martes, 5 de enero de 2021



...Muy buenos días mis  amigos, de nuevo con ustedes. 

Ahora les presento el capítulo número doce del libro que a continuación se indica. 

Serie: Relatos oníricos de La Atascosa 

Libro 1 de 4: Las evasiones de Hilario Coba


    12.-                              Penúltimo viaje

     1.12                    —Penúltimo Viaje—

 

 

 Con el paso del tiempo, después que el joven Hilario Coba cursara su etapa secundaria, se marchó un día de su pueblo a una ciudad del centro del país con la idea de seguir sus ideales a otro nivel —pero porsupuesto, sin dejar sus actividades relacionadas con el teatro y la actuación; por lo que a este punto, también, siguió siendo conocido como Hildebrando Brando—, probablemente en el campo de las artes. Cosa que sin pensarlo mucho y, más bien por un toque de suerte, se le presentó a Dios gracias al conseguir un trabajo en el sector oficial del Estado Aragua, al poco tiempo de su llegada; relacionado precísamente, con la cultura. En un ámbito del conocimiento que, desde el punto de vista de la sectorización de los entes de gobierno,  regionales, era acorde a sus propósitos.

 

Una vez contratado por la “Oficina de cine, teatro, y afines” —donde se encargaba de varias cosas; luminito, claquetas, diagramación, publicidad—, tenía unas actividades compartidas entre ese puesto en el gobierno, y sus estudios universitarios regulares en el Pedagógico de Maracay; institución ésta, donde cursaba la carrera de Castellano y Literatura. A la par que continuaba con sus labores artísticas dentro del teatro y ahora más en serio con las artes plásticas, una cosa tan maravillosa que siempre lo habría llenado; recibiendo entonces clases de pintura en los talleres de conocidos maestros de la ciudad como Ríos, Meneses, Mata y, R. Mora Mora de Valencia. De teatro con la profesora Nayaire, conocida en el medio como “La Guaracha”… Llegando a actuar en un conjunto de diferentes obras auspiciadas por el Teatro Estable de Maracay, y El Ateneo de Aragua; donde aquella, gran amiga suya, formaba parte de la directiva.

 

Mucho más tarde todavía, cuando Hilario ya no tan joven egresó del Pedagógico, momento para el cual ya no tenía ninguna relación de trabajo con el gobierno, no obstante logró conseguir una beca de un programa que tenía La Gobernación de Aragua, a través de algunos contactos que aún conservaba en los predios de dicha institución; lo cual en verdad vino a convertirse para él, en el premio gordo de la lotería, por decir lo menos. Pues de este modo, se prefiguraba como una realidad cada vez más palpable, su soñada vieja idea de ir a Paris a estudiar teatro. Al mismo tiempo conocería de primera mano a los grandes maestros del impresionismo y, las subsecuentes vertientes que de su impronta se derivaron. Pues eran esas sus dos grandes pasiones, las cuales bullían en su interior como dos chorros de lava capaces de provocar en él, una explosión piroclástica.


Hilario dio gracias al Creador por conservar aún adentro, aquellos amigos que lo apoyaron, que sabían de su empeño y su valía, además; aparte de que ya había logrado algún avance en la pintura, eventualmente obteniendo por ello algo de dinero lo cual también, ayudaba para la sobrevivencia en esta ciudad. No teniendo familiares en ella, ni parientes que lo auxiliasen.

 

"…Fue una verdadera bendición, la ayuda de estos amigos…!" —Decía agradecido, de aquellos antes mencionados—, pero sentía que aún faltaba mucho para salir airoso. Sin embargo, los escollos que cada vez más se interponían al logro de sus objetivos no lo hicieron amilanarse, tan sólo lo retardaron un poco, nada más; y, para cuando al fin, tuvo en sus manos aquel boleto de viaje y demás recaudos que lo acreditaban como un auténtico aspirante para cursar en Francia estudios avanzados de actuación, supo que se daba inicio a la realización de su gran sueño.

 

 …Uno feliz, de hecho, gestado cuando niño desde la calidez en la trama cerrada de aquel fardo en fibra de sisal, que su padre extendía cada noche en el patio de su casa para la observación de los cielos estrellados. En que el joven Hilario junto a sus hermanos, soñaban que viajaban entre aquellos lejanos, luminosos y, masivos astros, utilizando esa especie de sábana fibrosa donde descansaban, como si fuese la mismísima “Alfombra Mágica”; tal cual esa de la mítica epopeya árabe “Las Mil y Una Noches”, vista por su padre unos días antes de su nacimiento a través de una película exhibida en el pueblo, proyectada sobre una sábana blanca sostenida por dos palos entre las ramas de un árbol… Donde se inspiraría su viejo casualmente, no se saben las razones ni el por qué, para ponerle su nombre; entonces fallido pues se impuso el sugerido por su madrina Berta a su madre, como ya fue descrito en un capitulo anterior −el segundo, "otro viaje"−. Pero que, con el tiempo él supo reivindicar, al retomar de todos modos aquel, propuesto en su momento por su papá: Hildebrando; agregándole como apellido el de, Brando. Puesto por él, a raíz de sus insipientes contactos con la actuación, en la escuela; de una famosa película protagonizada por un actor cuyo apellido es precísamente ése. Marlon Brando.

 

"…Enredo por lo demás, explicado con más detalles en el capítulo citado unas cuantas líneas atrás, como el génesis de su propia identidad; muy diferente sin embargo, a aquella ya obtenida en su épico viaje de la vida real a Valle de La Pascua, en compañía de su madre doña Juana y de su hermano mayor Agustín. Resultando ser aquel, cuando entonces tenía diez años, el primero en toda su vida fuera de los límites de su amado pueblo; con el único objetivo de obtener su cédula de identidad.

 

                                                             --- o ---

 …De pronto −estaba soñando−, como impulsado por un resorte, Norberto Montiel alias "El golfo" se despertó cuando escuchó el agudo y persistente sonido de un característico silbato acompañado por un rumor trepidante, cuando cayó en cuenta que había sido traído, una vez más, al mundo real; por la inoportuna acción del paso del ferrocarril, detrás y por encima de su casa —entonces restaurada, remozada y adaptada a los nuevos tiempos—, en su querida Maracay… En una clara analogía citadina que lo retrotrajo, a viejas vivencias parisinas, junto a su recordado amigo Hilario; o, "Hildebrando Brando". También llamado "El enhebrante" —especialmente por su sobrino Goyo y, sus más íntimos amigos del pueblo de La Atascosa—; con cuyos relatos había estado soñando, antes del paso de la rumorosa máquina.

…Se encontraba ese día en la que había sido la casa de sus padres, donde vivió de joven, hasta el día en que se fue a estudiar a Europa de donde seis años después volvió; siendo entonces un sagaz abogado, aunque también un hombre ya casado. Se había quedado dormido después del almuerzo, cuando estaba de visita a sus hermanas que aún allí habitaban, Matilde y Nicasia; porsupuesto, entonces ya no tan jóvenes.

 “…Caramba, me quedé dormido; tengo que irme, se me hace tarde. Chao…!” —Se disculpó, y salió apurado.

…Una vez en el auto, iba pensando en los preparativos de su próximo cumpleaños.

                                         

                                                       *****

                               (…En la reunión de cumpleaños)

 

 “…Y; después de tanto tiempo. ¡Quién lo iba a creer…! Me conseguí un día en la mismísima ciudad de París, a ese amigo sin igual del que siempre les he hablado; Hilde…! De quien ni siquiera entonces, sabía su verdadero nombre, aun conociéndonos de tantos años y, cuando casi se convirtiera en mi cuñado, por Matilde;  que lamento no prosperara, por cosas del destino…!” —Dijo.

¿Pueden creerlo? Mismo de aquellas viejas y agradables tertulias literarias en Santa Rosa, aquí en Maracay; el que después, al haber estado yo en su pueblo de visita a su familia y, por petición suya, que si moría primero dijo que así lo hiciera, me entero que su verdadero nombre en realidad, era Hilario de Jesús Coba Cabañas…!"                                                                 

…Esto contaba a su esposa Norberto Montiel, alias “El Golfo”, en su propia oficina de trabajo el día de su onomástico número 50, durante  una grata reunión familiar junto a sus hijos ya mayores; y, unos cuantos colegas suyos, abogados como él. Lo cual salió a colación porque en días más recientes, los recuerdos con aquel viejo amigo se hicieron extrañamente recurrentes, refiriéndose al reciente episodio anterior en casa de sus parientes y, después también, cuando echaba un camarón en su propia oficina. Este mismo día.

“…Sí, sí, hoy; allí –dijo, señalando el lugar−. Sentado en mi silla de escritorio con las botas sobre el mismo y, la luz apagada. Adormitando en la diaria siesta que acostumbro hacer en medio de la jornada, en mi propio bufete de aquí —el de Maracay, porque tenía otro en Valencia—; mientras escuchaba a lo lejos recordando la ciudad luz y, en compañía de él, el persistente tableteo de las ruedas del tren sobre la vía… Aunque ahora, era, por encima de la avenida Las Delicias y, no en nuestra vieja buhardilla en donde por un buen tiempo allá, capeábamos el temporal en nuestras estrecheces económicas de estudiantes latinos —ávidos de mundo, pero con muy pocos Francos en los bolsillos—. Ubicada por cierto aquella en un frio edificio de la rue Dauphine del emblemático barrio Saint-Germain-des-Prés; justo frente a la estación del Metro con ese mismo nombre… Misma donde estuvo, prácticamente al lado, el legendario cabaret Le Tabou; en que casi se escuchaba al pasar en las noches por la acera frente a su fachada, la música de los jazz men. Recordando entonces las figuras de Miles Davis, y Juliette Gréco. Con el gran Charlie Parker a la cabeza…!”

 

 

 

 …Así que −siguiendo con el relato−, cuando Hilario por fin llegó a aquel lejano y educado país europeo tenía con razón una rara mezcla de sentimientos encontrados, en medio de un total apabullamiento por su grandeza y belleza (Esto fue lo que me contó, cuando por fin nos vimos allá por primera vez). Había arribado al Aeropuerto Charles De Gaulle una gélida noche de invierno, totalmente inocente de los apuros que allí tendría que vivir por espacio de unas cuantas horas de estrés esperando con ansias, a su contacto venezolano —ese era yo, que actualmente en serios apuros me encontraba, en contra de mi voluntad; aún sin poder llegar para poder cumplir con mi compromiso ante él—; amigo suyo que tenía tiempo sin ver y, del que al final no sabía por qué razón no estaba presente. Pero lo cierto fue que al ver aquello, empezó a dudar si realmente se presentaría. Mientras tanto se mantuvo ahí preocupadísimo sin poder saber qué pasaba, resguardándose como podía del intenso frío que parecía taladrar las gruesas capas de tela de su inapropiado abrigo. Comprado aquí en Caracas sobre la marcha, obviamente no el más adecuado, pero vino a ser allí, en París, cuando lo supo; manteniéndose en calor muy precariamente, en esos momentos.

  …Para lo cual se dirigió a una parte del aeropuerto donde veía que se metían algunas personas más o menos en su misma condición, donde empezó a sentir una leve mejoría en las condiciones ambientales del lugar —pensó él eran éstos, que estaban allí, tal vez viajeros perdidos de la zona del Levante mediterráneo, buscando acomodo ante las precarias condiciones de vida; allá de donde venían, en sus convulsionados países. Tal y como habría leído esos días en la prensa venezolana. Y; si no era así, quizás simples menesterosos, indigentes o "clochards", a decir del escritor Julio Cortázar. Incluso franceses legítimos que también ahí los había—; por lo cual "hecho el cara e’ gato, como quien no quiere la cosa", se fue acercando a ellos tratando de socializar… Pero negativo; sentía que no lograba encajar, por lo que  entonces más bien pensó, en un "plan B". Como se dice.


"…No sabía ni la o por lo redondo del francés" sin embargo, una vez convencido de que su amigo finalmente no llegaría, Hilario se puso en marcha con otra idea para dormir esa noche de una forma más o menos decente, no aquello y, como sí se conducía bastante bien en el idioma al Norte del río grande, se las arregló para hacerse entender de turista logrando que un taxista lo condujera al hotel donde ya tenía una reservación —al menos por esa noche…!"


Al día siguiente bajó al lobby y parloteó más o menos en ingles con un pulcro y circunspecto empleado de uniforme, ubicado enhiesto detrás del aparador donde había una campanilla plateada encima, con el que se hizo entender aduciendo que esperaría a un amigo, sentado allí; lo cual parece fue aceptado, por la cortesía con que el sujeto lo condujo hasta un juego de mullidos y capitoneados muebles que había, donde hasta un desayuno con "croissant y café con leche" le fue servido por una camarera que además, algo risueña puso en sus manos una vez terminado, un ejemplar del diario local Le Fígaro −obviamente en francés.

 

Visiblemente asombrado simplemente se dedicó a hojear  el  periódico,  en  cuyos titulares se forzaba por comprender lo que decía, entendiendo sin embargo algunas palabras sueltas en los textos y, por ser esta escritura en una lengua romance como la suya, se dio cuenta por primera vez de que si la estudiaba con empeño como siempre hacía las cosas, quizás más temprano que tarde lograría comunicarse a través de ella.

  …Así, pasaba el tiempo. De nuevo Hilario comenzó a preocuparse al notar que su amigo aún no aparecía y, estaba prácticamente aislado en un país desconocido donde tan sólo dependía de sí mismo para la solución de los problemas que tenía, no sabiendo cómo actuar para hacerlo. Sin embargo, al no encontrarlo en el aeropuerto seguramente sabría, que el otro lugar lógico donde debía buscarlo sería en el hotel, por cuanto se dio cuenta que no ganaba nada con angustiarse de ese modo, por lo que simplemente decidió relajarse; dando tiempo a que de un momento a otro su contacto se presentara… Al fin de cuentas no siempre se puede estar sentado cómodamente en un bonito lugar de la llamada ciudad luz, París, por cuanto se dedicaría más bien a disfrutar de su estadía allí; del ambiente que exudaba arte por todas partes, su rica y bella arquitectura con sus emblemáticas gárgolas y, de cómo actuaba y se vestía la gente, que bullía graciosa por el lugar. Todo lo cual en verdad, era un auténtico privilegio.

 

 Curiosamente, comenzó a darse cuenta de algo que le pareció muy propio del entorno, consistente en dos cosas básicamente. Una era el sonido en el corneteo de algún tipo de vehículos —solía oírse de vez en cuando y, con cierta intensidad, el que después supo pertenecían a las patrullas de la policía metropolitana— los cuales por supuesto, en un primer momento no podría saber de cuáles se trataban; y, otro, el suave tableteo en el ruido ante el paso de los trenes del metro, sumado al agudo silbido al momento en que frenaban en la estación justo al frente de donde él estaba, viéndolos claramente a través del ventanal de vidrio que daba hacia la calle. Donde todo era un solo bullicio en  movimiento, aparentemente caótico aunque con mucho orden, cuyos efectos podían percibirse aún más al girar cada porción del rotor sobre sus goznes, en alguna de las enormes puertas de cristal de accionamiento eléctrico, instaladas para el acceso y la salida en el hotel L’Odeón, en una sección donde había cuatro de ellas sobre la conservadora fachada del viejo edificio comercial que lo albergaba; ubicado en la conocidísima zona del emblemático bulevar Saint-Germaint. Un convulsionado aunque muy acogedor lugar de la ciudad parisina donde inexplicablemente, para entonces mi amigo Hilario se encontraba.


"…Casi podía sentir en la intrínseca vitalidad de tan moderna urbe, el calamitoso paso de un grupo de algunos personajes de Rayuela imbuidos en su muy perturbadora soledad citadina, característico de ciertos estudiantes latinoamericanos que como él −“Hildebrando”−, también añoraban aunque con desdén, su propia tierra. En que Cortázar tal vez, transmutado en un tal Hugo Oliveira iba a la cabeza del pequeño grupo. Como miembro principal de un vencido ejército del pasado vestido con sus modestos trajes típicos de invierno, de inmigrantes precarios y, con múltiples apuros económicos, que diariamente se levantan a luchar a brazo partido por sobrevivir en ese otro mundo; en contraste a veces con algún otro viajero en la terminal, normalmente una delicada dama de finos modales, embutida hasta la coronilla dentro de su costoso abrigo con su alargado cuello como una estola, hecho a la medida en piel de armiño… Extrañamente tomando de la mano a su controversial amante y amiga, La Maga; con el pequeño Rocamadour sostenido en sus brazos, riéndose inexplicablemente con su enorme elefante de felpa por encima del hombro de su madre.

…Gracioso juguete cargado a su vez unos pasos más atrás por Étienne que la ayudaba llevando el muñeco y, portaba en la cabeza, con cierto descuido aunque con orgullo, su característica boina de pintor; además de sus bigoticos ensortijados al estilo del gran Salvador Dalí. Inesperado juguete comprado al infortunado niño con dinero entregado a ella por Oliveira, enviado de la Argentina por su hermano el abogado rosarino, a través de un tal "comisionista". Seguidos de cerca, bastante apurados, por Ossip Gregorovius y, Perico Romero…!" —Llegó a pensar Hilario, muy íntimamente.


   Se entretuvo luego de aquello y, del periódico en cuestión, con algunas revistas en ingles que también ahí había; entre las cuales llamó su atención un número especial de TIME, con algunas de las más dramáticas imágenes del recién fallecido presidente Kennedy en su portada —tomadas de la famosa película de dieciocho minutos del emblemático testigo del hecho, Abraham Zapruder—, en cuyo interior leyó claramente acerca de cómo fue asesinado; y, muy bien explicado mediante amplias exposiciones de expertos.

 

Luego para suavizar un poco semejante lectura tan trágica se dedicó a observar una serie de fotos en la prestigiosa revista VOGUE; atraído por la imagen en la tapa de algunas mujeres bellas y hermosas, modelos de diferentes países en el mundo que participaron en el más reciente certamen Miss Universo. Donde extrañamente, la representante de Venezuela habría quedado de última, aunque entre las finalistas.

En éso estaba Hilario, ya prácticamente olvidado de sus calamidades del día anterior cuando de pronto, escucha que lo llaman por su nombre; la voz era conocida y, al voltear se encuentra de frente con su querido amigo "El Golfo". El mismo aquel de su querida Maracay, que siempre lo alcahueteaba con su hermana Matilde porque siempre quiso que se empataran; cosa que no fue posible,  por lo menos hasta entonces.

  …Se abrazaron fuertemente emocionados los dos amigos y paisanos, no sabiendo quién empezaría primero con la parte de la historia reciente que los había llevado hasta allí. A tan delicioso y extraño lugar.

 …Tomaron asiento muy cerca el uno del otro en el mismo sitio donde Hilario se encontraba, iniciando Montiel, alias El Golfo, lo atinente a sus peripecias, calificadas por él una vez enterado, como un juego de niños en comparación con lo vivido por el otro. Entonces dijo, visiblemente apenado, que la nieve había bloqueado los caminos a su paso en su nada despreciable recorrido de por lo menos trescientos kilómetros en bus, entre las ciudades de Dijon y Paris; noticia reseñada por cierto en todos los periódicos esa mañana, conocida de antemano por su amigo, al menos en imágenes. Teniendo que esperar la llegada de unas máquinas que se encargaron de despejarlos −dijo−. Lo que tomó varias horas, y para cuando al fin pudo moverse por su cuenta haciendo trasbordo a varios carros del transporte público para entrar a la ciudad, una vez llegado al Charles De Gaulle era ya tarde; encontrándose con que el recién llegado se habría ido solo, A decir de unos observadores, supuestos lugareños citadinos, que creyeron asociarlo con la misma persona con la cual habían tenido un fugaz contacto esa noche más temprano.


    Después le tocaría el turno a Hilario en la narración de su convulsa llegada. Algo que a Dios gracias dijo se había cumplido sin nada malo qué lamentar, tomando en cuenta que, aunque se trate de Paris, también aquí hay delincuentes; especie con la cual no tuvo que lidiar. Una vez conocida con lujo de detalles de parte y parte lo sucedido y, las peripecias de cada quien, se pararon y se dirigieron a la recepción donde le dieron las gracias al amable recepcionista del hotel. Entonces, a cargo de El Golfo en un bien pronunciado francés; despidiéndose todos amablemente —Hilario por su parte, hizo lo propio con gestos.


    Salimos del hotel, y nos dispusimos a tomar el tren para un viaje de unos doscientos kilómetros entre París y Le Havre en el noroeste del país. Era lunes y, según nos dijeron, no había ruta este día desde la estación L’Odeón donde estábamos, al puerto a donde nos dirigíamos, al menos hasta el próximo jueves cuando saldría un tren directo, pero nos informamos de que sí la habría hoy desde la estación St. Lazare, a unos cuatro y medio kilómetros de aquí; y, hasta allá nos dirigimos en un taxi. Al llegar nos enteramos pero no nos importaba y que, más bien hasta sería bueno para conocer un poco más por cuanto disponíamos de algún tiempo extra, que la distancia sería cubierta en dos tramos: Paris−Mantes La Jolie a unos cincuentitres kilómetros más o menos, luego de allí a Le Havre otros ciento cuarentidos más; lo que suma un total de ciento noventicinco para ser exactos. Y, así lo hicimos.

 Finalmente arribamos en horas de la tarde al puerto de Le Havre en el noroeste de Francia, frente a la costa atlántica a orillas del canal de La Mancha; con vista a la bahía de Calais. Una vez allí, buscamos hacia un lugar específico de nombre La Villa de Le Havre, zona de la ciudad en la cual se establecería mi amigo según las instrucciones que traía; donde entraría en contacto con sus profesores en la Academia Clermont, regentada por el Prof. Antoine Leveraux, a quien yo ya había ubicado por vía telefónica unos días antes —aunque no lo conocía personalmente—, como único contacto formal que tendría mi amigo en este país.

  …Mientras tanto todo estaba saliendo a pedir de boca donde sin duda tuvimos un agradable viaje en tren desde Paris hasta acá, disfrutando del bello paisaje de la campiña francesa donde absorto, lleno de emoción, Hildebrando me contó algunas historias medievales inspirado en el cambiante y poderoso ambiente que nos rodeaba durante la marcha.

 …Como aquel, signado a la media distancia —aun por encima de unas suaves colinas, sembradas de un dorado trigal— por la imponente impronta de un vetusto castillo templario poderosamente almenado, donde según él se antojaba en ver largas hileras de experimentados arqueros comandados por el mismísimo Jaques de Molay, último Gran Maestre de la Orden del Temple; días antes de su ejecución en la hoguera por orden de la iglesia y, del rey de Francia, Felipe IV El Hermoso. Acusado en alevosa conspiración fraguada desde las màs altas instancias del poder, según por haber incurrido en actos de sacrilegio, herejía y, otras menudencias de muy graves consecuencias en ese tiempo.


"…Aaah; pero, cuán trágica, aunque bella historia…!"  −Remató diciendo.


    Todo había sido tan agradable que sin darnos cuenta ya habíamos arribado a la estación Le Havre–Le Bleu, como ya dije, donde éramos esperados pacientemente por un emisario enviado a recibirnos por parte de Monsieur Leveraux, a quien yo había llamado desde un teléfono público tal como habíamos quedado en el contacto anterior, antes de partir en Saint Lazare; para informarle de nuestra pronta llegada.


   Enseguida abordamos el auto de la persona que nos fue a buscar, fácilmente ubicable en la pequeña sala de espera de la estación porque iba vestido de uniforme con el logo de la academia a donde nos dirigíamos y, luego de un breve contacto, en seguida partimos a entrevistarnos con los profesores en el sitio acordado. Rápidamente llegamos al lugar y después de las presentaciones de rigor, luego escuchar sus recomendaciones que ayudarían a mi amigo a lograr un mejor desenvolvimiento durante su estadía en la institución, Hildebrando se marchó con el Profesor Leveraux al campus; mientras yo fui llevado de vuelta a la estación para tomar el tren de regreso,  pero ahora sería directo a Dijon. Donde para entonces residía.



    Tiempo después ya normalizado Hildebrando en su rol de estudiante latino en esa estricta y por demás exigente sociedad −así lo veía él−, nos dedicamos además a hacer algún tipo de turismo artístico dentro de la ciudad de Paris. Los primeros meses nos juntábamos con regularidad para que mi amigo se fuera familiarizando con todo, mientras al mismo tiempo en paralelo le iba enseñando poco a poco el idioma francés, lo cual hacíamos obviamente cuando podía sacar algún tiempo de mis propias actividades en la maestría que cursaba en derecho, en la Université de Bourgogne; también como mi amigo, a través de un programa de becas del gobierno venezolano y el francés.


"…En aquellos buenos encuentros recordábamos siempre, con nostalgia, de cuando tiempo atrás Hildebrando nos visitaba casi que como una fija los fines de semana, en mi casa del Barrio Santa Rosa aquí en Maracay; donde nos  enfrascábamos en deliciosas tertulias sobre diferentes tópicos "del saber y el sabor" como le decía yo, matizadas con los oportunos y aromáticos tragos de café servidos por mi hermana menor Matilde, por quien entonces actuaba yo de “Celestino” ante mi amigo, no lo negaré; procurando se juntaran y, me dieran un nuevo sobrino. Pero que por favor no le compraran, le decía yo, un velocípedo rojo como aquel con el que los actuales diablillos hijos de ella, Antulito y Gotardito, solían chocar contra las paredes de la casa; teniendo yo que encargarme entonces, de arreglarlas… Je,je, je!”

 

Sin mi ayuda no hubiera podido vivir Hildebrando ni un solo mes en aquel país, eso creía yo en un principio sin embargo no fue así, pues duró allá prácticamente cuatro años pese a que nuestros sabrosos paseos tutoriales de mi parte por aquella gran ciudad, se fueron distanciando con el tiempo; y, obviamente, por las responsabilidades particulares en nuestros respectivos estudios. Nunca supe cómo hacía el muy zángano para arreglárselas solo, primero con el idioma el cual finalmente terminó hablando de forma aceptable y, después con la residencia como tal… Sin duda creo que todo tuvo que ver con su don de buena gente, gran conversador siempre dado a la socialización, y al trabajo; muy característico en él. Haciendo que le cayera bien a todo el mundo con quien se cruzaba en especial las damas y, sobremanera las locales, que quedaban prendadas cuando veían a un tipo listo, y latino como él.


            ...Que; “de que te las traes, te las traes, mi hermano".

 

  …Le decía yo, haciéndole ver mi gran admiración por su comportamiento tan acertado con ellas, al rematar lo dicho sobre alguna de sus actuaciones; pero entonces lo agarraba a guasa, porque esa es otra vaina, el hombre era un jodedor de primera…!.


  ...Un día me dijo que a los dos meses de estar en el pequeño hotel a donde lo había alojado la primera vez, cerca de su universidad y, cuya estadía pagaba con dinero proveniente de la beca, había logrado conseguir un empleo a través de unos amigos argelinos que estudiaban con él; cuyo padre tenía allí un servicio de Cáterin. Lo que por fortuna favoreció su situación económica, sintiéndose así mucho más cómodo para dedicarse además, a aprender con mayor fundamento el idioma, cosa en la cual sus amigos también lo ayudaron muchísimo.


  ...Otra vez me contó que, en cuanto ya se sintió más libre en el manejo de la lengua —cosa que decía con picardía—, hubo épocas en que se fue a vivir con alguna viuda, mujeres separadas de sus maridos o, simplemente, hasta con aquellas que trabajaban en bares y cabarets; con lo que se aliviaba de esta forma y, casi totalmente, de la presión en todo sentido. No obstante jugaron en sus estudios muchos otros elementos adversos que le serían mucho más difíciles de superar, por lo que le fue imposible en el tiempo estipulado graduarse en los cursos de actuación, pero reconozco eso sí que amplió un mundo sus conocimientos actorales, bagaje que ya de regreso obviamente le serviría de mucho en su posicionamiento en el exigente mercado artístico laboral en un país como el nuestro; que en los años sesenta, hervía ávido de cultura y entretenimiento, sobre todo en las grandes ciudades como Caracas, Valencia, Barquisimeto, Maracaibo; y, Maracay, de dónde veníamos. Así como en otras más.


...Con el paso de los años, ya cuando uno hace el necesario balance de vida, se llega a la conclusión sin ánimos de justificar nada, que aparte de las dificultades culturales e idiomáticas en aquel extraño país europeo y, ante su relativo fracaso en el campo del estudio actoral allá, fue mucho más fuerte para Hilario su convencimiento por la pintura y la plástica en general, durante aquellos años; de hecho, dejándose atrapar por ella. De tal forma que últimamente sólo quería estar en museos, muestras, exposiciones; y, donde quiera que hubiese alguna actividad sobre pintura, grabado o escultura.

…De aquellos variados periplos en tren y a pié por la bella ciudad, tras sus acechanzas pictóricas, nos gustaba mucho perdernos por entre los diferentes espacios abiertos y arbolados del llamado Camp-de-Mars. Así como andar por El Trocadero, el icónico Jardín de las Tullerías y, pasearnos por encima de los tantos puentes que hay sobre el río Sena… Desde donde algunas veces, aún podíamos ver en el patio de algunas casas, una gran cantidad de gansos; y, en otras varios gatos, retozando alegres los primeros en el agua de una alberca improvisada, rodeada de un lindo césped. Los otros, mimados por una señora bastante mayor y, de pelo plateado, eran dejados que jugaran con los ovillo de sus coloridos hilos en una cesta de mimbre; mientras muy tranquila ella tejía, sentada en una vieja poltrona como si no le importara lo que sus mininos hicieran con lo suyo…Tal vez como una burbuja en el tiempo y, un curioso recuerdo del lejano pasado rural de esta maravillosa urbe.

 

  …Me acuerdo además, el día en que nos perdimos en un laberinto de callejones en la parte alta del barrio Montmartre. Porque Hildebrando estaba empeñado en ver, dibujar y fotografiar allá la fachada, detalles e historias del famoso local nocturno “Moulin de la Gallete”; lugar donde sabía que Pablo Picasso frecuentara divertirse en algunos momentos de su chispeante juventud, con sus amigos de entonces: Guillaume Apollinaire, Georges Braque, Derain, H. Matisse. Entre otros.


                                       ...Hasta una próxima entrega...!


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