¡Muy buenos días, amigos míos! Mil disculpas porque en verdad, los tuve algo abandonados aunque por supuesto, jamás olvidados. Esto porque de nuevo, estuve resolviendo ciertas cosas de mi interés allá afuera. Pero bien, aquí estamos. Esta vez para dar inicio a lo prometido en mi anterior entrega. Como supongo han podido ver, se trata del segundo libro de la serie de cuatro (Relatos oníricos de La Atascosa), titulado: "Andrómaca y Felipe". He aquí su portada, tal y como aparece en las Editoriales donde se halla en venta al público, como son Amazon Kindle y, Autores Editores. Además, aprovecho aquí la ocasión para mostrarles también, la imagen actualizada del libro anterior:
...A continuación Andrómaca y Felipe, capítulo número 1
1.- —Los Huéspedes—
Varios años habían pasado ya, desde que
Felipe Gómez se estableciera en familia en su propia tierra con aquella mujer foránea
llegada al pueblo un día, en un viejo circo que anualmente los visitaba. Ella
en realidad siempre había estado allí, curiosamente, tan sólo que él no lo habría notado y cuando esto
sucedió, con el tiempo se hicieron una pareja inseparable, ejemplar, muy
querida por todos pero en el fondo, en verdad, odiada por algunos especialmente
de su mismo sexo, en el caso de la mujer; y, no se sabe el por qué… Si por el natural
don de buena gente que la joven tenía en contraste con su condición de recién
llegada, por ser una huéspeda que más bien para muchas, una simple e incómoda
arribista, poseedora del mejor partido del lugar en aquellos momentos y, por
tal razón, enemiga gratuita de ciertas pretendientes locales que se consideraron
desplazadas, aunque sin ella proponérselo. Pero que, por consiguiente, frustraba
inocentemente sus naturales esperanzas.
…Debido tal vez, también, a su particular
belleza; o, si fue por el misterioso aura de exitosa artista circense que de
continuo la cubría, haciéndola desenvolverse entre los que la rodeaban, con envidiable
soltura y total desparpajo… Ante todo esto,
lo cierto es que así fue como sucedió, en ese mundillo soterrado donde solían
ser muy extrañas las veleidades amorosas entre los miembros de ambos géneros en
medio de las rígidas posturas imperantes, propias de aquella época. Pues eran ésos
otros tiempos, patéticamente románticos sin embargo, en que los hombres como
Felipe Gómez se creían capaces de hacerle el amor a la mujer deseada hasta en
la misma jaula de los leones —con éstos adentro por supuesto, de lo contrario
no tendría gracia; usando un lenguaje circense que en semejante situación,
venía muy a tono—; pero sorpresivamente, en el caso de él, la idílica pareja conformada
con la que ahora era su esposa de pronto se derrumbó. Aunque siempre, por esas
extrañas y fortuitas cosas del amor. Cuando las flechas del alado Cupido
volvieron a hacer blanco en el noble corazón de aquel hombre, siendo esta vez el
motivo de sus ocultos anhelos una espigada y broncínea criatura que tenía por
nombre Victoria; la que poco a poco fue tomando fuerza en su pecho hasta desplazar
de su lugar a su inocente media naranja: Andrómaca Katay Polidourius. Así fue
cómo entonces, llegaron a conocerse, también a separarse después de un breve
pero intenso y, tórrido romance, aquellos inesperados amantes: Andrómaca y
Felipe.
Sin embargo compartieron felices alguna
vez por largas temporadas, en la casa de la añosa finca heredada del padre de
este hombre y, donde juntos además, procrearon sus dos únicos hijos, Leoncio y
Wenceslao; con los cuales hasta hace poco, vivieron en “perfecta armonía”. Pero
nadie se imaginaba ni siquiera el buen Felipe que un mal día llegaría, cuando sería
el triste protagonista de una caprichosa e irresponsable acción, en que el
destino les tendría reservados una inesperada situación que fue tomando cuerpo
con el tiempo, hasta convertirse en una inverosímil y odiosa tragedia; la cual enlutaría
por entero, al inocente y apacible pueblito de La Atascosa. Un bucólico lugar
en el llano guariqueño donde usualmente no pasaba nada, pero esta vez sí sucederían
en éste, fatales cosas nunca antes
esperadas.
…Todo comenzó cuando el señor Felipe Gómez
trajo a su finca para unos trabajos administrativos, a una joven mujer procedente
de una familia amiga, del pueblo de Calabozo. La muchacha en cuestión desde un
comienzo se dedicó con gran profesionalismo a ejercer sólo su labor, ganándose
cada día la confianza de su jefe; y, también de su señora esposa. Al principio toda su relación giraba en torno
a lo netamente laboral, no obstante un día −sería tal vez éste, el detonante de
su perdición−, la misma señora Andrómaca inocentemente y sin ninguna pizca de suspicacia,
le propuso a su marido que la señorita Victoria debía venirse a vivir con ellos
a su propia casa, dado que pernoctaba en una a considerable distancia de allí, aunque
dentro del entorno de la vivienda original de la familia y, que fuera la
antañona morada donde desde siempre residieron no sólo los padres sino también los
abuelos de Felipe; originales fundadores de todo aquello.
...Se trataba ésta de "La Antigua",
como todos por allí entonces le decían, sobre todo después que se construyera
esa otra parte nueva mucho más amplia y adecuada a los nuevos tiempos, ocupada tan
sólo unos pocos años por sus originales dueños, justo antes de morir y, donde
ahora residían los actuales propietarios después de su matrimonio; herederos
del lugar. La cual quedaba retirada como una media legua entre ambas.
…Convirtiéndose este caso de la recién llegada
muchacha con sus repetitivos viajes de ida y vuelta por el campo, en algo que
se estaba haciendo harto incómodo para su buen desempeño profesional, debiendo ser
llevada y traída a diario por el chofer de la finca en su vieja camioneta, vadeando
en el trayecto un par de caños por entre gran número de reses y, toros bravos;
sin contar con el acecho de los animales del monte, tales como zorros, linces, cunaguaros
y serpientes. Aparte de repentinos torbellinos de pegones, aricas, guanotas,
matajeyes y, lengua e’ vacas; que de pronto solían adueñarse del aire circundante
en los caminos, haciendo de éste su campo de batalla. Tornándose las cosas mucho más peligrosas
y, aún más complicadas, para el seguro desenvolvimiento entonces, de la joven
mujer.
Cada día era lo mismo. Cuando Victoria tenía
que cumplir el rutinario periplo de ir desde su lugar de alojamiento en aquella
solariega casona, donde había sido ubicada por sus empleadores, para poder
llegar hasta "La Casa Grande" de la finca y, viceversa; donde
actualmente trabajaba.
“…La vetusta casa en
cuestión estaba ocupada en parte desde hace tiempo por el chofer y su familia,
junto con otros peones del hato; de quienes por lo menos, tenía su compañía.
Los que por años vivieron en estos espacios con sus familias y, en contraprestación,
cultivaban la tierra en medianía con el propietario. Sin embargo Felipe,
entonces a cargo, los había dejado libres de este compromiso con claras
reminiscencias coloniales, dándoles el tratamiento debido de trabajadores
normales; una razón más, para ganarse el respeto y la confianza de todos
ellos…!”
…Así las cosas; iba y venía a diario la
muchacha dando tumbos a diestra y siniestra en aquel viejo carromato, muchas veces
bajo el calor abrazador del llano, sumándose a ello la solitaria compañía del introspectivo
chofer, que durante todo el trayecto no emitía el más mínimo comentario o
muestra de socialización, con lo cual pudiera entretenerse… Entonces ella, sólo
podía evadirse de tan incómoda situación pensando en su familia y, en su propio
pueblo. Por cierto, de similar o igual ambientación que este lugar donde ahora
trabajaba pues venía, de otra zona del mismo Estado llanero en que las cosas
son más o menos las mismas, a las de por aquí; por cuanto procedía específicamente
de un lugar llamado Guarda Tinajas, aledaño a Calabozo.
...Entonces Victoria pensaba enseguida en su
viejo padre, don Eustorgio Sarmiento. Un hombre ambicioso aunque trabajador,
pero que no había podido cristalizar de forma permanente ninguno de los
proyectos que acometiera en su vida, buscando lograr la prosperidad, al parecer
por siempre proscrita para él; quizás, por su desmedida afición al licor, el
juego y, en sus tiempos mozos, también a las mujeres de vida alegre. Se
esforzaba sin embargo por mantener unida su numerosa familia, la cual últimamente
era sostenida con precariedad debido a su mala cabeza, pese a que tuvo momentos
de alguna fortuna en el pasado; pero que hoy, bien pudieran catalogarse como de
muy pobres… Pensaba además, en cómo fue
que ella había venido a recalar por estas tierras; por lo cual evocaría de
nuevo a su papá, esta vez en su relación de amistad con el hombre que entonces le
daba cobijo bajo su propio techo… Al respecto le habría dicho don Eustorgio, en
alguna oportunidad, que se había hecho amigo del señor Felipe Gómez cuando ambos
por mucho tiempo se toparon con sus rebaños de ganado en un sitio emblemático
del llano conocido como “El encuentro”. Donde concurrían año tras año, junto a ganaderos
y criadores de toda la región para transar sus operaciones de negocio; comunes
a su propia naturaleza comercial. Al tiempo que aprovechaban la estadía en el
lugar para recuperarse mientras se distendían un poco de la larga travesía desde
sus lugares de origen, en tierras más altas ya sin agua ni pastura por aquella
época; en su acostumbrado camino hacia estadios más ricos en esos elementos tan
vitales y, con mayores oportunidades de alimentación para los animales. Especie
de “tierra prometida”, algo distante aún de allí, bastante al Sur del Estado en las proximidades al Orinoco.
(…El encuentro, como tal, en el llano, es un nombre que ya
por siglos ha indicado a los llaneros un lugar de múltiples propuestas en el
devenir estacional de sus labores con el ganado; y, en el caso específico del
Estado Guárico, uno entre varios en el ámbito de esta extensa sub región en el
país −Venezuela−, por supuesto también hay uno que se denomina igual.
Donde por décadas además, ha habido un hato que por naturaleza, si se quiere,
lo identifica. Sólo que este punto en la actualidad, no es ni la sombra de lo
que otrora fue aquel emblemático y mítico enclave, durante los períodos
inmediatamente pasados de su historia.
…Empezó siendo el lugar en
sus comienzos, básicamente una encrucijada de caminos en medio de la nada —se
imaginaba la joven Victoria, recordando aquellas cosas que al respecto solía escuchar
de su padre—, que tenía ante todo una vieja romana de machete bajo un
improvisado cobertizo con un desvencijado retrete a unos veinte pasos, imprudentemente
a favor de la brisa, muchos corrales en la vecindad usualmente repletos de buenas
reses, junto a un puñado de terrosas y polvorientas rancherías de pernocta a su
alrededor… Pero que, muchísimo antes, yendo más hacia atrás en el tiempo y, si
uno se esforzaba en hacer el ejercicio imaginativo de divisar dicho punto en
perspectiva aérea superior, sobre la sabana, entonces se revelaba sorpresivamente
ante la simple mirada del observador algo así como el sepulcro de una gran cruz,
emplazada en la pampa solitaria; incrustada bajo el relieve de su gramínea piel
cubierta de mustios, greñudos y pajizos guarataros. Similar al resultado en la
vieja usanza, de herrar el peludo cuero del ganado. Puesta ex profeso tan
sagrada marca en ese preciso lugar, cuenta la leyenda, por una orden de catequistas
coloniales de la iglesia católica cuando desfilaban por allí siendo sitio
obligado en sus correrías, buscando sumar algunas almas indígenas a su causa; y,
en su largo camino hacia el oriente. “…Al menos para entonces, porque con ello según
así lo creían en virtud de sus acciones, sería después también, al paraíso”. Pensaría
convencido alguno de sus Diáconos.
…Señalado el conocidísimo
punto desde allí y, durante muchos años, cual relicario geográfico además, por
las ruinas del humilde monasterio dedicado a San Nazario; ubicado a un costado
del brazo izquierdo del gran "crucifijo enterrado". Con su sencilla
capillita de oración, rodeada por un par de docenas de cruces de hierro y mampostería
barata semejante en su persistente continuidad, a los abalorios de un rosario; en
señal de las tumbas de los pioneros que se aventuraron por allí para caer rendidos
al principio, bajo el curare de las flechas de sus autóctonos moradores durante
la oscura centuria del siglo diecisiete… Pero incluso así, sería tal la
determinación de los pastores nazarianos en su empeño por dejar una marca en el
tiempo, que de todos modos fueron forzando a los nativos pobladores de aquellas
comarcas a que fueran abandonando, de a poco, sus milenarias costumbres paganas
de adoración; cambiando de raíz el significado cosmogónico de sus demiurgos
ancestrales… Pasando a ser todo éso y, con el tiempo, el conjunto perfecto de
elementos sacros de un clérigo exorcista para ahuyentar de por allí a cuanto
ente demoníaco prevalido no sólo en su audacia, sino también en sus malas
artes, osara invadir
aquellos "santos predios".
…Sin embargo la sacralidad de aquel sitio de tradición añeja, de hecho se debatía dentro de grandes contradicciones; toda vez que con el correr de los años en lo adelante y, a fuerza de tanto andar de la gente que fue siguiendo la senda de sus originarios precursores en sotana, aunque no precísamente por su trabajo religioso sino en el aspecto exploratorio que estuvieron obligados a realizar, irían cambiando su faz topográfica de inocente emplazamiento de paso; a fuerza de ir arriando los hatos por sus empolvadas trochas y, buscando la mejor manera de abrirse camino hacia el Orinoco… Donde también fueron prosperando a finales del siglo diecinueve ya para el veinte, todo tipo de negocios vinculados a la actividad humana alejada de las urbes, y grandes concentraciones humanas; siempre con ese característico aire de cosa improvisada, de tienda de campaña, que si bien la encuentras hoy con algún grado de prosperidad, ya no será tan así para mañana… Con los típicos negocios en estos casos tales como bodegas, boticas, comederos, posadas, talleres de talabartería y, de herraje; cantinas de expendio de licor, tugurios donde se apostaba a las cartas en diferentes juegos de envite y azar. En los cuales serían los preferidos el ajiley, que era sin duda el campeón; seguido del truco y la popular caída. Luego venían otros, también muy solicitados; carga la burra, siete y medio, batea, macuare, dados, tejo, bolas criollas y, uno que se puso muy de moda ya al final en la época de los años sesenta, llamado Rummy. Que tenía sus propias cartas, y eran de origen francés, muy diferentes a las habituales españolas acuñadas por la conocida firma peninsular "Heraclio Fournier"… Hasta uno muy famoso llamado “rojo”; que al ser sugerido por algún cliente tremendista queriendo jugarle una mala pasada a otro, un tanto despistado al desear saber éste cómo se jugaba el mismo, se forzaba enseguida casi automáticamente la imaginativa y bien cotejada respuesta del inoportuno mamador de gallo… Pudiendo ser ésta una, escatológica o, tal vez de muy mal gusto −según como se la viera−, a lo que simplemente decía aquel muerto de la risa: “…Si te agachas yo te co…” −Ahí se detenía y, dejaba a todo el mundo en suspenso−; para entonces aterrizar de refilón, rematando el muy zafio: “…O; si no, yo más bien te saco un ojo. Ja ja ja, ja ja ja!”.
…Pero además, había un
anexo al local de los juegos que estaba reservado exclusivamente para otra
función también ya distintiva del lugar en los últimos tiempos, expendio de una especie muy antigua en el mundo, por cierto. Construido groseramente por sus
impulsores usando para sus fines algunos materiales sustraídos de forma
vandálica de las ruinas de la iglesia de enfrente, otrora orgullo de los monjes
Nazarianos; horrendo sacrilegio al que por cierto se refirió el último
religioso de rango que por allí pasó, cuando iba a la toma de posesión de su
diócesis en Ciudad Bolívar. Vaticinando entonces este Obispo que:
"…Los culpables de
semejante bochorno, carentes del más mínimo respeto por las cosas del Señor, arderán
calcinados irremediablemente por toda la eternidad, en las pailas del infierno;
purgando así, aunque sea en parte, tan terrible latrocinio…!"
"…Y; lo digo yo, que sé de éso. Sí señor…!
Agregó; con convicción. Como si materialmente hubiera estado allá, en ese mismo
lugar al cual se refería.
…Dicho local ostentaba en su identificación pintada
con encendidos trazos de muchas vueltas y bucles, en color rojo encendido, el sugestivo
nombre de su dueña: “La Madama”. Colocado groseramente en el elaborado pórtico de
madera, sobre la puerta principal construida con el mismo
material; ambas reliquias coloniales robadas del citado emplazamiento religioso
pre existente… En definitiva, era un lugar muy concurrido donde pululaba a
diario entre una veintena de clientes birriondos, todo tipo de damiselas; ofreciendo
sus placeres cárnicos al mejor postor.
…Vino a ser en aquel sórdido entorno, en que Felipe Gómez y Eustorgio Sarmiento en un retorcido recodo de sus vidas, trabaron amistad por pura casualidad la primera vez, en sus tiempos mozos. Cuando echaban una canita al aire para aliviar sus penas durante las largas temporadas de tan caluroso estío, enfrascados en prolongadas sesiones de juegos, tragos y, también meretrices; las que poco a poco arropados por el disipado ambiente, dejaron de serles extrañas… Sería como por una infausta intervención del demonio en uno de esos años en El encuentro, en que Eustorgio Sarmiento en un arrebato de locura fue pasando de falda en falda por la pieza de cada fémina allí presente; en un extraño reto con unos desconocidos y, en que viera colgado sus calzoncillos en la misma percha junto a las pantaletas de cada una de tales señoras, esa misma noche. Mediante una absurda apuesta que de todos modos perdió pese a su titánico esfuerzo en un ardoroso despliegue de testosterona jamás visto en un hombre, en competencia contra el avieso jefe de unos vaqueros venidos del pueblo de Chaguaramas; que no lo perdonaron a la hora de cobrarle. Para entonces enterarse un par de semanas después cuando ya no estaba allí, y todo se había consumado, de haber sido timado por el chaguaramero de marras y, La Madama en cuestión, en quien se habría confiado en su papel de depositaria y contabilizadora de cada uno de sus viriles actos tan bien agenciados —actuando ella misma de mirona, muchas veces—; pero no sabiendo el muy pendejo, que estos dos sinvergüenzas también eran amantes… Perdiendo en consecuencia aquel hombre en tan temerario e irresponsable lance, mucho más de la mitad del ganado que llevaba, provocando allí mismo una desbandada entre los peones que trabajaban con él y, hasta quedar enteramente solo.
…A partir de aquello, entonces, se ahogaría Eustorgio
con su impotencia hasta no tocar fondo en la infausta alberca del licor. Habría
quedado en la ruina en ese mismo instante, de no haber sido por la oportuna
intervención y ayuda en el conflicto, de su fortuito amigo Felipe Gómez —donde
incluso salieron a relucir algunas armas de fuego aquella noche—; quien habiendo
visto las posibles consecuencias de lo ocurrido, tuvo que anteponerse a los
acontecimientos luego de la amarga situación generada en los días por venir, cuando aún tenían que permanecer allí. Viéndose
forzado a intervenir de arbitro apoyado en su propio equipo —que también andaba
con sus armas al cinto, algo muy común en esa época y lugar; dispuestos a
usarlas además, si fuese necesario—, para zanjar las diferencias; evitando así
quedara Eustorgio en la lona como quien dice y, justo desde aquel mismo momento…!)
…Recordaría Victoria con tristeza todo
aquello, compilado al atar cabos de todo cuanto su propio padre le dijera y,
escuchara decir a otros, a lo largo de su vida; en relación con el triste
destino de su viejo.
Por supuesto sería éste el último viaje
que hiciera don Eustorgio por allí, porque a partir de aquel momento, muerto de
la vergüenza, se fue sumiendo cada vez en la más terrible de las desgracias; al
caer en cuenta del estúpido error cometido. Perdiendo de todos modos poco a
poco lo que le quedaba, para costear la constante borrachera en que de sólito,
se hallaba embebido; hasta quedar prácticamente en la indigencia.
Cuando aquella insólita noticia de El
Encuentro llegó a Calabozo, cundió como reguero de pólvora por toda la
localidad y, fue a partir de ésta que aquel hombre perdiera todo crédito en su
comunidad; por lo que ya nadie confió más en él. Aquello fue como un círculo vicioso, porque
mientras más rechazo recibía de sus vecinos, más se hundía en el licor y en el
juego, hasta que tal situación llegó a oídos de su viejo amigo… Un buen día
después de todo aquello, Felipe viajaría a Calabozo con el pretexto de visitar
a su hijo Leoncio, quien entonces estudiaba para Cura en el Seminario de esta
ciudad; pero en realidad, a lo que también iba
dispuesto, era a ofrecerle algún tipo de ayuda a su otrora compañero de
farras, para apoyarlo de algún modo, en
fin, a hablar con él con el propósito de hacerlo desistir de su absurda actitud
que cada vez, lo tenía más arruinado. Pero que muy pronto, además, lo
llevaría a una prematura muerte.
Se mantenía don Eustorgio en aquellos
tiempos difíciles, con uno que otro
trabajito que hacían sus hijos mayores. Uno de ellos era, precisamente la
primera, Victoria; quien para aquel momento de la visita de Felipe estaba
recién llegada de la capital del País, donde había terminado con éxito y mucho
esfuerzo, sus estudios de administración en la Universidad Central de
Venezuela.
...Continuará.
...Chao, amigos. Espero les haya gustado y, envíen sus comentarios.