Buenos días, mis amigos. Aquí estoy de nuevo. Hoy tengo el gusto de traerles, una parte del sexto capítulo de mi libro "Las Evasiones de Hilario Coba". El que como ya les he dicho es el primero de la serie de cuatro, titulada con el nombre: Relatos Oníricos de La Atascosa. A continuación:
.
1.6.- —Los Personajes—
En La Atascosa vivieron
y “vivimos” varios destacados personajes, que cada vez cuando
los recuerdo, como ahora, siempre
quise dedicarles un homenaje sentido y sincero para que las nuevas generaciones
de atascoseños los conozcan y, sepan de sus andanzas y querencias.
Ellos
son:
Antonio Angelino, "El
Heraldo"; con su famosa diaria entrega: “La frase del día”. La sin par,
"Párate bueno", y
sus chuscas ocurrencias junto a sus tres inseparables perros que siempre
la acompañaban. El apacible y silencioso "Ratón
Cojú", de inverosímiles expresiones, siempre las mismas; usadas en anverso y reverso. Que simbolizaban la
viveza criolla que él, tal parece pretendía endilgar tozudamente a su
desprevenido interlocutor pero que, en realidad, lo que significaban era la
suya propia… Éstos, entre otros.
Los dos primeros compartieron escenario, en
tiempo y espacio; fallecieron en el nombre
del Señor hace ya bastante
tiempo, dejando en todos nosotros que los conocimos, su agradable e imborrable
recuerdo. El último “de los mohicanos” como dirían por allí, es Ratón Cojú —aún
hoy se le puede ver, con su caminar tembloroso, recorriendo las calles de arriba
para abajo—; quién en esta parte de la historia nos contará a su vez, las travesuras del que se hacía llamar: El
Águila Negra.
También serán recordados, siempre con el mismo cariño: "Tío Tigre
y Tío Conejo" (Cuentos de mi papá); "El burro Bibliotecario", tal vez pariente
de Platero
—llegué a creerlo así, durante aquellos tiempos—; "El
tuerto Daniel", con su grupo Bandera Negra, de participación obligada
durante las fiestas de carnaval; El curioso caso de "Juan Jaramillo";
y, por último, las alevosas tremenduras de "José Cara e’ Gato" —uno de
mis vecinos más cercanos—. Fundador del famoso club "Los Decimarios”.
*** ANTONIO ANGELINO:
Un hombre culto
e incomprendido en aquel lejano entorno, de forma innata y
espontánea. Era alto, flaco y, de grata presencia, vestía todo de caqui con un singular sombrero de cogollo de alas anchas
desplegadas, que lo protegía
del inclemente sol llanero; cuando a voz en cuello y, con perfecta
pronunciación decía −a quien quisiera oír−, lo que él llamaba “La frase del
día”. La que rigurosamente leía de una hoja de papel
cuidadosamente doblada, que llevaba por paquetes en el bolsillo de su camisa.
Después de leer su escrito más reciente, anunciando quizás los
avances de la oposición y, en contrapartida las acciones del gobierno o
viceversa, simplemente le volaba la pierna −como se diría entonces− a su inseparable bicicleta Raleigh de color negro, con rayitas doradas en sus
guardafangos; no sin antes hacer
sonar sus bocinas,
con su clásico:
"¡Ta
– ta− riiiiiii…!"
Acto seguido, se iba pedaleando con prestancia sobre su máquina con el detalle
de llevar en el tobillo del lado de la cadena, una especie
de cintillo nacarado que le recogía el ruedo del pantalón para evitar
accidentes con la misma y, en la manga larga del lado derecho de su camisa, una
liga o banda de goma roja que le controlaba el pulso −creo yo−; para luego dirigirse al próximo lugar de su peculiar
entrega periodística.
Los temas de
"El heraldo" —como también se le decía—, eran muy variados
y actualizados. Como ya
dije, pasaban por su pluma los dimes y diretes entre la oposición y el régimen
de turno; “como para no perder la costumbre” −solía acotar−. Las guerras
antiguas: Púnicas y Médicas, en Europa y el Medio Oriente. La Federal y La de los Azules,
en Venezuela, a mediados del
convulso siglo diecinueve. Así como las dos guerras mundiales que serían la
máxima expresión en esa materia, ya en la centuria del veinte. Seguidas
por la de Corea del cincuenta al
cincuentitres, que degeneraría en la brutal partición de su territorio en dos
toletes y, por ahí mismo, la del Sinaí en el cincuentiseis; ambas como se ve, aquí
mismito, en tiempos modernos… Esta última por la
codiciada supremacía sobre el Canal de Suez, “importante ruta para el control del petróleo hacia
las grandes potencias económicas de occidente y, el lejano oriente”.
Solía argumentar él, con tanto tino. Vietnam; más contemporánea aún, quizás por
un asunto ideológico, similar al caso de Corea… "Pero en definitiva, una
misma locura" −Volvía a decir−.
Por último, se encargaba de menudencias y trivialidades incomparables con todo aquello;
aunque, no menos importantes desde un punto de vista del interés más ordinario de la gente, siempre
ávida de información. Una cosa que, nuestro
inquieto personaje conocía
de sobra; aunque para lograr tener dicho conocimiento nunca llegó a
pisar las puertas de ninguna Universidad.
…Tantísimas otras, también manejaba; aún las
más extrañas. Como fue
el caso de "El año de la humacera" −de nuevo, aquí en
Venezuela−; rarísimo e inusual episodio climático –meteorológico, tal vez, confirmado
ciertamente por mi abuelo don
Florencio quien decía haberlo padecido; según, en tiempos de cuando el régimen del
General Joaquín Crespo. Pues vivió para contar muchas cosas, pasados los cien años… Había veces en que tocaba simples situaciones
domésticas, pese a que como ven no era su fuerte. Tal cual el robo de la cochina de la señora
Eleuteria, los escarceos amorosos
de Eustaquio y Amanda, las peleas de boxeo callejero entre los muchachos del pueblo,
usando guantes de trapo. De las cuales se recuerda una muy famosa, entre el que
llamaban La cochina y, El muñeco Morales; donde como se esperaba, saldría victorioso
el segundo.
…Es más. En una ocasión
trató un tema
tecnológico, muy escaso por aquellos tiempos; se trataba de la llegada de la primera
nevera a querosén
que hubo en el pueblo. Y; "¡…Síii, hace
hielo!" Decía la gente impresionada, agolpada frente a la vieja mesa de
madera con su sencillo pero vistoso
mantel de hule,
donde se exponía el hielo para que muchos de los allí presentes lo
vieran y, hasta lo tocaran por primera vez.
…El ingenioso aparato llegó a La Atascosa traído por un
acaudalado comerciante, de nombre don Enrique
Fernández; dueño del famoso
"kiosco colorao".
(…Tal era aquel con el que empezó este hombre, laborioso y
emprendedor. Dándose a conocer como un próspero comerciante llegando a ser
quizás, el mas grande del lugar; donde en sus humildes inicios apenas llegado
no sé de dónde pero ciertamente atraído por la quimera del petróleo —como
muchísimos otros venezolanos de esa época—, expendía jugos y guarapos de
frutas, empanadas, catalinas, dulces y, otras menudencias a los vecinos.
Llegando a construir más tarde un importante edificio al frente
del lugar donde estuvo apostado su pequeño
kiosko. En el cual
montó un próspero negocio
que llegaría a ser el único y más
grande en su tipo, no sólo en el pueblo
sino en toda la región; donde
se expendía los más variados productos. Desde víveres, ropa, licores, artículos
de quincallería, farmacia y, hasta materiales de construcción… Aquí por cierto llegó
a trabajar también, mi hermano Luis Enrique; el mismo que les nombré antes, que
entonces trabajaba en La Zapatería del Pueblo…!). El que durante muchos años estuvo
instalado a un costado de la calle real en el centro del poblado, a la sombra
de una arboleda; concurrida vía conocida
luego como "La Avenida", una vez que las petroleras se adueñaron prácticamente
de la vida del lugar.
Accedería don Enrique, por cierto y, a petición de la gente,
a exponer el para entonces
curioso artefacto de su
propiedad debajo de unos árboles de Samán y Mahomo en la Plaza Bolívar,
frente a la Logia Masónica; cofradía a la cual él pertenecía. Allí se acercaron
en tumulto los interesados en estas cosas, de entre los habitantes de la Atascosa… Era fenomenal este
aparato, que en la tarde a pocas
horas de haber llegado ya tenía cubitos de hielo, de una cubeta de aluminio que al halarle
una palanca que tenía en el centro, se levantaba un mecanismo y caían
los trozos que todos querían agarrar y no entendían; cómo una pequeña llama en una
mecha de fibra que ardía sobre un tanque, hecho con lámina de hierro galvanizado
conectado a una serie de tubos y filamentos de cobre, que subían y bajaban por
el respaldo del aparato, podía producir tal portento… Incluso hoy en día,
recordando aquellos hechos, puedo afirmar que sigue siendo un “misterio” la
verdadera explicación de su funcionamiento,
para la mayoría
de la gente, en aquel pueblo. "…Ciertamente un
verdadero milagro tecnológico, basado en el
uso y comprensión de las Ciencias
Naturales; puestas al servicio de la gente a través
del ingenio y, el manejo acertado de la
tecnología Termodinámica…!" Remataba El Heraldo, con total desenfado;
cerrando sus comentarios expresados sobre este caso, aquel famoso día.
…Lo que sí es cierto,
es que esa vez, en ese lugar, fue
donde por primera vez comí helado; estaba hecho con guarapo de Tamarindo de la famosa
nevera Servel, de don
Enrique Fernández. Dueño
del famoso: "El
kiosko Colorao" —Aunque después dijeron, que en realidad era rojo—.
*** PÁRATE BUENO:
Así se la llamaba. Pues no se sabía a ciencia cierta cuál era el verdadero nombre de
aquella mujer, que religiosamente cada fin de semana llegaba al pueblo por su parte norte siempre
flanqueada por tres nobles animales, que ella nombraba según las
características de su real comportamiento: Sinvergüenza, Mala lengua, y
Retrechero. Tales eran los apelativos de tan emblemáticos miembros de la raza
canina, representantes en buena lid además de a su dueña, también del lugar de
su procedencia; de donde tomaba nombre aquella díscola mujer que tanto los amaba.
…Y; esa por supuesto
no era otra que la, al mismo tiempo querida, también rechazada
"Párate bueno"; como se le conocía y, por donde quiera que iba, al ser
saludada con cariño por algún transeúnte que sabía quién era ella, siempre
respondía a modo de presentación con un dejo de marcada tristeza en su rostro.
Al tiempo que entoldando la mirada, entristecido su semblante, arqueaba la ceja
derecha para luego muy pacientemente, decir:
"…Párate bueno, al cieeelo… Caray…!"
−Obviamente sobria, en este momento−
Acto seguido, se arriaba un largo trago del espirituoso licor
que nunca le faltaba, de una botella
enredada entre las raíces de yuca en uno de los sacos que siempre llevaba terciados. Pero
es que para eso venía al pueblo,
creo yo, cargada
con los productos de su conuco de allá, de su querido terruño campestre;
"Párate bueno". Un bucólico, fértil y, soleado lugar, que ella por
fuerza de la costumbre e inspiración de la
gente, convertiría además
en su propio epónimo.
Aparte del tubérculo ya nombrado donde entre cuyos gruesos dedos
parecieran florecer constantemente, una tras
otra sus cristalinas botellas de aguardiente, traía otros; además. Batata, ocumo,
ñame, mapuey. También
las auyamas, quinchonchos, frijoles y, caraotas de varios colores entre barcinas y
tapiramas. No se sabe de dónde sacaba fuerzas para acarrear tantos productos,
pero con sacos en sendos hombros la veíamos
pasar seguida de su inseparable guardia canina personal; y,
al finalizar la venta, se sentaba en la acera de la bodega Las tres Torres del
señor Concho Sierralta —donde canjeaba en un remate, especialmente por bebida,
lo último que le quedara—, a libar de una nueva botella los consabidos guamazos
para otra vez coger camino, de regreso a su querido hogar; donde sabía la
esperaba su única hija que habría tenido. Eso sí, cargada de vuelta con los
productos de la bodega para
su diaria manutención.
…Así, en una sola algarabía entre ella y sus fieles acompañantes, sentada a
horcajadas en el suelo, hacía la delicia de los chicos del vecindario quienes
auscultaban con zánganas miradas, debajo de los fustanes de la alocada
visitante; y, al caer la tarde ya
para la noche, con el cantar de los primeros grillos, "Párate bueno" una vez más, era historia ya pasada.
…Y; entonces se la veía, de nuevo, allá a lo lejos.
Desdibujándose con rumbo norte por entre las sombras de las casas a un costado
de la calzada, sobre la cual de seguro se apreciaría —al menos, para un
observador más cercano— la dramática proyección de la figura correspondiente a las pencas de zinc en los
techos, con su zigzagueante y dinámico borde similar al de una sierra,
pareciendo rasgar su ya cansado cuerpo por la espalda; lo que tal vez la molestaba
y, causaba en su volátil animosidad, un leve
aunque significativo cambio del ya emblemático
saludo que solía usar –ahora, más entonada−. Como molesta por todo:
"…Párate
bueno, al cieeelo; caracho… No jodáaasss…!"
*** RATÓN COJÚ:
Su verdadero nombre era Romer Requena; es lo único formal que se
sabe de su identidad; sin embargo eso no fue impedimento para que mi mamá
lo bautizara, por lo tanto es mi medio hermano, por así decirlo. Él, siendo
mucho mayor que yo,
me contó una vez sobre las andanzas por el pueblo de otro personaje
que se hacía llamar "El Águila negra", el que acostumbraba ir a todas
partes montado a caballo y, todo vestido de negro, al igual que su montura…
Decía que aquel, venía al pueblo los sábados por la mañana procedente del campo
en donde trabajaba y vivía, dedicado a labores
propias de la ganadería; ordeñando
vacas y, amansando caballos.
Cuenta Romer que dicho
individuo al llegar, se dedicaba a jugar ajiley y tomar aguardiente
hasta más no poder en las distintas tabernas que había, pero lo más
espectacular era cuando se embriagaba con su caballo y, juntos emprendían a
todo galope, una alocada cabalgata por la calle El ganado —misma donde yo nací—, para ir de un botiquín al otro
separados unos trescientos metros
más o menos; mientras hacía marcar en la rocola, con las meretrices del lugar, sus canciones preferidas. Sobre
todo aquella mejicana, muy de moda entonces, titulada: “El corrido de El águila
negra”, de donde precísamente tomaba su nombre.
En este punto, hasta el caballo estaba borracho y, entonces el
noble animal se veía gozoso con las enloquecidas ocurrencias de su amo;
mientras él por su parte, se expresaba con
profusión de relinchos, paradas a dos manos supuestamente encabritadas y, golpes al suelo con
su casco delantero derecho. Pero lo más
espectacular en medio de semejante despliegue de testosterona y sudor en aquel curioso
animal, era cuando
de pronto extendía su negra, larga y curvada verga
al aire, ante la sorprendida mirada de quienes lo vieran; en especial,
la timorata damita de pueblo que presurosa se debatía ante el dilema
del placer de observar aquello y, la vergüenza pública de ser
pillada haciéndolo, razón por la cual
no le quedaba más remedio a la pobre que taparse el rostro con sus delicadas
manos —aunque con los dedos entreabiertos, según un lascivo e intrigante observador—.
Mientras seguía caminando por la acera al lado de una empalizada, ante tanta crudeza
e inverecundia.
A estas alturas de la historia, gozando un mundo sobre lo que contaba
y, virtualmente muerto de la risa, sorpresivamente terminaba Romer, diciendo:
"…Compai usted es un
vivo…!"
Expresión que normalmente usaría quien lo escuchaba, pero que al
cambio de tercio había veces en que se adelantaba ex profeso, robándole la
palabra a su interlocutor; no quedando de otra, que contestar con la frase que
normalmente sería la de él:
"…Usted también...!"
*** TÍO TIGRE y TÍO CONEJO:
Hablando
de personajes de mi pueblo me viene a la memoria también, un cuento que papá
nos narraba a todos nosotros en pleno, cuando descansábamos sobre el famoso
fardo del patio de la casa, que ya les dije; sí, si, aquel mismo que extendía en la tarde noche para que nos acostáramos
a auscultar el firmamento. Dándonos
sus particulares clases de
astronomía, a su muy particular modo de entender tan complicado asunto. Sólo
que a veces, había momentos en que dejaba aquellas difíciles cosas a un lado
para simplemente poner los pies sobre la tierra y, prácticamente moríamos de la
risa escuchando sus cuentos más famosos. Nos gustaba mucho un pasaje de las
conocidas historietas de: “Tío tigre y Tío conejo” −de las cuales hay muchas−; y,
que nosotros mismos le pedíamos. Entonces comenzaba diciendo:
(…Tío Conejo fue sorprendido una vez más por Tío tigre, cuando
descuidado, saciaba su sed en la laguna; era de noche y, sobre el agua se
reflejaba el plateado disco de la luna, detalle que sin embargo sería
aprovechado por el asustado pero astuto personaje, para zafarse de la embarazosa
situación en que ahora se encontraba. Ante lo cual en seguida argumentó, viéndose
seriamente en apuros; y, tratando de convencer a su goloso adversario que en lugar de tener que comerse sus magras y prolijas
extremidades, más bien se fijara en lo que entonces le obsequiaría…
"Mírelo ahí no más…! Sólo para usted"; le dijo, con la astucia que lo
caracterizaba. Al tiempo que, mientras hablaba, se hacía el debilucho ante su
enemigo mostrándole su cuerpo tembloroso y agarrándose el pellejo por debajo de uno de los
brazos, en un inusitado despliegue de actuación que dejaría boquiabierto hasta al
mismísimo Charlot.
…Dijole además Tío Conejo
al hambriento, ansioso y, glotón de Tío Tigre, que si lo
dejaba ir le daría un enorme "queso e ‘mano" para que mitigara de una
vez por todas su creciente desesperación —este en seguida, eufórico, le dijo
que sí—; al tiempo que le mostraba con ojos desorbitados, apuntando con su
índice derecho a las profundidades del estanque, el reflejo que titilaba
en el agua mientras bebía.
Dicho esto, Tío Tigre
engolosinado por la propuesta y lo
que claramente tenía ante sus ojos, creyendo en verdad aquello era tal cosa, que el otro prometía, enseguida lo aceptó; y, sin pensarlo dos veces, de una se
lanzó al agua… Ahogándose, irremediablemente, al creer en lo dicho por el diminuto pero astuto personaje; a no ser por la benevolente y magnánima actitud
de su contrincante, quien, antes de ponerse él mismo a salvo le
lanzó un largo bejuco de los muchos
que crecían en ciertos árboles de la
orilla… Por lo cual de milagro, pudo salvarse de aquella muerte segura; cuando
casi muere allí mismo,
ahogado y, engullido por el pastoso lodazal del fondo… Mientras tanto y, acto seguido,
como accionado por un mecanismo de resorte Tío Conejo emprendió una veloz carrera a través de los chiribitales del monte y, tan sólo se escuchaba
en la noche el paso en
huída del fugaz y elusivo personaje; cuyo peso sobre las chamizas, entonces las hacía sonar:
Cráquiti,
crun…Cric…Crac…!
...Ante lo cual, papá terminaba diciendo, también muerto de la
risa, igual que nosotros:
“…Aaah...!
Tio Tigre pa' pendejo, carajo...!”)
Tan divertido nos parecía el cuento de nuestro padre, que todos
prácticamente, nos desgañitábamos de la risa; sobre todo cuando concluía
diciendo, una y otra vez —bajando lentamente la cabeza con los ojos cerrados y,
los brazos esgonzados, como si se fuera a dormir—:
…Cráquiti, crun, cric, crac…!
Cráquiti, crun, cric,
crac…! Y; de nuevo. Cráquiti, crun, cric, crac…! −Se callaba de repente−.
"...Y;
colorín colorao, este cuento se ha acabao…!"
…Remataba diciendo
entonces, estas últimas palabras; al tiempo que de nuevo "despertaba"
repentinamente y, con ojos desorbitados, pronunciaba de nuevo su ya famoso cierre…!
*** BIBLIOTECARIO:
Este fue el nombre dado
por nosotros a un travieso burrito que había en el pueblo,
el cual fue el único creo yo, que quedó después de varios años de “razzia
burrera” que hicieran las “autoridades” del lugar en componenda con los dueños
del "Gran Circo Albacora"; quienes por unas
cuantas lochas compraban a aquellos burócratas corruptos el permiso para tal
atropello ecológico, con el único propósito de alimentar con su carne el voraz
apetito de las fieras enjauladas, de su lucrativo negocio. Se salvó éste,
según dicen, porque
el buen jumento
tenía la misma raza de aquel
de Juan Ramón
Giménez —el padre de
Platero—, ya que había sido traído por
unos españoles, que vinieron a
fundar un hato en las afueras del pueblo
y, el cual tenía por nombre “Buena Vista”. De allí su nombre
inicial, puesto por los peones del hato para los hijos del dueño −el pollino de Buena Vista−; el cual
nosotros cambiamos sin saber nada acerca de sus nobles orígenes. Pues el dueño
de este hato no sabía, que el animalito se había escapado por un boquete en la
malla de una empalizada de su propiedad, con tan buena suerte para el borrico
de que alguien que antes lo había visto y, conocido, cuando andaba deambulando
por las calles del pueblo, en seguida hizo llegar la información al hacendado español; quien de inmediato mandó a unos
peones para que lo cazaran, y llevaran de nuevo a casa.
Ahora bien; “Bibliotecario”
tomó así su nombre cuando nosotros en una de las visitas habituales en busca de
lectura, que normalmente hacíamos a “La Biblioteca” —esto era para nosotros,
aquello; para el resto simplemente, el basurero del pueblo—, pudimos ver cuando
el pobre animal en busca de periódicos no para aprender a leer sino más bien,
para saciar el hambre, tropezó con unos trastos entre basura y, de pronto, unos
lentes viejos que había por ahí se le engancharon en la cabeza; y, justo sobre
sus ojos. Rápidamente ante la instantánea fotográfica aparecida ante nuestros
ojos, al buen amigo Roger Meza a quien llamábamos Tarzán,
se le ocurrió decir:
"¡Miren! Tenemos un
bibliotecario aquí…!"
Lo espantamos y procedimos a
hurgar más hondo en la basura, en busca de lo que queríamos conseguir; al cabo de lo cual, ya de regreso
le pregunté a Roger.
"Oye Roger,
por qué dijiste
que aquel burro era un bibliotecario…?"
"…Bueno, vale; en realidad
no dije que lo era, sólo
me refería al parecido: Sus lentes semi caídos,
mirando por encima de la montura una apetecible pieza de periódico, para
comérsela frase a frase y, letra por letra; tal cual consumen diarios, revistas, libros
los regentes de bibliotecas;
mientras silenciosos llevan a cabo su trabajo…!"
"¡Aaah, está
bien! Bibliotecario será
ese burrito, de aquí en adelante…!" −Dije, entonces−.
"Te la volviste a comer, vale…!" −Agregué, riéndome−.
…Por esto es que a partir
de allí, comenzamos a llamar a aquel
gracioso animal, que entonces me recordó a “Platero”, tal y como ya dije…!
*** El TUERTO DANIEL:
También es de grato recuerdo para mí, un personaje que en
tiempos de carnaval se disfrazaba de pirata durante el día y, tras reunir un
nutrido grupo de alegres
seguidores los comandaba al frente; ataviado
con su turbante de medio luto y un parche en el ojo izquierdo, que era lo único
real en su bufa representación. Ya que verdaderamente, tenía problemas de salud
en ese ojo, por lo cual en el pueblo era conocido como "El tuerto Daniel”.
Esta "comparsa", como se las llamaba en ese tiempo,
llevaba por nombre “La bandera Negra”. Ya que algunos de sus miembros las
enarbolaban presentando en el centro de la astada y oscura tela, una calavera blanca cruzada por dos
huesos, mientras todos llevaban el rostro tiznado de negro; obtenido de los
fogones y cocinas de las casas donde
entraban sin resistencia alguna por parte de sus propietarios. Quienes más bien
se preparaban para ese día, dejándoles ex profeso algunos alimentos en las
negras ollas, para que las visitas se convirtieran en un saqueo autorizado y, además, un baño obligado para los dueños y habitantes de
casa; quienes disfrutaban de lo lindo de todo aquello. Aunque siempre con mucho
respeto y, en aras de seguir conservando entonces, las tradiciones carnestolendas
de aquellos años.
…Ya durante la noche, era costumbre ver salir por las calles
hacia la plaza bolívar un tropel de gente, donde llegaban pavoneándose por las
caminerías y pasillos de la misma; vistiendo sus distintos y variados
disfraces. En ese momento, tal vez muchos de ellos estarían contentos viviendo
su propia fantasía al poder ocultar tan convenientemente su identidad; con la
que quizás, algunos hasta estarían inconformes, pero agradecidos de la época al mismo tiempo, por poder esconder sus propias ruinas
detrás de esas máscaras y antifaces.
Después se organizaban
espontáneamente en diferentes grupos, para dirigirse a dos famosos clubes donde
se bailaba hasta altas horas de la madrugada; siempre al ritmo de Billo’s,
Melódicos, Los Corraleros de Majagual y, además con rocola. Representando cada
quien sus diferentes personajes en esa gran obra teatral bufa en la que a
veces, se convierte la vida;
confundiéndose todo en un jolgorio, en virtud de aquel
tan esperado momento.
Pero sin embargo, el único disfraz que no necesitaba ocultar su
verdadero rostro, porque siempre se sabía quién estaba detrás del mismo, era
precisamente el de "El Tuerto
Daniel"; a pesar
de que siempre se buscaba las
más originales e insólitas formas de ocultar su identidad, pero nunca pudo
lograrlo a cabalidad… Imagínense que una vez salió a la calle metido a cuerpo
entero, dentro de la caja donde vino al pueblo la famosa nevera de querosén del
señor Enrique Fernández —aquella misma que había sido presentada al pueblo en
la Plaza Bolívar como una verdadera novedad, nunca antes vista; lo
recuerdan…?—. Pese a su gordura, Daniel quedó cómodo dentro de la caja esa vez,
pero no fue una muy buena idea la de abrirle un solo hueco al cajón
y, precísamente, a la altura de su ojo bueno; porque
tal vez sin percatarse, con ello tan sólo reafirmaba su condición de
“tuerto” y, desde adentro, buscando despistar decía con su inconfundible voz
—que; para disimular, se esforzaba haciéndola parecer afeminada—.
"…A que no me conoces…!"
Mientras el transeúnte al pasar, en seguida le respondía:
"¡Eeepa, Daniel; en verdad te queda fino vale…!"
*** EL CURIOSO CASO DE JUAN JARAMILLO:
Finalmente, me contó también
Romer Requena −Ratón Cojú−, el curioso caso del señor Juan Jaramillo. Empezó
diciendo que esta persona era un individuo que vivía en La Atascosa, por la
calle Ribas −cerca de su casa−, pero que trabajaba en una bodega
de su propiedad donde expendía víveres a la comunidad en una localidad cercana
de aquí −a 8km. aprox.−, de nombre Roblecito; específicamente en una barriada de allí que se llama Costa e’ Paria.
Pues bien, continuó
diciendo Romer, el señor Juan Jaramillo era un experto
y auspicioso comerciante de la zona, buena
gente y, bien querido entre
la vecindad, que llevaba
una vida normal
de familia con
su esposa e hijos. Además, al principio era un hombre muy católico,
respetuoso, devoto creyente en las cosas y acciones divinas, muy aficionado al escudriñamiento
de La Biblia. Era normal,
verlo sentado en un silletón recostado a la pared de su local,
leyendo el sagrado libro; mientras esperaba por la llegada de algún cliente a
su bodega. Dice Romer, que últimamente cuando alguien entraba al negocio, antes
de ser atendido, según la pinta del hombre o mujer que lo visitara, si no era de su agrado de pronto le decía:
"Arrepiéntete!!!"
Como ya todos lo conocían,
habiendo visto todo el
proceso en su reconvertido desarrollo eclesiástico no le
hacían caso y, simplemente, se dedicaban a hacer sus compras y se marchaban;
pero la cosa con el señor Juan fue cambiando poco a poco, haciéndose cada vez más frecuente sus arranques de intolerancia,
por lo que la gente empezó a decir que se estaba volviendo loco, ya que sus
arrebatos bíblicos se hicieron cada vez más puntillosos y complicados —en su evidente hipocresía dizque moralizante, según decía Romer—; y, hasta se estaba tornando
agresivo en lo físico con algunos clientes, que pronto empezaron a rechazar sus obstinadas disertaciones e impertinencias.
Un buen día comenzó a decir que antes de la llegada de nuestro
señor Jesucristo, "quien llegará a poner orden algún día en este
mundo" —afirmaba con gran vehemencia el hombre—, seremos testigo de la
presencia sobre la faz de la tierra de un terrible personaje llamado el Anti
Cristo, que se llevará el espíritu de las personas incrédulas a decir del señor
Jaramillo, pero que sin embargo había una sola manera de salvarse de aquello;
según se le habría informado a él, mediante un alado mensajero espiritual que
aseguraba a pie juntillas, lo habría visitado… Decía al respecto, que la única
salvación era pintar todo de color rojo, incluso a sí mismo; como una señal de
sumisión ante el gran poder de Dios.
"…Recordatorio de la fe en la salvación ante el paso del
Ángel de la Muerte, persuadido de su terrible misión divina tan sólo con la sangre de un cordero
en las jambas de la puerta
de las casas de los hebreos, en Egipto, esclavizados por los faraones
en los tiempos de Moisés; cumpliéndose de esta forma la última y, décima plaga,
antes de ser convencido el Faraón de darles su libertad" −Decía−.
"…Por esto les digo, ha llegado la hora!!!"
−Remataba, con marcada soberbia−.
…Así; comenzó a vociferar que el día estaba cerca, poniéndole
incluso una fecha y, a medida que el fatídico límite se acercaba, aparte de
volverse cada vez más frenético y agresivo comenzó a pintar todo de rojo en su
bodega. Pintó de este vistoso color usando pintura en aceite, la casa completa
—incluso el techo, por dentro y por fuera—; el mostrador, la armadura con sus
víveres incluidas las latas de sardinas (Chaimas, y La Gaviota), los paquetes
de manteca (Los Tres Cochinitos), los potes de choricitos en agua salada y, los
de pepitonas que usualmente servían para
pasar el ratón
los borrachos… La máquina
registradora con su teclado, la manivela,
más el rollo de papel y hasta los números con las cuentas de los clientes
deudores en él, así como los tambores de querosén con el remillón y el embudo
galvanizados, usados para su manejo;
también las lámparas de carburo
pendientes de unas cadenas
en el techo, que también fueron pintadas.
En el almacén de la bodega enrojeció los sacos de café, arroz,
quinchonchos, frijoles y, caraotas; las mazorcas de maíz cariaco
para el pan de horno y, los de maíz blanco y amarillo para las
arepas. Pintó allí mismo hasta “La esperanza” representada en una virgen de
Nuestra Señora de Las Mercedes, mantenida dentro de un nicho en una de las paredes del depósito; la cual entonces todo de rojo, también
dejó.
Ni siquiera se salvó de aquella epidemia de "rojotivitis aguda”,
por así decirlo, el pobre San Pedro
Nolasco cuya imagen en yeso se hallaba amarrada formando un extraño manojo
junto a un frasquito con un líquido cristalino −presuntamente
agua bendita−, tres pencas de sábila y, el As de Oro de la baraja española;
allá, por debajo de la cumbrera de la alta casa.
(...Tomada por él esta emblemática carta, antes indicada, de un mazo nuevo sin usar de la famosa marca Heraclio Fournier; según creencia
sostenida por Jaramillo que entonces repudiaba y que, obtuviera
desde tiempo atrás, en que
anduvo por cuanto garito del llano había encompinchado con los tres hermanos
Santaella; reconocidos tahúres
de la vecina población de
Chaguaramas —quienes sin embargo, como ya quedó dicho antes, fueron vencidos en buena lid una
intensa noche de juego en su propio pueblo, por mi padre y mi frustrado padrino
de bautizo; con cuyo nombre, he cargado de por vida— que le habrían contado una
bizarra historia y él se la creyó, acerca de la condición de jugador de aquel
personaje del santoral, mucho antes de ser llamado por los raros misterios
de la religión… A quien por cierto según la leyenda se le apareció una noche la
Virgen de Las Mercedes, nombre epónimo con que más tarde, se designaría al pueblo de La Atascosa
a partir de algún tramo de su existencia. Tal
referencia histórica fue tomada presuntamente por los Santaella, vaya usted a
saber de dónde y, por qué; como un signo de buena suerte para los aficionados a
juegos de envite y azar. Lo cual explica el por qué, este hombre había puesto
en algún momento la extraña reliquia, allí, en los altos de su vivienda…!)
…Pero lo más grave y, dramático por demás, fue cuando se pintó él mismo y comenzó a perseguir a su
mujer y los hijos; para, galón de rojo y brocha en mano, pintarlos a ellos
también. Las gentes
del barrio vecinos de la
familia, al ver aquello se persignaban, rezaban y, elevaban plegarias al cielo
para que semejante locura pronto acabara; convencidos de que semejante
espectáculo tan triste y bochornoso, no podía ser otra cosa más que, obra del demonio.
…En esta parte del cuento, riéndose de lo lindo, Ratón Cojú no
se acuerda si Jaramillo logró, por fin,
pintar de rojo a sus parientes; cumpliendo con tan extraña promesa
aquel ya desquiciado hombre. Pero lo que
sí es cierto, según cuenta Romer, es que la
visita del enigmático ser que vendría precediendo a Cristo Jesús para quitarle
el alma a la gente de aquel pueblo, no ocurrió así… "Al menos
hasta ahora…!" —Dijo con picardía,
tembloroso y guiñando
un ojo"—.
Dicen que en este punto, el hombre fue sometido por gente del
lugar para ser conducido a la medicatura; posteriormente sacado del pueblo y
llevado a la ciudad de Valencia, donde sería tratado en un centro siquiátrica
de esa ciudad, en la que residía parte de su familia.
Al término de su relato, el silencioso y parsimonioso Ratón Cojú
como de costumbre decía, al tiempo
que se quitaba el sombrero para que le obsequiaran con algunas monedas, las
cuales eran de plata esos días;
entonces, lanzando lejos un chirriante escupitajo de tabaco o chimó que nunca
le faltaba, terminaba diciendo y, sorprendiendo
a todo el mundo:
"Usted
también…!"
...Esto decía,
respondiendo de antemano a quien lanzaba una moneda
en el sombrero, quien tenía que
obligatoriamente contestar en reversa:
"Usted es un vivo, compai…!"
…Con semejante juego de frases a las que ya todos en el pueblo estaban
acostumbrados, que usaba
hacia adelante, atrás o viceversa, cerraba
Romer su relato; para luego continuar su diario
trajinar por las calles polvorientas, con su pausada marcha bajo las
inclemencias del sol llanero atascoseño.
Hasta aquí lo prometido. Continuará...!
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