...Hola, buenas noches. A continuación la tercera parte del capítulo 1.3 de Andrómaca y Felipe.
1.3.- —La Confesión—
Entonces Felipe, viéndose inmerso en los acontecimientos que estaba viviendo por aquellos días, tampoco atinaba a entender por qué todo esto estaría ocurriéndole; cuando en el pasado en situaciones similares vividas por otras personas, era él precisamente quien más las criticaba. Y; entonces cuando en estas cosas pensaba, enseguida evocaba la figura de su humilde aunque sabía abuela, doña Heriberta. Quien para casos como el suyo solía expresar:
“…Ayayay
mihijito, ayayay…! Es que naiden, pero naiden, escarmienta en cabeza ajena.
Uhmjú…!”
…Cuando esto recordaba,
Felipe sentía que le escaldaban la piel a latigazos, pero sin embargo y,
sabiendo que la abuela tenía sobrada razón entonces más bien se solazaba en sus
palabras y recuerdos. Así que, como contrapartida del dolor que todas estas
cosas que ahora siendo adulto le ocasionaban, traía a su memoria algunos
episodios gratos de su lejana niñez —en
verdad una cosa de niños; al menos, comparado con lo que hasta hoy estaba viviendo—,
mientras contemplaba la delicada figura de Eliodoro dormido inocentemente, aún
en su regazo.
…Así; recordaría Felipe
en ese momento la vez aquella siendo muchacho y, durante una de sus tantas travesuras,
cuando entonces quedó atrapado entre centenares de espinas que le infligieron un
intenso dolor en todo el cuerpo; lo cual sucedió cuando la abuela, una tarde
como era su costumbre, le pidió que fuera al monte y trajera para la casa un
bojote de buena leña. “…Pero eso sí, que sea de cujiyaque…!” —Sentenció.
“…Luego yo −evocó−,
queriendo combinar como era mi costumbre el trabajo con la sana diversión, se me
ocurrió llamar a mi amigo de siempre; “Anguito”. Su propio nombre en la pila
bautismal era en verdad, Ángel. Ángel Ramón Lezama. Su padre don Liborio tenía
un arreo de burros y unos conucos por los lados en que estaban los cujisales de
la leña; y, como sabía que a esas mismas horas los animales debían ser llevados
a pastar por aquellos predios, entonces me animé a ir, a buscarlo.
…Ya junto al amigo, montamos
en pelo en un par de burros del grupo que llevábamos, los cuales solamente
tenían por aperos un sencillo lazo de cabezá hecho con unos precarios y, ajados
mecates de yute; para de inmediato, taloneando a los briosos jumentos salimos disparados
en una sola carrera por las calles del pueblo desde el patio de la casa de
Anguito, hacia lo que todos llamábamos “el
monte”.
...Era muy divertida la alocada cabalgata en
lomo de aquellos animales, a lo largo de las calles y en zigzag por entre las
gentes, los carros y camiones. Los conductores en la calle se asustaban con el
tropel y la algarabía en el desbarajuste, complicando aún más la situación los otros
muchachos del barrio que nos seguían y, que a lo largo del camino se
alborotaban también, sumándose en carrera a pie detrás de nosotros en toda
aquella frenética locura en que íbamos… Incluso, en otra oportunidad como ésa,
el burro de Anguito que era el más díscolo entre todos, en un acto de soberana
y hambrienta torpeza se metió por la puerta de la sala de la casa del
telegrafista del pueblo; al verla abierta, justo al entrar su esposa doña
Domitila llevando un frondoso racimo de topochos pintones, puesto en un rollete
sobre la cabeza. Esto fue todo un episodio, esa vez… Ya lo verán más adelante…!
…Pero siguiendo con el tema de la leña para la
abuela Heriberta aquella espinosa tarde, dejamos atrás la última calle del poblado
sumida en un pandemónium y, haciendo gala de avezados jinetes en ciernes
enfilamos la carrera a través de un feo basurero a las afueras, donde la gente
botaba toda clase de peroles, escombros de construcción, sucios cachivaches, y viejo
artefactos domésticos en desuso; “donde curiosamente alcancé a mirar por cierto
a un triste rey zamuro parado en ese momento, encima de los restos mortales de
un ventilador de pedestal, todo enclenque y, ya vencido. Por tanto, ambos
iguales en su desgracia…!”
…Justo al caer en un
suave y hermoso manto de paja Guarataro perfectamente aplanada, peinada,
pigmentada de forma electrizante aquella cálida tarde no se sabe por qué causa;
o, efecto natural. Que más bien parecía una cobija vegetal cuyos destellos
policromos en su variada gama de verdes al sol, en combinación con las ráfagas
de brisa que discurrían a través de nuestros afiebrados cuerpos al galope, daba
la sensación de que nos introducíamos en otro mundo. Uno muy diferente. “…Enigmático
y fantástico a la vez, cual los recreados por el mismísimo H.G.Wells;
vistos en constante movimiento, desde su asombrosa máquina del tiempo…!” —Recordó
en éso el joven Felipe, de una vieja película; entonces de actualidad.
…El
maravilloso lugar por donde sudorosos corríamos −sentía yo−, era conocido sin
embargo por todos en la Atascosa como “La
Salineta”, y era un sitio muy normal. A cuyos lados tenía por la izquierda los más
variados arbustos y frondosos árboles: Mamón, Tadare,
Matapalo, Alhelí, Pino criollo, Lirios, Pata e’ Ratón, Indio Esnú, Drago,
Javillo, Guácimo, entre muchos otros; con una muy
conocida quebradita de frescas aunque a veces turbias aguas, que iba serpenteando
por entre sus raíces. Seguida a intervalos por abejucadas y retorcidas matas de
Coco
e´ Mono,
sostenidas al sinuoso borde del barrialoso barranco que se formaba; cuyos
enigmáticos frutos son unos cuencos de color marrón oblongamente acampanados y, aterciopelados,
que cuelgan dramáticamente de una hebra de bejuco que los une al pequeño arbolito.
Los que al ser movidos acompasadamente por
la suave brisa y, debido a sus pequeñas marcas semejantes a ojos que también
tienen, cerca de la base del bejuquillo, entonces el visitante ocasional que
los mira de pronto queda invadido por la impresión misteriosa de la observación
furtiva, casi voyerista, de algo o alguien que lo acecha; al desnudar su cuerpo para refrescarse en el
plácido curso de agua.
“…Es más; a veces creen
oír los bañistas el característico griterío de una horda de Araguatos con sus
rostros semejantes a dichos cuencos —en
forma de las enigmáticas caritas que cuelgan de los árboles en las dos orillas
del caño—; que intimidantes y mostrando sus amarillentos colmillos,
se avecinan al lugar y, peligrosamente, vienen
armados con sus bolas de excremento dispuestos a bombardear al intruso. Ahora también,
asustado nudista…!” —Se imaginó de nuevo,
Felipe.
…Del lado derecho de La Salineta, en cambio, discurría
un largo bosque formado por agrisados cujíes —objeto
de la vespertina búsqueda, al menos para mí—, espinosos Punterales, y una sucesión de mogotes de enrevesada tramoya
que con estos se unían y, la gente del lugar suele llamar “Jalapatrás”; cuyas
largas y curvadas espinas en sus ramificaciones flexibles como resortes, dan la
sensación a la desafortunada víctima que cae en sus garras, de ser succionado al
interior de sus entrañas. Que en combinación con el temor y la ansiedad por su
dolorosa atrapada, le transfiere a estas plantas un verdadero respeto.
…Fue allí precísamente en una de éstas, adonde fui a parar aquella vez cuando perdí el
control de la cabalgadura al romperse el debilitado mecate que usaba a modo de
riendas, haciendo que el burro pegara un brinco en sentido contrario a donde
pugnaba yo por dirigirlo; saliendo disparado de inmediato por los aires, para
aterrizar dramáticamente en el mismo centro de una de aquellas temibles marañas, succionadoras de hombres.
…Lo que ocurrió después
como podrán imaginarse, fue una penosa y delicada acción de rescate, por parte
de un piquete de parroquianos que armados de sus filosos machetes acudieron al
llamado de Anguito, quien tuvo que regresar al pueblo y volver con ellos, para
ayudarme en aquellos dolorosos momentos de apuro…!)
Mientras Felipe estas ya lejanas cosas recordaba,
sólo deseaba algo así como el imposible lo cual era poder retroceder en el
tiempo —verbigracia, al
estilo del imaginativo autor inglés ya citado—;
para poder hacer las correcciones de los errores en los que había incurrido a
lo largo de toda su vida, especialmente en el último de sus tramos.
Es por eso que la evocación de aquel dolor, causado por
las espinas del Punteral y el Jalapatrás en tiempos de su niñez, lo cual él
creyó en aquel momento como el dolor más terrible que jamás había sentido, tan
sólo era eso y nada más; un juego de niños. Comparado con el que en su adultez,
habría de experimentar. Era este pues, el de ahora, un dolor terriblemente más
intenso, moral, íntimo y, profundo; el cual no tenía ni la màs remota idea, de cómo
hacer para aliviarlo.
…Entonces para evadirse de la realidad una
vez más, con lo que tan sólo conseguía un poco de alivio a sus penas, y a su
dolor, Felipe continuaba recordando:
(…El día aquel en que,
andando de nuevo con Anguito, fuimos a los conucos por petición de don Liborio,
su padre, quien nos había encomendado revisar la cerca de alambre de púas;
porque había encontrado evidencia en su visita anterior de que algunos animales
grandes se estaban metiendo al sembradío. Siendo reparada por él, esa vez. Por
lo que debíamos asegurarnos que no hubiera boquetes ni roturas en la misma, que
permitiera la entrada del ganado, ni de los venados; lo que pondría en peligro
el maíz, los frijoles, las ahuyamas y las patillas.
Aquel día además, por cierto, procedimos a
reparar el “espantapájaros” que había en el centro de la pequeña plantación, el
cual se había caído, quizás por acción de la fuerte brisa que usualmente
soplaba en el lugar… Algo que nunca
había visto hacer y, lo cual causó en mí en ese momento, algo de temor, porque
don Liborio cuando los hacía trataba de reproducir en los mismos un cierto
toque de locura, de cosa mortecina; qué sé yo —pensé entonces.
El espantapájaros una vez repotenciado y
repuesto en su lugar habitual, al ser movido por el viento agitaba sus remozados
brazos al aire como en un esfuerzo por saludar al observante; pero, con un
cierto halo de siniestralidad, lo que quizás hacía que las aves depredadoras del
plantío especialmente los Pericos y Tolditos,
se mantuvieran a raya pero siempre al acecho, sobre sus palos preferidos que
flanqueaban el perímetro del tosco espacio agro productor.
..Continuará.