...Y, por aquí estamos de nuevo, tal como se los prometí; con el asunto de "Andrómaca y Felipe" en su parte final. Cont...
1.2.- —Consagración, y Rendición—
…Le habría contado don
Claudio a Clotilde que a los pocos días de haber nacido el pequeño Maquiritare
−o; Pemón−, por allá, en algún recodo a las márgenes de un río del Territorio
Federal Amazonas donde perdió a su madre, fue criado de allí en adelante en una
plantación de explotación de Sarrapia perteneciente a un individuo paisano
suyo; cuyo nombre era, Aldo Colavita. Quien afortunadamente para el pequeño y,
ya con el tiempo, pasó a ser como si fuera su propio padre, puesto que don Aldo
lo llevó a su casa y fue criando al infortunado niño como suyo, habiendo
contratado para su cuidado exclusivo a una nodriza de su propia raza,
…Sus legítimos padres
murieron trágicamente en dos episodios desgraciados, casi que con el mismo sino
de la fatalidad y, en menos de un año. Su madre; allí mismo, donde hacía pocos
meses había nacido, estando el muchachito acostado en una pequeña cesta de
moriche en la parte más alta de la ribera junto al rio, debajo de la fronda de
una arboleda que ambos tenían por vivienda. ¡Todo fue tan inesperado! Después
de alimentarse y, estar ella lavando en la orilla unos trastos −tal vez
totumas− de uso diario en la manipulación de los alimentos, de repente
en una crecida inusitada del rio la humilde mujer se asustó por un estruendo
repentino tal vez de grandes piedras y cantos rodados, arrastrados por la
corriente; perdiendo instantáneamente el equilibrio. Estaría parada la desdichada
indiecita sobre unas lajas mojadas, cayendo de inmediato a las turbulentas
aguas; las cuales con toda su furia se la llevaron rio abajo golpeándola una y
otra vez contra las afiladas y enormes rocas, a través de las cuales el
violento caudal zigzagueaba… En la macabra escena tan sólo se escuchaban los
alaridos y gritos desesperados de la pobre india, pidiendo auxilio; siendo
encontrada horas después, aguas abajo, toda destrozada dando vueltas en
círculos repetitivos a derecha e inversa en una resaca. El niñito, apenas de
meses, sería recuperado sano y salvo por los rescatistas; llevándolo de inmediato
a la plantación.
El año anterior, a sólo meses de aquel
trágico suceso, había perdido el niño a su propio padre, quien en una rutina de
caza a través de la selva se enfrentó imprudentemente a un tigre mariposo,
armado precariamente de un arco, pocas flechas y, su viejo machete tocón; cargando
el pobre indio —cazador cazado, esta última vez—, con la peor de las
partes. Cuentan los sobrevivientes de la tribu, acompañantes de su infortunio,
que el desprevenido cazador fue arrastrado hacia las profundidades de la espesa
jungla, perdiéndose su rastro para más nunca volverlo a ver; ni vivo ni muerto.
No obstante; aunque entonces había perdido
también a su madre, quedando solo en este mundo, al indefenso niño no le faltó
cuidado pues fue diligentemente protegido de allí en adelante no sólo por su
nana oficial, sino además por las demás mujeres del grupo de indígenas que
trabajaban en la plantación, pero siempre bajo la estricta vigilancia y
supervisión de don Aldo. Quien además a medida que crecía y, podía valerse solo, siempre lo tuvo
a su lado ya fuera en la casa o en la oficina, llevándolo incluso a pasear por los
caminos, y las veredas del sembradío, todas las tardes cuando evaluaba el
rendimiento de la jornada… Jugaba con él y, hasta le enseñó a
comunicarse en su idioma original, el italiano, legándole aun su acento
toscano. Lo trataba pues, como si fuera su verdadero hijo —quizás como una
forma de reivindicarse con aquella
noble gente, que de alguna manera eran el soporte en la obtención de su buena
fortuna—; siendo que, en aquel inhóspito lugar lejos de la civilización, Aldo
Colavita consumía sus días de vejez alejado de su propia familia, añorando su
legendaria, lejana y, culta Toscana. Allá en su querida y bella Italia… Siendo
por aquella época en que, según dicen,
al llegar algún visitante externo ocasional a la finca, se veía al pequeño indiecito
por todas partes siempre pegado a la manga de los pantalones del viejo don
Aldo; y, al preguntársele cómo se llamaba, de inmediato respondía colmado
de la más patética inocencia. Y, prácticamente haciéndole honor al apellido de
su afortunado "padre", decía;
mientras arrastraba a modo de cola una deshilachada colcha estampada con
la icónica imagen de la Torre de Pisa a punto de caer. La que siempre llevaba
enredada entre sus dedos, chupándose un
pulgar:
“…Cola… Cola, Colavita…! ¡Colavita!” —Decía.
Acto seguido, pegaba una sola carrera;
siempre con varias indias viejas detrás, tratando de contenerlo. De esta etapa en su vida, es que le viene el
nombre con el cual ahora es conocido
aquel indio: Ruperto Colavita; sin embargo, más le gustaba ser llamado −tal
como quedó dicho−, El Indio Colavita. Dicen que por aquellos días de su
infancia, se escapaba de la casa de don Aldo para irse a un sector fuera de la
plantación donde sabía que estaban
"los otros" indios; que nunca veía trabajar por allí. Eran los
mayores, los más ancianos, que según sus creencias poseían y conservaban el
conocimiento y, la magia ancestral de la tribu; acumulados durante siglos de vivencias bajo la única protección
de la selva, para beneficio de su pueblo. Los cuales además, eran sumamente
respetados por todos.
Durante estas incursiones usualmente prohibidas,
aunque toleradas de algún modo por estos patriarcas tribales y, tal vez debido
a las dolorosas calamidades ocurridas en la temprana vida del menudo joven,
generalmente se hacían de la vista gorda cuando era sorprendido merodeando por
las cercanías de su campamento. Conducta validada desde un punto de vista de
sus creencias como algún tipo de señal procedente de los dioses, que habrían
despertado de algún modo en el muchacho
la obtención temprana de tales conocimientos; obligándolos a ellos, sus
depositarios, a apoyarlo de manera muy especial… Una vez aceptada su presencia
en las cercanías al poblado conformado por las churuatas donde estos maestros
residían con sus propias familias, no sin cierta reticencia por lo menos al
principio, gradualmente fue siendo integrado como uno más de entre los suyos y,
en poco tiempo hasta se fue granjeando no sólo la confianza de todos sino
también, su respeto y consideración. Para ser tomado finalmente como discípulo
por el más anciano de la congregación. Sin embargo lo que más le gustaba al
joven indio y, lo hacía sentir más a
gusto, era entrar en contacto con los chamanes del grupo. De quienes se nutrió,
y aprendió muchas cosas sobre la vida, la muerte, la magia, la mitología; pero
especialmente, sobre el conocimiento y el manejo de las innumerables especies
vegetales que ha atesorado por milenios la fronda de la inmensidad del bosque;
que todo lo rodea en su entorno. Apareciendo en su conciencia como la
materialización del único mundo existente; y, conocido para él.
…Por todos estos antecedentes, puestos a rodar
de boca en boca por el pueblo a partir de las confesiones iniciales del baboso
de don Clotilde, aunado a ciertas cosas fantásticas que se afirmaban de él en
cuanto a su trabajo y, por qué no decirlo, amplificadas por esa extraña
necesidad en la gente pueblerina de inventarse su propio "héroe", se fue creando en torno al personaje en
cuestión una fama arrolladora que lo más seguro ni siquiera se la merecía;ganada especialmente
en un principio, con la preparación de
sus infalibles "filtros de amor" que le empezaron a ser muy
solicitados con mucha insistencia, sobre todo por clientes del sexo femenino.
Así, queda claro que la ligereza de parte de de don Clotilde, más bien
favoreció grandemente al indio Colavita; agenciándose con ello a su favor un
mayor y creciente número de clientes.
…Se decía también que hasta había sido capaz
de, prácticamente, levantar a un hombre de su lecho de muerte con sólo hacerle
unos pases de mano por encima y, frotar en el pecho del difunto unas
enigmáticas ramitas de tallos azulosos sacadas del bolso que siempre llevaba
colgado en bandolera… Extraño suceso puesto de manifiesto ante un nutrido grupo
de personas que dieron fe de lo ocurrido. Cuando por casualidad pasaba el
cortejo por su vecindario y, quedara conmovido el indio por un mar de lágrimas
de la viuda e hijos; que lloraban a cántaros,
por haber perdido a su ser querido. Dibujándose a su alrededor después
de éso, un aura de misterio y, mitificación, sin precedentes.
…Luego del extraño suceso nunca antes visto
en ninguna otra parte, según dijeron los que lo vieron, el mismísimo
"muerto" ya liberado de tal condición se paró de la hamaca que usaban
como parihuela para trasladarlo al camposanto, por sus propios medios y,
cuidándose de que nadie lo ayudara, entonces sorprendiendo a todos la recogió, dobló y hasta un nudo le hizo con las cabuyeras, terciándosela al hombro.
Para luego regresarse por donde mismo habían venido, al menos con su familia y
los más allegados; pues el resto y, no es para menos, huirían despavoridos del
lugar. Manifestando que eran cosas del demonio… Aunque después se supo, a decir
de algunos, que todo habría sido una vulgar patraña puesta en práctica por el
indio con la complicidad del supuesto muerto y, alguno de sus familiares; con lo
cual darían por cancelada una vieja deuda que aquel tenía con Colavita.
…Posteriormente, en los
detalles dejados filtrar por un antiguo novio de la hija de don Marcelino —el
"muerto vivo"; así sería conocido, de allí en adelante—, disgustado con la muchacha
"por no dejarse" antes de tiempo, dijo que su futuro suegro habría
sido tratado el día anterior con un brebaje preparado por el indio
supuestamente con hojas de "adormidera" y, otras cosas más, cuyos
efectos probados eran de unas cuarenticinco a cuarentiocho horas; tras lo cual,
Colavita lo reviviría en el momento justo con otra de sus yerbas preferidas, la
"mandrágora azul". Haciendo que todos los allí presentes se creyeran
el cuento. Muchos de ellos sin embargo, fieles a la consabida leyenda del héroe
particular en que todos quieren creer, ya mencionado, no daban crédito al
desmentido del novio disgustado;
haciendo crecer más bien de allí en adelante la fantástica fama del indio
Colavita. Sería a partir de este hecho, precísamente, en que muchos comenzaron a llamarlo: "El
Iluminado", de La Atascosa.
…Tal vez fue por todo
esto que, aquel infausto día de la caída del Cura don Cecilio en la calle Tropezón,
todos creyeran en la leguleyería del individuo de marras pues además, cosa rara
en un indio era buen conversador, cuando
le interesaba; haciendo su agosto desde aquel mismo instante y, por un buen
tiempo, con los ya descritos amuletos en forma de collar.
…A raíz de este odioso episodio con el
Párroco del lugar y, aprovechado de forma tan burda por el extraño individuo
convertido además en un vulgar
mercachifle, cosa que a sus seguidores no importó, fue que la fama del indio
llegó a conocimiento de muchas más personas en el pueblo y sus alrededores; especialmente al entorno donde entonces se
movía la joven Victoria Sarmiento, quien para entonces ya se hallaba atrapada hasta el tronco en su propio dilema. Sin saber qué más hacer, para
avanzar.
Algo
diferente tuvo que haberse operado, sin embargo, en la conciencia del indio esa
tarde de Semana Santa frente al grupo en procesión con la imagen de El
Nazareno, a lo largo de la calle Páez; en que prácticamente cayó fulminado al
suelo por la enorme carga espiritual que lo rodeaba… Integrándose a la marcha
como uno más de entre los fieles, en una supuesta actitud de reconversión que
de seguro −según se dijo−, lo retrotrajo a las creencias con que desde muy niño
el devoto de don Aldo lo habría instruido. Como buen "católico, apostólico
y romano" que aquel se declaraba; independientemente de toscano, que en
verdad es lo que en realidad era… Hasta había hecho instalar en la plantación
al lado de su casa de residencia, una pequeña capilla con campanario y todo;
usada por él para rezar, e invitar a sus amigos en las esporádicas visitas que
le dispensaban, para leer la biblia en conjunto. Entonces y, siempre con el indiecito a su lado,
imitándolo en todo. Mientras esto hacía, especialmente los domingos, y los días
formales del calendario religioso tradicional la puerta principal del local y
las dos ventanas que la flanqueaban, permanecían abiertas para todos.
Usualmente ocupada en esas ocasiones por algunos nativos, que seguramente sólo
lo hacían por pura curiosidad, pero con el correr del tiempo se iría
incrementando su número hasta llegar a ser uno considerable… Eso sí, eran pocos
los que trasponían la puerta para ir a sentarse en los largos escaños más
próximos. Si lo hacían, eran atraídos también por la extraña y, suave música
que emanaba de un viejo tocadiscos
emplazado en un rincón al fondo; donde don Aldo solía colocar, a un volumen
moderadamente bajo, música sacra medieval. O; a veces, en ocasiones especiales,
la de sus músicos favoritos: Giuseppe Verdi y, Giacomo Puccini).
…Así; de esta forma tan extraña, finalizaría
aquel Miércoles de Ceniza del año ´63. "Más espectacular que el del año precedente"
según las opiniones de muchos, aun pese a la caída del viejo Cura del pueblo
aquella vez; y, con ello, desde esa amarga experiencia, el nacimiento del
nombre para una vieja calle entonces sin identidad… Donde por otra parte, el
pueblo sería testigo de la rendición de un hombre que, aunque temido, no fue
capaz de sostenerse en pie ante la arrolladora fuerza de la fe… Pero sobre
todo, porque se le rendía tributo después de al Nazareno, también al joven
paisano Leoncio Gómez Katay, que ese día se estrenaba como Cura en funciones;
precísamente durante su consagración, en su propio pueblo.
“¡Enhorabuena!!!” —Dijo eufórico, el señor
Marchena.
...Bueno mis amigos, esto es todo por ahora. Espero les guste y, dejen sus comentarios. Cuídense mucho que de los buenos quedamos pocos. Jeje...!