viernes, 21 de diciembre de 2018




  2.-                           Bonifacia Alviárez
     


 ¡Jipi, japa… Jipi, japa! "Tan bonitíiiiica" que me quedó mi muchacha…! Decía la niña, mientras se desplazaba en círculos moviendo cadenciosamente la cabeza al pronunciar estas graciosas palabras, acompañadas de una curiosa melopea susurrante y fija pero bien armónica, que entonces le daba a su actuación una factura ritual; mostrando en ese momento un brillo tan particular en sus ojos, que hacían juego de la manera más linda, con la diáfana forma de la carita angelical que tenía, exenta de todo signo de maldad. En especial, cuando ponía énfasis en su retahíla al pronunciar la palabra de las “íes” en seguidilla.
Y; otra vez:
¡Jipi, japa…Jipi, japa! Tan bonitíiiiica que me quedó mi muchacha…!
Así, con tan inocentes y simpáticas expresiones, rebosante de alegría dando saltos alrededor de su más reciente obra, celebraba la pequeña Boni —así, la llamaban en casa—; cada vez que culminaba una nueva pieza dentro de su intensa labor creativa… La que por aquellos tiempos, en los inicios de su actividad productiva, consistía en la elaboración de sus curiosas muñecas de trapo un tanto regordetas, caracterizadas siempre por sus rostros angelicales aunque de enormes ojos saltones, con largas pestañas rizadas y, carnosos labios pintados de color rojo, en tono carmesí. Su estructura era muy elemental y enteramente simple, muchas de una sola pieza, pero con un giro muy claro hacia la obesidad; en realidad esto ocurría en la mayoría de ellas para ser exactos, durante esta primera época. Probablemente esa última característica de sus muñecas ocurría como consecuencia directa de alguna proyección sicológica en ellas, de su propia condición física… Las mismas eran logradas mediante la ejecución de una forma básica única partiendo de un cuerpo enterizo donde lo único más o menos bien definido serían sus extremidades, donde ni siquiera la cabeza tenía forma establecida; seguida por la demarcación del pequeño cuerpo en sus diferentes partes antropomórficas que vinieran definir su forma final, mediante amarres especiales según las características corporales que deseara imprimir la niña a cada una de sus piezas… Después procedía, a partir de este punto, a vestirlas y pintarlas usando múltiples combinaciones y estilos de formas, texturas, telas y, variaciones en sus colores… Así, gradualmente, la pequeña Boni se fue especializando tanto en la elaboración de sus graciosas muñecas, a tal punto que ya a su más temprana edad se las podía contar no sólo por cientos sino que, además, catalogárselas en sus diferentes presentaciones.
En realidad, siempre estaba a la vanguardia de las estrategias de diseño y elaboración de sus distintas creaciones en la medida que iba creciendo. Por éso es que más adelante, pasando por su etapa de adolescencia hasta entrar en la adultez se advertiría en su obra algo así como la máxima expresión en su proceso creativo, caracterizándose dicho período por la presentación de sus modelos a escala natural, que la obligaría luego a cambiar la mecánica de conformación de sus muñecas —y “muñecos” en general, puesto que más tarde también abordaría en su variada temática el concepto de género, tanto en humanos como animales, y cosas—; mediante la introducción de una sencilla pero efectiva estructura sólida de soporte, utilizando material de desecho de su propio entorno que le brindaba otra forma a sus patrones, aunque entonces resultaban ser mucho más complicados. Muy diferentes a los del comienzo; de aquella etapa pueril, sencilla, desprovista de adornos innecesarios y, muy minimalista. Lo que finalmente se convertiría en la base de sus obras ya terminadas de aquí en adelante, hasta el final de su vida; algo totalmente diferente al enfoque conceptual básico que hasta allí habría manejado y que además, marcaba la transición de aquel período, a otro mucho más elaborado y complejo. Coincidente —por supuesto—, con las complicaciones existenciales que por lo general tiene la vida de los adultos, a medida que se transita por los caminos de la vida.
La gente que la veía en esto, sin embargo, en especial la de su propia familia, celebraba también junto a ella con sus ocurrencias; lo que con el paso de los años se fue haciendo más intenso y comprometido, llegando a convertirse aquella muy particular forma de expresión de la niña, en el verdadero centro de vida para ella. En su razón de ser.
Cuando terminaba una de sus muñecas; y, otra... Luego otra y, otra más… Las iba poniendo por todas partes en la casa dejándolas por doquier, como si estuviesen abandonadas. ¡Pero no, en realidad no! En cada rincón, centro de mesa, repisa, armario, percha; y,  en el alfeizar o en el antepecho de las ventanas de la casa, donde estas fuesen vistas, en verdad era ese su verdadero lugar de destino definido por la muchacha. El que más le convenía a su particular estilo y vida propia escogidos, de acuerdo con los gustos estéticos de su creadora; en concordancia con su propio diseño. Con lo cual, se sentía ella la propia Boni, feliz dentro de su encierro. Era como si la locación escogida para “ellas” dentro del ámbito de aquella enorme casa en que "vivían" —junto a sus queridas tías—, viniera a complementar o, más bien completar, la terminación definitiva de cada una de sus creaciones.
Todos en el pueblo se admiraban de las destrezas e imaginación de aquella niña que tan sólo pensaba en sus muñecos de trapo, que parecía cobraran vida en sus diestras e inquietas manos. Por eso, cada vez que daba por terminada una, enseguida la ponía sobre el suelo rodeándola con una muy particular danza ejecutada e inventada por ella, consistente en dos o tres vueltas en redondo hacia atrás y adelante, siempre batiendo sus brazos al aire hacia el cielo; al tiempo que bajaba y subía la cabeza cadenciosamente mientras lo hacía, blandiendo al mismo tiempo sus dos graciosas crinejas al viento, amarradas en las puntas con una tira de vichí color verde caña. Momento en el cual podía verse muy feliz, repitiendo el consabido estribillo “de avivamiento” —comenzó a llamarlo después, a medida que crecía—; tal cual puede leerse en las primeras líneas de este relato: “¡Jipi, japa… Jipi, japa! Tan bonitíiiica que me quedó mi muchacha…!”.
Era para ella la consabida tonadilla, según decía, un inocente acto de magia que le daba a sus muñecas la posibilidad de adquirir una personalidad propia. Creía sin embargo, que no siempre se lograba —así, de tan fácil— tal cual ella lo deseaba, porque para obtenerlo habría muchas variables en juego que no estaban bajo su control, ni a su alcance; y tampoco, comprendía aquello muy bien del todo. Porque sabía que la última palabra en éso, la tenía el azar; que en definitiva es como la magia en  misma. Es por esto, que no todas las muñecas eran iguales a pesar de que siempre usaba los mismos materiales para su elaboración.
Nadie sabe de dónde pudo sacar la pequeña Boni esas cosas, acerca de sus muñecas. Pero dada las características si se quiere un tanto extrañas, sobre todo por lo relativo a su danza al término de cada una de ellas, entonces no faltaron personas mal pensadas en el pueblo que comenzaran a decir que de seguro habría sido por algún tipo de influencia maligna desde el más allá, tomando en cuenta la forma tan trágica en que había nacido (¿?). Razón por la cual procedía de esa manera. Cayendo entonces cada quien según sus pareceres en toda suerte de maliciosas elucubraciones: Que si era porque el espíritu de su madre se le metía en el cuerpo haciéndola danzar de esa forma… Que si las hadas, los gnomos, "momoyes"; o, todos juntos, se apoderaban de ella en los momentos en que comenzaba a elaborar cada nueva muñeca, hasta llegar al final con su curioso ritual de celebración. Guiándoles sus manos y, también su comportamiento, tan fantásticos entes del mundo feérico en sus extraordinarias ejecuciones, hasta terminar la niña con su enigmática danza… Que si patatín, que si patatán; en fin…! Lo cierto de todo esto, era que la pequeña Boni no paraba de hacer lo que hacía, sin importarle un bledo lo que los demás pensaran de ello. Además, a medida que crecía también sucedía lo mismo con su especial virtud por el manejo de las cosas hechas, especialmente con sus propias manos; en particular las muñecas, por supuesto. Con esto, se hizo de una tremenda popularidad en la comunidad escolar, en especial entre sus compañeros de clase quienes siempre se peleaban por tenerla consigo en sus grupos de trabajo. Las maestras por su parte, la adoraban por su muy particular inteligencia y destrezas; sobremanera cuando llegaban las diferentes épocas del año en que tenían que elaborar las carteleras relativas a los temas de estudio según el orden programático del sistema, para luego enfrentarse en debate de exposiciones los diferentes salones del plantel. Está de más decir, que siempre ganaban los que tenían a la inquieta Bonifacia en su plantilla.
Eran las vistosas muñecas de la pequeña Boni, de una textura y un acabado tan especiales que cuando uno las veía no quedaba más remedio que maravillarse ante ellas, quedando de inmediato el observante como tocado por algún tipo de embrujo que de alguna manera cambiaba la percepción estética de sus sentidos; no cabiendo en su trastocada nueva escala de apreciación, más que el calificativo de “maravilloso”. En este punto incluso, algunos de sus más exaltados admiradores llegaron a decir que hasta habrían podido ver un aura de luminosidad rosada, envolvente, muy brillante, en torno a algunas de estas. También se decía, que la niña tenía épocas en que su relación con las muñecas era tan estrecha que hasta la veían hablando con ellas; y, para cada una de las cuales tenía su propio nombre. Los que llevaba cuidadosamente registrados en un cuaderno, que a su vez guardaba celosamente en un baúl, bajo llave. Relacionando cada nombre con algún detalle diferente que la hiciera recordarlas en cualquier momento, sin ningún tipo de equivocación. Esto era algo verdaderamente asombroso, porque a lo largo de toda su prolongada vida llegó a tenerlas por miles. Todas estas bien documentadas en sus cuadernos de trabajo.
Las espectaculares virtudes de la niña fueron experimentando un aumento tan vertiginoso que todo el mundo tenía que ver con ella, con sus cosas, pero en particular con sus “extrañas muñecas” —fue así, como comenzaron a verlas algunos—. Entonces la casa empezó a llenarse no sólo de aquellas sino también de personas, que venían de todas partes para “observarlas” porque hasta llegaron a decir, que tenían algún tipo de poder oculto. Culminarían todas estas cosas locas de los alarmados aunque envidiosos vecinos, de desviados pensamientos, con la transgresión del buen sentido en la inocencia de la joven creadora; llegando a ser usadas sus muñecas, como fetiches en actos y acciones tan reprochables como absurdos, los que finalmente se revirtieron en contra de las acciones creadoras de la ingeniosa e ingenua niña que realmente Boni era, por aquellos días. Persuadiendo así, de este modo tan vil a las autoridades de la escuela, para que le recomendaran a su familia que la sacara del plantel; y que, irremediablemente, continuaran con su educación de una “forma especial”, dentro del ámbito de su hogar.
No podían creer ninguna de sus tías, que una cosa tan natural e inocente en una niña como ella, pudiera ser la causa del despido de su escuela. Como si fuera suya la culpa de las malas mañas y feas acciones de cierta gente en aquel pueblo, que inspirados en sus diabólicos pensamientos, hacían un uso indebido de las inofensivas creaciones de aquella simpática muchachita. Negándosele de plano, tan sólo por meras e infundadas razones de tipo supersticioso, su derecho a ser educada por las autoridades elegidas para ello dentro de su escuela.
Se impuso definitivamente entonces en aquel insólito caso, la maquinaria de las tradiciones religiosas, utilizada ciegamente por algunas malas personas que actuaban como tribunal inquisidor —de nuevo— mediante la influencia social de las más rancias y, renuentes damas del pequeño pueblo; congregadas —so pretexto—, bajo alguna de las denominaciones santorales que acostumbraban hacer vida dentro de la comunidad eclesial de la puritana localidad… Así las cosas, esa vez, se llevaría a cabo el más patético e insólito caso de intolerancia por motivos religiosos; en aquellos tiempos de oscuridad meridiana. En un inusual desenlace escolar que forzaba a una inocente niña de la vecindad a permanecer fuera de su ámbito natural, llevándola a recluirse para efectos de estudio en su propia casa y, prácticamente por voluntad de otros,  donde sus tías al verse impelidas a retirarla del colegio inmediatamente se activaron para impartirle una educación integral a su manera, hasta donde humanamente podían; lo cual por supuesto se compartirían entre todas ellas… Fue a partir de allí, de ese odioso trance, que la niña Boni se sumergió aún más en su fantástico mundo, al comprender la ingratitud y la maldad con que actuaban las personas en su entorno; dentro de su muy particular modo de ver el mundo que la rodeaba. Situación de vida que la empujaría a dar un vuelco en su tierna y sencilla formación como persona, causándole serios trastornos en su merecida educación; lo que tendría a futuro un tremendo impacto en su vida… Por lo que, a partir de allí, buscó refugiarse con mayor fuerza en el etéreo mundo de sus muñecos de trapo; tal vez creyendo que de este modo, lograba encontrar una vía de escape ante el repentino rechazo de la gente que antes por el contrario, la admiraba y la aupaba, en sus deliciosos delirios creativos. Cosa que entonces, ni nunca, lograría comprender realmente.
Fue así cómo aquella niña, con el paso del tiempo sometida a su nueva realidad de asilo en su propia casa se habría vuelto una prematura, taciturna y, solitaria persona adulta; cuya situación de encierro forzoso la habría hecho más madura antes de tiempo, preparándola así a ser nombrada ya no más con su inocente diminutivo de ayer, como hasta allí había sido. Sino, por el contrario, parecía cuadrarle mucho mejor por aquella época su definitiva nomenclatura de gente mayor que en realidad, aún faltaba mucho para que esto ocurriera… Aquello de: Bonifacia Alviárez. "Doña Bonifacia". ¡…Aah, bueno! Más bien dejémoslo hasta allí, por ahora; porque será para muchísimo más adelante cuando en realidad se le llame así, con su nombre de pila… Sin embargo, después de cumplir esa vez con sus actividades diarias de aprendizaje general propio de su edad en la etapa escolar, siempre al lado de sus abnegadas tías —cosa que ya no le sentaba bien, pensaba—, entonces se dedicaba a lo suyo; encerrada en la soledad de su casi siempre sombrío aposento. Éste; era una amplia estancia recién ocupada por ella, con las dimensiones requeridas suficientes para albergar cómodamente a tres o cuatro personas adultas. No obstante, estaba toda a su entera disposición con el consentimiento de sus tres tías, las que al percatarse de la gran cantidad de objetos que tenía, entonces decidieron mudarla para ese nuevo lugar; con todas sus cosas, incluidas las de trabajo. Ahora también con sus ya muchas muñecas; sugeridas, imaginadas, recreadas, en lo más etéreo dentro de su fantasía y, traídas al mundo real por medio de sus formidables, hacendosas manos. Las que iban formando parte importante dentro de su particular séquito, en el que de alguna manera empezaba ya a intuirse un cierto vestigio de esquizofrenia; en sus diferentes formas, tamaños, expresiones, fisonomías, rasgos étnicos, sociales, estados de ánimo, vistosas vestimentas y  variadas ambientaciones.
Su nuevo y amplio cuarto que también le servía de taller, era en sí, el único espacio geográfico donde en verdad Boni se sentía segura; por lo que, para ella, era éste su único mundo. Quedaba en el extremo izquierdo de la vetusta casa, vista desde el frente. Con dos amplias ventanas construidas a la vieja usanza tradicional española por sus cornisas, alféizar, antepecho, goterón y, cuarterones quea veces en la fuerte brisa del verano golpeaban con fuerza el marco y los cristales; haciendo que sólo así, algunas veces saliera la niña de su ensimismamiento mientras trabajaba, por esas causas naturales del entorno. Características arquitectónicas tan particulares que fuera de aportarle una sencilla belleza a la construcción en esta parte, le brindaban además una excelente vista a su emblemática ocupante desde adentro y, hacia la calle principal; aún en la característica humedad de los recios inviernos que tornaban a su inquilina mucho más inquietante que de costumbre, por aquellos días. Lugar desde donde también, se divisaban las coloridas y contrastantes casas que acompañaban a ésta, la de Boni y su familia, cuyos colores se avivaban con la inclemente luminosidad del verano, en su eterno discurrir camino hacia el fondo de la central vía en donde estas luego se encontraban; en sentido hacia el Este. Cual perdidas enamoradas convidadas a reunión por sus pretendientes, allá en los solaces espacios de la frondosa plaza Bolívar. Por donde se alcanzaba a ver más allá, a lo lejos, trémulas en su trópico reverberar de las encendidas tardes, las ojivas con sus coloridos vitrales como a punto de reventar en lo más alto del campanario de la vieja iglesia de la ciudadela que entonces, era Altagracia. Un cuarto de habitación que, en cuyo frente, alineado a la transversal que hacía esquina con la vía principal o calle Real ya pormenorizada tenía un robusto, frondoso, y, enorme árbol de Matapalos; que bañaba sus inmediaciones con su impenetrable sombra durante todo el año. Tal vez por éso, precísamente, la atribuida sombría caracterización de su siempre fresco entorno interior. El que además; y he aquí el misterio, inmediatamente que ella −Boni− comenzaba las labores creativas de su próxima muñeca, asumía una auténtica, original, y prístina claridad procedente de un brillo tan especial que parecía emanar desde sus viejos rincones. Como si los muy minúsculos granos del polvillo que los cubrían, acumulados en el tiempo, se hubiesen transformado de pronto y mágicamente en un infinito montón de mudas luciérnagas doradas que hubieran venido a saludarla.
De este modo, vivía inmersa en la tierna ambientación circundante de su intimidad la joven Bonifacia, como ya de antes lo estaba en el mundo de sus muñecas; que eran, aparte de sus tías según ella, las otras "personas" que habitaban aquel enorme caserón que compartían. Con más de diez cuartos, casi todos solos, vacíos, y enteramente sumidos en su interior en una total ingrimitud; haciendo que esta vieja mansión colonial fuera únicamente, tan sólo una bien grande. Pero al mismo tiempo, que se le viera por todos sus costados la más terrible de las enfermedades que padecía, hasta en la más mínima brizna de paja en los adobes de sus paredes y, en sus entristecidos y húmedos ambientes; la cual era, su grandísima, monumental y, eterna soledad que de a poco la estaba matando… Males que sin embargo parecían borrarse como por arte de magia, al menos allí, en el cuarto taller que la joven ocupaba. Donde tan sólo con los primeros de sus enrevesados trazos de grafito sobre el papel con que de costumbre daba inicio a sus creaciones, empezaba a dar vida al próximo miembro de su enigmática colección que vendría a poblar su fantástico mundo; intentándolo una y otra vez mientras fuera necesario y, hasta sentirse suficientemente satisfecha con la forma deseada… Después de variados, múltiples intentos, borrones constantes y, hasta unos cuantos cambios de hoja en algunos casos —las cuales no botaba para luego ser convertidas en papel maché, que después usaría como material de aporte en la ejecución de sus instalaciones; porque, uno de los pilares de su trabajo, como ella misma lo decía, aparte de la creatividad y la sencillez también lo era el sentido ecológico, apoyado en el reciclaje—; para finalmente obtener la próxima figura que saldría desde lo más profundo de su ingenio artístico… Que pronto vendría a formar parte del selecto grupo que la acompañaba, pasando a ser no uno más de entre aquellos habitantes que iban poblando la estancia, moldeando poco a poco su propio y muy particular entorno social; sino más bien, un respetado individuo familiar esperado con ansias por su llegada. Cada uno con nombre y apellido propios.
…Ya con éso, con el logro efectivo de otro de sus familiares acompañantes, se notaba de inmediato cómo iba desapareciendo la acostumbrada típica penumbra reinante al menos en su alcoba. Lo que reconfortaba definitivamente a la pequeña Boni, haciéndola que se sintiera cada vez más viva, realmente feliz y contenta con lo que hacía; por tan sólo haber ayudado a este nuevo miembro a llegar   y, estar ahí, a su lado… Impulsándola a ir cada vez mucho más lejos, en el planteamiento de sus propuestas colmadas día por día de una increíble y nueva espiritualidad, que estaba convencida era capaz de defenderla; al evadirse en cuerpo y alma de ese mundo exterior que la oprimía. Tan cruel, inhumano y, ajeno a ella… Sorprendidas se quedaban siempre sus tías con lo agradable y acogedor de aquel ambiente en sus habitaciones cuando la visitaban, ya fuera para pedirle que las acompañara a comer, al ver que se retardaba demasiado; o, a solicitar su ayuda en el cumplimiento de cualquier otra labor propia de la casa en que ellas consideraran necesaria su participación. Al principio creyeron que era por pura casualidad, tanta paz y confort, pero con el paso del tiempo se fueron convenciendo de que la niña en verdad poseía algo que no era normal. Sin embargo sabían que se trataba de una cosa buena, realmente especial y, mágica; algo que definitivamente estaba fuera de este mundo. Por lo que todos los días le daban gracias a Dios por tenerla. Sería visto todo esto por sus tías, en parte como una manera de compensación divina por la prematura pérdida de su madre y, por otro lado, además, como una auténtica vocación de la jovencita para el trabajo artístico.
En fin, estaban admiradas con ella al comprobar que todo a su alrededor parecía resplandecer con un brillo especial cuando se hallaba dedicada a su singular trabajo de creación, logrando impregnar con su bondad a todos los que la rodeaban —en el restringido espacio hogareño, que ella misma se habría impuesto—; cambiándolos radicalmente, incluso, hasta en su forma de pensar. Era tal el efecto tan benefactor que lograba imprimir esta niña en su entorno, que las personas no comprendían el porqué hasta los malos pensamientos que pudieran abrigar en su intimidad, se les borraban ante su presencia; al menos, mientras estuviera en su momento creativo. Por lo que era lo único claro que hasta ahora habían podido detectar dentro del extraño cuadro que normalmente la rodeaba.
Hubo una vez en que las tres tías de la niña, en pleno, coincidieron en su cuarto taller donde como de costumbre se hallaba trabajando en otro de sus proyectos, estando ella ese día en su cumpleaños número quince además; cuando por primera vez y de una forma inesperada le hablaron acerca de sus padres. Cosa que hasta ese momento habían tratado de evitar, ocultándoselo desde muy niña, pese a que no perdía tiempo cada vez que tenía el chance, de mostrar su interés por saber cada vez más sobre sus progenitores; tocando sorpresivamente las hermanas ese día y, de manera espontánea el espinoso tema. Pero en esta ocasión sin embargo no fue necesario que se lo preguntaran, cosa que la chica últimamente ante tanta renuencia, ya había aprendido a soslayar en vista de la acostumbrada y, negada actitud al respecto, por parte de sus parientes. Se cree que fue tan fuerte la influencia de la energía benefactora que la rodeaba aquel día, que sin aquellas proponérselo entraron diciendo, con una sonrisa de oreja a oreja y, en un inusitado cambio hacia ella —primero las dos mayores, en coro—; las acostumbradas palabras de rigor en estos casos:
− ¡Feliz cumpleaños, mi amor…!
Y… Casi al mismo tiempo; diría la otra, quien llevaba una bandeja en sus manos con una torta y demás cosas para celebrar:
 ¡Felicidades!!!
 − Pero, si ya eres toda una mujercita, mi niña…! Acotó, extrañamente melosa, la tía menor. Acompañando de forma inusual tales palabras con cálidas expresiones de cariño y, desbordadas todas en primores. Para sellar tan emblemático momento mediante fuertes abrazos en el que se confundieron las cuatro una sola entidad familiar, llorando en grupo y, manteniéndose así por un buen rato; trémulas de la emoción.
…Finalmente se separaron para luego hacerle entrega de un importante obsequio a la conmovida cumpleañera, consistente de un gran medallón pendiente de una cadena de oro, que fue colgada al cuello de la muchacha por parte de Honoria, la mayor de sus tías… Mientras las otras dos que eran sus madrinas de bautizo y confirmación respectivamente
—algo común esos días—, junto con el esposo de aquella por padrino, Ramona y Virginia la miraban con sus ojos humedecidos por lágrimas de emoción; observando con suma atención cuando la muchacha curioseaba la joya de regalo; llena de una gran alegría.
…El medallón era un camafeo abatible, orlado en el perímetro con un ribete ondulado en forma de cadena tejida, por detrás plano con una dedicatoria, y el frente trabajado en piedra ónix color blanco veteado de aspecto lechoso, como el albayalde; mostrando un perfil de la efigie de Santa Bonifacia, su advocación mariana de cuando vino al mundo (Santa española de nombre Bonifacia Rodríguez Castro; quien en su vida de joven se dedicó al sencillo trabajo de cordonera. Nacida en Salamanca un 06 de Junio del año 1837, donde fundó la orden de la Congregación de las Siervas de San José; beatificada y canonizada si se quiere en tiempos recientes por los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, en los años 2003 y 2011, respectivamente). Una clara evidencia de que fue debido a la fuerte devoción de sus abuelos por esta milagrosa santa —sólo Beata en sus tiempos—, por lo que se explica su nombre. Portaba en su interior la preciosa medalla, como tal, dispuesta en forma díptica oval, el retrato de sus progenitores a uno y otro lado de la misma. Con sólo abrirla por primera vez, la pequeña Boni lloró de la alegría al contemplar por fin ante sus tiernos ojos la estampa del rostro de un hombre y, también el de una mujer, jóvenes y apuestos; que serían los correspondientes a los de sus padres, en la flor de la juventud. De innegables rasgos fisonómicos que la recordaban a ella.
…Una vez repuesta del tremendo impacto emocional recibido, le dio las gracias a las tres mujeres que tenía delante, invitándolas luego a sentarse para degustar en familia la torta con los refrescos que habían traído; después de esto se imaginó que ahora le ampliarían más, en detalle, sobre la vida y también la muerte de sus desconocidos padres; lo que ciertamente y para su sorpresa, así habría de ser. …Tomó entonces la palabra su tía Honoria, la única casada entre las tres sobrevivientes hermanas de Bonifacia Artemisa, menor entre las cuatro; y, madre de la pequeña Boni. Quedando las otras dos en su inútil condición de solteronas o, como dice el dicho popular, para vestir santos. Todas habían nacido en esa casa, justo en la misma esquina del Matapalos en la transversal con la calle Real —fácil de ubicar por el cartero cuando llevaba la correspondencia; ya que, en ninguna otra intercepción de la citada vía, podía encontrarse un árbol tan hermoso como aquel—. En ésta corretearon de niñas detrás del juguete preferido, crecieron, y soñaron con sus ilusiones de adolescentes, florecieron entre sus picardías propias en la edad de juventud, llenas de vida, pendientes de sus amores al parecer no bien correspondidos, por cuanto se hicieron viejas a la espera del último pretendiente que nunca más llegó y, luego también, aquí fallecerían; í ngrimas y solas. Ramona y Virginia.
Mientras tanto la entonces joven Bonifacia en un desenlace inesperado del destino, muy pronto se topará a partir de allí con el amor de su vida; pero también con ello, quedaría sellada con candente lacre y, para siempre, su más horrenda tragedia.
                                          
                                                       ...Continuará...!

(...Extracto inicial de  la segunda parte del libro número uno —Las Evasiones de Hilario Coba—, correspondiente a la serie de cuatro: Relatos Oníricos de la Atascosa...!).
   
  

                                          




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          ...Buenos días mis amigos. Hoy les traigo la tercera parte del capitulo numero  cuatro de mi libro "Andrómaca y Felipe",...