Muy buenos días, tengan todos ustedes. Aquí estamos de nuevo para dar continuación al capitulo número 3; de Andrómaca y Felipe. La confesión.
1.3.- —La Confesión—
...Uno de aquellos días justo cuando Felipe se alistaba para ir al pueblo, lo cual ya no ocultaba a su desesperada esposa, había recibido un mensaje enviado por Victoria; donde daba cuenta de algo que no esperaba, lo cual sabía vendría a amargar aún más, su desastrosa situación amorosa y conyugal.
Tal noticia no era otra, sino que,
Victoria le decía que estaba embarazada de él, razón por la cual el hombre era todo
un manojo de nervios ese día. Allí mismo le comunicaba que fuera a visitarla de
inmediato, para hacerle saber más al detalle, sobre este hecho.
Felipe tenía varios días sin visitarla,
tal vez porque ya presentía algo en ese sentido. Es por ello que, tal ausencia
en él, tenía nerviosa a su la mujer quien pensara que enviando un emisario con
su carta, haría que las cosas volvieran más o menos a la normalidad (¿?)…
Así que, Felipe, una vez leída la misiva se armó de valor al ser sorprendido en
el acto por su esposa; a quien enseguida encaró definitivamente, diciendo:
− ¡Mujer, te he fallado vilmente!
…Ahora mismo, me
preparo para ir tras Victoria, de quien, ya tú debes saberlo, estoy locamente
enamorado. He decidido terminar con esta farsa, por lo que te pido nos separemos
en justo divorcio…! —Dicho éso, entró en
una especie de mutis instantáneo; no obstante, esperaba la reacción de su
esposa, quien entonces aulló como una loba herida.
− ¡Bastardo! ¡Canalla!
¡Una y mil veces bastardo!
…Tiras por la borda todo mi amor y el respeto
de nuestros hijos, tan sólo por una fugaz aventura peregrina…?
…Y entonces, agregó:
− ¡Vete ya!!!
− Desvergonzado,
infeliz; está visto que no eres digno de permanecer a nuestro lado…!
Al pronunciar estas duras palabras; aquella
mujer furibunda en la que entonces Andrómaca se había convertido, en una
reacción casi automática parecía se quitaba de sobre sus hombros una pesada Clámide
de inmundicias, que con estoicismo en los últimos dos años tal parece soportó
como vestido. Aguantando a diario el irrespeto y la traición del hombre amado;
del que siempre se había sentido orgullosa, calificándolo aun como el amor de
su vida… Pero, ya no más. Estaba harta y, su increíble situación nunca antes
imaginada, quedó así develada. No obstante su aparente reacción de fuerza, acto
seguido y con estrépito, la burlada mujer empezó a derrumbarse a partir de ese momento.
Felipe mientras tanto, con el rostro entre sus manos, dio media vuelta y en
silencio se alejó; quizás para siempre, de aquel lugar que con tanto trabajo y
esfuerzo había edificado con el apoyo de toda su familia, hoy en día en
discordia, precísamente a causa de sus debilidades, falta de entereza y, en
especial, también de integridad. Jamás
pensó caería en semejante condición de desgracia.
“…Era
como si algún espíritu funesto, no proclive a la felicidad, de esos que parecen
flotar en el inframundo de La Atascosa, hubiera derramado sobre la madeja de su
destino los más agresivos ácidos que a partir de allí la debilitarían, hasta
hacerla pedazos rompiendo los hilos que la
conforman; nacidos en la rueca de las eternamente laboriosas Parcas, que inexorables
van formado el limitado manto de la vida… Entonces, de su alocada vida…!”
Finalmente llegó Felipe aquel aciago día a
casa de la joven mujer, objeto de sus alocadas pasiones y, la causa de su
tragedia en aquel tramo de su existencia. Allí se enteraría con lujo de detalles
sobre su inesperada paternidad; ahora nada grata, e inoportuna. Lo que sin embargo
aceptó con pasividad y resignación, pese a haber ocasionado una gran angustia
en su ánimo ya resquebrajado, por la ruptura que con su amarga confesión sellara
la pérdida de su familia original; dejándolo envuelto, en las más oscuras y pavorosas
sombras de pesar.
Meses más tarde nacería Eliodoro, aquel
párvulo llegado al mundo por la accidentada e ignominiosa unión, entre Felipe y
Victoria.
Para el atribulado padre este niño
venía a ser el insólito yugo de unión entre
él y su madre, ahora también su nueva pareja, convertida en los últimos tiempos
en su verdadera obsesión, haciendo que ante los ojos de todos allí en La Atascosa
actuara como embrujado —a
decir de los parroquianos del lugar, mediante la acción de la inefable magia, del
enigmático Indio Colavita—; por cuanto, ya no concitaba
ningún tipo de respeto entre todos aquellos que otrora, lo habían conocido como
un hombre digno y seguro de sus actuaciones. Al punto que, fue visto por todos en
un tiempo ya ido como una suerte de héroe popular, habiendo quedado todo aquel
legado de respetuosidad e hidalguía, en el más lejano pasado.
Para la madre del tierno Eliodoro sin
embargo, su llegada al mundo no era otra cosa más que su seguridad en el logro
de la tan ansiada libertad económica, por tantos años fraguada, ahora derivada
de la ya menguada aunque todavía importante fortuna de su marido forzoso. Situación
que por años ella deseó y manipuló, llegando a pergeñar toda una maraña de
estratagemas para hacerse con los reales de su hombre sin importarle a quién o
quiénes, estaba afectando con sus calculadas actuaciones calificadas de
deshonestas e ingratas, por parte de Andrómaca;
pues ella, desde que llegó al seno de la familia empezó a trabajar su aviesa
idea de apropiación, que la llevaría a convertirse en una persona muy diferente
a la que había sido cuando llegó. Tanto es así que era vista con extrañeza y,
hasta con reserva, por su propia familia de allá de Calabozo. Situación
que desde hace tiempo habría servido incluso para acabar con la amistad entre
su padre y Felipe, muy buenos amigos alguna vez; quienes entonces sencillamente, hasta se odiaban.
Irónicamente, la llegada al mundo de aquel
muchacho si bien no tuvo el verdadero significado que humanamente debía haber
tenido para sus padres, por ejemplo en términos de una auténtica expresión maternal
por parte de su progenitora, entonces por el contrario fue vista por ella como
un cheque al portador; derivado de sus desviaciones obsesivas por el dinero.
Pero con los años, también sería ese niño ya hombre que buscando defender el
honor, la seguridad e integridad de su madre, el protagonista de una inesperada
actuación que finalmente se traduciría en un trágico desenlace (fratricida tal vez?). Que mucho después
arrojara otra oscura sombra de pesar y de dolor, aún mayor, en el entorno de
aquellas familias; entonces y por siempre, desgraciadas.
...Dicho nacimiento pasaría a ser, por tanto,
el colofón de aquello que comenzó como un simple juego, después un capricho,
más tarde una obsesión; para rematar siendo un auténtico drama que después, degeneraría
en una dolorosa desgracia. Prometiendo ser el fin de su propia existencia, pensaba
el aturdido padre ya sin uso de razón. Pero que, ni siquiera podía imaginarse el
verdadero horrendo final que le depararía todo aquello, consecuencia de sus múltiples
errores. Desembocando al final según la cruda realidad en un hecho de características
mucho más funestas, terribles y repugnantes que jamás se imaginó. Involucrando de
una manera realmente inesperada, precisamente, a aquel hijo que acababa de conocer;
ahora tan delicado y candoroso; hoy entre sus temblorosos brazos. Ese hermoso e
indefenso niño que a diario, sostenía en su regazo como la pequeña cosa inocente
que en realidad era.
Totalmente libre de todo signo de maldad,
de malicia o, de cualquier otro pésimo atributo regularmente presente en la
vida de los adultos; ya habituados a aquellas malas acciones que los distancian
cada vez más de las sabias palabras de El Señor, hasta llevarlos a la
irremediable muerte. Muchas veces violenta y, despiadada.
…Censurada desde los comienzos de la historia
por aquel lapidario: “No matarás”. Del quinto mandamiento que Moisés trajo para
la humanidad entera, como legado de El Creador; al bajar de la montaña, aquel
lugar sagrado en el desierto del Sinaí. El que junto a nueve más, acertados
mandatos todos, conforman un decálogo sagrado que sirve de faro —más brillante, luminoso y guía,
que aquel otrora majestuoso; de Alejandría—, en la
navegación del hombre justo e inteligente a través del océano de la vida; salvándolo
de esos oscuros e innumerables escollos que ésta, en su decurso le interpone.
Con tan contundente advertencia celestial sobre
la naturaleza homicida de los hombres y, en una eventual materialización de tales
supuestos, no lograría Felipe entender jamás ni nadie en su sano juicio cómo
aquel ser tan bello, desguarnecido, libre de todo signo de perjuicios, pudiera
llegar a ser el ejecutor de nada, ni hipotéticamente hablando; mucho menos en
la toma de otra vida, también salida de sus entrañas, como sería Wenceslao.
Muchísimo mayor que él, además… Por lo cual le pareció escuchar sin embargo, similar
a desleídas y agoreras voces del futuro, cómo seguía resonando aquel mandato
divino en la memoria colectiva del religioso pueblo de La Atascosa.
…Donde un día y, por un instante, todos creyeron
ver ante sus ojos −supuestamente−
la terrible repetición fratricida del Génesis bíblico protagonizado por Caín y Abel. Pero esta vez, ahora, los nuevos
actores serían dos hermanos hijos de este pueblo y, de un mismo hombre; Felipe
Gómez. Para quien dicho acto sería con toda la seguridad y certeza, impuesto por
el tribunal de su conciencia como el resultado de su única y verdadera culpa.
Por lo tanto cargaría consigo a partir de allí e ineluctablemente, con todo el
peso de la divina ley. Tal vez
compartida con Victoria y Andrómaca, que
por ser parte activa también en el origen y posterior ducción de los mismos en
sus vidas, indudablemente también dejarían su
impronta en ellos.
…Viéndolo bien de acuerdo con el caso
planteado, tan sólo serían ambos jóvenes paradójicamente, los verdaderos
siniestrados en todo aquello. Independientemente de quién, entre ellos, fuera
nominalmente la víctima o el victimario; ya que, la dicotomía planteada en circunstancias
tan particulares entonces, dejaba de tener sentido; porque ambos de algún modo
eran una cosa y otra, a la vez. Interpretes circunstanciales en aquel fatídico
círculo vicioso no por propia voluntad,
sino, por la de sus padres. Al dejar estos abierta, la funesta puerta de aquel
lugar común llamado “destino”; que al momento de ser traspasada cuando no
debían hacerlo, irresponsablemente también dejaron pasar el lastre de sus
debilidades humanas. Que a la larga, quiérase o no, se impondría en aquellos −su descendencia−
como un sello distintivo; lacrando todo cuánto en adelante, pudieran tocar.
...Y; bien, mis amigos. Hasta aquí llegamos por hoy..!
...Continuará.
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