domingo, 14 de abril de 2019





                                                     Domingo 14 de Abril de 2019
     

     Muy buenos días mis queridos amigos. Luego de un largo receso ajeno a mi voluntad, por aquí me tienen de nuevo. Esta vez no podía ser diferente, dada la significativa fecha que nos ocupa; y, por consiguiente, casi que  me veo obligado a recordar aquello que sobre el particular escribiera en mi segundo libro de la serie: Relatos Oníricos de La Atascos. Cuyo titulo es el siguiente: ANDRÓMACA Y FELIPE.  Donde por lo demás, se hace la narración de algunas incidencias dentro de la trama, al rededor de un Miércoles de Ceniza. Y; sin más preámbulos, he aquí su desarrollo:  







                        1.2.-      —Consagración, y Rendición—
     
     Miércoles de Ceniza del año 1963, con la iglesia repleta a reventar de feligreses de la Atascosa y, sus alrededores. Las autoridades civiles y eclesiásticas en pleno, perfectamente activadas, se hallaban dispuestas de nuevo para el caso; siendo entonces el verdadero personaje después de Cristo Jesús en ese lugar y, en aquel preciso momento tan especial, sin duda alguna que aquel joven Párroco nacido y criado de allí, en ese pueblito donde era conocido por todo y, de todos. En ése cuyas calles aún eran testigo de la presencia juguetona del mismo muchacho humilde y sencillo que fue, cuando correteaba como uno más quizás detrás de una pelota, un papagayo, un trompo; o, cualquier otro objeto ordinario de juego. Con los bolsillos de sus pantalones cortos repleto de metras, jobo, o mamón; junto a otros niños que hoy, jóvenes adultos muchos de ellos también aquí. Rindiéndole tributo con su presencia por tan abnegada profesión escogida; o, como decían muchos, ésta más bien lo habría escogido a él… Todos en el pueblo se sentían exultantes este día, felices y contentos por la magnitud de tan extraordinario acontecimiento, de ver elevado a uno de sus hermanos a tan digna majestad eclesial; expresada por el gran fervor que sentían, desde la entrada al pueblo por Cinco de Julio en el Este hasta su salida por el Oeste, sobre el Barrio La Rochela; cruzando de Norte a Sur desde Los Paragüitos hasta La Voz del Llano, en los Barrios La Romana y La Quinta. Todo, enteramente todo, era indicativo del júbilo y la alegría de que por entero eran partícipes. Por motivo de que uno de sus hijos, seguía con rotundo éxito la senda marcada por el buen Padre don Cecilio; ya en el ocaso de su fructífera vida. Habiendo transitado éste, también positivamente, el camino a tan noble y preclara posición de la ordenación, dentro de la delicada carrera sacerdotal.

  …De poste a poste sobre las calles y, entre los árboles, se veían extendidas las bambalinas multicolores, cual papagayos blandiendo al sol sus ligeros cuerpos por efectos de la brisa y el calor llaneros; junto a los afiches con el fotostato a color del hijo homenajeado. Curiosamente empinado en algunos casos —como un rasgo de rareza y, en buena lid por lo demás—, por encima de la desleída figura en algún afiche rezagado con el rostro de risa obligada de algún político participante, perdedor o ganador, da igual, en la campaña electoral anterior.  
     
     Entonces las bambalinas, las guirnaldas, los retratos, la alegría y, el entusiasmo de la gente junto al fuerte aroma del incienso ardiendo —cual zarzal, en el sagrado Monte  Horeb del Sinaí— en las macetas con rojas brasas dentro del  templo, hacían juego con la sacra melodía que emergía para dejarse oír, a través de los parlantes en lo alto del campanario; mientras sus bronces tañían dando por terminada la misa para en seguida dar inicio a la tradicional procesión del Nazareno, acompañada por el sempiterno “Pópule Meus” de ese otro gran venezolano que fue; el insigne músico José Ángel Lamas. Quien con lo suyo quiso dejar esta extraordinaria pieza como testimonio perenne para rendir tributo al hijo amado del Padre Celestial, en cada Semana Santa venezolana.

  …Ese día podía parparse también, a plenitud, la más viva santidad mezclada con una gran expresión de auténtica felicidad, en el viejo Cura don Cecilio Apóstol del Rosario. Que entonces lucía radiante y rejuvenecido bajo su pulcra sotana blanca, con un único detalle en ella por atuendo de gala para la ocasión, consistente de una larga y purpúrea estola orlada con ribetes dorados; haciéndolo ver como poseído por algún espíritu de sanación que aquella tarde, tal parece, hubiera descendido cual lengua de fuego purificador sobre su calva y bruñida testa. En un muy particular Pentecostés que el Señor, hubiera reservado tan sólo para  él.                              
  
  …Mientras tanto al lado del viejo Párroco marchaba majestuoso el joven religioso Leoncio Gómez Katay —novel Sacerdote recién recibido con honores entre sus pares, en los reservados espacios entre las arcadas del claustro de su Alma Mater; por quien hoy la comunidad entera que lo vio nacer era todo un espectáculo, donde flotaba junto con el polvo de sus calles y en el brillo de los ojos de cada feligrés, de cada habitante, la más sublime presencia de la espiritualidad colectiva, envolvente y, misteriosa, del pueblo de La Atas cosa— que,  caminando erguido en su elemental y purpúreo atuendo, destilaba también felicidad al igual sucedía con su anciano mentor.    
  
 …Iba ante todo como tocado de una genuina aura de santa humildad, ésa que por supuesto transmite la túnica del Nazareno a quien la viste y, dentro de la cual estaba aquel guarecido. O; más bien, guarnecido, presidiendo junto a don Cecilio la sagrada procesión de ese magno día dentro de la litúrgica tradicional, en que luego de darle tres vueltas en redondo a la plaza Bolívar se dirigieron al Norte por la calle Tropezón, tomándola justo en frente al Mercado Municipal —en cuyas aceras colmada de espectadores se encontraba el popular “Zamuro”, arrobado por la sacralidad del momento presente; el personaje más emblemático del lugar, mirando con otros ojos tal vez con ganas de darle un crédito a su cliente más destacado, el mismísimo Cura del pueblo don Cecilio; y, entonces, sintió pena por la dureza en sus regateos con él—, para entonces recorrerla pasando de nuevo por el famoso punto tan emblemático y premonitorio que la hizo famosa, debido a la caída del viejo Párroco la temporada anterior. Quien hoy para su regocijo estaba siendo asistido, precísamente, por el novel Sacerdote e invitado de honor; y, paisano suyo además.
  
  …En el extremo Norte de la citada callecita torcerían a su izquierda hacia el barrio Los Paragüitos, en su intersección con la calle Páez, para por esta vía retornar al principio, retomando la calle Bolívar o calle real, en la esquina de la bomba del señor Vergel y, nuevamente hasta la Iglesia; de donde mismo habían partido, hace ya unas tres largas horas... De sincero y devoto compromiso cristiano, que imponía en toda su grey la más férrea voluntad ante tan extenuante exigencia; seguros todos de cumplir, con la más alta expresión de felicidad en cada uno de sus participantes.    
   
  …Por ello, ni siquiera aquel enigmático individuo conocido por todos en el pueblo como El indio Colavita, vecino ocasional que más bien huésped circunstancial de la calle por donde ahora pasaban y, hoy consagrado chaman fetichista de remate, pudo resistirse ante  la necesidad imperiosa que el momento reclamaba. Manifestando su rendición ante el Cristo Redentor, al caer de hinojos inmediatamente en señal de respeto —quizá más bien por temor—; al tiempo que, se persignaba azarosamente con la señal de la cruz sin saber ni cómo hacerlo de forma apropiada. En un extraño comportamiento de su parte que claramente evidenciaba una total confusión heredada de la inexplicable intervención de los conquistadores españoles en la vida de sus antepasados, a través de la historia; creando inconsistentes lazos en sus creencias que a todas luces desdibujaban en su consciencia la persistencia de sus demiurgos ancestrales. 
  
  …Todo el mundo lo veía asombrado. El temido hombrecito estaba allí sudoroso, de rodillas ante aquella portentosa manifestación de espiritualidad superior, colectiva, auténtica y, real; de seguro arrepentido por todo el irrespeto causado con sus actos a la divina memoria del Nazareno, cuando el año pasado hizo de la caída de su humilde servidor, don Cecilio, un perverso negocio con el que se lucró; mediante la elaboración y consagración mañosa de reliquias prohibidas por la iglesia, vendidas en su nombre. Asegurando entonces que si no usaban el collar de su autoría, estarían contribuyendo a la posibilidad de mayores desgracias para el pueblo; según él lo veía, en aquella nefasta señal… Pero, quién era en realidad este hombre…?       
  
  …Mientras tanto, tan penosa y sobrecogedora al mismo tiempo era la marcha con la imagen del Nazareno a cuestas por las calles de aquel pequeño pueblo llanero, que en combinación con la sacralidad de la música del maestro Lamas viajando en la brisa, acompañada por el fuerte olor del incienso y, el particular aroma de la parafina quemada de la espelma en las chisporroteantes velas ardiendo por doquier en manos de los fieles, le conferían al acto aquella lejana  tarde en especial una genuina espiritualidad; digna tan sólo del recordatorio mismo de aquella histórica entrega, protagonizada por el sagrado personaje cuya iconografía y epopeya eran el centro de atención esos días y, todos los años, por esta misma época...  Caracterizada en este caso por el brillante desempeño de ambos religiosos en escena, uno en ascenso y, el otro en retirada; en contraste, con la grotesca actuación del Indio Colavita. Pudiendo ser identificada entonces, con el sugerente titulo de este relato: Consagración y Rendición. Gloria a Dios... !!!    


                                                   ---  o  --- 


(…Ruperto Colavita, alias “El Indio” era por cierto aquel individuo cuyo extraño comportamiento solía provocar, múltiples interrogantes sobre él; tal cual aquella formulada aquí mismo, en el penúltimo párrafo del texto anterior, vivía aún en esos momentos en casa de don Clotilde  González al lado de la casa – taller del finado y ex dueño del lugar don Claudio Milano Montessori, a quien todos llamaron simplemente “El Italiano” −trágicamente fallecido−. Quien hace un par de años atrás habría hablado con su vecino, siendo amigo y trabajador suyo a la vez, para mediante un cierto acuerdo económico entre ambos dar alojamiento al indio en su propia casa; mientras este trabajara igualmente para él, en su taller de carpintería. "Carpintería Véneto". Pero como don Claudio ahora había muerto hace poco, precísamente la semana pasada y, de una forma tan extraña que el pueblo entero quedó horrorizado, entonces estaba el negocio cerrado ignorándose qué iba a pasar con éste y sus trabajadores; por lo que se rumoraba según se habría dicho, estando aún su viuda e hijas presentes en el sepelio, que vendría alguien de Italia −un familiar− a encargarse del mismo. Lo que no era seguro y, por ahora era sólo éso, un rumor… Razón por la cual el indio estaba a punto de marcharse de allí, entonces sin el aval del promotor del acuerdo con su casero, don Clotilde; que no soportaba ya sus raros comportamientos especialmente el de sus extraños rituales nocturnos, estimulado además por mucha gente alarmada con sus cosas en el vecindario, que querían se fuera pronto. De todos modos sabían que estaba construyendo su propia casa en el monte a las afueras del poblado, lo que facilitaría las cosas para todos.
  …Sería justo ahí, en la acera frente a la tristemente famosa carpintería de la calle Páez, donde se encontraba arrodillado aquel pequeño pero temido hombrecito, huésped incómodo ya para muchos en La Atascosa; impactado por la piadosa pero al mismo tiempo poderosa imagen de El Nazareno.

  "…Allí, donde un día encontraron a su incestuoso dueño colgado de un cadalso automático mecanizado de su propia autoría, perfectamente construido en madera. El cual poseía un especial atributo "patentado" por su creador, consistente en que el suicida ya no necesitaría deshacerse del tradicional banquillo en estos casos, sino que el aparato de forma autónoma hacía su trabajo completo mediante un poderoso dispositivo de trinquetes y contrapesas llamado "counter grávity",  independientemente de la acción de su infortunado usuario; tal y como don Claudio lo dejara escrito en sus memorias fúnebres y; en su rara manía, de querer llamar las cosas que él mismo hacía, en inglés, aquel aciago día. Quien sin embargo, falleció arrepentido según las evidencias dejadas al pie del extraño artefacto de muerte, por haber desgraciado a su familia… Después el negocio sería regentado por un sobrino suyo, procedente de Italia, pero ya no tuvo el prestigioso lustre de otros buenos tiempos; aunque sí, la vergonzosa mácula de la tragedia horrible inscrita con el tiempo como por un dedo divino sobre el velillo de la pátina, en su petulante cartel de identificación… Donde el propietario del lugar daba fe, específicamente, de que no sólo era un carpintero, simplemente; sino, un "CARPINTERO EBANISTA" —entrecomillado, en mayúsculas y, escrito con trazos de Sapolín color rojo—". 

   "¡Aaah, tiempos aquellos; cuando don Claudio…!"  

   Solía decir don Clotilde, dejándose llevar por la nostalgia, cuando traía  a colación estas cosas; cuyo taller fue en realidad un verdadero emporio de creatividad, para bien o para mal… Pues, así como se dio aquí la existencia de esta máquina tan perfecta, horrible y macabra con la cual aquel se quitara la vida, también se recuerda en contrapartida, un hecho inédito que llenó de orgullo a todo un pueblo. En que, hasta un precioso regalo nunca antes visto salió de las manos de sus laboriosos artesanos, para honrar a Su Eminencia don Mariano Victorino Martell, Obispo de la diócesis de entonces, radicado en Calabozo… Erase aquella, una excelsa poltrona de descanso; bella y distinguida, perfectamente construida en madera fina, ricamente decorada con metales y piedras preciosas, que según dicen todavía reposa entre los lujosos muebles de colección en el palacio de verano del Papa, Castelgandolfo; en el lugar del mismo nombre en la costa del Lago Albano, allá en Italia. A donde llegara como "regalo especial al Sumo Pontífice, de parte del pueblo venezolano" —según lo decidiera el bueno de don Mariano, para quien fuera construida inicialmente—; en un excepcional gesto de desprendimiento de parte suya, como dueño original.
     
 "¡Aaah, tiempos aquellos; cuando don Claudio…!" Remató diciendo nuevamente, don Clotilde; ahora rascándose el cogote".

  Sin más por los momento me despido y, espero les haya gustado...Chao!



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