Buenas tardes de nuevo amigos míos, aquí estoy una vez más a su encuentro.
A continuación dejaré para ustedes, como una triste evocación pero a fin de cuentas, así es la historia y, especialmente cuando ha sido escrita por quienes en ella han salido victoriosos; entonces será para la reflexión, con motivo del próximo 12 de Octubre que ya se avecina —recordatorio de aquel, del año 1492—, un pequeño fragmento ilustrativo de aquella significativa gesta que esta fecha simboliza. Conocida por todos nosotros los más mayorcitos, desde nuestros tiempos de estudiantes primerizos y sin andarnos tanto por las ramas, simplemente como el "día de la raza". El mismo, ha sido tomado de mi libro titulado "Un Viaje increíble". Aún no publicado.
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…Semejante situación tan adversa estaría viviendo aquel pueblo, de
nuevo, por la desobediencia hacia sus dioses −prosiguió Hilario−, que revelaba
la profunda decadencia de sus otrora poderosas instituciones incaicas; colapsadas sin
que sus jerarcas los Sapas y Huillaq Umas, pudieran hacer nada efectivo por salvarlas, debido especialmente al
inevitable desmoronamiento de sus cimientos como tal. Envueltos todos ellos al final,
pese a lo exclusivo de su linaje, en un conflicto de intereses tan profundo que
chocaba contra las creencias de toda una nación. Que llegaría a cuestionar,
cada quien por su lado, la existencia y validez de muchas de las deidades que
desde un principio fueron veneradas por todos en igualdad de condiciones, como
buenos y piadosos feligreses que fueron; y que antaño, eran consideradas como
sus benefactores particulares, así como también los protectores en la
diversidad, de su gran imperio.
...Arribarían así —seguía Hilario en su exposición—, a una verdadera anarquía en que la población se peleaba a muerte por la imposición de los dioses de su preferencia, situación que muy probablemente sería la causa de sus flaquezas ante la repentina llegada de los conquistadores españoles —confundidos esa vez con los malukos, del Norte; enceguecidos como estaban por sus pecados, que no los dejaba ver con claridad la cruda realidad—, quienes dándose cuenta de ello supieron utilizarlos a unos contra los otros hasta lograr someterlos, no sólo por la vía militar sino también mediante la catequización; pese a contar los nativos con una marcada diferencia numérica y, naturalmente, un mayor conocimiento de su propio territorio. También a favor suyos.
Imponiéndose en última instancia los recién llegados europeos tanto por sus mañosas estrategias de hombres sin escrúpulos, "corridos como se dice, en las siete plazas", así como por el abusivo y despiadado imperio del acero y, de las armas de fuego. Haciendo del Arcabuz y el Mosquete sus banderas; los que obviamente, significaron la diferencia en sus batallas y, finalmente en la guerra. Amén de la presunta participación del perro, y el caballo, como elementos de intimidación psicológica utilizada por los conquistadores; cosa que de ser así —cuestionada hoy por múltiples instituciones mundiales de protección animal—, además de ser una barbarie los convirtió en obligados e inocentes alcahuetas de postín, en toda esta truculenta historia del fantasioso don Hilario.
"Al respecto, escribiría Fray Bartolomé de Las Casas, en sus Crónicas de Indias". Entonces; apoyándose en ésta como argumento, don Hilario, esto es lo que sobre el particular solía decir:
"...Yendo cierto español con sus perros a caza de venados o de conejos, un día, no hallando qué cazar, parecióle que tenían hambre los perros, y toma un muchacho chiquito a su madre, y, con un puñal córtale a tarazones los brazos y las piernas, dándole a cada perro su parte, y después de comidos aquellos tarazones, échales todo el cuerpecito en el suelo a todos juntos...!".
…Con la certeza de semejante descripción tan cruda y descarnada del Fraile, indicativa de la más despiadada acción de los conquistadores obviamente faltante del más mínimo signo de humanidad, se pondría en evidencia para los habitantes de aquella tierra que la llegada de los españoles a su vida no era otra cosa más que la continuación de la venganza divina, de su contestatario Dios; en respuesta a todas las barrabasadas y desapegos en que habrían caído ellos mismos durante siglos, hacia su memoria. Imponiendo en consecuencia un panorama tan sombrío de decadencia absoluta en todo el imperio por lo cual un aciago día, de los tantos que para mucha gente ya eran habituales por aquellos tiempos, bajaría de los cielos el mismísimo Viracocha en persona; tal y como se los tenía prometido, pero que ellos nunca se lo creyeron en verdad. Presentándose en pleno ante la incrédula mirada de la asustada población, montado sobre aquel cretácico animal totalmente desconocido por todos —el Tiranosaurio rex—. Venía a reclamar para sí, su vigencia en los altares, acompañado además de un ejército de ángeles celestiales concebidos a su imagen y semejanza, que recorrerían la totalidad del Tahuantinsuyo; cabalgando sobre las ásperas gibas de igual número de tan fantásticas bestias, idénticas a la montaba por su poderoso adalid.
...Se diferenciaban los angelicales personajes de compañía del verdadero y, auténtico Dios, a quien fielmente apoyaban, porque usaban ellos un solo báculo, en su mano derecha; a diferencia de los dos, que siempre llevaba aquel. Por supuesto, también por su dorado penacho, tan hermoso como un sol; en cuyo lugar, los ángeles usaban un casco de oro, con cimera en punta.
...Arribarían así —seguía Hilario en su exposición—, a una verdadera anarquía en que la población se peleaba a muerte por la imposición de los dioses de su preferencia, situación que muy probablemente sería la causa de sus flaquezas ante la repentina llegada de los conquistadores españoles —confundidos esa vez con los malukos, del Norte; enceguecidos como estaban por sus pecados, que no los dejaba ver con claridad la cruda realidad—, quienes dándose cuenta de ello supieron utilizarlos a unos contra los otros hasta lograr someterlos, no sólo por la vía militar sino también mediante la catequización; pese a contar los nativos con una marcada diferencia numérica y, naturalmente, un mayor conocimiento de su propio territorio. También a favor suyos.
Imponiéndose en última instancia los recién llegados europeos tanto por sus mañosas estrategias de hombres sin escrúpulos, "corridos como se dice, en las siete plazas", así como por el abusivo y despiadado imperio del acero y, de las armas de fuego. Haciendo del Arcabuz y el Mosquete sus banderas; los que obviamente, significaron la diferencia en sus batallas y, finalmente en la guerra. Amén de la presunta participación del perro, y el caballo, como elementos de intimidación psicológica utilizada por los conquistadores; cosa que de ser así —cuestionada hoy por múltiples instituciones mundiales de protección animal—, además de ser una barbarie los convirtió en obligados e inocentes alcahuetas de postín, en toda esta truculenta historia del fantasioso don Hilario.
"Al respecto, escribiría Fray Bartolomé de Las Casas, en sus Crónicas de Indias". Entonces; apoyándose en ésta como argumento, don Hilario, esto es lo que sobre el particular solía decir:
"...Yendo cierto español con sus perros a caza de venados o de conejos, un día, no hallando qué cazar, parecióle que tenían hambre los perros, y toma un muchacho chiquito a su madre, y, con un puñal córtale a tarazones los brazos y las piernas, dándole a cada perro su parte, y después de comidos aquellos tarazones, échales todo el cuerpecito en el suelo a todos juntos...!".
…Con la certeza de semejante descripción tan cruda y descarnada del Fraile, indicativa de la más despiadada acción de los conquistadores obviamente faltante del más mínimo signo de humanidad, se pondría en evidencia para los habitantes de aquella tierra que la llegada de los españoles a su vida no era otra cosa más que la continuación de la venganza divina, de su contestatario Dios; en respuesta a todas las barrabasadas y desapegos en que habrían caído ellos mismos durante siglos, hacia su memoria. Imponiendo en consecuencia un panorama tan sombrío de decadencia absoluta en todo el imperio por lo cual un aciago día, de los tantos que para mucha gente ya eran habituales por aquellos tiempos, bajaría de los cielos el mismísimo Viracocha en persona; tal y como se los tenía prometido, pero que ellos nunca se lo creyeron en verdad. Presentándose en pleno ante la incrédula mirada de la asustada población, montado sobre aquel cretácico animal totalmente desconocido por todos —el Tiranosaurio rex—. Venía a reclamar para sí, su vigencia en los altares, acompañado además de un ejército de ángeles celestiales concebidos a su imagen y semejanza, que recorrerían la totalidad del Tahuantinsuyo; cabalgando sobre las ásperas gibas de igual número de tan fantásticas bestias, idénticas a la montaba por su poderoso adalid.
...Se diferenciaban los angelicales personajes de compañía del verdadero y, auténtico Dios, a quien fielmente apoyaban, porque usaban ellos un solo báculo, en su mano derecha; a diferencia de los dos, que siempre llevaba aquel. Por supuesto, también por su dorado penacho, tan hermoso como un sol; en cuyo lugar, los ángeles usaban un casco de oro, con cimera en punta.
Dicen además los profetizadores incaicos
acerca de esta legendaria intervención divina del Dios de los incas, que los
báculos sagrados que portaba eran usados como “lanzadores de flechas
incendiarias”, de los cuales salían una y otra vez, disparadas inexplicablemente
de su mano y, en todas las direcciones,
causando terror y muerte por doquier. Infligiéndoles un terrible pero
tal vez merecido castigo, a sus descarriados otrora protegidos, de su antigua
grey.
(…Coincidencialmente —cita
oportuna, tan sólo por la similitud con el curioso caso aquí expuesto, relativo
al “poderoso artefacto” utilizado por los dioses incaicos esa vez; apuntó don
Hilario—; algún día, muchísimo pero muchísimo tiempo después de aquello,
aparecería un científico moderno llamado Nikola Tesla. Con la sabiduría
suficiente para según sus propias palabras recrear, la tecnología divina. Acusado
por lo tanto delante de la comunidad científica mundial, por sus detractores,
debido a tamaña insolencia; ridiculizándolo además ante la opinión pública, dizque
por tener comunicación con los que presuntamente él, llamaba sus dioses.
Llegando al punto de reunir un día a la prensa, para asegurar al público
neoyorkino de su tiempo que habría inventado una máquina a la que llamó con
desparpajo, con el expresivo e intimidante nombre de: “El rayo de la muerte”.
Cuyos resultados una vez disparada —dijo—, eran prácticamente idénticos a ésta
de la cual se habla en la mitología de aquel pueblo del altiplano peruano. Poniendo
en “jaque” con éso, a todo el mundo; pero sobremanera, a los organismos de
seguridad del Estado de la Unión, aquella vez. Que se devanaban los sesos por
encontrar la manera de hacer frente con eficacia, a la amenaza alemana; de la cual supuestamente, se decía, estaban husmeando por las costas de California
a bordo de sus modernas naves submarinas... Era éste, un caso ya conocido por el
Doctor Cayetano Hilarión “Pachacutec” Camacho, para el momento en que se
aventurara por el Perú junto con su amigo Indiana Jones tras la búsqueda del
fabuloso mito de la visita en cuerpo y alma del Dios Viracocha, al
Tahuantinsuyo incaico; llamado por el pueblo a partir de allí, como, “Viracocha
ecuestre”. Veterano explorador éste, quien por cierto, admiraba grandemente el prolífico ingenio creador del
científico serbio, contemporáneo suyo además; pero sobre todo, la honesta valentía con que se hacía acompañar al exponer sus planteamientos acerca del origen fuera de este mundo, atribuido
por él mismo a sus inventos. Cosa que presuntamente, sellaría su sentencia de
muerte; en un mundo no sólo incrédulo, sino, también sumido en la decadencia
moral. Mediante el manejo deshonesto de sus propios intereses como sociedad y, cegado
por el afán de la riqueza fácil…!).
…Casi todo el Imperio quedaría desolado después de aquello —dicen en
sus escritos los chamanes, que en más de sus tres cuartas partes—; conocido
como “la venganza de los dioses”, con Viracocha a la cabeza. Dejando únicamente
como ejemplo de su extraordinario poder en los cuatro rumbos del Tahuantinsuyo imperial,
sendas ciudades prácticamente solitarias —todas con el mismo nombre: Virabamba; pero aún, con algo de vida, en cada una de ellas—; como
aquella en la que ahora estaban, Hilario y sus acompañantes. Habitadas en su
momento por escasos y, muy asustados pobladores, supuestamente los más justos. Que
poco a poco fueron muriendo de viejos sin dejar descendencia, hasta dar inicio
al famoso mito de las desapariciones temporales de la ciudad. Dando así este
Dios sin embargo, una clara muestra de su increíble piedad, con la presencia
allí de aquellas personas sobrevivientes; al menos hasta que concluyeran
tranquilamente su existencia. Mostrándoles al mismo tiempo su propia y muy
particular concepción del templo votivo por excelencia, al que debían asistir
para sobrellevar su vida por un mejor camino y, completar así, lo poco que
quedara de ella; pero marcada hasta el final por una relación de amor odio con
Él.
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