Muy buenas tardes amigos míos, por aquí de nuevo con ustedes después de un largo viaje por Europa, de donde me vine huyendo del "virus chino" De todas modos por acá estamos, aunque en cuarentena, menos mal que en nuestra propia casa. Bueno, sin más preámbulo, aquí vamos con un tema bien a tono con la época de Semana Santa; aquí en nuestro país.
Con ésto, me aparto momentáneamente del primer libro que hemos venido tratando, porque aún no ha terminado, para traerles el segundo capítulo del segundo libro de la serie que ya les he dicho. Relatos oníricos de La Atascosa. En este caso: Andrómaca y Felipe.
...Y; ahí lo tienen:
1.2.- —Consagración, y Rendición—
Miércoles de Ceniza del
año 1963. La iglesia repleta a reventar de feligreses de la Atascosa y, sus
alrededores. Con las autoridades civiles y eclesiásticas en pleno,
perfectamente activadas, dispuestas de nuevo para el caso; siendo entonces el
verdadero personaje después de Cristo Jesús en ese lugar y, en aquel preciso
momento tan especial, sin duda alguna que el joven Párroco nacido y criado de
allí, en este pueblito donde era conocido por todo y, de todos. En ése cuyas calles
aún eran testigo de la presencia juguetona del mismo muchacho humilde y
sencillo que fue, cuando correteaba como uno más quizás detrás de una pelota,
un papagayo, un trompo; o, cualquier
otro objeto ordinario de juego. Con los bolsillos de su pantalón corto repleto
de metras, jobo, o mamón; junto a otros niños que hoy, jóvenes adultos muchos
de ellos también allí. Rindiéndole tributo con su presencia, por tan abnegada
profesión escogida; o, como decían muchos, más bien ésta lo habría escogido a
él… Todos en el pueblo se sentían exultantes este día, felices y contentos por
la magnitud de tan extraordinario acontecimiento, de ver elevado a uno de sus
hermanos a tan digna majestad eclesial; expresada por el gran fervor que
sentían, desde la entrada al pueblo por Cinco de Julio en el Este hasta su
salida por el Oeste, sobre el Barrio La
Rochela; cruzando de Norte a Sur desde Los Paragüitos hasta La Voz del Llano,
en los Barrios La Romana y La Quinta. Todo, enteramente todo, era indicativo
del júbilo y la alegría de la cual por entero eran partícipes. Por motivo de que
uno de sus hijos, seguía con rotundo éxito la senda marcada por el buen Padre
don Cecilio; ya en el ocaso de su fructífera vida. Habiendo transitado éste, también
positivamente, el camino a tan noble y preclara posición de la ordenación,
dentro de la delicada carrera sacerdotal.
…De poste a poste sobre
las calles y, entre los árboles, se veían extendidas las bambalinas multicolores,
cual papagayos blandiendo al sol sus ligeros cuerpos por efecto de la brisa y
el calor llaneros; junto a los afiches con el fotostato a color del hijo
homenajeado. Curiosamente empinado en algunos casos —como un rasgo de rareza y,
en buena lid por lo demás—, por encima de la desleída figura en algún panfleto rezagado con el rostro de risa obligada de algún político participante, perdedor
o ganador, da igual, en la campaña electoral anterior… Entonces las bambalinas,
las guirnaldas, los retratos, la alegría y, el entusiasmo de la gente junto al
fuerte aroma del incienso ardiendo cual zarzal, en el sagrado Monte Horeb del
Sinaí, y también en las macetas con rojas brasas dentro del templo, hacían juego
con la sacra melodía que emergía para dejarse oír, a través de los parlantes en
lo alto del campanario; mientras sus bronces tañían dando por terminada la misa
para en seguida dar comienzo a la procesión del Nazareno, acompañada por el
sempiterno “Pópule Meus” de ese otro gran venezolano que fue; el insigne músico
José Ángel Lamas. Quien con lo suyo quiso dejar esta extraordinaria pieza musical,
como testimonio perenne para rendir tributo al hijo amado del Padre Celestial,
en cada Semana Santa venezolana.
…Ese día podía parparse
también, a plenitud, la más viva santidad mezclada con una gran expresión de auténtica
felicidad, en el viejo Cura don Cecilio Apóstol del Rosario. Que lucía radiante
y rejuvenecido bajo su pulcra sotana blanca, con un único detalle en ella por
atuendo de gala para la ocasión, consistente de una larga y purpúrea estola
orlada con ribetes dorados; haciéndolo ver como poseído por algún espíritu de
sanación que aquella tarde, tal parece, hubiera descendido como lengua de fuego
purificador sobre su calva y bruñida testa. En un muy particular Pentecostés
que el Señor, hubiera reservado tan sólo para
él.
…Mientras tanto al lado
del viejo Párroco marchaba majestuoso el joven religioso Leoncio Gómez Katay que, caminando erguido en su elemental y purpúreo
atuendo, destilaba también felicidad al igual sucedía con su anciano mentor (…Novel
Sacerdote recién recibido con honores entre sus pares, en los reservados
espacios entre las arcadas del claustro de su Alma Mater; por quien hoy la comunidad
entera que lo vio nacer era todo un espectáculo, donde flotaba junto con el
polvo de sus calles y en el brillo de los ojos de cada feligrés, de cada
habitante, la más sublime presencia de la espiritualidad colectiva; envolvente
y, misteriosa, del pueblo de La Atas cosa…!)
…Iba ante todo el joven Cura, como tocado de
una genuina aura de santa humildad. Ésa que por supuesto transmite la túnica
del Nazareno a quien la viste y, dentro de la cual estaba aquel guarecido; o,
más bien guarnecido, presidiendo junto a don Cecilio la sagrada procesión de
ese magno día dentro de la litúrgica tradicional, en que luego de darle tres
vueltas en redondo a la plaza Bolívar se dirigieron al Norte por la calle
Tropezón, tomándola justo en frente al Mercado Municipal —en cuyas aceras
colmada de espectadores se encontraba el popular “Zamuro”, arrobado por la
sacralidad del momento presente; el personaje más emblemático del lugar, mirando
con otros ojos tal vez con ganas de darle un crédito, a su cliente más destacado,
el mismísimo Cura don Cecilio; y, entonces, sintió pena por la dureza en sus
regateos anteriores con él—, para entonces recorrerla pasando de nuevo por el
famoso punto tan emblemático y premonitorio que la hizo famosa; debido a la caída del viejo Párroco la
temporada anterior. Quien hoy para su regocijo estaba siendo asistido,
precísamente, por el novel Sacerdote e invitado de honor; y, paisano suyo
además.
En el extremo Norte de la citada callecita
torcieron a la izquierda hacia Los Paragüitos, hasta su intersección con la
calle Páez, para por esta vía retornar al principio, retomando la calle Bolívar
o calle real, en la esquina de la bomba del señor Vergel y, nuevamente hasta la
Iglesia; de donde mismo habían partido, hace ya unas tres largas horas. De
sincero y devoto compromiso cristiano, que imponía en toda su grey la más
férrea voluntad ante tan extenuante exigencia; seguros todos de cumplir, con la
más alta expresión de felicidad en cada uno de sus participantes.
Por ello, ni siquiera aquel enigmático
individuo conocido por todos como El indio Colavita, vecino ocasional que más
bien huésped circunstancial de la calle por donde ahora pasaban y, hoy consagrado
chaman fetichista de remate, pudo resistirse ante la necesidad imperiosa que el momento reclamaba.
Manifestando su rendición ante el Cristo Redentor, al caer de hinojos
inmediatamente en señal de respeto —quizá más bien por temor—; al tiempo que,
se persignaba azarosamente con la señal de la cruz sin saber ni cómo hacerlo de
forma apropiada. En un extraño comportamiento de su parte que claramente
evidenciaba una total confusión heredada de la inexplicable intervención de los
conquistadores españoles en la vida de sus antepasados, a través de la
historia; creando inconsistentes lazos en sus creencias que a todas luces desdibujaban
en su conciencia la persistencia de sus demiurgos ancestrales.
Todo el mundo lo veía asombrado, el temido
hombrecito estaba allí sudoroso, de rodillas ante aquella portentosa
manifestación de espiritualidad superior, colectiva, auténtica y, real; de seguro
arrepentido por todo el irrespeto causado con sus actos a la divina memoria del
Nazareno, cuando el año pasado hizo de la caída de su humilde servidor, don
Cecilio, un perverso negocio con el que se lucró; mediante la elaboración y
consagración mañosa de reliquias prohibidas por la iglesia, vendidas en su
nombre. Asegurando entonces que si no usaban el collar de su autoría, estarían
contribuyendo a la posibilidad de mayores desgracias para el pueblo; según él
lo veía, en aquella nefasta señal… Pero, quién era en realidad este
hombre…?
…Mientras tanto, tan penosa y sobrecogedora
al mismo tiempo, era la marcha con la imagen del Nazareno a cuestas por las
calles de aquel pequeño pueblo llanero. Que en combinación con la sacralidad de
la música del maestro Lamas viajando en la brisa, acompañada por el fuerte olor
del incienso y, el particular aroma de la parafina quemada en las
chisporroteantes velas ardiendo por doquier en manos de los fieles, le conferían
al acto aquella lejana tarde en especial una genuina espiritualidad; digna tan
sólo del recordatorio mismo de aquella histórica entrega, protagonizada por el
sagrado personaje cuya iconografía y epopeya eran el centro de atención esos
días y, todos los años, por esta misma época.
(…Ruperto Colavita, alias “El Indio”, vivía
todavía en casa de don Clotilde González,
al lado de la casa–taller del finado y ex dueño del lugar don Claudio Milano
Montessori; a quien todos llamaron simplemente, “El Italiano” —trágicamente fallecido—.
Quien hace un par de años atrás habría hablado con su vecino, siendo amigo y
trabajador suyo a la vez, para mediante un cierto acuerdo económico entre ambos
dar alojamiento al indio en su propia casa; mientras este trabajara igualmente
para él, en su negocio. "Carpintería Véneto". Pero como
don Claudio ahora había muerto hace poco, precísamente la semana pasada y, de
una forma tan extraña que el pueblo entero quedó horrorizado, entonces estaba
el lugar cerrado ignorándose qué iba a pasar con éste y sus trabajadores; por
lo que se rumoraba según se habría dicho, estando aún su viuda e hijas presentes
en el sepelio, que vendría alguien de Italia —un pariente cercano— encargarse del
mismo. Lo que no era seguro y, por ahora sólo éso, un rumor.
…Razón por la cual el indio estaba a punto de
marcharse de allí, entonces sin el aval del promotor del acuerdo con su casero,
don Clotilde; que no soportaba ya sus raros comportamientos especialmente el de
sus extraños rituales nocturnos, estimulado además por mucha gente alarmada con
sus cosas en el vecindario, que querían se fuera pronto. De todos modos sabían
que estaba construyendo su propia casa en el monte a las afueras del poblado,
lo que facilitaría las cosas para todos.
…Sería justo ahí, en la
acera frente a la tristemente famosa carpintería de la calle Páez, donde se encontraba
arrodillado aquel pequeño pero temido hombrecito, huésped incómodo ya para
muchos en La Atascosa; impactado por la piadosa pero al mismo tiempo poderosa
imagen de El Nazareno.
"…Allí, donde un
día encontraron a su incestuoso dueño colgado de un cadalso automático mecanizado
de su propia autoría, perfectamente construido en madera. El cual poseía un
especial atributo "patentado" por su creador, consistente en que el
suicida ya no necesitaría deshacerse del tradicional banquillo en estos casos,
sino que el aparato de forma autónoma hacía su trabajo completo mediante un
poderoso dispositivo de trinquetes y contrapesas llamado "counter
grávity", independientemente de la
acción de su infortunado usuario.Tal como don Claudio lo dejara escrito en
sus memorias fúnebres, en su rara manía de querer llamar las cosas que él
mismo hacía, en inglés y, también así lo hizo en aquel aciago día. Quien sin embargo, falleció
arrepentido según las evidencias dejadas al pie del extraño artefacto de
muerte, por haber desgraciado a su familia… Después el negocio sería regentado
por un sobrino suyo, procedente de Italia, pero ya no tuvo el prestigioso
lustre de otros buenos tiempos; aunque sí, la vergonzosa mácula de la tragedia
horrible inscrita con el tiempo como por un dedo divino sobre el velillo de la
pátina, en su petulante cartel de identificación… Donde el propietario del
lugar daba fe, específicamente, de que no sólo era un carpintero, simplemente;
sino, "CARPINTERO
EBANISTA" —entrecomillado, en mayúsculas y,
escrito con trazos de Sapolín color rojo".
"¡Aaah, tiempos
aquellos; cuando don Claudio…!"
Solía decir don Clotilde, dejándose llevar por la nostalgia, cuando
traía a colación estas cosas; cuyo
taller fue en realidad un verdadero emporio de creatividad, para bien o para
mal… Pues, así como se dio aquí la existencia de esta máquina tan perfecta,
horrible y macabra con la cual aquel se quitara la vida, también se recuerda en
contrapartida, un hecho inédito que llenó de orgullo a todo un pueblo. En que,
hasta un precioso regalo nunca antes visto salió de las manos de sus laboriosos
artesanos, para honrar a Su Eminencia don Mariano Victorino Martell, Obispo de
la diócesis de entonces, radicado en Calabozo… Erase aquella, una excelsa
poltrona de descanso; bella y distinguida, perfectamente construida en madera
fina, ricamente decorada con metales y piedras preciosas, que según dicen
todavía reposa entre los lujosos muebles de colección en el palacio de verano
del Papa, Castelgandolfo; en el lugar del mismo nombre en la costa del Lago
Albano, allá en Italia. A donde llegara como "regalo especial al Sumo
Pontífice, de parte del pueblo venezolano" —según lo decidiera don
Mariano, para quien fuera construida inicialmente—; en un excepcional gesto de
desprendimiento de parte suya, como dueño original.
"¡Aaah, tiempos aquellos; cuando don
Claudio…!" —Remató diciendo nuevamente, don Clotilde; entonces rascándose el
cogote."
…“El Indio Colavita”
como también le llamaban era mañoso, taimado, impredecible e indescifrable,
ducho en las artes del ocultismo y en el conocimiento ancestral del uso de las
yerbas del monte, "aparte de ser un buen carpintero a decir verdad", reconocían sus detractores; tal vez por éso, don Claudio lo trajo al pueblo
después de todo, durante uno de esos tantos viajes que le gustaba hacer por el
Orinoco en donde combinaba la cacería y la pesca, con la aventura… Aunque
también se dice que fue más bien porque le gustaban todas esas cosas ligadas a
la superchería y a las malas artes, donde su indígena amigo se movía como pez
en el agua… Precisamente por éso, por lo del ocultismo, había ido tomando en el
pueblo aquel oscuro personaje, una cierta notoriedad.
…Fue casualmente por estos días y, luego de
la rara desaparición de don Claudio, cuando los pobladores comenzaron a ver lo
incongruente y disparatado que era este asunto de que un indio —que realmente
lo era, dicen que de la etnia Maquiritare; o, Pemón, no se sabía bien—, llevara
por nombre un apellido de raíz italiana; lo cual sin embargo, empezó a
aclararse cuando Clotilde González le echó el cuento a algunos en un botiquín de Los Paragüitos sobre los orígenes
del siniestro personaje. Yéndosele el yoyo esa vez al hombre entre cerveza y
cerveza, junto a un grupo de amigos y, queriendo lucirse con las féminas que los
acompañaban en la mesa; rompiendo así bajo los vapores etílicos y el
"tetero" reinante entre las damiselas presentes, su compromiso de
fiabilidad con el amigo fallecido. Información
esta que obtuvo de viva voz, de parte del mismísimo don Claudio Milano
Montessori, quien trajera el indio al pueblo; y también, fungió siempre como su
protector mientras estuvo en vida.
...Espero les haya gustado; hasta el sábado, cuando les traeré la segunda y última parte.
...Hasta entonces, cuídense mucho. Chao...!
...Espero les haya gustado; hasta el sábado, cuando les traeré la segunda y última parte.
...Hasta entonces, cuídense mucho. Chao...!
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