Muy buenas noches mis queridos amigos, aquí de nuevo con ustedes, iniciando el año.
A continuación, vean lo que les traigo.
Serie: Relatos oníricos de La Atascosa.
Libro 1 de 4: Las evasiones de Hilario Coba.
...Esta es la portada del libro que he venido entregando aquí para ustedes y, por capítulos. Sólo quedan pendientes dos por entregar, como se los informé en la publicación anterior. El 11 y el 12.
Esta serie se halla publicada para la venta, en Amazon. Los invito a que la chequeen allí, sin ningún compromiso.
...A continuación, el capítulo 11
11.- Tres Doctores...Tres Esperanzas.
Para mi propio beneplácito y, también de mis coterráneos −¡Que Dios los bendiga!−, es cuando me percato de que aún transito por las mágicas regiones en donde Morfeo se enseñorea… Y; es allí, en que me dirijo a contemplar ciertas visiones del pasado en mi niñez, donde pude ver en aquel pueblo llanero las bienaventuradas andanzas de tres excelsos doctores, de dilatada experiencia en el campo de la salud por una parte y, sobre todo de su incomparable calidad humana, por la otra. Fueron ellos tres, por igual los más dignos representantes del gran Hipócrates —de Cos; no, el de Quíos:
***Gabaldón; un verdadero Quijote en pos del
bienestar colectivo.
***Requena; paladín incansable siempre en
vela, por mejorar la calidad de vida de los venezolanos más necesitados.
***Marchena, genuino
alquimista de la humildad, también amigo de todos. En especial del tío
Pablo, “misi maicock”, como también era llamado.
…Así; evocando tantos recuerdos, añoranzas y sueños, puedo recrear traído de mi memoria la insólita figura de un verdadero ejército de la paz, comandado por un hombre tan singular. Educado con rigor en los asuntos de la salud en general pero doctorado en particular en el estudio, investigación y erradicación de tantos males. Arraigados en la extendida telaraña de la insalubridad pública y, hasta en la ignorancia colectiva de esos olvidados pueblos del interior; en una vieja época, recientemente pasada en Venezuela… Por aquellos años en que no se daba pié con bola, como se diría hoy en día —parafraseando vulgarismos, anidados también hasta en sus modos, en aquellas apartadas localidades—, en lo relativo a tales disciplinas; desde la llegada de los europeos, el transcurso de la época colonial hasta pasar por los gloriosos días de la independencia y, más acá.
...Este hombre, pues, ciertamente tocado por la mano del Creador Omnipotente y, único artífice de lo humano y lo divino por todos estos rumbos, era el Doctor Arnoldo Gabaldón. Quien anualmente se veía por las calles de aquel pueblito llanero que me vio nacer —aunque no tenía que hacerlo directamente, porque lo acompañaba un equipo entrenado por él mismo para ello, pero ciertamente algunas veces llegué a verlo que lo hiciera; lo que hablaba de su inmenso interés por el logro de sus objetivos, además de su gran humildad—, embutido dentro de un traje en tela cruda de dril color “beige “, cinturón de cuero marrón y correaje similar cruzado al pecho que le permitía sostener, de forma ergonómica, un tanque oblongo en acero inoxidable sobre sus espaldas. De donde podía ver que salía por la parte superior una braza de manguera conectada a un tubo delgado en forma de vara −del mismo metal ya nombrado− e igual extensión, el cual terminaba en su extremo libre en una punta rociadora o boquilla de aspersión; por donde salía un líquido blancuzco más bien lechoso convertido en millares de partículas por efecto de la configuración mecánica en su particular forma por una parte y, por la otra, debido a la presión de aire obligada a permanecer contenida entre las paredes del citado recipiente… Creada por una sencilla bomba tal vez reciprocante, de diafragma o, de émbolo, puesta en marcha manualmente a intervalos regulares, por parte de quien portaba tales equipos; mediante el uso de una palanca lateral cuyo extremo era operado por las propias manos enguantadas del usuario, que a su vez iba íntegramente protegido de sus colaterales efectos. Controlado dicho proceso mediante el adicional de una unidad de regulación con manómetro, instalado apropiadamente en el mismo aparato; y, verificable de forma periódica para garantizar la seguridad de todo.
...Llevaban sobre sus cabezas tanto el Doctor Gabaldón como sus fieles acompañantes, un casco de bakelita unas veces, que en otras era de aluminio; en cualquier caso, tenía forma de sombrero −no de gorra− y, rematando el contorno de sus rostros por debajo del alado gorro, una máscara de goma con respiradores especiales y mono lente en una sola pieza, a la altura de sus ojos. Además, calzaban botas de goma de caña alta..
“…Parecían ser en verdad, vestidos de aquella manera, extraños especímenes
cinematográficos salidos de forma adelantada y, premonitoria, de lo que se
vería luego como normal en el set de filmación de alguna película de ciencia
ficción; de la época de oro del cine mexicano...!”
…Verbi gracia, de los Estudios Churubusco; o, San Ángel.
Me imaginaba.
…Se desperdigaban entonces por todas las calles del poblado bajo la tutela sabia y precisa de aquel hombre, nacido para sanar y curar heridas; pensaba yo, quizá muchos más de lo imaginado por quienes tuvimos el privilegio de verlo y, conocerlo, en toda su dimensión humanitaria. Cuando llegaban en unas camionetas de color plateado identificadas en los costados con un logo en forma de cruz, donde se podían leer las siglas S.A.S. Cuyo significado era Sanidad y Asistencia Social; nombre del Ministerio desde donde se impulsaban estas acciones, llegadas al pueblo bajo el comando del insigne Galeno..
...Desde la mañana en que arribaban, todo era bullicioso y trepidante, aunque a veces daba la impresión de desorden; pero no, el Doctor Gabaldón no podría permitirse tales desatinos, pues era un hombre muy centrado en el orden e infundía un gran respeto a sus compañeros, que lo obedecían con pasión. Quizás por todo eso es que pudo lograr con rotundo e impecable éxito el objetivo nacional que le fuera asignado, desde las alturas del poder central; sanear a toda costa el medio rural venezolano.
...Al entrar a una calle, sector, o vecindario, enviaban adelante a un funcionario que ponía sobre aviso a las personas en sus hogares y casas, con el fin de que estas fueran preparadas para la acción con el DDT; y, era menester guardar todo aquello que fuera comestible y, de uso cotidiano. Comida, agua, ropa, utensilios de uso diario en la cocina, que en general corriera peligro de ser contaminado, pudiendo afectar luego a los usuarios. Se veía por todas partes la gente nerviosa sacando y tapando sus útiles y pertenencias; volteando las ollas, sartenes, pimpinas, tinajas, jarros, vasos y, hasta las bacinillas, que luego tapaban primero con un fardo y después, con un viejo mantel de hule que ya no se usaría más. Metían la ropa y las cosas de valor en maletas y petacas, que después llevaban a un sitio seguro. En fin; era aquello un auténtico "ataja perros" −como se decía entonces−, menos mal que sólo era una vez al año y, sobre todo, se reducían con ello las probabilidades ciertas de pasar a formar parte de las lamentables víctimas en las estadísticas de muerte por Malaria, Fiebre Amarilla, Tifus, Chagas; entre otras.
...Entonces pues, Gabaldón al mando de aquel ejercito de entusiastas “soldados” de la paz, al servicio de la colectividad, se enfrentaban a diario por aquellos días contra un sinfín de enfermedades; endémicas todas para la época, por lo que en las tardes al final de cada jornada podíamos apreciar por todo el pueblo una verdadera sensación de limpieza, aun en la letrina de la más humilde de las viviendas del pueblo de La Atascosa.
...Era en este preciso momento, al culminar con la labor pautada para ese día, que nos percatábamos del extraño juego de letras al lado del logo del Ministerio antes mencionado, con lo que entonces leíamos sobre algunas paredes la escritura: SAS-DDT. Por cuanto enseguida se nos antojaba esto como una bomba de tiempo, lo que esa gente bajo el mando de Gabaldón habría instalado por todo el lugar, haciendo énfasis en sus “tronos evacuatorios”.
(…Mucho más adelante pude conocer que la segunda parte de aquella presunta “bomba”, en la enigmática combinación “químico−gubernamental” antes citada, tendría por significado: Di cloro difenil tricloroetano; de acuerdo con la bibliografía del momento en que ocurrieron estos hechos, ya hoy en desuso, corroborado entonces por mi amigo y vecino Ángel Acevedo a quien todos cariñosamente llamábamos "el químico" y, no por simple guasa, sino por sus bien logrados estudios en dicha materia. Tal vez veíamos una bomba en semejante binomio gráfico esos días, debido a que la dinamita se designa también con tres letras y fonética similar (TNT; tri nitro tolueno), aunado a la efectividad que a nuestro entender se observaba después de cada intervención de aquellos expertos sanitaristas).
Y; sería por éso que estas apreciaciones, coincidencias o no, justificaban en nuestra más sencilla imaginación pueblerina de aquella época, el por qué Gabaldón hacía dejar tales inscripciones precisamente, en las paredes y puertas de los excusados por todo el pueblo.
...A medida que seguía soñando con mis vivencias allá en La Atascosa, sobre las apariciones anuales del Doctor Gabaldón y su equipo cuando yo era niño, también empecé a imaginármelo de alguna manera, como una especie de Quijote. Aunque en su caso muy insigne, bien lucido y, enteramente dentro de sus cabales; recordando también aquel, el original, sobre el que ya algo había leído.
"…Que entonces andaba éste, desarraigando de sus más recónditos escondrijos por el pueblo, cual vasta extensión de La Mancha, a los causantes de todas esas calamidades y penurias anti sanitarias entre sus gentes —montado en un lindo caballito blanco, aunque no rocino, vestido con su armadura de cota de malla, cofia y brafoneras; luciendo además, un hermoso yelmo con crestón y cimera, al tiempo que llevaba en ristre su peligrosa alabarda—; en vez de ir tras aquellos supuestos gigantes de madera y lona, que quisieran llevarse consigo como en el caso del otro, a su hermosa Dulcinea…!".
...Por todo esto es que, cuando lo veía entrar a la calle El ganado donde nací, al volante de una de las angostas camionetas plateadas del Ministerio que sabiamente muy pronto dirigiría, me lo figuraba en verdad cual regio representante de aquella caballería Cervantina. Reafirmándolo en mi memoria, como aquel manchego caballero medieval sobre su acerado corcel −de nuevo, no rocino−; acompañado por Sancho Panza su oblongo tanque de espaldas y, la vara emboquillada que expelía el letal y al mismo tiempo vital DDT, su lanza en ristre de tan Saavedriana hechura… Todo el tiempo sin dar tregua al enemigo en pos de los cuales iba a las insalubres moradas, representativas éstas de tan aéreos por decir aromáticos, molinos que en el fondo de los patios batían sus aspas —precarias puertas de zinc o madera, de los excusados—, como impulsados por aquellos indóciles vientos tan igual a los de Extremadura; y, en las más atrabiliarias aventuras quijotescas.
...Así lo veía, pues, incansable en su lucha que parecía interminable pero posible, como realmente lo fue, para beneplácito no sólo de él que bien se lo merecía, sino de todos y cada uno de nosotros, agradecidos por siempre en estas latitudes perdidas de nuestra vasta geografía. Esto lo hizo repetidas veces, por años, en las más humildes localidades de todo el territorio nacional. Por eso en su honor, hay que quitarse el sombrero y, ahora digo:
"¡Salve Dr.
Gabaldón! …Larga vida eterna para que siga
quijoteando en el firmamento; en el espacio y, entre los espacios, con la venia
de Dios…!"
--- o ---
…Ido ya Gabaldón después nos visitaba anualmente también, realmente no me acuerdo para cuándo, otro gran Doctor; que se apellidaba Requena. Venía en compañía de su equipo de a pie con el propósito de chequear casa por casa y, muy de cerca, la salud de la gente especialmente niños y ancianos. Algunos de los cuales sobre todo los últimos, luego de recetarles un reconstituyente —medicinas generalmente en jarabes, de origen industrial, que él mismo proveía de su característico e inseparable maletín de cuero en color negro; curiosamente parecido a un acordeón— los que siempre llevaba para todas partes, entonces recomendaba a quienes tenían el deber de cuidarlos les dieran además, su respectivo consomecito de pichón. Después venia el turno de los infantes, a quienes trataba casi siempre, un catarro y problemas de lombrices.
"…Recuerdo por cierto a un muchachito de al lado de mi casa, que después de haber sido medicado con pasote se estremecía, primero tratando de apartar de su boca el pocillo con el efectivo bebedizo del médico y, a los pocos minutos, salía corriendo hacia el patio bajándose con desesperación los pantalones cortos que usaba; mientras a lo lejos en verdad, parecía una fábrica de serpentinas. Como ésas que se usaban para la época, en días de carnaval…!" −Decía Hilario.
...Entonces se veía cómo a lo lejos las repulsivas bichas le salían del trasero, enredándoseles por montón hasta en las canillas; por éso sería que este niño, después de esas efectivas expulsiones forzadas mediante la acción de la montuna hierba y, por supuesto, la pericia del buen Requena, todavía siendo un niño porque de adulto fue poeta, esto fue lo que escribió:
“…Ay! Mamita, mamaíta…!
Búscame
los tres doctores
Y me
consigues una cita
Pa´ agradecé sus favores…!”
En estas jornadas, el Doctor Requena hacia que uno de sus ayudantes que siempre eran tres, recolectara por adelantado las muestras de heces y orina, de los residentes en cada casa que luego visitaría, puesto que al llegar a un determinado sector era lo primero que ordenaba realizar; mientras él, con el resto de sus acompañantes en esta ocasión sus enfermeras, procedía a atender otros diferentes casos. Quizás por esta práctica, recurrente en todas sus visitas por demás, ya en el pueblo era común escuchar cuando alguien tenía que dar o acatar una orden y, que fuera irrefutable, la siguiente expresión:
"¡…A cagá, mandó Requena!"
—Tajante expresión la cual, al
igual que mucha gente, solía
usar mi papá; en recuerdo del célebre aludido.
“…Explícita manera que tenía el populacho, de indicar según su
real interpretación basado en las practicas del galeno en cuestión, de que más
nada quedaba por hacer; respecto a alguna situación en particular que se estuviese
tratando. Podía ser entendido como un sinónimo de determinación, naturaleza inobjetable y, carácter terminal…!”
…Diría Hilario después, cuando en verdad tomó conciencia de
dicha expresión.
Otra de las actividades que usualmente Requena y su equipo realizaban, allá en el pueblo, era la eliminación selectiva de perros callejeros con mal de rabia, que para entonces era común ver deambular, peligrosamente por las barriadas; por lo que también era usual en ese tiempo que las personas fuesen atacadas, mordidas e infectadas. Para hacer esto el Doctor Requena actuaba de dos maneras. Una, haciendo colocar carne envenenada en lugares estratégicos y vigilados para que ningún animal sano, fuese canino o de alguna otra especie, tocase aquel cebo. Otra práctica era usando un flover calibre .22, para cierto casos en que el veneno no diera el resultado esperado; pues había casos en que, sabiendo de algún perro con problema en algún lugar, éste se negara a probar bocado. Era como si esos animales algunas veces, intuyeran su tragedia, pero Requena y sus ayudantes no se desanimaban con facilidad y, a pesar de ello, conseguían sus resultados; a favor de aquella gente. Siempre librándolos del peligro, actuando cual ángeles guardianes y, "los paladines de la sanación” que efectivamente, para nosotros es lo que eran.
...Y; esto es todo por hoy, mis amigos. Hasta la próxima...!
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