejo Párroco la temporada anterior. Quien hoy para su regocijo estaba siendo asistido, precísamente, por este novel Sacerdote e invitado de honor; y, paisano suyo además.

   En el extremo Norte de la citada callecita torcieron a la izquierda hacia Los Paragüitos, hasta su intersección con la calle Páez, para por esta vía retornar al principio, retomando la calle Bolívar o calle real, en la esquina de la bomba del señor Vergel y, nuevamente hasta la Iglesia; de donde mismo habían partido, hace ya unas tres largas horas. De sincero y devoto compromiso cristiano, que imponía en toda su grey la más férrea voluntad ante tan extenuante exigencia; seguros todos de cumplir, con la más alta expresión de felicidad en cada uno de los participantes.    

  Por ello, ni siquiera aquel enigmático individuo conocido por todos como El indio Colavita, vecino ocasional que más bien huésped circunstancial de la calle por donde ahora pasaban y, hoy consagrado chaman fetichista de remate, pudo resistirse ante la imperiosa necesidad que aquel momento demandaba. Manifestando su rendición ante el Cristo Redentor, cayendo postrado de hinojos inmediatamente en señal de respeto −o;más bien por temor−; al tiempo que, se persignaba azarosamente con la señal de la cruz sin saber ni cómo hacerlo de forma apropiada. En un extraño comportamiento de su parte que claramente evidenciaba una total  confusión heredada de la fea intervención de los conquistadores españoles en la vida de sus antepasados, a través de la historia; creando inconsistentes lazos en sus creencias que a todas luces desdibujaban en su consciencia, la persistencia de sus demiurgos ancestrales. 

   Todo el mundo veía asombrado al temido hombrecito. Cuando estaba allí sudoroso, de rodillas ante la portentosa manifestación de espiritualidad superior, colectiva, auténtica y, muy real; a cargo de todo el pueblo en su conjunto. De seguro arrepentido por todo el irrespeto causado con sus actos a la divina memoria del Nazareno, cuando el año pasado −por ejemplo− hizo de la caída de su humilde servidor, don Cecilio, un perverso negocio con el que se lucró; mediante la elaboración y consagración amañada y, maliciosa, de reliquias prohibidas por la iglesia. Vendidas en su nombre. Asegurando entonces que si no usaban el collar de su autoría, estarían contribuyendo a la posibilidad de mayores desgracias para el pueblo; según él así lo veía, en aquella nefasta señal… Pero, quién era en realidad este hombre…?       

 …Mientras tanto, imperturbable, seguía su curso la penosa y sobrecogedora marcha con la imagen del Nazareno a cuestas, por las calles de aquel pequeño pueblo llanero. Que en combinación con la sacralidad de la música del maestro Lamas viajando en la brisa, acompañada por el fuerte olor del incienso y, el particular aroma de la parafina quemada en las chisporroteantes velas ardiendo por doquier en manos de los fieles, le conferían al acto esa lejana tarde tan especial, una genuina y auténtica espiritualidad; digna tan sólo del recordatorio mismo de aquella histórica entrega, vivida en Jerusalem, por el sagrado personaje cuya iconografía y epopeya eran el centro de atención esos días y, todos los años, por esta misma época.         

 (…Ruperto Colavita, alias “El Indio”, vivía todavía en casa de don Clotilde  González, al lado de la casa–taller del finado y ex dueño del lugar don Claudio Milano Montessori; a quien todos llamaron simplemente, “El Italiano” −trágicamente fallecido−. Quien hace un par de años atrás habría hablado con su vecino, siendo amigo y trabajador suyo a la vez, para mediante un cierto acuerdo económico entre ambos dar alojamiento al indio en su propia casa; mientras este trabajara igualmente para él, en su negocio. "Carpintería Véneto". Pero como don Claudio había muerto hace poco, la semana pasada y, de una forma tan extraña que el pueblo entero quedó horrorizado, entonces estaba el sitio cerrado ignorándose qué iba a pasar con éste y sus trabajadores; por lo que se rumoraba según se habría dicho, estando aún su viuda e hijas presentes en el sepelio, que vendría alguien de Italia quizás, un pariente cercano a encargarse del mismo. Lo que no era seguro y, por ahora era tan sólo éso, un rumor.

 …Razón por la cual el indio estaba a punto de marcharse de allí, entonces sin el aval del promotor del acuerdo con su casero, don Clotilde; que no soportaba ya sus raros comportamientos especialmente el de sus extraños rituales nocturnos. Estimulado además por mucha gente alarmada con sus cosas raras en el vecindario, que querían se fuera pronto. De todos modos sabían que estaba construyendo su propia casa en el monte a las afueras del poblado, lo que facilitaría las cosas para todos.

…Sería justo ahí, en la acera frente a la tristemente famosa carpintería de la calle Páez, donde se encontraba arrodillado aquel pequeño pero temido hombrecito, huésped incómodo ya para muchos en La Atascosa; impactado por la piadosa pero al mismo tiempo poderosa imagen de El Nazareno.

 …Allí, donde un día encontraron a su incestuoso dueño colgado de un cadalso automático mecanizado de su propia autoría, perfectamente construido en madera. El cual poseía un especial atributo digno de ser patentado por su creador, consistente de que el suicida ya no necesitaría deshacerse del tradicional banquillo en estos casos, sino que el aparato de forma autónoma hacía su trabajo completo mediante un poderoso dispositivo de trinquetes y contrapesas llamado por el usuario en este caso como counter grávity, independientemente de la acción del infortunado usuario. Tal como don Claudio lo dejara escrito en sus memorias fúnebres, en su rara manía de querer llamar las cosas que él mismo hacía, en inglés y, también así lo hizo aquel aciago día. Quien sin embargo, falleció arrepentido según las evidencias dejadas al pie de su extraño artefacto de muerte, por haber desgraciado a su familia.

 ...Después el negocio sería regentado por un sobrino suyo, procedente de Italia, pero ya no tuvo el prestigioso lustre de otros buenos tiempos; aunque sí, la vergonzosa mácula de la tragedia horrible inscrita con el tiempo como por un dedo divino, sobre el velillo de la pátina acumulada en su petulante cartel de identificación… Donde el propietario daba fe, específicamente, de que no sólo era un carpintero, simplemente; sino, “CARPINTERO EBANISTA” —entrecomillado, en mayúsculas y, escrito con trazos de Sapolín color rojo". 

                          “¡Aaah, tiempos aquellos, cará; de cuando don Claudio…!” 

 ...Solía decir mucho después don Clotilde, dejándose llevar por la nostalgia y, cuando traía a colación estas cosas; cuyo taller fue en realidad un verdadero emporio de creatividad, para bien o para mal… Pues, así como se dio aquí la existencia de esta máquina tan perfecta, horrible y macabra con la cual aquel se quitara la vida, también se recuerda en contrapartida, entre otros, aunque este muy especial, un hecho inédito que llenó de orgullo a todo un pueblo. En que, hasta un precioso regalo nunca antes visto salió de las manos de sus laboriosos artesanos, para honrar a Su Eminencia don Mariano Victorino Martell, Obispo de la diócesis entonces, a la cual estaba adscrita la parroquia; radicado en Calabozo.

 …Sería  aquella, una excelsa poltrona de descanso; bella y distinguida, perfectamente construida en madera fina, ricamente decorada con metales y piedras preciosas, que según dicen todavía reposa entre los lujosos muebles de colección del palacio de verano del Papa, en Castelgandolfo; allá en el mismo lugar de igual nombre en la costa del Lago Albano, en Italia. Adonde llegara como “regalo especial al Sumo Pontífice, de parte del pueblo venezolano” y, según lo decidiera don Mariano para quien fuera construida inicialmente—; en un excepcional gesto de desprendimiento de su parte, como dueño original de la misma.

                         “¡Aaah, tiempos aquellos, cará; cuando don Claudio…!”

      …Remató diciendo de nuevo, don Clotilde; rascándose entonces el cogote.  

…“El Indio Colavita” como también le llamaban era mañoso, taimado, impredecible e indescifrable, ducho en las artes del ocultismo y en el conocimiento ancestral del uso de las yerbas del monte, “aparte de ser un buen carpintero a decir verdad”, reconocían algunos de sus detractores; tal vez por éso, don Claudio lo trajo al pueblo después de todo, durante uno de esos tantos viajes que le gustaba hacer por el Orinoco en donde combinaba la cacería y la pesca, con la aventura… Aunque también se dice que fue más bien porque le gustaban todas esas cosas ligadas a la superchería y las malas artes; turbia charca donde su indígena amigo se movía como pez en el agua… Precisamente por éso, por lo del ocultismo, había ido tomando en el pueblo aquel oscuro personaje una cierta notoriedad.

 …Fue casualmente por esos días y, luego de la rara desaparición de don Claudio, cuando los pobladores comenzaron a ver lo incongruente y disparatado que era este asunto de que un indio —que realmente lo era, dicen que de la etnia Maquiritare; o, Pemón, no se sabía bien—, llevara por nombre un apellido de raíz italiana; lo cual sin embargo, empezó a aclararse cuando Clotilde González le echó el cuento a algunos  en un botiquín de Los Paragüitos sobre los verdaderos orígenes del siniestro personaje. Yéndosele el yoyo esa vez al hombre entre cerveza y cerveza, junto a un grupo de amigos y, queriendo lucirse con las féminas que los acompañaban en la mesa; rompiendo así bajo los vapores etílicos y el “tetero esparramao” a su alrededor, entre las damiselas presentes, el viejo compromiso de fiabilidad respecto a su curioso amigo ya fallecido.

 …Información  ésta que obtuvo de viva voz, de parte del mismísimo don Claudio Milano Montessori, quien trajera el indio al pueblo; y también, fungió siempre como su protector mientras estuvo en vida.

…Le habría contado don Claudio a Clotilde, entonces, que a los pocos días de haber nacido el pequeño Maquiritare −o; Pemón?−, por allá, en algún recodo a las márgenes de un río del Territorio Federal Amazonas donde perdió a su madre, fue criado de allí en adelante en una plantación de explotación de Sarrapia perteneciente a un individuo paisano suyo; cuyo nombre era, Aldo Colavita. Quien afortunadamente para el pequeño y, ya con el tiempo, pasó a ser como si fuera su propio padre; puesto que don Aldo lo llevó a su casa y fue criando al infortunado niño como suyo, habiendo contratado para ello y su exclusivo cuidado, a una nodriza de su propia raza.

                                                   ...Continuará.


lunes, 16 de agosto de 2021



     Muy buenas tardes mis amigos. Una vez subsanados ciertos problemas técnicos con Internet —no se olvide que estamos en Venezuela—, por acá de nuevo con lo prometido: Andrómaca y Felipe,

                                        Capítulo 1: Los Huéspedes (Continuación)                                            

…El recuerdo viene a colación, en base al comentario o más bien confesión que justo en la iglesia, le hiciera Chuíto a Felipe —aquel miércoles santo—; un día cuando éste, le dice de nuevo a su hermano menor las mismas palabras de costumbre. Con que solía detenerlo, al tratar de emplazarlo sobre su posible relación con Victoria:  

       “…Siempre estás viendo fuego en todas partes y, bla, bla, bla”.

…Como si al decírselo, tan seguido cual su persistente hermano lo hacía, tratara Felipe de endilgarle alguna patología piro maníaca; con el propósito de que el otro, desistiera de tales concejos y comentarios cada vez que le insistía en lo bien que se lo llevaba la joven pareja —Victoria y Wenceslao.

 …Pero con la calculada respuesta de su hermano mayor, Chuíto no se imaginaba que este en realidad lo que buscaba era ocultar disimulada y soterradamente, algo que había empezado a intrigarlo; en cuanto a sus propios sentimientos respecto a la muchacha. Porque resulta que ésta, sobre todo en los períodos de tiempo en que su sobrino tenía que ausentarse debido a sus estudios en Caracas, se mostraba sumamente relajada, distendida, como si hiciera caso omiso de tales ausencias; razón por la cual cualquiera podía pensar, que la joven sólo le hacía caso a Wenceslao únicamente por diversión.

    Lo que además, parecía tener confundido a todo el mundo dada su amabilidad  y, desenfado en el trato, hacia todos por  igual −especialmente al inicio−. Esto hizo, quizás, que Felipe empezara a sentirse inclinado o más bien arrastrado, por la enganchante personalidad y fresca presencia de Victoria Sarmiento; que tampoco perdía oportunidad de mostrarse propicia, ya dispuesta y hasta accesible, ante él. Por lo que era en estas épocas, cuando la avispada y astuta joven le imprimía un mayor impulso a sus ocultos e inconfesados deseos de conquistar al señor Felipe; con el velado propósito de ver cumplida su promesa a su familia, de que llegaría el día en que ella los sacaría de la odiosa condición de miseria en que habían caído. Y; por qué no decirlo, por la soberana irresponsabilidad de don Eustorgio. Es la verdad.

…No obstante, Victoria siempre guardaba en un apartado rinconcito de su corazón las cálidas vivencias y pernoctas que vivió junto a sus viejos, especialmente en una finca que tuvo su papá a un lado de la carretera que conduce a Camaguán, desde Calabozo; la cual tenía por nombre “Los Sarmientos”.  Lugar donde su padre como una forma de hacerle honor, no sólo a su apellido sino también a sus beodos amigos de otros tiempos, había hecho instalar una costosa bodega con los más preciados vinos del valle de Mendoza en Argentina; país de donde provenían sus ancestros, los cuales traía siempre a colación en prolongadas tertulias con sus pares y, en homenaje a Baco.

…Sin embargo, don Eustorgio no sólo le dedicaba tiempo al trabajo de  la finca  y  a sus amigos, sino que, tenía entonces dentro de su rutina semanal sacar a pasear su familia a lomo de bestia por las sabanas Sarmenteras, donde Victoria que era la mayor entre sus hijos, atendía con abnegación a sus hermanos más pequeños;  mientras todos se bañaban en un rio de corrientes cristalinas que discurría por la parte Sur de la propiedad, antes de internarse en las pacíficas y reflectantes aguas del emblemático Estero de Camaguán.

 …Donde todo tipo de animales de la zona se daban cita: Entre garzas, chenchenas, patos y alcaravanes que se oían graznar y cantar a lo lejos, en que de seguro se acicalaban con sus mejores galas contemplándose en aquel espejo de diáfanas aguas, para recibir del Apure al gabán golillú; que de manera regular, año tras año, recalaba por aquellos lares como respuesta ancestral de sus ascendientes. Al vitoquearse en los garceros mostrando a los presentes cada vez, la vistosidad y firmeza de su característico gollete de donde procede su nombre.

“…Usualmente —se solaza Victoria esta vez, feliz en sus evocaciones de niña, aquella tarde crucial en la oficina; de donde saldría con una respuesta definitiva sobre lo que sería su destino por venir— en estas romerías por los terrenos de la finca, mi padre cazaba o pescaba la comida que, alborozados, disfrutábamos todos; segura como estaba en aquellas despensas naturales, especie de ricas cornucopias que hacían infalible el excelente desempeño de don Eustorgio con el rifle o el arpón. Eran pues, aquellos,  bellos momentos de felicidad en que mi papá después de una opípara comida, que él mismo junto con sus amigos preparaban, nos reunía a todos en círculo debajo de unos frondosos árboles de Matapalo… Y, enseguida, nos leía en voz alta historias gauchas de las pampas argentinas. Haciendo especial hincapié en breves y continuas interrupciones para marcar algún detalle o similitud de la vida, y las costumbres en aquellas australes praderas,  con respecto a la de los llaneros de aquí; por los cuales también mostraba un especial respeto.

 …Solía leernos en esa época la poesía autóctona argentina de José Hernández; explicando con maestría las intemperantes aventuras gauchescas de su "Martín Fierro". Así mismo, le gustaba mucho declamar con su propia voz engolada y, en febriles arrebatos beodos junto a sus amigos de vino y grappa, el poema gaucho "La Leyenda del horcón"; dejando destilar a su manera una mezcla de profunda tristeza y vehemencia, al mismo tiempo, identificado entonces con el característico amargor −según él−, de la emblemática y cotidiana yerba mate… Cuando empezaba a decir:

 "…Les voy a contar un cuento, aura que el agua y el viento train a la memoria mía, cosas que nadie sabía y que yo diré al momento…!”

…Y; por ahí se iba.

     Fue en esas reuniones familiares donde Victoria desarrolló y sembró para siempre en su corazón, un amor muy especial hacia su padre, el viejo don Eustorgio, quien no escatimaba ningún tipo de sacrificio ni esfuerzo para hacerlos felices a todos por igual; al menos, mientras tuvo a su disposición los bienes de fortuna que se lo permitieron. Pero jamás se imaginaron en ese momento, que vendrían tiempos muy tristes, como aquellos posteriores a la debacle de "El Encuentro".

     Por todo éso, cuando el viejo cayó en la desgracia en su vida —por las causas que haya sido—, los miembros de su familia fueron muy condescendientes con él y su mala pata; que por añadidura pasaría a ser también la de todos, por ser al comienzo el único sostén del grupo familiar… Afortunadamente, o tal vez como retribución a su don de buena gente y carácter dadivoso que ostentó siempre don Eustorgio, mientras pudo, Victoria logró estudiar en Caracas bajo la tutela de su tío materno don Hermógenes Soler. Quien residía cómodamente en aquella ciudad, donde hizo carrera en una institución financiera de alto nivel, ya  graduado de Economista con la ayuda de su cuñado, precísamente; cuando el tío era joven y, su padre próspero. En algún momento estelar de la larga cadena de picos y depresiones en la accidentada vida empresarial de su viejo.

    Sería entonces por tantas cosas bonitas que Victoria Sarmiento vivió y, que siempre  recordaría −al lado de los suyos−, que no dejaría pasar la dorada oportunidad que ahora se le presentaba como en bandeja de plata; aunque fuera para reivindicar de algún modo el perdido lustre de viejos oropeles, de aquella vida pasada.  

   Y; para ello, necesitaba vencer toda una serie de prejuicios impuestos, lógicamente, por los patrones culturales familiares en que se había levantado. Por lo que, sabía bien no era la mejor manera de obtener las cosas que pensaba, aunque también que no había forma más directa que pudiera presentársele para lograrlo.

 …Como esta de ahora en que dos hombres con posibilidades de fortuna para ella, se debatían por poseerla de forma exclusiva; pero, en la intrincada ecuación de aquel enrevesado e inescrupuloso cálculo, no contaba la astuta mujer con la sorprendente intervención de la variable del amor. Para repentinamente caer golpeada con insistencia esos días y, en especial aquella tarde de decisiones trascendentes en su vida, sentada como estaba a solas frente al escritorio en su oficina donde ya sin darse cuenta, la cubría una insipiente penumbra que se cernía sobre el lugar; dejando entrever en las suaves y lindas líneas de su rostro, las siguientes interrogantes: ¿Lograría enfrentar el reto más importante, a todo trance, como era aquel de pasar por encima de la bondadosa señora Andrómaca…? ¿Se decidiría por Felipe o, por Wenceslao? ¿Qué pensaría de éso, su propio padre; y, la misma gente en la finca que le había dado su confianza? …Bueno, todo esto estaba por verse…!

  …En definitiva y, en honor a la verdad, Victoria Sarmiento se sentía realmente atraída por Wenceslao con quien ya había intimado, al punto de entregarle su virginidad en un súbito arranque de amor apasionado, haciéndolo en efecto posteriormente, varias veces más; pero, estaba consciente que por esa vía no lograría, tal y como se lo había prometido a sí misma, la segura solvencia económica que juró obtener. Al menos no, por ahora; porque al muchacho aún le faltaba mucho para consolidar su posición y, ella no estaba dispuesta a deshojar la margarita por tanto tiempo en una larga espera que bien podía ser estéril para la obtención más oportuna de su tan esperada cosecha.

 …Entonces la opción de Felipe, aunque la más espinosa y hasta perversa, era la que le ofrecía una mayor eficacia en el logro de sus metas.

     Para entonces, ya las continuas ausencias del joven  Wenceslao aunque en contra de su voluntad, venían siendo aprovechadas al máximo por el curtido e implacable don Felipe que, a la postre, arreciaba en sus decididas pretensiones por la hermosa mujer. Dándole a entender cada vez que podía por aquellos tiempos, "que estaba dispuesto a traspasar, llegado el momento de las chiquiticas" −decía−, hasta el último escollo en su camino representado por su propia esposa; porque el amor que por ésta albergara en su corazón, había sido reemplazado ya, paulatinamente, por un nuevo impulso apasionado que a diario la joven le inspiraba.

 …Alimentado cada vez más por largas jornadas de trabajo juntos a que se sometían, muchas veces  hasta como pretexto de su rebuscado comportamiento, aunado al gran poder de los encantos de tan deliciosa mujer, que ella sabía era y, habría aprendido a explotar bajo el asedio de aquellos dos frentes de batalla tan disimiles: Uno; el hijo locamente enamorado e inexperto, además sin dinero real, pero lleno de frescura y con un dejo de inocencia, pero tan sólo cargado de promesas a futuro. Otro; el avezado padre como toro corrido ya en siete plazas,  acaudalado pero bellaco y calculador, que sabe lo que quiere; cómo y, cuándo tomarlo.

  Sin embargo Victoria; con tal de lograr sus objetivos a corto plazo como era su propósito, bien sabía que de nada serviría en este caso, ponerse a valorar en su justo peso cada uno de los atributos y defectos en juego en aquellos dos hombres. Que lo más dramático de la situación era y estaba perfectamente consciente de ello, aun por encima de la relación entre los esposos, el vínculo de sangre entre ambos pretendientes; configurando en un corto futuro, ciertamente, la posibilidad de un trágico desenlace. Pero en este punto, ya las cartas estaban echadas, definitivamente se había decidido a dar el paso más difícil; iría, contra viento y marea por el deslumbrado don Felipe, el padre.

   Andrómaca por su parte, inocente de todo el vendaval que se cernía sobre ella y en contra de su amada familia, dentro de poco destrozada, seguía viendo a Victoria sólo como la profesional eficiente que realmente creía era; siendo aún su relación de mucho respeto y armonía, al menos en apariencia, con quien en ningún momento había tenido la más mínima desavenencia o asomo de enemistad. En verdad, poseía una personalidad envolvente, calculadora y, eficaz; lo que no daba motivo de ninguna especie para reclamos ni reprimendas, tornándose cada vez más accesible para todos.

     Este comportamiento tan conveniente, gatopardiano, en la astuta muchacha, hacía que diariamente Felipe se comportara mucho más atraído por la mujer contenida en ella. Decidido entonces a ir mucho más lejos, e incrementar la apuesta por conquistarla; concentrándose únicamente por aquellos días en manifestarle de cualquier modo, lo que realmente él desde hacía tiempo ya estaba viviendo. Sintiéndose en aquellos momentos en una situación tan apremiante, en que prácticamente moría por ella; pero temeroso aun de sus propias conjeturas en oscuros pensamientos allá en lo más íntimo de su ser, respecto a la joven. Entonces envuelto en el embarazoso escenario de traición hacia su legítima esposa en que se veía expuesto y que, al mismo tiempo, todavía seguía negando con la razón lo que le dictaba el corazón.

 …Tal vez acuciado por algún sentimiento de vergüenza que aún le quedaba cual rémora, por la traición a su familia que estaba a punto de echar por la borda, de su barco a la deriva; que se movía sin rumbo cierto al garete a través de las encrespadas aguas de la incertidumbre. Cuando sumido en tales momentos en sus pecaminosos delirios, llegaba a su mente la figura de la inocente Andrómaca, junto a la de sus propios hijos; lo que de inmediato hacía que se disipara en Felipe, al menos momentáneamente, sus reales y auténticos sentimientos de pasión relacionados con la hermosa muchacha que tenía por asistente.                                                          

                                                                       ---  o  ---

  …Después de aquello todo siguió su curso en el apacible pueblito de La Atascosa y, según la vida de cada quien; pero al parecer, lo que más prosperaba eran los dimes y diretes de la acalorada relación entre Victoria y Felipe, convertida ya en un drama con los visos propios de una tragedia griega.

“…Tal cual aquellas legendarias causadas por los mismísimos dioses del Olimpo. En una de sus sempiternas apuestas entre ellos tan sólo por el celestial placer de jugar con las debilidades humanas, basadas en el amor. Mandando a sellar el dorado carcaj de Cupido, con su última flecha disparada; entonces, directo al corazón de Felipe. Encerrando a este Dios en una inexpugnable jaula de diamante mandada a construir especialmente por su orfebre predilecto, Hefesto, para que no hubiera a partir de allí otro amorío más entre macho y hembra, en individuos de la raza humana; y, centrando sus travesuras celestiales tan sólo en éste último.

 …Pero para darle a su juego un divino toque de locura, todavía mayor, hicieron despertar a las Erinias para que fueran a La Atascosa a restablecer el orden con su implacable furia, castigando a quienes ellas sabían, habrían de romper su ley…!”

…Acelerándose por esta vía la declarada aceptación de las insinuaciones que se incrementaron cada día con mayor fuerza entre la aviesa pareja, alimentando mucho más en Victoria una especie de interés obsesivo por la obtención de su riqueza temprana, exacerbada por el culto a lo material y, a la exageración; entonces con marcada tendencia a la opulencia. Derivada quizás, de extrañas desviaciones debidas a algún tipo de patología o tara genética que desarrollara esta mujer en virtud del buen dinero que ganaba en su trabajo, aunado a la “generosidad” de su patrón don Felipe, quien no perdía tiempo ni oportunidad con sus dadivosas manifestaciones, para así ganar terreno en su camino hacia la conquista definitiva.

   Para este momento, ya la otrora joven Victoria por todos conocida hace rato habría quedado en el pasado. Operándose en ella una serie de cambios que entonces quedarían expuestos y que, a partir de allí la caracterizaron, como una auténtica “linda arpía”, plena de todas sus potencialidades de una hembra, lista para tomar para sí al hombre deseado; o, más bien, que le interesara −como ahora−, pero trocándose definitivamente en virtud de la avaricia en una muy cruda mujer, fría, pragmática, cuyo único objetivo era el dinero y todo aquello que con éste, pudiera comprarse. Mientras Felipe por su parte, pecando de ingenuo tan patéticamente y, hasta de forma voluntaria, quizás, venía cegado por la dulzura de sus mieles que claramente parecía ya habría probado.

…A todas éstas Andrómaca, sumamente alarmada por los cambios observados tanto de un lado como del otro, empezaba a considerar el peligro de una eventual ruptura en su matrimonio, pero tal parece se habría dado cuenta demasiado tarde; habiendo tenido ya unos ácidos encuentros en busca de respuestas al menos del lado de su marido, que era donde ella sabía estaba el origen de sus problemas. Sin embargo éste, cubierto por un velo de una recién adquirida malicia tan sólo le respondía con evasiones, edulcoradas con un supuesto tono de moral que hacía tiempo ya había perdido. Por lo que Andrómaca decididamente no se fiaba ni en una sola de sus palabras, pero al mismo tiempo, en el fondo se negaba a creer que algo así estuviera pasando entre ellos y, por un tiempo, se animó a darle un voto de confianza para ver si las cosas volvían a ser como antes.

 …Mientras tanto lucharía por salvar su relación de una forma digna, y lo haría con tesón, argumentos razonados, e inteligencia; buscando convencer a su marido de la inconveniencia ya comprobada —al menos, para ella—, de seguir manteniendo bajo su mismo techo el peligro latente representado por aquella astuta y, ahora insaciable mujer. En que se habría convertido a su modo de ver, la otrora inocente, señorita Sarmiento.

 …Que pugnaba por arrebatarle lo suyo, el hombre que desde siempre, había jurado ser el amor de su vida. Pero Felipe, ciego como estaba por la pasión desmedida que le inspiraba Victoria, se debatía entonces entre las razonables y por demás pertinentes peticiones por parte de su esposa, para que la despidiera; y, el interés que aquella como mujer, despertaba en él. 

    Victoria mientras tanto, viendo ya las intenciones de su desesperada patrona la señora Andrómaca y, en un arrebato aún más malintencionado, hizo arreglos para entrar en contacto con un conocidísimo individuo del pueblo, ya famoso por sus comprobadas mañas; El indio Colavita. De cuyos infalibles filtros de amor ya estaba enterada a través de una amiga, muy cachonda ella por cierto, que vivía a dos manos entre el placer de la carne y el licor, en el populoso barrio La Rochela.  

  Contrataría Victoria al fulano individuo para que mediante el uso de sus argucias pudiera ayudarla a contrarrestar los deseos y objetivos de su ahora declarada rival, de que su jefe la echara de casa o; peor aún, despidiera de su lado. Entonces ella, como una forma de huída hacia adelante y, teniendo siempre fijo el Norte de sus objetivos, le propuso a Felipe que se iría de la casa de la finca para una que había comprado en el pueblo; pero, conservando la relación de trabajo con él. Esto en cierto modo, fue visto por Andrómaca como un anticipo de su tambaleante triunfo; creyendo erróneamente que habían prosperado sus súplicas y,  peticiones ante su esposo.

                   ¡…Pero cuán equivocada estaba la señora Andrómaca!

 …Pues, la mudanza de Victoria obedecía más bien a una estratagema suya, aunque dicen que recomendada por El Indio; cuando en verdad, fue de ella esta salida magistral. Con el fin de ganar tiempo y espacio más propicios para atraer a su propio entorno a Felipe, de una forma más íntima y reservada. Por quien empezaba a percatarse en medio de la refriega, de su valoración no ya como presa solamente y, por su dinero, sino que además  comenzó a interesarse en el hombre que este era; cual su objeto de deseo carnal.

   A estas alturas de la delicada situación puesta entonces de relieve con la mudanza de Victoria,  que entonces vivía en el pueblo y, no más en la finca, la comunicación entre ella y los hijos del matrimonio también se había roto; o, por lo menos, tornado bastante más distanciada, ya no tan amena como lo fue antes.

   Sobre todo por parte de Wenceslao quien ya venía sospechando de algo como esto y, así se lo habría hecho saber a su hermano el Cura; acerca de la pérfida e impropia relación entre quienes todos consideraban era su novia y, nada más y nada menos que con su propio padre. Acarreando tal hecho las naturales incomodidades no sólo para él, sino para su madre; cosa que ellos por nada del mundo deseaban, ni tampoco tolerarían… Aunque fuera para él, enamorado locamente de aquella como estaba, el más duro golpe recibido hasta entonces en su corta vida.

   En medio de tan incómoda circunstancia y, sospechando lo que se avecinaba, el que dio un paso al frente en la búsqueda de algún punto de equilibrio para que menos gente saliera lastimada, fue el Padre Leoncio. Mediante la redacción y el envío a Victoria Sarmiento de una extensa, conciliadora, bien razonada carta donde analizaba las causas y, consecuencias,  de lo que estaría ocurriendo; o, en cualquier caso y mucho peor, estaba por ocurrir. Acción preventiva puesta en práctica por el religioso,  justo una semana antes de la inesperada  mudanza.

  Donde la confrontaba con muy certeros y sensatos razonamientos sobre lo que estaría ocurriendo, entre ella y su jefe. Empezando por condenar aunque justificando de algún modo la conducta inicial, de su padre don Felipe; quien haciendo de la atención a un amigo en aprietos un acto de nobleza y solidaridad de su parte, que en realidad es lo que fue en un principio, su visita a Calabozo en plan de ayuda a don Eustorgio, pasaría luego a ser este fortuito contacto entre aquellos dos viejos compañeros de farra del pasado, de donde se derivara la aparición de Victoria Sarmiento en la vida de aquel hombre. Y; en consecuencia, también en la de su familia. Convirtiéndose después esta nueva relación en algo que los conduciría a una tormentosa posición de reprobatoria conducta, no acorde para nada con la sagrada institución del matrimonio entre sus padres —argumentaba entonces el Cura.

  …Pero también exponía sobre todo y, con mayor contundencia, las consecuencias de los hechos que tales actos desencadenarían; liberando los demonios y las bajas pasiones que una vez desatados, en pleno desarrollo, terminarían por definir la más funesta de las tragedias. Dejando expuesto un profundo dolor entre los involucrados, en su alocada vorágine; que sólo garantizaba la destrucción y pérdida irremediable, de todos.  

  Tales eran los ponderados razonamientos del Cura Leoncio respecto a tan incómoda situación familiar aquellos días, sin siquiera imaginar, aún, que precisamente su querido hermano menor Wenceslao, sería en gran medida la principal víctima en toda esta tramoya que se habría montado durante años; aprovechándose de sus ausencias forzosas, debidas a sus compromisos de carácter estudiantil allá en Caracas.

   Haciendo de algo que en un principio parecía un juego, un asunto muy serio. Pero para ese momento las cartas estaban echadas y, “se habría disparado entonces, la fatídica espiral del indetenible remolino aniquilador, de los más funestos pecados; y, puesto en marcha a la misma vez, solapadamente, ya desde hace tiempo…!” —Elucubraba el Padre Leoncio, en su carta—. Habiendo llegado a un punto sin retorno, una incómoda situación forzada peligrosamente por la inexorabilidad de sus componentes; pero sobre todo, por la lujuria y la codicia de dos de sus actores principales. 

    Una vez conocida la carta del Cura, sobre todo entendida en su exacto contenido, fue cuando realmente quedó explicada la acción de Victoria, al mudarse de la casa en la finca de los esposos Gómez Katay; decisión que revelaría sus supuestas consideraciones, hacia los conceptos emitidos por parte del religioso en la misiva.

    Pero no, la verdad sea dicha, ya de nada valían los conceptos expuestos en la referida epístola del preocupado prelado, ni la aparentemente buena acogida de ésta por parte de Victoria, dándole tardíamente la razón; pese a estar cargada la conciliadora esquela de tantos sanos concejos y, buenas intenciones… Pues “la ruleta del destino” que aquellos habrían puesto en marcha llevados de la mano por la avaricia, las adhesiones bastardas y sus lúbricos deseos, seguía su curso sin que nadie en este mundo pudiera detenerla; actuando como piezas fundamentales de su fatídico mecanismo, simplemente dos personas descarriadas.

 …Tal vez más bien unos cuatro o cinco, en este caso, quienes al mismo tiempo serían en su mayoría unos huéspedes circunstanciales de aquel pueblo, que vinieron a combinar aquí sus pérfidas actuaciones alterando entonces sin ningún derecho, el devenir en la existencia de aquellos otros −los lugareños−, con quienes se relacionaron; truncando para siempre sus más anheladas esperanzas como seres procedentes de la “inmaculada magia” divina.

     ...Y; hasta aquí nos trajo el río, como dice el dicho. Espero que les guste. Chao...!

          ...Buenos días mis amigos. Hoy les traigo la tercera parte del capitulo numero  cuatro de mi libro "Andrómaca y Felipe",...