sábado, 29 de mayo de 2021

 

29/05/2021


  ...Muy buenos días mis amigos. De nuevo por aquí con ustedes, en la continuación de mi libro: Andrómaca y Felipe   (Capítulo # 1).


  ...Ahí lo tienen:


     Al ver por primera vez la impactante joven que le presentaban, no pudo soportar con tranquilidad el fuerte impacto producido por tal acercamiento y, fue allí, cuando de inmediato le propuso al amigo llevársela con él, para que le administrase su finca allá en La Atascosa; algo que enseguida don Eustorgio recomendó con insistencia a su hija, la cual aceptó gustosa, diciendo:

“…Será un honor para mí y mi familia, servirle; señor Gómez. En próximos días estaré visitándole, después de resolver unos asuntos por aquí…!” 

…Dijo, sin titubeos, la espigada muchacha.

  “…Gracias, señorita Victoria, el honor es mío ¡Caramba! Allí estaré, esperándola con ansias…!”

 …Contestó Felipe, nervioso, atropellando sus palabras claramente deslumbrado por la impactante belleza de la chica que tenía al frente y, cuya tersura en sus manos al momento del breve contacto en el saludo, se negaba dejar escapar. “Recordarían ambos después este hecho, muertos de la risa, en sus románticos encuentros”.  

                                                                --- o ---

     Se desplazaba Victoria de nuevo, aquel día, como siempre en el desvencijado vehículo del chofer de la finca “La Gomera”, que así era como en realidad se llamaba aquella parte donde trabajaba. Pero esta vez habría una gran diferencia en el rutinario viaje; pues éste, iba a ser especial y, por añadidura, el último de la serie.

 …De pronto, el silencio habitual quedó roto cuando sorpresivamente dijo el chofer:

  Señorita Victoria, que Dios la acompañe allá en su nueva estancia; por mi parte y la de mi familia son éstos nuestros deseos, por cuanto estaremos siempre a sus órdenes por aquí. ¿Oyó…?

  Gracias, señor Clemencio…!  Tan sólo atinó a decir la joven mujer, visiblemente sorprendida.

 …La repentina rotura del mutismo crónico de Clemencio, provocó una explosión sonora tan inusual en los oídos de Victoria en ese instante, que enseguida sintió escapar  como una tromba en el viento todo el silencio acumulado en la llanura; incluso, desde que saliera de su propia casa. Logrando distinguir entonces de nuevo como allá en Guardatinajas en sus tiempos de niña, el misterioso ulular del viento, el discreto trinar de los pájaros y hasta el suave aroma de las flores; aun con el imperceptible rumor de sus pétalos buscando acomodo según su propia naturaleza, para dar forma a las corolas. Así como también el zumbido de los cigarrones, sobrevolando toscamente por encima de todas ellas. En los Lirios, Jazmines, Cuarentonas, también en los Capachos del campo; cuyos verdosos, tiernos, y flexibles tallos luchaban por sostenerse erguidos, en el barro del camino.      

     Que se replegaban pero aún así trataban de volver atrás, con renovado estoicismo, a su posición original cuando eran removidos con violencia por acción de las llantas del vehículo; tras pasar zigzagueante por el lodo en una leve depresión de la sabana. En aquel Agosto, especialmente lluvioso.

 …Así mismo también podía escuchar, no sin temor, el atemorizante ronquido de dos  parejas de zorros almizcleros, quizás con mal de rabia; allá a lo lejos. Vistas sin embargo sus espumantes fauces, que con insistentes dentelladas trataban de pelar las múltiples cuerdas verde grisáceas, con fuerte olor a mapurite, colgantes de las tantas macollas de epífitas que inclementes invadían las copas de los árboles de Caruto y Merecure, típicos en aquella época del año; para luego caer en haces, como vencidas cortinas hasta el suelo… Configurando acaso, bajo la húmeda fronda arbórea de aquellos árboles tan apreciados por los llaneros, el símil de una exposición a campo abierto de los singulares “Penetrables Cinéticos, del maestro Jesús Soto" —pensaría Victoria, evocando sus pasados años en los cultos espacios de la Ciudad Universitaria allá en Caracas; donde aparece este venezolano alternando en las importantes muestras artísticas de esta casa donde se vencen las sombras; al lado de otros de  la talla del franco alemán Hans Arp, y el húngaro aunque desarrollado en París, Víctor Vasarely—.  Impregnando al mismo tiempo todo el ambiente con su intimidante, peculiar y clásico aroma; tan propio de las sabanas de aquí, en los tiempos de agua… Que para las gentes de la comarca, como ahora Clemencio, es como decir en su sencillo lenguaje llano:

     “…Fo, fo, si hiede a zorro,  cará…!”

…Dijo éso precísamente el hombre, de nuevo, ahora sacando a la muchacha de sus elucubraciones artísticas citadinas.  

…Todo lo cual hizo que Victoria se erizara de nervios, al recordar un episodio similar en tiempos de su infancia; cuando allá en su pueblo, en uno de los tantos fundos que tuvo su padre entonces, fue perseguida desde el monte hasta su propia casa por un par de estos animales, mientras trataba de recolectar unos frutos de Merecure a la orilla de una quebrada. Cuando de pronto, todo quedó invadido por aquel mismo y recalcitrante aroma, que quedaría grabado para siempre en su memoria. Siendo quizás esto, lo que le hizo ver ahora las espumantes bocazas en los animales aun a lo lejos, que a pesar de estar bastante retirados del lugar por donde ellos iban pasando, enseguida prefiguró en los mismos semejante característica; mientras aquellos con los ojos inyectados en sangre y, como unos focos de advertencia, creyó que muy pronto se les abalanzarían encima… Como aquella vez, en Guardatinajas.

    Esto hizo que se dirigiera de nuevo, ahora con el temor reflejado en su bello rostro, al conductor de la quejumbrosa camioneta; diciéndole:

     ¡Vamos, vamos ya señor Clemencio; apúrese, acelere…! —Dijo.

   Sí mi niña, eso intento, pero este barrial no me deja; no jile…!

…Dijo Clemencio; mientras a punta de chancleta y palanca, se esforzaba en verdad por satisfacer las apremiantes demandas de su asustada  acompañante.

    Por lo que a Dios gracias, y en respuesta a tan denodados esfuerzos del chofer de la vieja  “pick up”, se estremeció ésta una vez más para dejar atrás las curvilíneas marcas en el barro fresco, desde el cual se levantaban de nuevo y, como por arte de magia, las Cuarentonas y los Capachos. Que sin embargo se movían graciosas en su pulcra belleza con sus suaves y cadenciosas oscilaciones al viento, como despidiéndose de quienes con tanta prisa habían pasado a través de su contrastante y pegostosa muladar. Emulando orgullosas en su humilde pervivencia, aun siendo llaneras, la digna belleza milenaria de la flor de Loto… Y; fue sólo entonces, cuando los entejados techos de “La Casa Grande” —como también era conocida por todos, la residencia de habitación del matrimonio Gómez Katay— comenzaron a despuntar allá, a lo lejos, que Victoria Sarmiento recobró de nuevo la calma. Moviéndola casi de forma automática, a hurgar entre el bolso que apretaba entre las rodillas de sus bien torneadas piernas, en busca de los efectos personales que le hicieran falta para acicalar su linda cabellera y, retocar su agraciado rostro.

     En cuanto llegaron, traspuso por fin el carro la entrada desde el Suroeste. En el lado opuesto al arco de acceso a la bella casa donde en poco tiempo, la joven Victoria encontraría el amor; sólo que en su triste caso, sería el preámbulo de algo muy oscuro y bochornoso en toda su vida. Yendo a estacionarse la vieja camioneta debajo de una hermosa arboleda cuyos miembros para ese momento, siendo esta su temporada, estaban bien cargados y maduros.

 …El aroma que emitían los frutos al aire mientras las verdes hojas tamizaban la luz solar a través de su follaje, imponían al lugar un remanso de frescura y solaz tan especiales, que inspiró en Victoria una inmensa paz espiritual, haciéndole recordar sus lecturas de Hesse; que casi le hacían divisar, sentado allá delante de uno de los frondosos mangos al frente, al otrora imberbe y muy piadoso Siddhartha… Transmutado entonces en ese preciso instante y, por decisión divina, en el mítico y luminoso Buda; quien incólume la veía a través de sus párpados cerrados mientras permanecía allí, con un secular estoicismo en su sempiterna posición del loto. Para gloria de los hombres y, también de los tiempos.

     Victoria bajó del vehículo con su bolso de mano por la puerta que entonces le franqueaba Clemencio, quien ya tenía sostenida en su diestra la pequeña maleta con sus pocas pertenencias. Luego la tomó suavemente con la otra por uno de sus brazos y, la guió por donde no hubiera tanto barro, evitando de este modo se estropeara los lindos dedos de sus pies; que se asomaban hermanados, a través de la abertura por delante de sus sandalias. Dirigiéndose así a dar la vuelta por un costado de la casa, para luego acceder al corredor principal de la misma; del lado frontal al gran arco de entrada opuesto a por donde habían llegado. Allí mismo fue recibida por la señora Andrómaca, quien de antemano le había mandado a preparar una amplia y acogedora habitación, amoblada con buen gusto y tiernos detalles de mujer –de seguro por ella−, que competían en esplendor con el del patio de los mangos; desde cuyos ventanales se divisaban hermosos una vez más, pasando a ser éstos sus secretos confidentes en los azarosos devaneos por venir.

     Tal habría de ser la impresión que tuvo la recién llegada huésped de honor de la familia Gómez  Katay, cuando cruzó el umbral de aquella puerta hacia lo que sería de aquí en adelante, su nuevo hogar; por obra y gracia del amigo de su padre.

     Después de instalarse en sus aposentos, Victoria fue llevada a su oficina habitual que estaba al lado de la que ocupaba el señor Felipe, pero dentro de un mismo espacio; aunque su propio sitio esta vez había sido refaccionado un poco, haciéndolo algo más acorde con su estilo. Siendo reordenado con igual delicadeza que sus habitaciones, a lo que ella sólo tuvo que imprimirle su propio y muy particular, toque personal.

     Hacía tres meses ya de estar allí, en esta nueva etapa de su primer trabajo. Instalada en una vieja oficina ubicada en un gran espacio común dentro de un galpón semi industrial, improvisado lugar de donde se manejaba la administración de la finca, aun desde los tiempos de los abuelos de Felipe; hasta que, con motivo de su contratación y mudanza se trasladaron definitivamente las operaciones, a unas instalaciones más acordes y modernas. En unos espacios escogidos para tal fin dentro de la propia "Casa Grande". Quedando las oficinas independientes esta vez, contigua una de la otra, respecto a la de su jefe.

     Victoria Sarmiento era una joven mujer que aparte de su sobrada belleza y hermosura, transmitía a su trabajo además, un gran profesionalismo; demostrado con creces hasta entonces desde el primer momento de su llegada, cuando vino para hacerse cargo de los asuntos administrativos de la familia Gómez  Katay. Durante su estancia en el lugar había dado consistentes muestras a sus empleadores, también a la gente del hato en general, de que tenía un perfecto dominio de su trabajo, en lo relativo a la cosa administrativa y económica para lo cual fue contratada; rebasando en consecuencia las expectativas de su empleo y, al descollar en su desempeño en todo cuanto hacía. Modestia aparte, en lo personal era muy bien apreciada por sus buenas acciones y, cualidades humanas, entonces tan ponderadas.

     Así fue pasando el tiempo dentro de una gran normalidad, hasta que poco a poco la muchacha fue dando sutiles giros en torno a su personalidad, que de verdad empezó a preocupar la gente. Porque al parecer llevaba algo oculto en su fuero interno que por supuesto nadie sabía, empezando de pronto a manifestarse dejando sorprendidos a quienes entonces la veían, aunque expuesto muy sutilmente al inicio, para definitivamente transfigurarse en otra persona tan diferente a aquella que antes fue; todo lo cual tenía a las personas que la conocían, o al menos así lo habrían creído y, necesariamente tenían que alternar con ella, ahora con las alarmas encendidas en una constante observación.  

     En este punto para la joven Victoria y su entorno las cosas ya no eran lo mismo. Su situación había pasado a otro nivel, en que últimamente venía dando claras muestras de distinta tesitura en relación a las habituales, ya ante todo el mundo; y, en consecuencia, se fue rodeando de un ambiente negativo que a todas partes la seguía. Surgiendo de pronto a su alrededor, un cuadro bien complicado en el que de una forma muy incómoda a diario se debatía y, la llevaría forzosamente a replantearse con toda crudeza, primero su situación de permanencia en este  lugar y, también algo mucho más profundo aún; su futuro.

     Era obvio que algo raro estaba pasando en la vida íntima de la otrora agradable jovencita, pero por supuesto nadie se imaginaba qué podía ser; porque eso sí, ella en estas cosas era muy cerrada. Cuando desde un principio dejó muy claro su posición al respecto.

     Una tarde estando sola sentada ante su escritorio de trabajo después de una dura jornada, tres años habían pasado ya desde su llegada; y, entonces, comenzó a cavilar en torno a lo que sería su inmediato porvenir. En que cada vez con mayor insistencia el señor Felipe se le insinuaba, más abiertamente, cubriéndola de atenciones innecesarias que a veces le hacían sentir pena con la señora Andrómaca y, hasta con el resto del personal; puesto que aquel no se medía ya, en sus impropias sugerencias.

     Razón por la cual ya algunas personas algo suspicaces que habiendo conocido desde un principio el buen comportamiento de la joven, comenzaron a entender lo que estaría sucediendo. Empezando ella a debatirse por tal motivo en un perfecto dilema porque además del señor Felipe con su esposa, a quienes por una parte se debía en su condición de empleada, tenía que hacer frente por otra a las fuertes sugerencias del jefe tratando de conquistarla, pero en medio de este inusual empecinamiento con ella estaba también Wenceslao, su hijo menor; con quien sin embargo tal vez por ser un joven, casi que de su misma edad, se venía desarrollando entre ellos una bonita amistad que inexorablemente había llegado a un punto, en el que ambos sentían una atracción muy especial; incluso de tipo sexual… La cual ya compartían y, habían consumado por primera vez recientemente, en el transcurso de estos mismos días —por tal razón, el motivo de sus actuales elucubraciones—; en una extraña situación tan irresistible en que una cosa llevó a la otra,  hasta que humanamente se hizo imposible contenerlo. Dejándose llevar en el acto y, sin preocuparse más en detenerse, simplemente disfrutó del mismo; porque tal vez lo deseaba, al sentirse genuinamente atraída por el chico.

     Lo cierto del caso fue que Victoria después de aquello se sintió especialmente agradada de tales experiencias, además de extrañamente triunfal aunque no sabía cómo explicar este sentimiento, de acuerdo a lo ampliamente meditado todos estos días, sobre el particular; una situación que afrontaba con entera satisfacción por cuanto se sabía una mujer abierta y decidida, “sin los prejuicios tontos de la gente sin educación” −pensaba, justificándose−, pero sin embargo como es natural sentía un cierto temor de caer también en equivocaciones que después, tuviera que lamentar. Pudiendo transformarse a futuro en un lastre, para la vida plena que se habría propuesto vivir.    

     Wenceslao Gómez Katay por ahora,  tan sólo era un guapo y agraciado joven sin experiencia alguna en la vida, como tal, que luchaba por labrarse un futuro a través de los estudios mediante el apoyo decidido de su acomodado padre, pero por supuesto, aún sin fortuna propia; cosa que no cuadraba muy bien con los recientes planes de Victoria, concebidos en secreto en lo profundo de su mente y, en un momento cuando se habría fijado como objetivo más inmediato la promesa de sacar de la pobreza a su propia familia; especialmente a su querido padre. Algo en lo cual todavía no sabía muy bien cómo actuar para hacerlo, aunque creía tener un buen plan para lograrlo.

     Sabía perfectamente que el camino hacia el cumplimiento de sus objetivos sería uno hecho de piedra, de duras rocas de aquí en adelante pero que necesariamente tenía que pulverizarlas, si quería tener éxito. La lucha tenía que ser tenaz y despiadada, aun cuando tuviera que enfrentarse a la desagradable situación de pasar por encima de algunas personas por las que tenía sin embargo, un cierto aprecio, tanto de aquel que la había traído el señor Felipe, de su hijo el joven y desesperado enamorado Wenceslao, así como también de la mismísima Andrómaca; con quienes compartía en primer término, este peligroso "affaire".

    Mientras tanto, Felipe seguía empecinado en sus continuas muestras de desbordante “amabilidad” hacia la empleada estelar, pese a que ésta aún, no daba muestras de sentirse atraída por él. Entonces sí, más bien por el muchacho aunque ciertamente, era de su preocupación también e inquietaba su ánimo, el espinoso tema tabú de la esposa engañada; del que ni siquiera pese a su desenfado y decisión, tampoco parecía zafarse por completo. Obviamente un inquietante paso que de seguro tendría que afrontar en su espinoso camino,  representativo para ella de algo así como el escollo más difícil de salvar hasta llegar a su aparentemente inalcanzable,  veta de oro; que no estaba dispuesta a rechazar… La cual explotaría a sus anchas con el uso de sus herramientas más poderosas que, al ser puestas en juego, de seguro la pondrían a su entera disposición. En la tan ansiada búsqueda de recursos que le cambiaría el rostro a la ridícula condición de pobreza de esta hermosa y confundida mujer; que, según su claramente errado criterio de naturaleza tan sólo crematística, sería de beneplácito para su familia, especialmente en el caso de su amado padre.

     Ante este turbio panorama de contenidas penurias entre su gente, en combinación con su ya desagradable estancia en ese lugar, fue entonces cuando esa tarde, Victoria tomara la determinación de hacerle el juego al Sr. Felipe Gómez, al tiempo que daría rienda suelta a sus más oscuros sentimientos por Wenceslao; una cosa y otra, a la vez. Peligrosa licencia en una situación tan crítica, al dejarse arrastrar por la lujuria y, la codicia; pero jamás se imaginó que aquel peligroso juego de amores triviales que al principio le pareció divertido e inocente, se convertiría en una tragedia que la dejaría marcada para toda su vida. Siendo éste quizás, el más alto precio que tendría que pagar en su búsqueda por dar un salto hacia el cambio de condición social que tanto deseaba. También, por querer darle un golpe de timón en positivo según y como veía las cosas, a su díscolo destino.

  …Desiderátum que sólo ella sabría cómo cambiar según se lo figuraba (¿?), haciendo que sus invisibles e imprevisibles hilos obrasen siempre a su favor; y, así llegó a pensarlo creyendo que lo lograría, en su más supina ingenuidad aquella tarde. Una mujer totalmente inexperta, en ciertos asuntos de la vida; únicamente bella y hermosa y en la flor de la juventud; pero cuán equivocada estaba en cosas del amor. Pues Victoria, por tal equívoco se hundiría en tan insondables profundidades dentro de la incertidumbre de un tortuoso y prohibido romance, con lo cual también, en el desprecio de mucha gente en el pueblo que la creyó culpable desde un principio… Cuando algunos vieron en ella los primeros cambios de personalidad que la iban tornando avasallante e insoportable, aunque al principio parecían ser tan sólo los atisbos de una comedia en ciernes aunque pasajera, que no llegaría a nada como muchos otros casos similares en el pueblo —donde de usual nada ocurría; aunque ahora las cosas, sin embargo, comenzaron a pintar muy diferentes. Con una mujer calculadora que igual le hacía el juego al hijo, pero también al padre. Obrando en consecuencia de tan patética situación, la inminencia de una destructiva colisión—; pero en este caso, sí que sería muy real.

  …Dando paso a partir de allí a una grave tragedia, sin precedentes hasta entonces. Que conforme se desarrollaba con los días pasaría a ser aquella una, grande, triste y lamentable; enlutando finalmente a dos de las más respetables familias del pacífico pueblo, de La Atascosa.

…Trocando un necio y conformista principio escuchado durante años, por la entonces niña Victoria y que,  enarbolaba su padre, cuando jaquetonamente lo escuchaba  vociferar:   

“…Hijos míos; el destino, es el destino y, el suyo, será el que cada quien se haga. Pero si te equivocas, ya no valen los lamentos. Dijo una vez un filósofo…!”

  …Solía decir esto el muy bellaco, don Eustorgio, pretendiendo sentenciar a su favor el espíritu de semejante pensamiento, si es que había realmente alguno en él, cuando trataba de justificar sus propios infortunios; ante su familia y los amigos que, aún le quedaban.  

 …Y; fue así finalmente, mediante sus calculadas maniobras con las que pretendía aparecer “como si no quebrase un plato” —bastante leves e imperceptibles en un principio, empero— y, tras la diligente aprobación del taimado señor Felipe, que Victoria Sarmiento comenzó a vivir bajo el mismo techo junto a sus empleadores; a instancias precísamente y para su propia desgracia, de la mismísima señora Andrómaca, quien desde un principio también fue seducida por sus falsos encantos. Viendo presentarse con este hecho como por arte de magia, la oportunidad de oro que Victoria siempre había estado esperando; cerrándose así el círculo en torno a la primera fase de su peligroso plan de apropiación de la fortuna del confiado don Felipe.

 …A quien reduciría  primero con sus encantos, una vez a su lado, entonces con más tiempo disponible para hacerlo y, sabiéndose una mujer sumamente favorecida por la plenitud de su hermosura; confiada además en los sobrados atributos de las delicias amatorias que sabía ella tenía… “A partir de allí, el resto sería tan sólo, pan comido como quien dice...!” —Solía decirse para sus adentros, la muy taimada; precísamente, tal cual esa tarde en su oficina en que entonces encontraba.   

    Todo transcurría hasta aquí, visto el asunto por fuera de los pensamientos íntimos de los involucrados, en una cierta normalidad. Siendo la relación entre empleada y patronos aparentemente de la más absoluta armonía; incluso con los hijos del matrimonio, quienes estudiaban afuera en ciudades del centro del país, como era el caso de Wenceslao que cursaba en Caracas la carrera de ingeniería en petróleo. Mientras que su hermano mayor, Leoncio, se había decidido por abrazar los hábitos haciendo carrera en la iglesia; cumpliendo sus primeros años de formación en la ciudad de Los Teques, para más tarde radicarse en el Seminario de Calabozo hasta los actuales momentos.

     Con el correr de estos años los hermanos fueron aprendiendo a dispensar un trato muy especial a Victoria, cada uno según su particular carácter e intereses en la vida. Desarrollándose entonces una bonita amistad expresada incluso en las cartas que aquellos, regularmente enviaban a sus padres, cuando estaban ausentes; haciendo de esto un reflejo de su amor y cariño hacia la muchacha, donde siempre se referían a su persona y pedían para ella muchos saludos. Un amor demostrado al máximo cuando los chicos venían al pueblo, a su casa, sobre todo en tiempos de diciembre; o, durante la Semana Santa como era el caso del futuro Sacerdote.

     Justo en días recientes ya pasados, el joven seminarista Leoncio Gómez Katay fue traído al pueblo invitado por las "Damas de la Congregación de María", en un principio para asistir al anciano Párroco don Cecilio Apóstol del Rosario en los asuntos cotidianos de la comunidad eclesiástica; especialmente en las sucesivas y largas homilías durante las exigentes procesiones por las calles de la población, en esa semana tan especial:

"…Pues, el viejo Cura ya no está para esos trotes, propios de las exigencias de la semana mayor…!" —Solía decir una de las fieles, aunque con mucho respeto, fundadora de la citada agrupación mariana promotora de la incorporación del joven religioso a la Parroquia; la señora Estela de Rondón.

 …Con sus largas y extenuantes caminatas en medio del calor abrazador del llano y, la multitudinaria presencia de sus parroquianos portando la imagen del Santo Sepulcro a cuestas; máxima expresión litúrgica del Viernes Santo y, un asunto por aquí que es ley inobjetable en el arraigo de la fe, en toda la feligresía.

(…Por cierto cuenta la gente mayor que un día durante una de estas largas romerías callejeras, don Cecilio se tropezó de pronto con una piedra, cayendo inesperadamente al suelo; aunque a Dios gracias, saldría ileso del infortunado episodio —recordó Victoria con agrado apartándose como a veces lo hacía, de sus truculentos pensamientos, algunos de los pasajes de su estancia entre aquella gente referidos por su jefe en algún momento de distención; en que a veces se explayaban y, obviamente tratando como siempre esa vez, de impresionarla.

…No obstante, esto hizo que de allí en adelante calle donde ocurrieron los hechos empezara a llamarse con el revelador nombre de "Tropezón"; por lo cual, aún hoy en día, es así como se la designa. Un extraño episodio que de inmediato comenzó a ser catalogado tanto por los más crédulos como por los menos, como un “acto milagroso” según los primeros y, más bien visto como una "señal agorera" por parte de los otros; a cuyo juicio simplemente, era indicativo de que en el pueblo algo malo iba a suceder.

…Empezaron a debatirse a partir de entonces así, tozudamente ambos bandos, en su incipiente posición maniquea sobre el bien y el mal, en medio de sus destempladas voces; sin embargo, sabiéndose eran unos pacíficos vecinos de toda la vida, muchos de ellos hasta familia, lograron conseguir ese día un punto de equilibrio en medio de sus diferencias y, ahí mismo se afanaron por igual en brindar ayuda al anciano y adolorido Párroco… No sin antes persignarse con la señal de la cruz, sólo los más comprometidos por su fe, eso sí; por lo que entonces, enseguida se escucharía la voz de una mujer que iba de rodillas sangrantes pagando una promesa, la cual entre lágrimas exclamó:

   "¡Se salvó por un peliiito, vale…! Cayó aquí mismito junto a mí, pero no pude hacer nada, ya lo ven…!" —Hizo un gesto de dolor, mostrando su impedimento.

…Otro que estaba al lado contestó, pero con sorna:

   "…Qué ironía,  misia; no ve que es calvo el pobre curita…?"

   "Aaah no, mi hijito! Yo no lo digo por éso; y, usted lo sabe. Hablo en serio, falto de respeto…!" —Se defendió enérgicamente, pese a su condición, la señora; golpeando al hombre en las canillas, con una de sus muletas—. Entonces el otro se quedó quieto, ante la contundente respuesta de la señora y la mirada inquisidora del resto de los feligreses; por lo visto dispuestos a hacer que se comiera, las mismas velas encendidas que llevaba en sus manos, si era necesario.

…Hasta hubo algunos que desde aquella tarde, como promesa para el alejamiento de los malos espíritus comenzaron a usar unos extraños collares hechos con semillas de peonía; alternados con otros de brusca, de forma inter diaria. Mientras que en los días de por medio, usaban uno muy diferente hecho con trozos de tuza, de mazorcas cosechadas en menguante intercalados con pepas de Coroba;  fritas en manteca de raya, además. O; sea, en cualquier caso siempre llevaban dos collares puestos, todos los días de la semana y, por todo un año. ¡Valga pues, la inquieta imaginación popular!!! 

…Cabe recordar que el iniciador de tan estrafalaria práctica, era un hombrecito tomado por todos no como muy creyente que digamos, llegado al pueblo procedente de Cabruta  o, de  Caicara, no se sabe a ciencia cierta de dónde fue que vino; o, lo trajeron. Tenía por nombre Ruperto Colavita, a quien todos apodaban simplemente: “El indio”. Entonces alguien en alguna concurrencia afirmó que habría sido traído por un amigo suyo,  “El Italiano don Claudio Milano; para que trabajara en su taller de carpintería de la calle Páez, que tenía por nombre Carpintería Véneto. Hoy en día, trágicamente fallecido y, mediante su propia mano; sí señor…!”

…Argumentaría algo nervioso quien hablaba, persignándose enseguida, con la señal de la cruz...!)

     Así pues —siguió recordando Victoria, esta vez, cosas que vivió luego dentro de ese mismo tenor—; desde que ocurrieron tales hechos que involucraban al Cura don Cecilio en una situación tan desagradable, las damas matronas del pueblo que formaban parte de las Marianas comandadas por la señora Estela de Rondón, acordaron concertar una reunión bajo los auspicios de sus padres, con el joven Cura Gómez Katay, destacado en Calabozo  —todavía no lo era en realidad, aún seguía siendo un seminarista, al menos por un par de meses más; pero a todos sus paisanos ya les gustaba llamarlo así, de forma anticipada— y, nativo de La Atascosa; para que aceptara su propuesta de venir a visitarlos en calidad de asistente del Cura en funciones. Previo un permiso especial de sus autoridades en el Seminario, por supuesto.

…Sería su primera aparición en público como Párroco auxiliar −por así decirlo−, en ocasión de las misas y actos litúrgicos especiales de la venidera temporada de Semana Santa de aquel año, siguiente al estropicio del viejo Párroco;  y, aliviando así la carga de trabajo al bienaventurado de don Cecilio, también nativo de aquí. Para llevar esto a cabo, ya con la aprobación de los padres del joven Leoncio, enviaron sendas cartas de solicitud y aprobación; tanto al Cura en ciernes, además de, a las autoridades del Seminario.

 …Transcurridas varias semanas las humildes Marianas recibirían con beneplácito una comunicación oficial de la iglesia donde se daba luz verde a su respetuosa petición, iniciándose de allí en adelante las visitas del seminarista y religioso al poblado que lo vio nacer y, dando cumplimiento de este modo a los deseos de su agradecida grey; la cual ahora más que nunca colmaría con su masiva asistencia al templo, los actos litúrgicos que allí se celebraran… Período declarado de júbilo por las autoridades civiles de entonces en el pueblo encabezadas esa vez por el insigne vecino don Antonio Marchena, quien dijo en la iglesia aquel miércoles santo, en honor del ilustre hijo de don Felipe y, su señora esposa la señora Andrómaca; lo siguiente:

"…Noble pueblo de La Atascosa, recibamos con alegría, humildad y mucho fervor, al querido paisano Leoncio Gómez Katay. Nuestro piadoso hermano nacido aquí, entre nosotros, ungido por la gracia divina del Señor como su fiel y devoto servidor;  depositario de nuestra fe, ante su santa gloria…!"  

 …Dicho éso, entonces agregó:

  "¡Aah, ajá! …Pero sí es verdad, chico! Se me olvidaba decir también, que para beneplácito y alivio del sufrido don Cecilio, aquí presente; que ya no se tropezará más con infortunadas piedras en su camino —dijo jocosamente el ilustre vecino, en clara alusión a la caída del anciano Párroco, los días santos del año anterior—. Quien en esta vez a Dios gracias, tendrá a su lado el apoyo perfecto en el Padre Leoncio…!"

 “¡Enhorabuenaaa!!!”

…Remató el hablante, muy a su modo.

     Después de aquellas acertadas y chuscas palabras de don Antonio Marchena, todos aplaudieron jubilosos, sin salirse mucho de los cánones establecidos por la majestad del recinto; entonces tronaron con encanto sublime a través de los empolvados y vibrantes vitrales de la iglesia los acordes melódicos de los Cantos Gregorianos, procedentes de la vieja pianola. Ejecutada con absoluta maestría para aquel acto, por el novel monaguillo Temistocles Leonardo Buonocuore −Temi−, como también le decían y, también nacido de allí. Acompañado por una selección de jóvenes intérpretes del bel canto, avanzados músicos de cámara del templo.

"…En verdad, todo aquello fue bien bonito!"  

 …Musitó Victoria, entonces a solas con sus pensamientos.

…Estaban allí aquel día en la misa, al igual que todo el pueblo en pleno y, en primera fila junto a las autoridades, la familia del joven Cura incluido su hermano menor Wenceslao,  recién llegado de Caracas esa misma tarde. Sentada entre éste y sus padres estaba Victoria Sarmiento, al lado de la señora Andrómaca. Mientras Tanto la joven a ratos tocaba con un codo al muchacho, como para llamar su atención en relación a algo curioso que ella considerase oportuno; o, porque alguien, amigo o amiga en común, manifestara interés en saludarlos cuando ella viera que éste, no se percataba de tal intención.

 …En general se comportaban Victoria y Wenceslao con total naturalidad, viéndoselos muy animados en sus conversaciones —cuando estaban fuera del templo, porque dentro de éste, guardaban la más rigurosa compostura; excepto por los toques de codo ya indicados, tal cual esa vez—; por cuanto realmente podía decirse que configuraban la pareja perfecta. Tanto, que un hermano de Felipe también allí presente ese mismo día y que tenía por nombre “Chuíto”, comenzó a insinuarle basado en ciertas “cositas” que dijo haber observado en algún momento recientemente pasado, sus apreciaciones al respecto; pero entonces aquel, negándose a escucharlo simplemente replicó:

"…Caramba, Chuíto…! Tú, en todas partes andas viendo fuego; más bien debiste ser bombero, chico…!"

“Cállate vale, mira que estamos en la iglesia…!” −Concluyó enfático.

     No obstante; Chuíto insistió, dando por terminado  sus comentarios:

  “…Está bien Felipe, ya lo verás tú mismo y, entonces te convencerás…Ya lo verás mi hermano, ya lo verás…!" —Dijo, entonces sentencioso, el otro.

“…En realidad, Chuíto Gómez tenía buen ojo para aquellas cosas, además en este caso en verdad había visto algo más; tal como trataba de decírselo a su hermano y, en verdad tenía razón. “Lo que tal vez por inexperiencia de juventud, Wenceslao y yo no supimos mantener en secreto; apropiadamente. Que más tarde, Felipe me sacaría en cara para avergonzarme y, entonces él hacerse la víctima. Pero, como dice mi papá, a lo hecho pecho…!"  

 …Se lamentó Victoria, al pensar en aquello, al tiempo que intentaba darse ánimos. En seguida recordó también, el secreto revelado después, entre aquellos dos hombres.

“…Resulta que una vez, diría Chuíto a Felipe cuando al fin un día, este aceptó escucharlo, en ocasión de una visita por su finca donde acostumbraba hacer un recorrido cabalgando descuidadamente por aquellas tierras, que le eran tan queridas y además, traían a su memoria alegres escenas de juventud en aquellos parajes junto a sus padres, hermano y amigos... En que montado sobre un potro rucio mosqueado que tanto le gustaba cuyo nombre era “Cucharilla”, llegó al morichalito que había a la mitad de los terrenos  para dar de beber al animal; cuando de pronto, a lo lejos ve lo que parecen ser dos jinetes, pero al acercarse más al sitio, comprueba que en realidad eran sólo dos caballos que pastaban en el prado, aunque estaban ensillados y, amarrados con un cabestro más o menos largo de una de las palmas de moriche, lo que les permitía un buen rango de pastura en torno al árbol.

  …Al ver aquello de ese modo se apeó cauteloso, no fuera a ser que se tratara de intrusos pescando sin permiso en el río, buscando sorprenderlos, para lo cual amarró su propia cabalgadura también en el mismo palo y, con mucho sigilo, se enrumbó hacia el arroyo para entonces divisar, aún más sorprendido, una pareja dentro del agua; tan distraída en sus asuntos, que ninguno se percató de su presencia.

     Es entonces cuando Chuíto se agacha detrás de un mogote de hierbas medio secas, de las muchas que por allí había, dispuesto a asegurarse de quiénes eran aquellos; pero enseguida su curiosidad se transformaría en asombro. Uno de marca mayor; pues, la pareja en el caño no era otra más que, la joven Victoria Sarmiento totalmente en cueros enredada como culebra sobre el cuerpo también desnudo de su sobrino Wenceslao, que daba brinquitos en el agua como poseído por una diosa. Después de mirarlos por breves instantes, incrédulo y, todavía sin ser visto, reculó volviendo atrás para entonces montar nuevamente sobre su caballo y, salir cabalgando a trote suave, hacia la casa principal.

  …De regreso, Chuíto venía haciéndose todo tipo de conjeturas, ilusiones y fantasías, sobre la fogosa relación que vio consumarse con tanto frenesí. Pero pensando luego que en realidad no había nada malo en ello, puesto que eran jóvenes, sin compromiso alguno −al menos, hasta donde él sabía− y, además su día libre; pues, era Domingo. Llegó a La Casa Grande sin siquiera darse cuenta, prácticamente llevado por su caballo. Desmontó, le dio de comer y beber al animal para luego despedirse de sus parientes. Se marchó así a su propia casa; en la próxima finca que quedaba en las cercanías, a unos diez minutos de viaje en su viejo Jeep Willys…!”


... Hasta aquí llegamos hoy. Saludos y, espero que les guste. Chao...!

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          ...Buenos días mis amigos. Hoy les traigo la tercera parte del capitulo numero  cuatro de mi libro "Andrómaca y Felipe",...