2.- —Bonifacia Alviárez—
¡Jipi, japa… Jipi, japa! "Tan bonitíiiiica" que me quedó mi
muchacha…! Decía la niña, mientras se desplazaba en círculos moviendo cadenciosamente la
cabeza al pronunciar estas graciosas palabras, acompañadas de una curiosa
melopea susurrante y fija pero bien armónica, que entonces le daba a su
actuación una factura ritual; mostrando en ese momento un brillo tan particular
en sus ojos, que hacían juego de la manera más linda, con la diáfana forma de la carita angelical que tenía, exenta de todo signo de maldad. En especial, cuando ponía énfasis en
su retahíla al pronunciar la palabra de las “íes” en seguidilla.
Y; otra vez:
¡Jipi, japa…Jipi, japa! Tan bonitíiiiica que me quedó mi muchacha…!
Así, con tan inocentes y simpáticas expresiones, rebosante de alegría dando
saltos alrededor de su más reciente obra, celebraba la pequeña Boni —así, la llamaban en casa—; cada vez que culminaba una nueva pieza dentro de su intensa
labor creativa… La que por aquellos tiempos, en los inicios de su actividad
productiva, consistía en la elaboración de sus curiosas muñecas de trapo un
tanto regordetas, caracterizadas siempre por sus rostros angelicales aunque de enormes ojos saltones, con largas pestañas rizadas y, carnosos labios
pintados de color rojo, en tono carmesí. Su estructura era muy elemental y enteramente simple, muchas de
una sola pieza, pero con un giro muy claro hacia la obesidad; en realidad esto
ocurría en la mayoría de ellas para ser exactos, durante esta primera época.
Probablemente esa última característica de sus muñecas ocurría como
consecuencia directa de alguna proyección sicológica en ellas, de su propia
condición física… Las mismas eran logradas mediante
la ejecución de una forma básica única partiendo de un cuerpo enterizo donde lo único más o menos bien definido serían sus extremidades, donde ni siquiera
la cabeza tenía forma establecida; seguida por la demarcación del pequeño
cuerpo en sus diferentes partes antropomórficas que vinieran a definir su forma final, mediante amarres especiales según las características corporales que deseara imprimir la niña a cada una de sus piezas… Después procedía, a partir
de este punto, a vestirlas y pintarlas usando múltiples combinaciones y estilos de formas, texturas,
telas y, variaciones en sus
colores… Así, gradualmente, la pequeña Boni se fue especializando tanto en la
elaboración de sus graciosas muñecas, a tal punto que ya a su más temprana edad
se las podía contar no sólo por cientos sino que, además, catalogárselas en sus
diferentes presentaciones.
En realidad, siempre estaba a la vanguardia de las
estrategias de diseño y elaboración de sus distintas creaciones en la medida que iba creciendo. Por éso es que más adelante, pasando por su
etapa de adolescencia hasta entrar en la adultez se advertiría en su obra algo
así como la máxima expresión en su proceso creativo, caracterizándose dicho período por
la presentación de sus modelos a escala natural, que la obligaría luego a cambiar la mecánica de
conformación de sus muñecas —y “muñecos” en general, puesto que más tarde
también abordaría en su variada
temática el concepto de género, tanto en humanos como animales, y cosas—;
mediante la introducción de una sencilla pero efectiva estructura
sólida de soporte, utilizando material de desecho de su propio entorno que le
brindaba otra forma a sus patrones, aunque entonces resultaban ser mucho más
complicados. Muy diferentes a los del comienzo; de aquella etapa pueril,
sencilla, desprovista de adornos innecesarios y, muy minimalista. Lo que finalmente se convertiría en la base de
sus obras ya terminadas de aquí en adelante, hasta el final de su vida; algo totalmente diferente al enfoque conceptual básico que hasta allí habría manejado y que además, marcaba la transición de aquel período, a otro mucho más elaborado y complejo.
Coincidente —por supuesto—, con las complicaciones existenciales que por lo general tiene la vida de los adultos, a medida
que se transita por los caminos de la vida.
La gente que la veía en esto, sin embargo, en especial la de su propia
familia, celebraba también junto a ella con sus ocurrencias; lo que con el paso de los años se fue haciendo más intenso y comprometido,
llegando a convertirse aquella muy particular forma de expresión de la niña, en
el verdadero centro de vida para ella. En su razón de ser.
Cuando terminaba una de sus muñecas; y, otra... Luego otra y, otra más… Las
iba poniendo por todas partes en la casa dejándolas por doquier, como si
estuviesen abandonadas. ¡Pero no, en realidad no! En
cada rincón, centro de mesa, repisa, armario, percha;
y, en el alfeizar o en el antepecho de las ventanas de la casa, donde
estas fuesen vistas, en verdad era ese su verdadero lugar de destino definido por la muchacha.
El que más le convenía a su particular estilo y vida propia escogidos, de acuerdo con los gustos estéticos de su creadora; en concordancia con su propio diseño. Con lo cual, se sentía ella la propia Boni, feliz
dentro de su encierro. Era como si la locación escogida para “ellas” dentro del
ámbito de aquella enorme casa en que "vivían" —junto a sus queridas
tías—, viniera a complementar o, más bien completar, la terminación
definitiva de cada una de sus creaciones.
Todos en el pueblo se admiraban de las destrezas e imaginación de aquella niña que tan sólo pensaba en sus muñecos de trapo, que parecía cobraran vida en sus diestras e inquietas manos. Por eso, cada vez que
daba por terminada una, enseguida la ponía sobre el suelo rodeándola con una muy particular danza ejecutada
e inventada por ella, consistente en dos o tres vueltas en redondo hacia atrás
y adelante, siempre batiendo sus brazos al aire hacia el cielo; al tiempo que bajaba y subía la cabeza cadenciosamente mientras lo hacía,
blandiendo al mismo tiempo sus dos graciosas crinejas al viento, amarradas en
las puntas con una tira de vichí color verde caña. Momento en el cual podía verse muy feliz, repitiendo el consabido estribillo “de avivamiento” —comenzó a llamarlo después, a medida que crecía—; tal cual puede
leerse en las primeras líneas de este relato: “¡Jipi, japa… Jipi, japa! Tan bonitíiiica que me quedó mi muchacha…!”.
Era para ella la consabida tonadilla, según decía, un inocente acto de
magia que le daba a sus muñecas la posibilidad de adquirir una personalidad
propia. Creía sin embargo, que no siempre se lograba —así, de tan fácil—
tal cual ella lo deseaba, porque para obtenerlo habría muchas variables en juego que no estaban bajo su control, ni a su alcance; y tampoco, comprendía aquello muy bien del
todo. Porque sabía que la última palabra en éso, la tenía el azar; que en
definitiva es como la magia en sí misma. Es por esto, que no todas las muñecas eran iguales a
pesar de que siempre usaba los mismos materiales para su elaboración.
Nadie sabe de dónde pudo sacar la pequeña Boni esas cosas, acerca de sus
muñecas. Pero dada las características si se quiere un tanto extrañas, sobre
todo por lo relativo a su danza al término de cada una de ellas, entonces no faltaron personas mal pensadas
en el pueblo que comenzaran a decir que de seguro habría sido por algún tipo de
influencia maligna desde el más allá, tomando en cuenta la forma tan trágica en
que había nacido (¿?). Razón por la cual procedía de esa manera. Cayendo
entonces cada quien según sus pareceres en toda suerte de maliciosas
elucubraciones: Que si era porque el espíritu de su madre se le metía en el
cuerpo haciéndola danzar de esa forma… Que si las hadas, los gnomos,
"momoyes"; o, todos juntos, se apoderaban de ella en los momentos en
que comenzaba a elaborar cada nueva muñeca, hasta llegar al final con su
curioso ritual de celebración. Guiándoles sus manos y, también su comportamiento,
tan fantásticos entes del mundo feérico en sus extraordinarias ejecuciones,
hasta terminar la niña con su enigmática danza… Que si patatín, que si patatán;
en fin…! Lo cierto de todo esto, era que la pequeña Boni no paraba de hacer lo
que hacía, sin importarle un bledo lo que los demás pensaran de ello. Además, a medida que crecía también sucedía lo mismo con su
especial virtud por el manejo de las cosas hechas, especialmente con sus
propias manos; en particular las muñecas, por supuesto. Con esto, se hizo de
una tremenda popularidad en la comunidad escolar, en especial entre sus
compañeros de clase quienes siempre se peleaban por tenerla consigo en sus
grupos de trabajo. Las maestras por su parte, la adoraban por su muy particular
inteligencia y destrezas; sobremanera cuando llegaban las diferentes épocas del año en que tenían que elaborar
las carteleras relativas a los temas de estudio según el orden programático del
sistema, para luego enfrentarse en debate de exposiciones los diferentes
salones del plantel. Está de más decir, que siempre
ganaban los que tenían a la inquieta Bonifacia en su plantilla.
Eran las vistosas muñecas de la pequeña Boni, de una textura y un acabado
tan especiales que cuando uno las veía no quedaba más remedio que maravillarse
ante ellas, quedando de inmediato el observante como tocado por algún tipo de
embrujo que de alguna manera cambiaba la percepción estética de sus sentidos;
no cabiendo en su trastocada nueva escala de apreciación, más que el
calificativo de “maravilloso”. En este punto incluso, algunos de sus más exaltados admiradores llegaron a
decir que hasta habrían podido ver un aura de luminosidad rosada, envolvente,
muy brillante, en torno a algunas de estas. También se decía, que la niña tenía épocas en que su relación con las muñecas
era tan estrecha que hasta la veían hablando con ellas;
y, para cada una de las cuales tenía su propio nombre. Los que llevaba cuidadosamente registrados en un
cuaderno, que a su vez guardaba celosamente en un baúl, bajo llave. Relacionando cada nombre con algún detalle diferente que la hiciera recordarlas en
cualquier momento, sin ningún tipo de equivocación.
Esto era algo verdaderamente asombroso, porque a lo largo de toda su prolongada vida llegó a tenerlas
por miles. Todas estas bien documentadas en sus cuadernos de trabajo.
Las espectaculares virtudes de la niña fueron experimentando un aumento tan
vertiginoso que todo el mundo tenía que ver con ella, con sus cosas, pero en
particular con sus “extrañas muñecas” —fue así, como comenzaron a verlas algunos—. Entonces la
casa empezó a llenarse no sólo de aquellas sino también de personas, que venían
de todas partes para “observarlas” porque hasta llegaron a decir, que tenían algún tipo de poder oculto. Culminarían todas
estas cosas locas de los alarmados aunque envidiosos
vecinos, de desviados pensamientos, con la transgresión del buen sentido en la
inocencia de la joven creadora; llegando a ser usadas sus muñecas, como
fetiches en actos y acciones tan reprochables como absurdos, los que finalmente
se revirtieron en contra de las acciones creadoras de la ingeniosa e ingenua
niña que realmente Boni era, por aquellos días. Persuadiendo así, de este modo
tan vil a las autoridades de la escuela, para que le recomendaran a su familia que la
sacara del plantel; y que, irremediablemente, continuaran con su educación de una “forma especial”, dentro del ámbito de su hogar.
No podían creer ninguna de sus tías, que una cosa tan natural e inocente en una niña como ella, pudiera ser la causa del despido de
su escuela. Como si fuera suya
la culpa de las malas mañas y feas acciones de cierta gente en aquel pueblo,
que inspirados en sus diabólicos pensamientos, hacían un uso indebido de las
inofensivas creaciones de aquella simpática muchachita. Negándosele de plano,
tan sólo por meras e infundadas razones de tipo supersticioso, su
derecho a ser educada por las autoridades elegidas para ello dentro de su
escuela.
Se impuso definitivamente entonces en aquel insólito caso, la maquinaria
de las tradiciones religiosas, utilizada ciegamente por
algunas malas personas que actuaban como tribunal inquisidor —de nuevo— mediante la influencia
social de las más rancias y, renuentes damas del pequeño pueblo; congregadas
—so pretexto—, bajo alguna de las denominaciones santorales que acostumbraban
hacer vida dentro de la comunidad eclesial de la puritana localidad… Así las cosas, esa vez, se llevaría a cabo el más patético e insólito caso de
intolerancia por motivos religiosos; en aquellos tiempos de oscuridad
meridiana. En un inusual desenlace escolar que forzaba a una inocente niña de la vecindad a permanecer fuera de su ámbito natural, llevándola a recluirse para efectos de estudio
en su propia casa y, prácticamente por voluntad de otros, donde sus tías al verse impelidas a
retirarla del colegio inmediatamente se activaron para impartirle una educación integral a su manera, hasta donde
humanamente podían; lo cual por supuesto se compartirían entre todas ellas… Fue a partir de allí, de ese odioso trance, que la niña
Boni se sumergió aún más en su fantástico mundo, al comprender la ingratitud y
la maldad con que actuaban las personas en su entorno; dentro de su muy particular modo de ver el mundo que la rodeaba. Situación de vida que la empujaría a dar un vuelco en su tierna y sencilla formación
como persona, causándole serios trastornos en su merecida educación; lo que
tendría a futuro un tremendo impacto en su vida…
Por lo que, a partir de allí, buscó refugiarse con mayor fuerza en
el etéreo mundo de sus muñecos de trapo; tal vez creyendo que de este modo,
lograba encontrar una vía de escape ante el repentino rechazo de la gente que
antes por el contrario, la admiraba y la aupaba, en sus deliciosos delirios
creativos. Cosa que entonces, ni nunca, lograría comprender realmente.
Fue así cómo aquella niña, con el paso del tiempo sometida a su nueva
realidad de asilo en su propia casa se habría vuelto una prematura, taciturna
y, solitaria persona adulta; cuya situación de encierro forzoso la habría hecho más madura antes de tiempo,
preparándola así a ser nombrada ya no más con su inocente diminutivo de ayer,
como hasta allí había sido. Sino, por el contrario, parecía cuadrarle mucho mejor por aquella época su
definitiva nomenclatura de gente mayor que en realidad, aún faltaba mucho para
que esto ocurriera… Aquello de: Bonifacia Alviárez. "Doña Bonifacia".
¡…Aah, bueno! Más bien
dejémoslo hasta allí, por ahora; porque será para muchísimo más adelante cuando
en realidad se le llame así, con su nombre de pila… Sin embargo, después de
cumplir esa vez con sus actividades diarias de aprendizaje general propio de su
edad en la etapa escolar, siempre al lado de sus abnegadas tías —cosa que ya no
le sentaba bien, pensaba—, entonces se dedicaba a lo suyo; encerrada en la
soledad de su casi siempre sombrío aposento. Éste; era una amplia estancia recién ocupada por ella, con las dimensiones requeridas suficientes para albergar
cómodamente a tres o cuatro personas adultas. No obstante, estaba toda a su entera disposición con el
consentimiento de sus tres tías, las que al percatarse
de la gran cantidad de objetos que tenía, entonces decidieron mudarla para ese
nuevo lugar; con todas sus cosas, incluidas las de trabajo. Ahora también con sus ya muchas muñecas;
sugeridas, imaginadas, recreadas, en lo más etéreo dentro de su fantasía y, traídas al mundo real por medio de
sus formidables, hacendosas
manos. Las que iban formando parte importante dentro de su particular séquito, en el que
de alguna manera empezaba ya a intuirse un cierto vestigio de esquizofrenia; en
sus diferentes formas, tamaños, expresiones, fisonomías, rasgos étnicos,
sociales, estados de ánimo, vistosas vestimentas y variadas ambientaciones.
Su nuevo y amplio cuarto que también le servía de taller, era en sí, el único espacio geográfico donde en verdad Boni se sentía segura; por lo que, para ella,
era éste su único mundo. Quedaba en el extremo izquierdo de la vetusta casa, vista desde el frente. Con dos amplias ventanas
construidas a la vieja usanza tradicional española por sus cornisas, alféizar,
antepecho, goterón y, cuarterones quea veces en
la fuerte brisa del verano golpeaban con fuerza el marco y los cristales;
haciendo que sólo así, algunas veces saliera la niña de su ensimismamiento mientras trabajaba, por esas causas
naturales del entorno. Características arquitectónicas tan particulares que
fuera de aportarle una sencilla belleza a la construcción en esta parte, le brindaban además una excelente vista a su emblemática ocupante desde
adentro y, hacia la calle principal; aún en la característica humedad de los
recios inviernos que tornaban a su
inquilina mucho más inquietante que de costumbre, por aquellos días. Lugar
desde donde también, se divisaban las coloridas y contrastantes casas que acompañaban a ésta, la de Boni y su familia, cuyos colores se avivaban
con la inclemente luminosidad del verano, en su eterno discurrir camino hacia el fondo de la central vía en donde estas luego se encontraban; en sentido hacia el Este. Cual
perdidas enamoradas convidadas a reunión por sus pretendientes, allá en los
solaces espacios de la frondosa plaza Bolívar. Por donde se alcanzaba a ver más allá, a lo lejos, trémulas en su trópico reverberar de las encendidas tardes,
las ojivas con sus coloridos vitrales como a punto de reventar en lo más alto
del campanario de la vieja iglesia de la ciudadela que entonces, era Altagracia. Un cuarto de habitación que, en cuyo frente, alineado a la
transversal que hacía esquina con la vía principal o calle Real ya
pormenorizada tenía un robusto, frondoso, y, enorme árbol de Matapalos; que
bañaba sus inmediaciones con su impenetrable sombra durante todo el año. Tal vez por éso, precísamente, la
atribuida sombría caracterización de su siempre fresco entorno interior.
El que además; y he aquí el misterio, inmediatamente que ella −Boni−
comenzaba las labores creativas de su próxima muñeca, asumía una auténtica, original, y
prístina claridad procedente de un brillo tan especial que parecía emanar desde sus viejos rincones. Como si los muy minúsculos granos del polvillo que los
cubrían, acumulados en el tiempo, se hubiesen transformado de pronto y
mágicamente en un infinito montón de mudas luciérnagas doradas que hubieran
venido a saludarla.
De este modo, vivía inmersa en la tierna ambientación circundante de su
intimidad la joven Bonifacia, como ya de antes lo estaba en el mundo de sus muñecas; que eran, aparte de sus tías según ella, las otras "personas"
que habitaban aquel enorme caserón que compartían. Con más de diez cuartos,
casi todos solos, vacíos, y enteramente sumidos en su interior en una total ingrimitud;
haciendo que esta vieja mansión colonial fuera únicamente, tan sólo una bien grande. Pero al mismo
tiempo, que se le viera por todos sus costados la más terrible de las
enfermedades que padecía, hasta en la más mínima brizna de paja en los adobes de sus paredes y, en sus entristecidos y húmedos
ambientes; la cual era, su grandísima, monumental y, eterna soledad que de a
poco la estaba matando… Males que sin embargo parecían borrarse como por arte
de magia, al menos allí, en el cuarto taller que la joven ocupaba. Donde tan
sólo con los primeros de sus enrevesados trazos de grafito sobre el papel con
que de costumbre daba inicio a sus
creaciones, empezaba a dar vida al próximo miembro de su enigmática colección
que vendría a poblar su fantástico mundo; intentándolo una y otra vez mientras
fuera necesario y, hasta sentirse suficientemente satisfecha con la forma
deseada… Después de variados, múltiples intentos, borrones constantes y, hasta
unos cuantos cambios de hoja en algunos casos —las cuales no botaba para luego
ser convertidas en papel maché, que después usaría como material de aporte en la ejecución de sus
instalaciones; porque, uno de los pilares de su trabajo, como ella misma lo decía, aparte de la creatividad y la
sencillez también lo era el sentido ecológico, apoyado en el reciclaje—; para finalmente obtener la
próxima figura que saldría desde lo más profundo de su ingenio artístico… Que pronto vendría a formar parte del selecto grupo que la
acompañaba, pasando a ser no uno más de entre aquellos habitantes que iban
poblando la estancia, moldeando poco a poco su propio y muy particular entorno social; sino más bien,
un respetado individuo familiar esperado con ansias por su llegada. Cada uno
con nombre y apellido propios.
…Ya con éso, con el logro efectivo de otro de sus familiares acompañantes,
se notaba de inmediato cómo iba desapareciendo la acostumbrada típica penumbra reinante al menos en
su alcoba. Lo que reconfortaba definitivamente a la pequeña Boni, haciéndola
que se sintiera cada vez más viva, realmente feliz y contenta con lo que hacía;
por tan sólo haber ayudado a este nuevo miembro a llegar y, estar ahí, a su lado… Impulsándola a ir
cada vez mucho más lejos, en el planteamiento de sus propuestas colmadas día
por día de una increíble y nueva espiritualidad, que estaba convencida era
capaz de defenderla; al evadirse en cuerpo y alma de ese mundo exterior que la
oprimía. Tan cruel, inhumano y, ajeno a ella… Sorprendidas se quedaban
siempre sus tías con lo agradable y acogedor de aquel
ambiente en sus habitaciones cuando la visitaban, ya fuera para pedirle que las acompañara a comer, al ver
que se retardaba demasiado; o, a solicitar su ayuda en el cumplimiento de cualquier otra labor propia de la casa en que ellas consideraran necesaria su
participación. Al principio creyeron que era por pura casualidad, tanta paz y confort,
pero con el paso del tiempo se fueron convenciendo de que la niña en verdad
poseía algo que no era normal. Sin embargo sabían que se trataba de una cosa
buena, realmente especial y, mágica; algo que definitivamente estaba fuera de
este mundo. Por lo que todos los días le daban gracias a Dios por tenerla. Sería visto todo esto
por sus tías, en parte como una manera de compensación divina por la prematura pérdida de su madre y, por otro lado, además,
como una auténtica vocación de la jovencita para el trabajo artístico.
En fin, estaban admiradas con ella al comprobar que todo a su alrededor
parecía resplandecer con un
brillo especial cuando se hallaba dedicada a su singular trabajo de creación, logrando impregnar con su bondad a todos los que la
rodeaban —en el restringido espacio hogareño, que ella misma se habría
impuesto—; cambiándolos radicalmente, incluso, hasta en su forma de pensar. Era
tal el efecto tan benefactor que lograba imprimir esta niña en su entorno, que las personas no comprendían el porqué
hasta los malos pensamientos que pudieran abrigar en su intimidad, se les borraban ante su presencia; al menos, mientras estuviera en su momento creativo. Por
lo que era lo único claro que hasta ahora habían podido detectar dentro del
extraño cuadro que normalmente la rodeaba.
Hubo una vez en que las tres tías de la niña, en pleno, coincidieron en su cuarto taller donde como de costumbre se hallaba trabajando en otro de sus
proyectos, estando ella ese día en su cumpleaños número quince además; cuando por primera vez y de una forma inesperada le hablaron
acerca de sus padres. Cosa que hasta
ese momento habían tratado de
evitar, ocultándoselo desde muy niña, pese a que no perdía tiempo cada vez que
tenía el chance, de mostrar su interés por saber cada vez más sobre sus
progenitores; tocando sorpresivamente las hermanas ese día y, de manera espontánea el espinoso tema.
Pero en esta ocasión sin embargo no fue necesario que se lo preguntaran, cosa que la chica últimamente ante tanta renuencia, ya
había aprendido a soslayar en vista de la acostumbrada y, negada actitud al
respecto, por parte de sus parientes. Se cree que fue tan fuerte la influencia de la energía benefactora que
la rodeaba aquel día, que sin aquellas proponérselo entraron diciendo, con una sonrisa de oreja a oreja y, en un inusitado cambio hacia ella
—primero las dos mayores, en coro—; las acostumbradas palabras de rigor en
estos casos:
− ¡Feliz cumpleaños,
mi amor…!
Y… Casi al mismo tiempo; diría la otra, quien llevaba una bandeja en sus
manos con una torta y demás cosas para celebrar:
− ¡Felicidades!!!
− Pero, si ya eres toda una mujercita, mi niña…! Acotó, extrañamente
melosa, la tía menor. Acompañando de forma inusual tales palabras con cálidas expresiones de cariño y, desbordadas todas en
primores. Para sellar tan emblemático momento mediante fuertes abrazos en el
que se confundieron las cuatro una sola entidad familiar, llorando en grupo y, manteniéndose así por un buen rato; trémulas de la emoción.
…Finalmente se separaron para luego hacerle entrega de un importante
obsequio a la conmovida cumpleañera, consistente de un gran medallón pendiente
de una cadena de oro, que fue colgada al cuello de la muchacha por parte de Honoria, la mayor
de sus tías… Mientras las otras dos que eran sus madrinas de bautizo y confirmación respectivamente
—algo común esos
días—, junto con el esposo de aquella por padrino, Ramona y Virginia la miraban
con sus ojos humedecidos por lágrimas de emoción; observando con suma atención
cuando la muchacha curioseaba la joya de regalo;
llena de una gran alegría.
…El medallón era un camafeo abatible, orlado en el perímetro con un ribete
ondulado en forma de cadena tejida, por detrás plano con una dedicatoria, y el frente trabajado en piedra ónix color blanco veteado
de aspecto lechoso, como el albayalde; mostrando un perfil de la efigie de Santa Bonifacia, su advocación mariana de cuando vino al mundo (Santa española de nombre Bonifacia
Rodríguez Castro; quien en su vida de joven se dedicó al sencillo trabajo de cordonera. Nacida en
Salamanca un 06 de Junio del año 1837, donde fundó la orden de la Congregación de las Siervas de San José; beatificada y
canonizada si se quiere en tiempos recientes por los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, en los años 2003 y 2011, respectivamente). Una clara evidencia de que fue
debido a la fuerte devoción de sus abuelos por esta milagrosa santa —sólo Beata
en sus tiempos—, por lo que se explica su nombre. Portaba en su interior la
preciosa medalla, como tal, dispuesta en forma díptica oval, el retrato de sus
progenitores a uno y otro lado de la misma. Con sólo abrirla por primera vez,
la pequeña Boni lloró de la alegría al contemplar por fin ante sus tiernos ojos
la estampa del rostro de un hombre y, también el de una mujer, jóvenes y apuestos; que serían los correspondientes a los de sus padres, en la flor de
la juventud. De innegables rasgos fisonómicos que la recordaban a ella.
…Una vez repuesta del tremendo impacto emocional recibido, le dio las gracias a las tres mujeres que tenía delante, invitándolas luego a
sentarse para degustar en familia la torta con los refrescos que habían traído; después de esto se imaginó
que ahora le ampliarían más, en detalle, sobre la vida y también la muerte de sus desconocidos padres; lo que
ciertamente y para su sorpresa, así habría de ser.
…Tomó entonces la palabra su tía Honoria, la única
casada entre las tres sobrevivientes hermanas de Bonifacia Artemisa, menor entre las cuatro; y, madre
de la pequeña Boni. Quedando las otras dos en su inútil condición de solteronas
o, como dice el dicho popular, para vestir santos. Todas habían nacido en esa casa, justo en la misma esquina del Matapalos en la transversal con la calle Real
—fácil de ubicar por el cartero cuando llevaba la correspondencia; ya que,
en ninguna otra intercepción de la citada vía, podía encontrarse un árbol tan
hermoso como aquel—. En ésta corretearon de niñas detrás del juguete preferido,
crecieron, y soñaron con sus ilusiones de adolescentes, florecieron entre sus
picardías propias en la edad de juventud, llenas de vida, pendientes de sus amores al parecer no bien correspondidos, por
cuanto se hicieron viejas a la espera del último pretendiente que nunca más
llegó y, luego también, aquí fallecerían; í ngrimas y solas. Ramona y Virginia.
Mientras tanto la entonces joven Bonifacia en un desenlace inesperado del
destino, muy pronto se topará a partir de allí con el amor de su vida;
pero también con ello, quedaría sellada con candente lacre y, para
siempre, su más horrenda tragedia.
...Continuará...!
(...Extracto inicial de la segunda parte del libro número uno —Las Evasiones de Hilario Coba—, correspondiente a la serie de cuatro: Relatos Oníricos de la Atascosa...!).
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