Muy buenos días, queridos amigos. Por aquí otra vez con ustedes en mi primera emisión de este nuevo año 2022; para traerles la segunda parte del capitulo #4 de mi segundo libro: ANDRÓMACA Y FELIPE.
4.- —La cura de una Traición—
…Era entonces cuando
Hipólito, o Tito, como más bien le gustaba ser nombrado, acudía presuroso al
llamado de su madrina, tomando dos “múcuras” que tenía preparadas para tal caso
en la cocina, debajo del fogón —eran
éstas, unos recipientes de hojalata en desuso por lo general de una bebida gaseosa
malteada, a los cuales se les hacían unos cuantos huecos en su tapa roscada con
un clavo, se llenaban con agua y, luego se usaban como regadores—;
cuando para entonces, era costumbre oír decir a algunos entre la gente
angustiada:
“…Mira Tito, anda y rucea el patio; que ya no se aguanta la polvacera, chico…!”
Cuando Tito rociaba al fin el agua sobre
el piso de tierra para aplacarla, las parejas se replegaban hacia los
corredores donde los más jóvenes arremolinados cual aricas sobre la colmena,
desgajaban dulces primores sobre las desprevenidas damitas; que por su parte se
esforzaban por sobresalir con sus pretendidos encantos desde una fila de
silletas de cuero, alineadas a lo largo de la pared que rodeaba el patio interior
de la solariega casona. Donde el muchacho con su ya depurada pericia, auxiliado
con el portento tecnológico de sus múcuras, en un santiamén terminaba por
conjurar las capas de polvo suelto sobre el suelo; para que los bailadores
continuaran luciéndose con sus romances.
(…Por cierto había casos en que alguna bella
joven generalmente la más pretenciosa del festín, se llevaba su buen chasco, como
se diría entonces; cuando por mala
suerte para ella, le tocaba sentarse en una de esas sillas que tienen el cuero
en crudo, todavía con el pelaje del animal que este fue. Con la pinta
identificadora aún. De un barcino, un negro, un cenizo; o, de “la vaca pintora
de Juan de Mata”, cuando aquellos estaban vivos. Pero de pronto sin
proponérselo, la referida damita empezaba a cruzar y descruzar sus piernas con
una inusual frecuencia; o, a asumir repetidos cambios de postura a izquierdas y
derechas sobre sus pomposas nalgas. Acompañados tales modos, con furtivas
rascaditas en la zona afectada por los imprudentes pelitos en el cuero de la
silleta, que como tábanos enardecidos pinchaban inclementes sus tersas y,
níveas partes. Allá en sus más púdicas intimidades.
…Entonces, tan incómoda situación sonroja las
mejillas de la mujercita, al tiempo que la obliga a emitir ciertos y provocativos
gestos de desesperación, los cuales si son mal interpretados como siempre
ocurre en tales concurrencias, pueden desencadenar en algún joven observador y,
hasta en los más maduros también, un ataque frontal sobre la pobre muchacha en
apuros. La que para entonces habrá perdido ya no sólo el aplomo, sino hasta su más
sagrado encopetamiento; a no ser que decida pararse, ya desesperada, haciéndole
frente al engañadizo pretendiente de ocasión.
…Estampándole en el rostro una certera y vigorosa
cachetada al confundido Romeo, que podría significar el final de la fiesta; dirigiéndose
ipsofacto después de aquello y, desconsoladamente llorosa la muchacha, sumergida en un mar de nervios con el rostro
entre sus manos y, hacia la puerta de salida… Provocando en consecuencia su reacción
desconcertantes y por demás desconsideradas expresiones de rechazo, sobre todo
de aquellas otras damas, también de su misma condición… Las cuales ignorantes
de lo sucedido, pero actuando irresponsablemente de inquisidoras, se quedan
haciendo cruces −como entonces solía decirse−;
con los “ojos desorbitados. Formulándose
entre todas ellas entonces escandalizadas, cualquier tipo de preguntas y
conjeturas:
“…Y, qué será lo que le
habrá pasado a la pobre Margarita con ese muchacho; sí, mira, aquel de allá…?” —Dijo
una, que enseguida la siguieron otras con su intriga.
“…Hay chica, lo que soy
yo, siempre te dije que entre ellos nada funcionaría; porque él, aunque es
bello, es un pasao…!”
“…Sólo acuérdate de lo
que pasó entre ese mismo tipo y Eduviges, el año pasado; lo recuerdas…?”
“¡Hay sí chica; y quién
no, si fue como para coger palco…! Ja ja ja!”)
…En eso estaban, entre
sus cuchicheos y comentarios malsanos sobre el inesperado incidente con la
inocente muchacha, aun muchas de sus propias “amigas”, entre éstas; cuando de
pronto fueron cortados de cuajo por la inconfundible voz media lengua de Tito
Collazos; a quien se escuchó decir enseguida:
−…Ya lo ven, estas
cosas simplemente ocuden en los momentos menos pensados, pedo la vida debe
continuad; y, pod supuesto, la fiesta también…!
Con tales expresiones se escucharon las
palabras de Tito, que a voz en cuello en un inusitado derroche de energía,
encaramado con solemnidad sobre un taburete en el centro del patio, los
cachetes relumbrosos de tanto bregar con la carne y, ataviado con su ya
visiblemente ajado liqui liqui de drill color gris, de cuyo bolsillo izquierdo se
asomaba un trozo de sesina —decía
él que, “pa’ pola”; lo cual era una forma de decir que lo reservaría para
después—, sostenía aún en sus manos blandiéndolas al aire hacia
arriba, un par de múcuras vacías; señal inequívoca de que habiendo aplacado de
nuevo la polvacera, ahora aprovechaba para referirse en su despedida, al caso
de la pobre muchacha.
…Entonces siguió con su perorata:
− Señodas y señodes,
bailadodas y bailadodes…! Tengo el honod
de invitadles, en el nomble de mi madina
Andómaca y, en el mío pópio, pada que sigan bailando y gozando de lo
lindo; sin padad. Hasta que el cuepo aguante. Glaaacias, miiilll…!
Así se daba inicio de nuevo al baile, con
aquellas graciosas palabras de Tito, quien no era precísamente gago, pero que
en aquel improvisado discurso sin erres,
no se percató de que tenía la boca repleta de ese dulce casabe que llaman
naiboa, que a él tanto le gustaba.
--- o ---
Después de aquella apoteósica celebración
familiar de la cual todo el pueblo de La Atascosa tuvo conocimiento y, por
supuesto comentarios favorables por mucho tiempo, no faltaron sin embargo algunos
otros adversos −tendenciosos,
por demás−, de parte de Victoria Sarmiento hacia su amante;
que entonces estaba ahí con ella. Queriendo desestimarlos como era su estilo en
estos casos, pero sorprendida quedaría al
ver que Felipe valientemente atajó sus argumentos diciendo entonces el hombre, con
expresión adusta y, agrias expresiones:
− ¡Tu lengua viperina no tiene remedio,
mujer…! Aunque sabes bien que todo se ha consumado ya, se ha roto; es que no lo
ves…?
− Y eres precisamente tú, la causa de tal desastre,
el origen de mis flaquezas y debilidades. En mala hora lo reconozco; qué tonto
he sido!!!
− Qué más, quieres de
mí?
Las palabras de Felipe sonaron fuertes en
aquel momento. Por primera vez le había hablado a Victoria con tanta
contundencia y energía, contrariándola, sobreponiéndosele; con lo que quizás
evidenciaba los verdaderos sentimientos de culpabilidad que entonces lo
afligían, todavía lacerado en carne viva por las consecuencias de sus malos actos y, ante la
pérdida del respeto por parte de sus hijos. No podía ni sabía cómo, enfrentar
en adelante una conversación con ninguno de ellos, ya que estaba convencido de
su verdadero fracaso como padre; y, ahora también como hombre. Lo primero, por
el abandono a su familia, al dejarse llevar por una mezcla de confusos
sentimientos hacia una mujer mucho más joven que él, con la cual realmente no
tendría futuro. Esto, ahora parecía
haberlo lo comprendido.
En cuanto a lo segundo ya, aquel hombre de
temple, decidido, justo y equilibrado que antes solía ser, había quedado
anulado para siempre por la manipuladora injerencia de Victoria Sarmiento; en
todos los ámbitos de su vida. Atributos que, para quienes le conocieron y tenían
por un hombre de respeto, lamentablemente ya no existían; por lo que él, sin
embargo, enamorado locamente de ella como estaba, todo lo justificaba en nombre
de tan desquiciados amoríos.
Cuando Felipe pensaba en sus hijos sentía que
se le caía la cara de vergüenza. No soportaría los reproches que seguramente
éstos le enrostrarían, con toda razón, en un eventual encuentro con ellos; consecuencia
hoy, de su pésima conducta. Sobre todo Wenceslao, que efectivamente vivió en el
pasado una intensa relación amorosa con Victoria y, lo peor del caso, Felipe siempre
lo supo pero se hizo el pendejo; siendo precisamente él su propio padre, quien entonces
se interpusiera entre los dos jóvenes amantes. Cayendo rendido entonces ante la
joven Victoria, presa de sus sentimientos más bastardos.
Por todas estas cosas, consideraba Felipe dentro
de sus culpas hacia Wenceslao, que lo había traicionado impunemente dejándose
arrastrar por sus veleidosas debilidades; de lo cual ahora, estaba arrepentido,
pero no sabía cómo hacer para aliviar aunque fuera en algo, todo aquello; por cuanto cada día, a cada
instante y, como una genuina forma de autoflagelación en la búsqueda de algún
tipo de alivio a sus penas por lo que había hecho, le escribía cartas de perdón
que nunca enviaba a su destinatario.
…Vaciándose en ellas, con verdaderas y dramáticas
confesiones a modo de catarsis, de “purgatorio”, buscando ser perdonado por sus
pecados en alguna parte allá en las profundidades de su espíritu. Mismas que una
vez escritas las guardaba dentro de una biblia. Y; todas ellas comenzaban con
la siguiente frase:
“¡Perdón, perdón, una y
mil veces perdón, hijo amado…!”
…Respecto a Leoncio; abrigaba semejantes
sentimientos de culpa sin embargo, en este caso, quizás por ser este un hombre
de la iglesia cristiana “por tanto un siervo de Dios” −pensaba, para infundirse ánimos−,
se daba el lujo de imaginarlo como un perdonador a ultranza. Por cuanto tenía
bien fundadas sus esperanzas respecto de aquel, porque el Cura recién recibido en sus nuevas
funciones en el pueblo tenía fama de ser un hombre piadoso y, amante del
prójimo; según el decir de quienes le conocían como religioso.
…Por éso, en algún momento pasado le habría
confesado a Chuíto su hermano menor, que cuando su hijo viniera de visita al
pueblo lo cual ya estaba programado para la próxima Semana Santa, posterior a
dicha conversación entonces y, en que se estrenaría como legítimo nuevo Párroco
ya ordenado por sus autoridades allá en Calabozo, personalmente le solicitaría
su confesión en el templo. En realidad ese día llegó, e igualmente pasó, y
Felipe nunca fue capaz de cumplir con su propia promesa; a tal punto habría
llegado su desintegración moral para con los suyos.
…En medio de tan penosa
realidad para la señora Andrómaca, Leoncio fue realmente el bálsamo que la ayudó
a sobrellevar sus penas, producto del acto de traición del que fuera objeto por
parte de su desgraciado e insensato marido. En verdad, si no hubiera sido por
su inclinación religiosa desde muy temprana edad, estudioso avanzado de la
palabra de Dios con la que siempre iluminó a todos, lo sucedido a aquella
familia pudo haber llegado a límites nunca antes conocido, en una situación
semejante; siendo su palabra sabia, el concejo oportuno, equilibrado y comulgante
siempre del buen ejemplo, con lo que pudo catalizar esos oscuros momentos que ella
atravesó. Aun ellos mismos, como hijos de aquella familia que de no ser así, se
habría desmoronado sin remedio y, por completo. Que el joven Leoncio sin
embargo, se habría empeñado en rescatar; impartiendo a todos los valores de la
fe, para así recuperar la serenidad de espíritu, en un momento cuando todo
parecía perdido.
En realidad cuando Felipe pensaba en este
hijo se sentía protegido por su don tan especial y, “gracia” divina; adquirida
de las continuas lecturas en ese gran libro que es la biblia, terreno sobre el
cual siempre supo plantar sus sagradas mieses. A través de las cuales ahora, recogía los
frutos de sus cosechados esfuerzos; al ser elevado por sus doctos profesores
seminaristas con los que se educó, al digno sitial de un hombre de El Señor.
Por todo ello, entonces, a Felipe siempre le gustaba más evocar la figura de
Leoncio, y no la de Wenceslao. El cual
era totalmente diferente.
…Del que por el contrario no podía apartar un
fatal sentimiento de traición, de auténtica culpabilidad; quizás también, de
temor. Por lo que sin querer, se habría
transformado en enemigo de su propio hijo, al dejarse llevar por ese irresistible
amor prohibido, que es Victoria. Y;
entonces no podía zafarse ni llegaba a comprender, acorralado entre las “responsabilidades”
paterno–maritales que siempre habrían sido su principal atributo, la entrega
desmedida a esos amores astutamente manipulados por ella. Que siempre lo
reclamaba como la presa de caza de una fiera despiadada, que era en lo que en
últimas se habría trastocado aquella hermosa, bella e inteligente mujer.
…Arrastrándolo inexorablemente en medio de un
sabor agridulce que lo afligía, hacia un hueco oscuro y pestilente, sin retorno
quizás, al que sentía era dócilmente “obligado” sin piedad; hasta caer en lo
más profundo de la madriguera donde se enseñoreaba esta arpía; con figura de diosa del Olimpo.
…Cuentan algunos, no se sabe de dónde lo
sacaron, que cada vez que Wenceslao tenía la oportunidad de referirse a su
padre siempre lo hacía con desagrado, con encono, podría decirse que hasta con
odio. ¡Esa era su opinión! Pero sin embargo, en el fondo del alma, parece que aún
conservaba algún tipo de respeto a su figura −según
otros−; porque en ningún momento, la verdad sea dicha, jamás
se le oyó pronunciar realmente aquella fea y, última palabra, hacia aquel.
…Es que el amor, la
fuerza y cohesión en el cariño como fue conducido desde muy pequeño mientras
estuvieron juntos, eran tan grandes y genuinos que a pesar de la debacle ocasionada
por la situación con su padre, todavía tenía para él un rinconcito en su
corazón; donde por siempre ardería la llama del perdón. Y, aunque pudiera
justificarse para muchos un rompimiento total con aquel, no obstante la solidez
y autenticidad de valores con que había sido criado, de todas maneras la
dubitativa posición de Wenceslao hacia su padre si bien representaba una total traición, todavía no
la consideraba definitiva; mucho menos última.
…Puesto que sabía o, más bien había
comprendido a lo largo de este penoso proceso, que el amor que Victoria le
había prometido incluso a él mismo, como hombre, quedó demostrado con el tiempo
que en realidad no era tal, ni verdadero. Porque pudo darse cuenta a pesar
suyo, que con sus obligadas ausencias del pueblo por motivos estudiantiles como
había sido, ella no tuvo el menor reparo en ir a caer impunemente en las redes
que su padre, que con la bellaquería de hombre corrido que era, le habría
tendido. ¡Una gran diferencia!. Al menos comparado con su propia experiencia en
éso; que para entonces era ninguna.
…Llegando aun hasta justificarlo; pues, ahora
sabía el tipo de mujer en cuyas redes había sido atrapado y, la clase de
placeres que aquella como armamento acostumbraba usar. Que verdaderamente, eran
irresistibles. En que su viejo seguramente deslumbrado cual impulsado por un mágico
espejismo y, soliviantado entonces por inéditos placeres, fue prensado con
fuerza por la garra inclemente de una clase de amor que jamás habría conocido
pero que, lo tenía ya mortalmente herido (…Pensaría
Wenceslao: Similar al Cunaguaro aquel, que, andando un día con su padre en una
faena de caza por el monte en terrenos de La Gomera, había bandeado de un tiro
ejecutado por él; cuando muchacho. Entonces emocionado, al querer comprobar la rendición
de su presa para cobrarla −se
confió−, el animal en
un último acto de valor y rebeldía le propinaría un certero zarpazo por un
costado que lo cruzó oblicuamente desde el hombro izquierdo, pasándole por la
barriga hasta la ingle del lado derecho; que por poco le arrebata la vida…!);
y, no por un manotazo defensivo como el de aquel felino enfrentado a su hijo
aquella vez andando juntos, sino por los sobrados atributos de plena hermosura que
Victoria Sarmiento le enrostraba: Juventud, belleza, hermosura, frescura, y
ambición. Pero también estaba llena de codicia y, ocultos desempeños, que en
esos primeros comienzos de verdad no veía. O; simplemente, se negaba a ver.
…Lo que en un principio
la mostraba mucho más atractiva, pero que de a poco se fueron tornando en unos
rasgos despreciables; para finalmente, arrebatársela al novato y dolido
Wenceslao. Que aún con todo lo ya dicho, seguía respirando por la herida. Llevándosela
finalmente como un funesto trofeo de oro con el que ahora golpeaba a todos, con
la totalidad de su peso específico —dándoles
una y otra vez, sobre sus cabezas y, también en sus conciencias—;
como buscando reducirlos a su mínima expresión. Hasta finalmente acabar con sus
vidas pero sobre todo y, mucho más grave
aún, con la sagrada institución familiar.
No obstante. Si bien padres e hijos habían
sido separados por aquella mala mujer, aún estaría lejos su oprobiosa destrucción;
la definitiva ruptura de sus fuertes lazos de sangre, que siempre habían
impedido por todos los medios una posible destrucción. Por ser ellos la roca
monolítica que alguna vez fueron. Cuyo núcleo originario todavía estaba formado
por la fuerza indestructible de la fe, atada mediante el lazo áureo e impoluto que
luego Leoncio ahora Párroco oficial de La Atascosa, había sabido reforzar. Entonces
cuando ya estuvo mucho más tiempo en casa; y, finalmente el viejo don Cecilio,
su mentor y concejero, había sido llamado por el Altísimo “para beneplácito de
los Ángeles del cielo”. A decir de las beatas en el pueblo.
…Reafirmando el querido Sacerdote su merecido
orgullo, así como la firmeza en sus valores y convicciones. Mismos que sus
padres un día supieron sembrar en ellos, él y su hermano, desde la más temprana
edad; y, en el terreno fértil de sus nobles corazones —porque aún tendrían que seguir esperando quizás para siempre, los Diego
de Velázquez de la historia de la pintura, para que pudieran solazarse en la
representación odiosa de su caída; cual otra “Rendición de Breda”. Sometida,
subordinada, agujereada por las múltiples y puntiagudas picas o lanzas
apuntando al cielo, para vergüenza eterna de su familia. Y en el supuesto
negado de que así fuera; entonces eso sí, nunca jamás vencida…!
“¡…Así que en definitiva, el extraño drama vivido
por aquellos dos, como padre e hijo, en realidad, aún estaba por verse…!”
...Espero que les guste.
...Continuará.
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