El propósito de este blog, es dar a conocer al público mis trabajos sobre literatura y pintura.
lunes, 9 de julio de 2018
En el interior del edificio todos los empleados parecían máquinas programadas, cuando los veíamos pasar aquí, allá y, más allá, en una intolerable actitud de quien siempre anda buscando un culpable; todos en general parecían caminar en actitud marcial, como si siguieran el percusionante ritmo de unos redoblantes: ¡Prrr , prrr! … ¡Un!...! Dos!...Un, dos, tres…!
Para aquel entonces, este lugar era lo más lejos que yo había visitado fuera de mi pueblo, y tan sólo con ver aquello sentí una gran tristeza, desolación y, angustia; al enterarme según comentarios que a hurtadillas hacía la gente en la cola, de que en muchísimas partes, en todas nuestras dependencias estadales era igual. Así, de patético. Lo cual me hizo ver lo negro, oscuro, turbio y, denigrante de nuestro presente; animándome sin embargo en darme valor para negarlo y, sobre todo, que empezaría desde allí mismo a luchar buscando borrarlo; con la esperanza de lograr algún día un mejor futuro. "No muy lejano…!" —Me dije—.
Después de varios pisotones y empujones entre caras largas y descompuestas, finalmente llegó nuestro turno cuando eran ya, avanzadas horas de la tarde. Agustín iba delante de mí, por eso creo yo, es que su cédula empieza en cuatro como la mía y, ésta termina en ocho después de la de él.
− Qué, qué, qué pasó...? A lo que
respondió mi madre, tranquilizándome:
− Guá! Nada Hilario; sólo pasamos por el cerrito ése, de
siempre…!
Desde allí ya
no me volví a dormir, despabilándome por completo; hasta que al fin llegamos a
la entrada del poblado que quedaba señalada por un tosco cartel de madera, semi
caído, sobre un pequeño montículo de tierra en una bifurcación que indicaba:
Bienvenidos a La
Atascosa, población 700 habitantes.
Aquel día, caminábamos en fila india por el zaguán, después de asegurar la puerta del lado de adentro. Cosa que me tocó hacer pues quedé de último, mamá iba al frente seguida por Agustín mientras yo andaba rezagado escuchando con atención la parvada, sobre las ramas de un Pata e’ Ratón florido, que habría sido seleccionado por una familia de "loritos australianos" para pernoctar esa noche; lo que luego me serviría de argumento, para conversar sobre estas cosas de la naturaleza con mi tío Claudio, ampliamente ducho y un verdadero experto en estos menesteres.
Después de saludarnos todos, darnos la bendición que le pedimos Agustín y yo, la tía como siempre viajó hacia nosotros encaramada sobre los pesados y conchudos animales que tal parece le servían de vehículo abreviando la distancia entre un punto y otro, de esa manera tan particular; para luego ofrecernos unos taburetes donde nos sentamos, con un tarro de café con leche y catalina. Allí hablaban las dos mujeres, mientras nosotros extrañando ya el silencio del ambiente usualmente cundido por diferentes cantos y graznidos de aves, nos percatamos en ese momento de lo dicho por la tía, cuando advirtió: "...Ya es casi de noche...!". Por eso sería que desde allí podíamos ver al tío Claudio mientras colocaba sobre cada jaula una especie de bolsa para dormir de tela color gris plomo, con una cremallera por un costado para cerrarla por completo y, aislar así a los pájaros del ruido y de la luz, innecesarios a su alrededor; tenían además, una pequeña abertura en la parte superior como de unos diez centímetros de diámetro que servía de respiradero a las pequeñas aves, haciendo circular el aire ambiente a su través para que no se asfixiaran. En el fondo estaban abiertas en su totalidad, con el propósito de dejar pasar las excretas que caían sobre unas hojas de periódico, colocadas cuidadosamente más abajo, en el piso; sin embargo, no en todas tenía que hacer el tío esto último, sólo en algunas, porque en su gran mayoría las jaulas estaban equipadas con una especie de gaveta deslizante que hacía de recolector para estos casos, las que todos los días eran lavadas escrupulosamente.
"…Guardo por cierto en mi corazón muchos y agradables recuerdos de la vieja etapa de mis tíos en "Los Negros", en que aprendí del Tío Claudio junto con mis primos Iván y Joseíto la fabricación de jaulas y trampas para los pájaros; cuando los visitábamos por varios días durante las vacaciones de la escuela. Una sola vez lo vi bravo, por cierto; y, con razón. Se molestó mucho con nosotros un día, por nuestra culpa, al descubrirnos usando pegamento para atrapar estos animalitos; porque entonces, dejándonos llevar por la codicia y queriendo obtener dinero de una forma que nos resultaba más fácil, se los vendíamos a un señor que los pagaba muy bien y, se los llevaba para Caracas. "…Cómo se les ocurre, no ven que los hacen sufrir, grandes carajos; se me van ya para el pueblo. Pueden volver, pero cuando se me haya pasado ésta…!" Dijo esa vez, sumamente irritado —recordaría después Hilario, con mucho cariño por su Tío Claudio—.
−
¡¡¡…Y, olé!!!
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