sábado, 15 de enero de 2022

 



      Muy buenos días, queridos amigos. Por aquí otra vez con ustedes en mi primera emisión de este nuevo año 2022; para traerles la segunda parte del capitulo #4 de mi segundo libro: ANDRÓMACA Y FELIPE.

                       

                       4.-     —La cura de una Traición—

  …Era entonces cuando Hipólito, o Tito, como más bien le gustaba ser nombrado, acudía presuroso al llamado de su madrina, tomando dos “múcuras” que tenía preparadas para tal caso en la cocina, debajo del fogón —eran éstas, unos recipientes de hojalata en desuso por lo general de una bebida gaseosa malteada, a los cuales se les hacían unos cuantos huecos en su tapa roscada con un clavo, se llenaban con agua y, luego se usaban como regadores—; cuando para entonces, era costumbre oír decir a algunos entre la gente angustiada:

“…Mira Tito, anda y rucea el patio; que ya no se aguanta la polvacera,  chico…!”

     Cuando Tito rociaba al fin el agua sobre el piso de tierra para aplacarla, las parejas se replegaban hacia los corredores donde los más jóvenes arremolinados cual aricas sobre la colmena, desgajaban dulces primores sobre las desprevenidas damitas; que por su parte se esforzaban por sobresalir con sus pretendidos encantos desde una fila de silletas de cuero, alineadas a lo largo de la pared que rodeaba el patio interior de la solariega casona. Donde el muchacho con su ya depurada pericia, auxiliado con el portento tecnológico de sus múcuras, en un santiamén terminaba por conjurar las capas de polvo suelto sobre el suelo; para que los bailadores continuaran luciéndose con sus romances.

    (…Por cierto había casos en que alguna bella joven generalmente la más pretenciosa del festín, se llevaba su buen chasco, como se diría entonces; cuando por  mala suerte para ella, le tocaba sentarse en una de esas sillas que tienen el cuero en crudo, todavía con el pelaje del animal que este fue. Con la pinta identificadora aún. De un barcino, un negro, un cenizo; o, de “la vaca pintora de Juan de Mata”, cuando aquellos estaban vivos. Pero de pronto sin proponérselo, la referida damita empezaba a cruzar y descruzar sus piernas con una inusual frecuencia; o, a asumir repetidos cambios de postura a izquierdas y derechas sobre sus pomposas nalgas. Acompañados tales modos, con furtivas rascaditas en la zona afectada por los imprudentes pelitos en el cuero de la silleta, que como tábanos enardecidos pinchaban inclementes sus tersas y, níveas partes. Allá en sus más púdicas intimidades.

  …Entonces, tan incómoda situación sonroja las mejillas de la mujercita, al tiempo que la obliga a emitir ciertos y provocativos gestos de desesperación, los cuales si son mal interpretados como siempre ocurre en tales concurrencias, pueden desencadenar en algún joven observador y, hasta en los más maduros también, un ataque frontal sobre la pobre muchacha en apuros. La que para entonces habrá perdido ya no sólo el aplomo, sino hasta su más sagrado encopetamiento; a no ser que decida pararse, ya desesperada, haciéndole frente al engañadizo pretendiente de ocasión.

 …Estampándole en el rostro una certera y vigorosa cachetada al confundido Romeo, que podría significar el final de la fiesta; dirigiéndose ipsofacto después de aquello y, desconsoladamente llorosa la muchacha,  sumergida en un mar de nervios con el rostro entre sus manos y, hacia la puerta de salida… Provocando en consecuencia su reacción desconcertantes y por demás desconsideradas expresiones de rechazo, sobre todo de aquellas otras damas, también de su misma condición… Las cuales ignorantes de lo sucedido, pero actuando irresponsablemente de inquisidoras, se quedan haciendo cruces  −como entonces solía decirse−; con los  “ojos desorbitados. Formulándose entre todas ellas entonces escandalizadas, cualquier tipo de preguntas y conjeturas:

   “…Y, qué será lo que le habrá pasado a la pobre Margarita con ese muchacho; sí, mira, aquel de allá…?” —Dijo una, que enseguida la siguieron otras con su intriga.

   “…Hay chica, lo que soy yo, siempre te dije que entre ellos nada funcionaría; porque él, aunque es bello, es un pasao…!”

   “…Sólo acuérdate de lo que pasó entre ese mismo tipo y Eduviges, el año pasado; lo recuerdas…?”

   “¡Hay sí chica; y quién no, si fue como para coger palco…! Ja ja ja!”)

 …En eso estaban, entre sus cuchicheos y comentarios malsanos sobre el inesperado incidente con la inocente muchacha, aun muchas de sus propias “amigas”, entre éstas; cuando de pronto fueron cortados de cuajo por la inconfundible voz media lengua de Tito Collazos; a quien se escuchó decir enseguida:

−…Ya lo ven, estas cosas simplemente ocuden en los momentos menos pensados, pedo la vida debe continuad; y, pod supuesto, la fiesta también…!

   Con tales expresiones se escucharon las palabras de Tito, que a voz en cuello en un inusitado derroche de energía, encaramado con solemnidad sobre un taburete en el centro del patio, los cachetes relumbrosos de tanto bregar con la carne y, ataviado con su ya visiblemente ajado liqui liqui de drill color gris, de cuyo bolsillo izquierdo se asomaba un trozo de sesina —decía él que, “pa’ pola”; lo cual era una forma de decir que lo reservaría para después—, sostenía aún en sus manos blandiéndolas al aire hacia arriba, un par de múcuras vacías; señal inequívoca de que habiendo aplacado de nuevo la polvacera, ahora aprovechaba para referirse en su despedida, al caso de la pobre muchacha.

  …Entonces siguió con su perorata:

− Señodas y señodes, bailadodas y bailadodes…!  Tengo el honod de invitadles, en el nomble de mi madina  Andómaca y, en el mío pópio, pada que sigan bailando y gozando de lo lindo; sin padad. Hasta que el cuepo aguante. Glaaacias, miiilll…!

    Así se daba inicio de nuevo al baile, con aquellas graciosas palabras de Tito, quien no era precísamente gago, pero que en aquel improvisado discurso sin  erres, no se percató de que tenía la boca repleta de ese dulce casabe que llaman naiboa, que a él tanto le gustaba.               

                                                                    ---  o  ---

     Después de aquella apoteósica celebración familiar de la cual todo el pueblo de La Atascosa tuvo conocimiento y, por supuesto comentarios favorables por mucho tiempo, no faltaron sin embargo algunos otros adversos −tendenciosos, por demás−, de parte de Victoria Sarmiento hacia su amante; que entonces estaba ahí con ella. Queriendo desestimarlos como era su estilo en estos casos,  pero sorprendida quedaría al ver que Felipe valientemente atajó sus argumentos diciendo entonces el hombre, con expresión adusta y, agrias expresiones:            

 − ¡Tu lengua viperina no tiene remedio, mujer…! Aunque sabes bien que todo se ha consumado ya, se ha roto; es que no lo ves…?

 Y eres precisamente tú, la causa de tal desastre, el origen de mis flaquezas y debilidades. En mala hora lo reconozco; qué tonto he sido!!!

− Qué más, quieres de mí?

     Las palabras de Felipe sonaron fuertes en aquel momento. Por primera vez le había hablado a Victoria con tanta contundencia y energía, contrariándola, sobreponiéndosele; con lo que quizás evidenciaba los verdaderos sentimientos de culpabilidad que entonces lo afligían, todavía lacerado en carne viva por las  consecuencias de sus malos actos y, ante la pérdida del respeto por parte de sus hijos. No podía ni sabía cómo, enfrentar en adelante una conversación con ninguno de ellos, ya que estaba convencido de su verdadero fracaso como padre; y, ahora también como hombre. Lo primero, por el abandono a su familia, al dejarse llevar por una mezcla de confusos sentimientos hacia una mujer mucho más joven que él, con la cual realmente no tendría futuro.  Esto, ahora parecía haberlo lo comprendido.

     En cuanto a lo segundo ya, aquel hombre de temple, decidido, justo y equilibrado que antes solía ser, había quedado anulado para siempre por la manipuladora injerencia de Victoria Sarmiento; en todos los ámbitos de su vida. Atributos que, para quienes le conocieron y tenían por un hombre de respeto, lamentablemente ya no existían; por lo que él, sin embargo, enamorado locamente de ella como estaba, todo lo justificaba en nombre de tan desquiciados amoríos.

     Cuando Felipe pensaba en sus hijos sentía que se le caía la cara de vergüenza. No soportaría los reproches que seguramente éstos le enrostrarían, con toda razón, en un eventual encuentro con ellos; consecuencia hoy, de su pésima conducta. Sobre todo Wenceslao, que efectivamente vivió en el pasado una intensa relación amorosa con Victoria y, lo peor del caso, Felipe siempre lo supo pero se hizo el pendejo; siendo precisamente él su propio padre, quien entonces se interpusiera entre los dos jóvenes amantes. Cayendo rendido entonces ante la joven Victoria, presa de sus sentimientos más bastardos.

     Por todas estas cosas, consideraba Felipe dentro de sus culpas hacia Wenceslao, que lo había traicionado impunemente dejándose arrastrar por sus veleidosas debilidades; de lo cual ahora, estaba arrepentido, pero no sabía cómo hacer para aliviar aunque fuera en algo,  todo aquello; por cuanto cada día, a cada instante y, como una genuina forma de autoflagelación en la búsqueda de algún tipo de alivio a sus penas por lo que había hecho, le escribía cartas de perdón que nunca enviaba a su destinatario.

   …Vaciándose en ellas, con verdaderas y dramáticas confesiones a modo de catarsis, de “purgatorio”, buscando ser perdonado por sus pecados en alguna parte allá en las profundidades de su espíritu. Mismas que una vez escritas las guardaba dentro de una biblia. Y; todas ellas comenzaban con la siguiente frase:

“¡Perdón, perdón, una y mil veces perdón, hijo amado…!” 

 …Respecto a Leoncio; abrigaba semejantes sentimientos de culpa sin embargo, en este caso, quizás por ser este un hombre de la iglesia cristiana “por tanto un siervo de Dios” −pensaba, para infundirse ánimos−, se daba el lujo de imaginarlo como un perdonador a ultranza. Por cuanto tenía bien fundadas sus esperanzas respecto de aquel,  porque el Cura recién recibido en sus nuevas funciones en el pueblo tenía fama de ser un hombre piadoso y, amante del prójimo; según el decir de quienes le conocían como religioso.

  …Por éso, en algún momento pasado le habría confesado a Chuíto su hermano menor, que cuando su hijo viniera de visita al pueblo lo cual ya estaba programado para la próxima Semana Santa, posterior a dicha conversación entonces y, en que se estrenaría como legítimo nuevo Párroco ya ordenado por sus autoridades allá en Calabozo, personalmente le solicitaría su confesión en el templo. En realidad ese día llegó, e igualmente pasó, y Felipe nunca fue capaz de cumplir con su propia promesa; a tal punto habría llegado su desintegración moral para con los suyos.

  …En medio de tan penosa realidad para la señora Andrómaca, Leoncio fue realmente el bálsamo que la ayudó a sobrellevar sus penas, producto del acto de traición del que fuera objeto por parte de su desgraciado e insensato marido. En verdad, si no hubiera sido por su inclinación religiosa desde muy temprana edad, estudioso avanzado de la palabra de Dios con la que siempre iluminó a todos, lo sucedido a aquella familia pudo haber llegado a límites nunca antes conocido, en una situación semejante; siendo su palabra sabia, el concejo oportuno, equilibrado y comulgante siempre del buen ejemplo, con lo que pudo catalizar esos oscuros momentos que ella atravesó. Aun ellos mismos, como hijos de aquella familia que de no ser así, se habría desmoronado sin remedio y, por completo. Que el joven Leoncio sin embargo, se habría empeñado en rescatar; impartiendo a todos los valores de la fe, para así recuperar la serenidad de espíritu, en un momento cuando todo parecía perdido.

     En realidad cuando Felipe pensaba en este hijo se sentía protegido por su don tan especial y, “gracia” divina; adquirida de las continuas lecturas en ese gran libro que es la biblia, terreno sobre el cual siempre supo plantar sus sagradas  mieses.  A través de las cuales ahora, recogía los frutos de sus cosechados esfuerzos; al ser elevado por sus doctos profesores seminaristas con los que se educó, al digno sitial de un hombre de El Señor. Por todo ello, entonces, a Felipe siempre le gustaba más evocar la figura de Leoncio, y no la de Wenceslao.  El cual era totalmente diferente. 

 …Del que por el contrario no podía apartar un fatal sentimiento de traición, de auténtica culpabilidad; quizás también, de temor.  Por lo que sin querer, se habría transformado en enemigo de su propio hijo, al dejarse llevar por ese irresistible amor prohibido,  que es Victoria. Y; entonces no podía zafarse ni llegaba a comprender, acorralado entre las “responsabilidades” paterno–maritales que siempre habrían sido su principal atributo, la entrega desmedida a esos amores astutamente manipulados por ella. Que siempre lo reclamaba como la presa de caza de una fiera despiadada, que era en lo que en últimas se habría trastocado aquella hermosa, bella e inteligente mujer.

   …Arrastrándolo inexorablemente en medio de un sabor agridulce que lo afligía, hacia un hueco oscuro y pestilente, sin retorno quizás, al que sentía era dócilmente “obligado” sin piedad; hasta caer en lo más profundo de la madriguera donde se enseñoreaba esta arpía;  con figura de diosa del Olimpo.

   …Cuentan algunos, no se sabe de dónde lo sacaron, que cada vez que Wenceslao tenía la oportunidad de referirse a su padre siempre lo hacía con desagrado, con encono, podría decirse que hasta con odio. ¡Esa era su opinión! Pero sin embargo, en el fondo del alma, parece que aún conservaba algún tipo de respeto a su figura −según otros−; porque en ningún momento, la verdad sea dicha, jamás se le oyó pronunciar realmente aquella fea y, última palabra, hacia aquel.

…Es que el amor, la fuerza y cohesión en el cariño como fue conducido desde muy pequeño mientras estuvieron juntos, eran tan grandes y genuinos que a pesar de la debacle ocasionada por la situación con su padre, todavía tenía para él un rinconcito en su corazón; donde por siempre ardería la llama del perdón. Y, aunque pudiera justificarse para muchos un rompimiento total con aquel, no obstante la solidez y autenticidad de valores con que había sido criado, de todas maneras la dubitativa posición de Wenceslao hacia su padre si  bien representaba una total traición, todavía no la consideraba definitiva; mucho menos última.

   …Puesto que sabía o, más bien había comprendido a lo largo de este penoso proceso, que el amor que Victoria le había prometido incluso a él mismo, como hombre, quedó demostrado con el tiempo que en realidad no era tal, ni verdadero. Porque pudo darse cuenta a pesar suyo, que con sus obligadas ausencias del pueblo por motivos estudiantiles como había sido, ella no tuvo el menor reparo en ir a caer impunemente en las redes que su padre, que con la bellaquería de hombre corrido que era, le habría tendido. ¡Una gran diferencia!. Al menos comparado con su propia experiencia en éso; que para entonces era ninguna.

   …Llegando aun hasta justificarlo; pues, ahora sabía el tipo de mujer en cuyas redes había sido atrapado y, la clase de placeres que aquella como armamento acostumbraba usar. Que verdaderamente, eran irresistibles. En que su viejo seguramente deslumbrado cual impulsado por un mágico espejismo y, soliviantado entonces por inéditos placeres, fue prensado con fuerza por la garra inclemente de una clase de amor que jamás habría conocido pero que, lo tenía ya mortalmente herido (…Pensaría Wenceslao: Similar al Cunaguaro aquel, que, andando un día con su padre en una faena de caza por el monte en terrenos de La Gomera, había bandeado de un tiro ejecutado por él; cuando muchacho. Entonces  emocionado, al querer comprobar la rendición de su presa para cobrarla −se confió−, el animal en un último acto de valor y rebeldía le propinaría un certero zarpazo por un costado que lo cruzó oblicuamente desde el hombro izquierdo, pasándole por la barriga hasta la ingle del lado derecho; que por poco le arrebata la vida…!); y, no por un manotazo defensivo como el de aquel felino enfrentado a su hijo aquella vez andando juntos, sino por los sobrados atributos de plena hermosura que Victoria Sarmiento le enrostraba: Juventud, belleza, hermosura, frescura, y ambición. Pero también estaba llena de codicia y, ocultos desempeños, que en esos primeros comienzos de verdad no veía. O; simplemente, se negaba a ver.  

…Lo que en un principio la mostraba mucho más atractiva, pero que de a poco se fueron tornando en unos rasgos despreciables; para finalmente, arrebatársela al novato y dolido Wenceslao. Que aún con todo lo ya dicho, seguía respirando por la herida. Llevándosela finalmente como un funesto trofeo de oro con el que ahora golpeaba a todos, con la totalidad de su peso específico —dándoles una y otra vez, sobre sus cabezas y, también en sus conciencias—; como buscando reducirlos a su mínima expresión. Hasta finalmente acabar con sus  vidas pero sobre todo y, mucho más grave aún, con la sagrada institución familiar.

     No obstante. Si bien padres e hijos habían sido separados por aquella mala mujer, aún estaría lejos su oprobiosa destrucción; la definitiva ruptura de sus fuertes lazos de sangre, que siempre habían impedido por todos los medios una posible destrucción. Por ser ellos la roca monolítica que alguna vez fueron. Cuyo núcleo originario todavía estaba formado por la fuerza indestructible de la fe, atada mediante el lazo áureo e impoluto que luego Leoncio ahora Párroco oficial de La Atascosa, había sabido reforzar. Entonces cuando ya estuvo mucho más tiempo en casa; y, finalmente el viejo don Cecilio, su mentor y concejero, había sido llamado por el Altísimo “para beneplácito de los Ángeles del cielo”. A decir de las beatas en el pueblo.

   …Reafirmando el querido Sacerdote su merecido orgullo, así como la firmeza en sus valores y convicciones. Mismos que sus padres un día supieron sembrar en ellos, él y su hermano, desde la más temprana edad; y, en el terreno fértil de sus nobles corazones —porque aún tendrían que seguir esperando quizás para siempre, los Diego de Velázquez de la historia de la pintura, para que pudieran solazarse en la representación odiosa de su caída; cual otra “Rendición de Breda”. Sometida, subordinada, agujereada por las múltiples y puntiagudas picas o lanzas apuntando al cielo, para vergüenza eterna de su familia. Y en el supuesto negado de que así fuera; entonces eso sí, nunca jamás vencida…!

 “¡…Así que en definitiva, el extraño drama vivido por aquellos dos, como padre e hijo, en realidad, aún estaba por verse…!”

                              

 ...Espero que les guste.

...Continuará.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

gracias por participar en esta página.

          ...Buenos días mis amigos. Hoy les traigo la tercera parte del capitulo numero  cuatro de mi libro "Andrómaca y Felipe",...