lunes, 24 de septiembre de 2018





                                                        ¡24 de Septiembre!

     Qué día, cuántos recuerdos...! En este momento evoco de nuevo y, con mucha  ternura, tantas cosas de aquellos viejos tiempos bueeeno, tan sólo es un decir porque en realidad el viejo aquí, ahora, más bien soy yo; je, je...!— de cuando correteaba por las polvorientas calles de mi pueblo, pletórico de felicidad, inmerso en un mundo en donde todo era perfecto y, parecía llegar a su cenit precísamente, este emblemático día; onomástico de su santa patrona. Nuestra Señora de Las Mercedes.
 ¡Salve, mi reina. Enhorabuena!    

     A propósito de su ansiado arribo, en especial para la inquieta muchachada y, según el calendario de taco  —para entonces, ya no tan gordo— que solía tener colgado mi mamá de un clavo en algún rinconcito de la sala de la casa, a continuación les transcribo algunas incidencias relacionadas con el mismo. De mi libro "Las Evasiones de Hilario Coba", el primero de la saga de cuatro
 titulada: "Relatos Oníricos de La Atascosa".




1.3                                     El Circo

    
     Hoy es 24 se Septiembre, un día sumamente grato para mí, el de la santa patrona de mi pueblo La Atascosa. Por lo tanto todos sus hijos dondequiera que vivamos nos llenamos de júbilo por las tradicionales celebraciones de allá, aunque no estemos en ellas; las vistosas fiestas patronales en honor a Nuestra Señora de Las Mercedes. Día bonito en plenitud de esperanzas, en los deseos de mis coterráneos, en especial por los niños y jóvenes de aquel pueblito tan especial del llano venezolano. Los ausentes, como yo, igualmente también celebramos; trasladándonos virtualmente hasta sus maravillosos espacios, al menos en espíritu.
   …Transcurrirá este día una vez más y, como siempre ha sido, abriendo y cerrando los actos con las sagradas misas en honor a la Virgen en el templo; asistidas por la multitudinaria presencia de su ferviente y piadosa feligresía en pleno. Luego, se esparrama la gente por todo el pueblo a disfrutar de los eventos programados de acuerdo a la ocasión: Las famosas terneras a media mañana para el medio día en los diferentes puntos acordados, ampliamente conocidos por todos de antemano; donadas por los generosos ganaderos de la zona.  Mientras tanto jóvenes y niños disfrutarán a rabiar de las "marchanticas" con su característico estribillo musical que se dejará oír melancólico aunque esperanzador, como mecido por la brisa, a través de sus pulidos y boquiabiertos altoparlantes; atendida esta vez de gratis la bulliciosa clientela en medio de una comprensible algarabía por los señores heladeros que las conducen iban sentados muy orondos ellos, casi a horcajadas sobre un sillín ante el gran volante, bajo un techo atoldado generalmente a rayas de una cabina sin puertas convencionales, ataviados de sólito con su pulcro guardapolvo blanco y cristina del mismo color en la cabeza. 
   …Igualmente había una hilera de mesas con sus vistosos manteles de hule asistidas diligentemente por señoras, jovencitas y monjas del pueblo, donde se servían trozos de torta con refresco, raspados, jalea, gelatina y, para cerrar, piñatas con abundantes caramelos. Recuerdo muy bien los de coco, menta, y de anís; envueltos en papel manteca los primeros y, en celofán transparente los otros dos sabores. Por entonces salía con los bolsillos repletos y, hasta me pasaba días enteros comiéndolos, de a poquito; como para que no se me acabaran nunca. Por cierto, esto mismo hacía cuando llegaba la zafra de jobo… Aah, cuánto aroma y, qué color…!  Pero en ese caso, como me quedaba dormido con algunos en los bolsillos, entonces al despertar del siguiente día para irme a la escuela y, queriendo sacarlos cuando los dejé olvidados, las manos no me entraban; porque las telas del pantalón estaban pegadas con los frutos "espaturrados" en su interior. Me molestaba un poquito pero, una vez resignado, no quedaba más remedio que reírme de mis propias vainas.
   …Así mismo, de acuerdo con la estricta programación debidamente impresa en un colorido afiche encabezado por la imagen de la virgen, que suele verse prendido mediante grapas sobre las puertas de los comercios y, las edificaciones oficialesno han de faltar ese día ya para la noche, grandes bailes y mucha música en la vía principal, conocida eufemísticamente como "La Avenida". Pero, nada tan especial como sus grandes tardes de toros coleados, con diversiones a granel. Siempre ante el estruendoso y característico grito, indicativo de la presencia del protagonista estelar en escena, de: ¡Caaacho en la maaangaaa!!!
   …En cuanto va entrando la noche, ya para cerrar, se cunden de nuevo de gentes las calles cubiertas por sus multicolores bambalinas de papel, que aún parecen saludar a los más salerosos parroquianos cuando son vistos apurados, caminando ansiosos por la vía; ataviados esta vez con sus mejores pintas de estreno para asistir a la fiesta de gala…!"

  ...Evocando estas lindas cosas de antes ahora me encuentro en la soleada ciudad de Cagua,  ejercitando la memoria que suele tornarse esquiva, en la renuencia del otoño de nuestros tiempos idos; recordando con cariño a mi entrañable amigo y paisano Hilario Coba, con quien solía charlar sobre estos temas y, muchos otros más, mientras campaneábamos unas cuantas birras en nuestro querido y recordado "Bar Princesa". Entonces frente a la plaza Bolívar de Maracay, por el lado Este. Donde compartíamos con la amena charla de sus amables dependientes, empezando por su propio dueño el señor Domingo oriundo de El Hierro —muy amable y de expresión reflexiva, con su bigotico y aspecto al estilo Omar Shariff, una de las islas Canarias; junto al señor José. Un tipo de entrada con muy mal talante que siempre parecía estar oculto midiéndolo todo, detrás de las barricadas de sus gruesos lentes "culoebotella". Jefe de la barra y, por demás, un orgulloso español de Figueras como él mismo solía declarar; pero en definitiva, después que te lo ganabas, llegabas a conocerlo como un hombre sumamente bueno y honesto... El que una vez puesto de mi lado, pude disfrutar en la barra escuchándole sus andanzas por el mundo a bordo de un buque pesquero donde solía contar sus hazañas lanzando alponazos a un cachalote, al más puro estilo de Herman Melvill y su Moby-Dick—, de sus riquísimos "sanduiches" de salchichón, y de chorizo español colgados ahí mismo, al alcance de la mano y, sobre mi cabeza, perfectamente maridados con un cremoso cafecito y jugo de naranja. ¡Una verdadera delicia! Acompañados ellos de los criollitos el gocho Miguel, que vivía por la carretera vieja de Palo Negro, y el formidable Mono Negro también conocido como el "Monarca del Pantalón"—así, le pusimos nosotros; y, residente de aquí mismo, del barrio Veintitrés de Enero. 
  ...Formaba este bar una impecable dupla, con el añoso y sereno "Biergarten Park" donde nos solazábamos mientras leíamos los periódicos, entre pocillos de café y, buches de cerveza—, escuchando las interesantes historias de su barman  de postín acerca de las esquinas y los negocios de aquella querida ciudad donde entonces vivíamos, el reservado y circunspecto amigo Cheo; siempre ataviado con su impecable atuendo blanquinegro, en que destacaba su característico lazo almidonado, agazapado por debajo de la llamada manzana de adam, que en él era bastante prominente. Estaban separados tan sólo uno del otro, por la mima acera ambos negocios, unos escasos 10 m. 
 "…Un día en el que, por aquellos tiempos, aparte de lo ya reseñado también comenzaban las funciones del Gran Circo Albacora, que acostumbraba llegar con una semana de antelación a la localidad y, ciertamente, era un gran acontecimiento para grandes y chicos. Con este nuevo evento sucediendo en el pueblo todo era un verdadero jolgorio, para un lugar que durante el resto del año todo era tan tranquilo y, casi nunca sucedía nada. El espectáculo daba inicio desde el mismo instante en que empezaban a bajar las petacas con el ropaje, baúles repletos de aparejos, utensilios, enseres y, herramientas, que pronto serían utilizados para montar el campamento; pero lo más sorprendente de aquella visita eran las jaulas que traían los recién llegados, con sus variados y exóticos ejemplares de la vida silvestre. Usualmente se establecían en un amplio terreno que el resto del año permanecía baldío el cual quedaba en la vía hacia la escuela donde yo estudié mis años de educación primaria, Grupo Escolar Monseñor Rodríguez Álvarez; por lo que mientras el circo estaba en dicho lugar eran muchos los muchachos que nos jubilábamos de las clases con el pretexto de ir a contemplar y, fastidiar a los animales.
 "…Quizás los más impactantes eran los leones con su broncíneo pelaje e intimidante melena negra en algunos, indicativo de su gran desempeño y fortaleza,  una peculiar característica debida presuntamente, al mayor contenido de testosterona en su sangre; los que tal vez confiados en su poder lo exhibían, al bostezar preferiblemente, mostrando al aire su aterradora bocaza llena de dientes afilados. Junto a los tigres de bengala con su vertiginoso rayado sobre su piel, un poco más tiernos pero obviamente, también atemorizantes. No obstante los más populares entre la gente, sin duda, eran los miembros de dos parejas de elefantes vestidos con armaduras y detalles de guerra que atraían a mi memoria la inverosímil campaña del gran Aníbal Barca a través de Los Alpes y Los Pirineos donde se dice utilizó 38  de ellos, vestidos de la misma forma, conquistando el norte de Italia ante el asombro de la invicta Roma y, de sus más aguerridos Generales; saliendo victorioso durante esta gesta en las batallas del rio Trebia, la del lago Trasimeno, Cannas y, muchas otras. Provocando sin embargo años más tarde la vigorosa riposta de la sorprendida y emblemática potencia militar, en el recrudecimiento de las llamadas Guerras Púnicas y, la subsecuente derrota a su vez del eximio  cartaginés, por parte del General romano Escipión el Africano; durante la famosa batalla de Zama en 202 a.C"—.
     Precisamente, los machos de las parejas en cuestión tenían por nombre uno, el de tan insigne guerrero de la historia y, el otro, era llamado como su padre: Amílcar. Las hembras por su parte respectivamente, respondían, una al llamado de Himilce igual a la esposa de aquel, mientras la otra simplemente llevaba el sencillo y lindo nombre de Demetria. Iban entonces los nobles paquidermos con sus trompas entrelazadas, debajo de un pórtico estilo romano sobre la plataforma de uno de los carruajes, el cual continuaba en la fila después del auto que la encabezaba, donde viajaba la familia del Sr. Sayed; quien visiblemente emocionado agitaba sus toscas manos en acto de salutación y, agrado hacia la multitud, que eufórica los seguían por la calle real.
Al día siguiente a la fastuosa caravana, que servía de “opening” a las funciones oficiales de la temporada, se abrían las taquillas de venta de boletos y he aquí otro de mis más caros recuerdos, cuando apostados en las cercanías de la puerta, tratábamos de ganarnos una entrada gratis ayudando algún vendedor de golosinas o refrescos que pertenecían por cierto a la misma compañía del circo.
  
...Y; ben, hasta aquí llegamos por hoy, en nuestras remembranzas pueblerinas de ayer. 

lunes, 17 de septiembre de 2018






 ... Buenas tardes mis amigos. Por aquí de nuevo con ustedes para dar continuidad a la publicación del libro Relatos Oníricos de La Atascosa; "Las Evasiones de Hilario Coba". Tal como ya se ha indicado:



  
1.4.-                                             La Visita
    
     Después de haber cumplido con la lectura habitual de los diarios esa mañana, me dirigí a la casa de mi amigo Norberto Montiel a quien llamábamos “El Golfo”, quien vivía en una humilde casita ubicada en el barrio Santa Rosa de Maracay, ciudad en la cual yo residía por aquellos años, recién venido del terruño. Al llegar, siempre me atendía una de sus dos hermanas con quien éste vivía. Matilde era su nombre y de inmediato me franqueó la puerta, que consistía en un protector metálico al fondo de un pasillo encementado al descubierto de unos cinco metros de largo, el que había caminado a través del jardincito que la casa tenía justo al frente de la calle; detrás de un pequeño pretil enrejado, hermosamente construido con redondeadas y agrisadas piedras de rio, salpicadas con un moho verde que le confería un carácter de efectiva frescura a la morada de la familia Montiel Fernández.
Buenos días, Sr. Hildebrando; caramba, llega usted hoy más temprano…!   —Me dijo—, 
  Buenos días Matilde, eran tantas las ganas de verte…! —Respondí saleroso, atajando sus palabras, de sorpresa; algo que después me dio vergüenza al notarla un tanto intimidada por mi actitud—.
     Pasé a través de la puerta frontal  de la casa en sí, casi siempre abierta de par en par —pero no esta vez— durante las horas del día. Iba detrás de ella, vestida con un ajustado jeans que sobradamente resaltaba sus frondosos atributos de fémina bien dotada y, camisa floreada ancha, ceñida al talle mediante la tira de un delantal de hule con una brocha en un bolsillo que me hizo suponer estaría ella trabajando cuando llamé. Se entraba así a un angosto zaguán que conducía a una modesta aunque bien pulcra salita de recibo donde como todos los domingos, era recibido por la hermana menor de mi amigo, que como de costumbre antes de yo llegar seguramente regresaba del jardín del fondo con un hermoso ramo de flores recién cortadas, que podía ver semi envueltas en un paño blanco al lado de unas gruesas tijeras sobre la mesa; entonces vi cuando las depositó con gran ternura en el florero de adorno del comedor —lo cual me conmovía al extremo, verla hacer éso—, que ya tenía en su interior un poco de agua fresca. Cosa que religiosamente hacía, casualmente cuando yo llegaba, tal cual ahora; y, quizás, como una forma de mantener presente el espíritu de su amada madre doña Hortensia, de quien lo habría aprendido a lo largo de tantos años, en que estuvieron juntas.
  ...Entonces ella interrogó dirigiéndose a mí de la misma manera que siempre acostumbraba, diciendo:  
  Le apetece un poco de café…?  
     Tal era el nombre que solían usar tanto El Golfo como su hermana Matilde, como ahora ésta lo hacía —"Hildebrando", y de allí igualmente podían pasar a su apócope de “Hilde”; para dirigirse igualmente a mi persona. Una forma de expresión corta que precisamente en esta casa fue donde empezó, acuñada por ella. Sin embargo la otra hermana de mi amigo, la mayor —quien ahora estaría durmiendo—, sí me llamaba por mi nombre de pila, Hilario; y, nunca como ellos lo hacían, siempre tratando de mantener entre nosotros una especie de barrera y, una distancia. Era aquella una mujer un tanto retraída a quien tal vez yo, no le caía bien; la cual muy poco le gustaba socializar, especialmente conmigo… Aunque tampoco con otros, en verdad, casi que con nadie. Según me contaron, esto no siempre fue así; pero sucede que sufrió un fuerte desengaño con un hombre, con el cual estuvo a punto de irse al altar. Tan fuerte fue el asunto, que el mismo día del casorio mientras ella estaba vestida de punta en blanco  —como quien dice—, enfundada en su vaporoso traje para tan esperada ocasión, el muy canalla finalmente no llegó.  
     (…A partir de allí, la desdichada Nicasia —que así se llamaba— se encerró en su habitación y rompió la llave con un martillo, haciéndola añicos. Razón por la cual sus familiares tuvieron que derribar los vanos del acceso con un hacha tres meses más tarde, ya que la frustrada mujer antes de encerrarse se habría armado con una escopeta sustraída taimadamente a su padre de sobre el dintel de la puerta de su alcoba, donde la tenía, sostenida por unos clavos encima de una pequeña repisa entre dos carameras de venado de doce puntas; que con tanto orgullo su viejo exhibía ante sus amigos, también aficionados a la caza.
     Todo ese tiempo habían tenido que soportar aquella angustia, porque Nicasia les gritaba desde adentro del cuarto que si alguien intentaba entrar entonces se mataría —y quizás hasta atentara contra ellos; cosa que también temían—; pues se la pasaba llorando, gritando, maldiciendo, como poseída por el demonio según decía mi amigo El Golfo. Lo poco que comía y bebía tan sólo permitía que se lo pasaran a través de una pequeña abertura, que había en el marco de tela de mosquitero, más allá del protector de hierro forjado de la ventana; al lado de la puerta.
     Al principio no aceptaba casi nada pero con el tiempo fue cambiando un poco, sobre lo que consentía le pasaran por el boquete. Lo cual dio una idea a su padre, quien la consultó con un médico amigo que a su vez convino en tratarla poco a poco, con un medicamento que le administraban en el agua o en los alimentos; lo que la fue tranquilizando hasta finalmente sedarla, para posteriormente proceder a franquear la puerta usando la violencia, pues no hubo otra forma.
      Cuando al fin entraron, la encontraron en condiciones francamente deprimentes; la habitación hecha un verdadero desastre, impregnada de olores fétidos a causa de que se desahogaba fisiológicamente en cualquier lugar. Todos los muebles y enceres se hallaban destruidos, rotos, esparcidos por el piso junto con algunas piezas de la ropa que llevaba encima hecha jirones. Fue encontrada dormida sobre el colchón de la cama tirado en el piso, en posición fetal abrazada a la escopeta cargada —de milagro estaba viva, dijo su madre—; y, vestía aún de velo y corona pero el traje obviamente, ya no era blanco. Parecía un collage de Braque, todo  “pintarrajeado” por rodas partes con diferentes tonalidades. Además, tenía el rostro feamente maquillado —como cosa de locos— y, exhibía una flacura y color de piel, sencillamente espectrales.
     De allí fue trasladada por el médico amigo al hospital donde trabajaba, en el que fue sometida a tratamientos medico-psiquiátricos, hasta lograr estabilizarla; más tarde, se la llevarían a Maracaibo, lugar de procedencia de su familia paterna. Mucho después fue cuando regresó, adoptando hacia los hombres en general una marcada conducta de rechazo —"como si yo tuviera la culpa", pensé—.
     Con el tiempo se supo que el frustrado marido de Nicasia, era homosexual, y que el fatídico día de la boda el pervertido individuo se habría emborrachado con sus amigos, celebrando su despedida de soltero con un “ballet rosado”.  A partir de aquel feo episodio en su vida según El Golfo, su desdichada hermana mayor se sumergió en el anonimato para siempre...!).     

    …Siendo el café una de mis pasiones, contesté sonriéndole a la bella Matilde su oportuna pregunta; aunque un tanto perturbado por lo que acababa de recordar del caso de su hermana:
— ¡Claro que sí, mi querida Matilde; es lo único que nunca despreciaré…! Respondí  con zalamería, una vez salido de mis cavilaciones; y, tratando esta vez de borrar aquella primera impresión del comienzo cuando obviamente y, sin proponérmelo, la molesté.
   Y; por supuesto, mucho menos si viene de tí…!  Agregué, entonces con picardía. 
     
     Como de costumbre me senté a un lado de la mesa que tenían mis amigos al fondo de la salita de su casa, formando parte de un jueguito de pantry de seis puestos, color almendra, donde descansaba un retorcido jarrón de vidrio en Arte Murano colocado sobre un pequeño mantel tejido en hilo de nailon satinado; única decoración aparte de las flores, que las había por todos lados en el lugar, en casa de mi amigo El Golfo… De pronto estaba allí, pensando en nuestra amistad, solo y en silencio mientras me paseaba con la vista por todas partes; precísamente para esperarlo a él, y a su hermanita Matilde con la prometida infusión.
     Desde mi asiento en el comedor podía ver entre otras cosas, y a través de la puerta abierta en la pared contigua, que daba a una habitación desde donde se veía la calle por la luz de una pequeña ventana que daba a ella, lo que sería nuestra guarida de lectura y de intensas tertulias; era ésta donde El Golfo tenía, mantenía y atesoraba, una muy apreciable colección con los más variados títulos y volúmenes del conocimiento universal. Su biblioteca cubría toda una pared, precisamente aquella donde estaba la puerta sin vanos por la cual estaba ahora mirando; esto implica que cuando entrábamos a esa estancia lo hiciéramos pasando virtualmente a través de un muro de libros, por lo que el amigo entonces, alardeaba diciendo −−retorciéndose los bigotes con ambas manos mientras sacaba la panza un poco hacia delante, esponjándola y, meciéndose con un tumbaíto de lado a lado— : “…Los libros mi querido amigo, no sólo deben leerse; sino que, además tienen que penetrarse. Para poder llegar a su verdadera esencia…!” (En ese punto, señalaba el detalle del dintel que hacía de puerta; riéndose con ganas).
  De pronto,fui sorprendido en mis elucubraciones por el aroma envolvente emanado de la cálida taza que Matilde procedía a poner en mis manos, sobre un platillo de pinticas azul con blanco alrededor del perímetro del mismo, y la figura de un molino de viento emplazado en un paisaje campestre de un trigal; obviamente europeo y, del mismo color, grabado en sus lados, alrededor del círculo de fondo en blancodonde se encontraba el pocillo. Tomé la taza de las delicadas manos de la mujer, que se retiró al oír los pasos de su hermano acercándose a nosotros.
   Muchas gracias…! —Dije, por adelantado—.
  De nada…! —Respondió—.
     Me quedé con las ganas de hablar más tiempo con ella —lamenté, para mis adentros—  y, enseguida pensé en lo diferente que era, respecto de su hermana.
(…Era dicharachera aunque con cierto recato, éso sí, muy dada a la conversa pero también delicada, por lo general siempre se le veía feliz; en fin, a mi me gustaba bastante así, tal como era. Mucho menor que Nicasia, además. Madre soltera que sin embargo se sentía sumamente orgullosa de sus dos retoños, un niño y una niña muy vivaces que eran el centro de atención en aquella casa. Siempre andaban correteando por todas partes jugando con un viejo velocípedo color rojo, en que el niño usualmente iba encima manejándolo alocadamente contra las paredes, los muebles y, las personas; mientras su hermana, mayor que él, lo llevaba a empujones. Aunque a decir verdad, nada de esto a mi me importaba, en caso de que las cosas algún día fueran más lejos con su madre. Además, los muchachitos eran lindos y graciosos. Eso sí, el único lugar donde no se metían era en la habitación de la biblioteca de su tío Golfo, quien a veces los invitaba a entrar pero sin el velocípedo. Esto sucedía religiosamente los días sábado por la tarde, entonces les leía cuentos, historietas, y aventuras; les gustaba mucho los viejos chistes satíricos de Pedro Rimales, algunos pasajes de Gargantúa y Pantagruel, los chispeantes encuentros de Tío Tigre y Tío Conejo —que de memoria les contaba yo, de los muchos aprendidos de mi padre—, las historias de Julio Verne y, las aventuras en los libros de Mark Twain; cuando ya estaban más grandecitos. Todas ellas leídas magistralmente por su tío, salpimentándolas con ciertos destellos de teatralidad, que ciertamente divertía a los niños.
     Matilde realmente era una mujer fresca, bonita y, también muy hermosa. Estaba siempre pendiente de todos los detalles. A mí particularmente me caía muy bien, como ya lo dije y, creo que era recíproco; lo que mi amigo —cual Celestino— sabía y aprovechaba, auspiciando tales sentimientos.
     En alguna de sus charlas fue donde me contó, sin inmutarse, que su amado marido −−Gotardo Zambrano era su nombre, con quien pasó un buen tiempo viviendo en concubinato—, había fallecido en un accidente sobre una plataforma petrolera en el lago de Maracaibo, donde llevaba años trabajando. Fue después de este accidente que su familia se vino al Estado Aragua, recorriendo dos o tres pueblos más en el occidente, antes de llegar aquí, hasta radicarse definitivamente en Maracay; ciudad que su padre consideraba era perfecta para su trabajo de agente vendedor de una empresa textil colombiana. La que ese mismo año, habría instalado una planta industrial en esta localidad.
     Cuando llegaron aquí, en los comienzos, decía ella que se sentía extraña, pero con el tiempo se fue adaptando y hoy en día  —asegura— no se iría  para ninguna otra parte, ni por todo el dinero del mundo; confiesa que ama tanto esta ciudad, que la siente por dentro,  allá en lo más hondo de su ser.
     En realidad, entre Matilde y yo no sólo había esta exacta coincidencia que ambos sentíamos por Maracay, sino una muy bella amistad donde ambos conocíamos muchas cosas el uno del otro; incluso aquellos detalles de nuestra propia existencia desde la más temprana edad. Es por esto que, ella más nunca volvió a llamarme Hilario. Después que le conté el asunto aquel de "Hildebrando" ideado por mi padre, surgido allá en tiempos de mi infancia, en mi pueblo, basado en una película de historias árabes que mi viejo entonces habría visto, quedando rotundamente impresionado; lo cual me dijo le parecía fabuloso, riéndose de lo lindo aquel día en que lo supo. Le dije en esa misma ocasión que me gustaba mucho el café y, también hablar con ella. Cada vez que la visitaba era una fija que me recibiera con una taza de su tan aromática y sabrosa bebida…!).
    Mientras apuraba el último sorbo del sabroso café, llegó El golfo, quien me saludó diciendo:
Buenos días Hilde, como la estás pasando…? Dijo; pareciendo sugerir una segunda intención, porque lo hizo guiñándome un ojo, mientras su hermana pasaba un plumero por los muebles y el tocadiscos.
Yo; muy bien  “golfito” y, tú que has hecho…?
Bueno, justo ahora me dedicaba a plantar los geranios de mamá en unos cuencos nuevos que me envió papá de Maracaibo, de su propia alfarería, podrás creerlo…?
Acuérdate que el viejo siempre estuvo empeñado en trabajar con barro, y tal parece que al fin lo ha logrado…! Agregó; riéndose El Golfo, de su propia ocurrencia .  
Luego, invitándome, dijo de nuevo:
Vamos; acompáñame al patio, antes que se me haga tarde…!
Sí, sí, te sigo hombre; enseguida…!   
(…La jardinería era una de las actividades preferidas de El Golfo, junto a sus conocidos arrebatos de patriotismo que algunas veces, más bien, yo no dudaba en calificar de “patrioterismo”—, después del Derecho que era en sí, su verdadera pasión; carrera que cursaba en la UCV por lo cual tenía que viajar a diario hasta Caracas,  donde trabajaba medio turno en una oficina ministerial para luego estudiar por las tardes. Entonces regresaba ya de noche a Maracay para salir de nuevo en la madrugada, otra vez, todos los días, todo el año. Era agotador —decía—; pero tenía que hacerlo, porque simplemente amaba esa carrera.) 
     Al llegar al patio, se observaba un pequeño jardín con árboles frutales y palmeras; el recinto estaba cruzado por diferentes callejuelas, cuyos lados se apreciaban atestados de cuencos y porrones con flores de variados colores, sobre los cuales revoloteaban  mariposas y cigarrones. Todo era muy fresco, sombreado y, de un silencio tan espectacular únicamente interrumpido por el sonido de la corneta de algún auto, del otro lado de la tapia. 
     Con orgullo y una vivacidad especial en sus ojos, El Golfo me hablaba de todos y cada uno de los habitantes del lugar, tal como lo habría aprendido de su difunta madre la señora Hortensia de Montiel, que ese mismo día y fecha cumpliría precisamente un año de su sensible desaparición —apenas entrando la noche—; al menos en lo físico porque en este jardín se respiraba aún, su noble presencia espiritual. Era esa la razón, del cambio de los ya estropeados envases por unos lebrillos nuevos para los geranios plantados por su querida madre, un día igual a éste, pero del año pasado.
     Las flores acomodadas por las sabias manos del inspirado jardinero, se veían aún más bellas ahora en los porrones nuevos traídos desde el Zulia, revelándose en ellos claramente su procedencia a juzgar por los coloridos dibujos que ostentaban en sus costados. Eran en forma de una pirámide invertida, con sus caras vitrificadas y, vistosos paisajes del "Puente sobre el Lago" y de algunas calles coloniales del populoso barrio "El Saladillo"; haciendo más vistosos los naturales colores de los mismos. Quizás por éso, dijo El Golfo con tristeza:
Sé que mi vieja, donde quiera que esté estará complacida de volver a ver, rejuvenecidas, sus lindas criaturitas…!
  Así es hermano…!
     Le dije con sinceridad, sumándome a su evidente pesar; y, tomándolo de un brazo lo empujé suavemente, hacia la salida. Donde, antes de abandonar del todo el área nos aseamos con el agua de una ponchera empotrada entre los dedos de un tronco de árbol, ya reseco y, cortado en forma de una mano dispuesto a modo de soporte especial el que, hasta un saliente para el paño tenía en uno de sus apéndices. Luego, sacudimos nuestros pies sobre los hierros de una parrilla galvanizada que allí, también había; hasta entonces, fue cuando salimos.
    Al entrar de nuevo en la casa, nos dirigimos directamente a la habitación de la biblioteca y, nos sentamos, yo en un taburete de madera cerca de la ventana y mi amigo mas allá, frente a mí, de espalda a los estantes atestados de libros; en una silla de cuero al lado de una pequeña mesa donde ya estaba todo preparado para el café de las tertulias habituales, como ya lo sabía mi buena amiga Matilde.
     Antes de tomar lugar en su silla, El Golfo sacó de uno de los armarios un libro rojo que estaba enclavado al lado de otros. De autores como César Vallejo, Alejo Carpentier, Julio Cortázar, Thomas Maan, William Faulkner, Samuel Langhorne Clemens mejor conocido como Mark Twain, M. Cervantes. S, y Calderón de La Barca;   entre otros —según, podía leerse en sus lomos. Mi amigo acostumbraba sentarse de piernas cruzadas y, esta vez presentaba una cómica apariencia, puesto que aun llevaba las botas de goma de caña alta que usualmente calzaba para los trabajos en el jardín; y, como tenía el pelo alborotado y usaba bigotes, entonces  le dije:
    Te pareces a El Gato con botas…!
…Y; enseguida, como para celebrar el chiste, con un rápido movimiento de manos tomó una réplica de la espada de Bolívar, en madera, que guardaba entre los libros.  La alzó con su brazo izquierdo, y en seguida dijo:
     ¡Viva la revolución!
     Dicho éso, clavó la espada entre los libros, nuevamente; y, entonces con su mano derecha colocada en alto sosteniendo abierto el libro rojo que había tomado, antes de su arrebato de mosquetero, acto seguido se embarcó en una perorata tan magistral que  —¡Quién lo hubiera imaginado!—, lo desdibujaba por completo; siendo que “mi amigo el golfito” no era dado a este tipo de comportamientos de naturaleza grandilocuente.  Por lo que, en verdad me sorprendió.
    Habiendo sucedido estos hechos hace ya tanto tiempo  ahora sólo vienen a mi memoria algunos nombres, por él citados aquel día. Tales como: Bazarov, Bogdánov, Lunacharski; de los cuales despotricó. Chernov, Avenarius y Kant a quienes hubiera enterrado vivos. Mientras que al gran Marx como lo llamaba, Engels y, V.I. Lenin, los enzarzaba y reconocía como auténticos gurúes de una cosa que, a cada rato nombraba como: “Materialismo dialéctico”. Mientras tanto, yo había quedado perplejo ante tanto derroche de su desconocido histrionismo, pero más aún, cuando mi estimado amigo El Golfo terminó diciendo:
  Tengo algo qué confesarte…!
   …Y; sin más preámbulo agregó, golpeándose en el pecho:
   ¡Soy Comunista!
   Entonces cerró el libro —"Materialismo y Empirio - Criticismo". V. I. Lenin /Moscú, 1908—; lo puso sobre la mesa y se quedó callado, en actitud expectante, como queriendo saber cuál era mi opinión respecto a aquel acto de entrega que había protagonizado.
      Yo por mi parte, sólo dije:
— Te felicito por tu valentía, hermano…! Porque en estos tiempos, tú lo sabes mejor que yo, confesiones como ésa son motivo de represalias y persecuciones. No obstante, llegará el momento en que la madurez y la tolerancia política allanarán el camino hacia una sociedad más justa y equilibrada, donde lo mejor de cada ideología se ponga al servicio de los pueblos, de sus individuos y, su calidad de vida. Y se llegue a desterrar de una vez por todas aquellas prácticas antihumanitarias de corrupción alentadas desde cualquier signo, color o, nomenclatura—, pobreza y formación de grupúsculos o castas, favorecidos desde el poder; que se enriquecen con los recursos de todos.  Con lo cual se le quita el pan de la boca, a los más necesitados. 
   Dicho esto, volviendo en sí, dijo nuevamente El Golfo:
Gracias, “camarada”, por tu solidaridad..! —Dirigiéndose a mí, muy serio—.
Luego tomó el libro de nuevo y, parándose de su asiento, caminó hacia mí para entregármelo, entonces me dijo que lo conservara como un recuerdo de nuestra amistad. El cual aún lo guardo con mucho cariño.
…Sin embargo sabía que mis pensamientos eran otros, habiendo discutido con él muchas veces sobre diferentes temas políticos, donde ni siquiera su corriente donde usualmente se la tiran de impolutos, salvadores del mundo casi todos sus manipuladores miembros y, como siempre yo se lo decía, ha podido salvarse del nefasto virus de la corrupción; he allí, el patético descalabro de la URSS… Su más soñado paraíso, "que como el queso fresco" —siempre le decía, como llanero que soy, pero además para fastidiarlo—, simplemente se ha venido a menos y, no precísamente por el pueblo, por su gente, sino más bien por sus más encumbrados líderes; y, no te extrañes que "de un momento a otro cuando menos te lo imagines" —le vaticinaba yo, en aquellos momentos—, todo éso implosionará. Como un simple globo de goma cuando lo pinchas con un alfiler.
   De pronto, el silencio que hasta hace poco había en la calle se rompió con voces y risas como de mujeres, en estado de histeria—;  por lo que mi amigo y yo, nos acercamos con sigilo a la ventana y pudimos presenciar en la planta alta de la casa de enfrente, detrás de sus rosados antepechos a tres mujeres y dos hombres, todos semidesnudos, correteando a lo largo de los anchos pasillos como simulando aquel inocente jueguito de policías y ladrones pero en este caso, con el ingrediente manifiesto de la lujuria reflejada en sus rostros; aparte del ya consabido, "agárrame si puedes"… En una actitud displicente y desvergonzada con que asumían su conducta, a sabiendas de que eran observados por los viandantes en la calle, además de nosotros que al mejor estilo voyerista hacíamos esfuerzos por mirar, además, el desenlace final de aquel aquelarre; donde los actores, con sus rostros desfigurados y los ojos inyectados en sangre por sus abyectos deseos, caían liados en un solo amasijo de cuerpos febriles detrás de la balaustrada. Como presos de la perdición, en una cárcel de lúdico placer.

     Con la vista de estas degradantes escenas, caigo en cuenta de que esa alta casona de tonos color rosa, no era otra que, el asiento de un famoso burdel que tenia por nombre “El 180”; caracterizado además, por tener un cartel con ese nombre, iluminado en su parte superior por un foco de color rojo el cual servía de faro por las noches en el océano de meretrices y gozones del Barrio Santa Rosa.  Lo que representaba además un sacrilegio, en términos religiosos, para el santo nombre de aquella populosa barriada. En verdad es difícil referirse a aquel sector de la ciudad de Maracay, dejando a un lado esta característica tan particular, en una época donde como ven, se convivía con tal situación sin tener que inmiscuirse directamente en ello; como era el caso de la familia de mi amigo.

     Con ésto, por hoy, llegamos al final. Hasta la próxima...!

miércoles, 12 de septiembre de 2018

         

   


     Buenas tardes mis amigos, reapareciendo después de un largo viaje. Donde por cierto estuve en contacto con nuevas experiencias que desde ya estoy traduciendo de algún modo, al lenguaje literario, que más adelante estaré compartiendo con ustedes.Pero, por lo pronto, sigamos con las incidencias del primer libro de la serie de cuatro "Relatos Oníricos de La Atascosa", como ya les dije antes; titulado: Las Evasiones de Hilario Coba. El cual hasta ahora, ya tiene publicado por esta vía, los primeros dos de sus capítulos. 1.1.- El Viaje y, 1.2.- Otro Viaje. Los que, por razones de la propia dinámica que he querido dar a estas publicaciones en términos de querer hacerla más amena, al menos en esta primera parte y, a mi modo de verlo, en su momento salieron a la luz de manera inversa. O; sea, primero el 1.2 y, luego el 1.1. Ahora bien, en lo sucesivo aparecerán los subsiguientes capítulos en su forma correlativa normal hasta llegar al 1.12. Con lo cual quedará cubierta la primera parte del libro cuyo cuerpo consta de dos: 1.- Relatos Oníricos con doce capítulos, a su vez y, 2.- Bonifacia Alviárez con uno solo. 
   
  A partir de hoy, para continuar, arrancamos con el siguiente:

1.3.-                                 El Circo.
  
  Hoy es una vez más, 24 se Septiembre, un día sumamente grato para mí, el de la santa patrona de mi pueblo La Atascosa. Por lo tanto todos sus hijos dondequiera que vivamos nos llenamos de júbilo por las tradicionales celebraciones de allá, aunque no estemos en ellas; las vistosas fiestas patronales en honor a Nuestra Señora de Las Mercedes. Día bonito en plenitud de esperanzas, en los deseos de mis coterráneos, en especial por los niños y jóvenes de aquel pueblito tan especial del llano venezolano. Los ausentes, como yo, igualmente también celebramos; trasladándonos virtualmente hasta sus maravillosos espacios, al menos en espíritu.
   …Transcurrirá este día una vez más y, como siempre ha sido, abriendo y cerrando los actos con las sagradas misas en honor a la Virgen en el templo; asistidas por la multitudinaria presencia de su ferviente y piadosa feligresía en pleno. Luego, se esparrama la gente por todo el pueblo a disfrutar de los eventos programados de acuerdo a la ocasión: Las famosas terneras a media mañana para el medio día en los diferentes puntos acordados, ampliamente conocidos por todos de antemano; donadas por los generosos ganaderos de la zona.  Mientras tanto jóvenes y niños disfrutarán a rabiar de las "marchanticas" con su característico estribillo musical que se dejará oír melancólico y, mecido por la brisa, a través de sus pulidos y boquiabiertos alto-parlantes; atendida de gratis su bulliciosa clientela en medio de la algarabía,  por los señores heladeros que las conducen iban sentados muy orondos ellos, casi a horcajadas sobre un sillín ante el gran volante, bajo un techo atoldado generalmente a rayas de una cabina sin puertas convencionales, ataviados con su pulcro guardapolvo blanco y cristina del mismo color en la cabeza. 
  …Igualmente, sobre una hilera de mesas con sus vistosos manteles de hule atendidas diligentemente por señoras, jovencitas y monjas del pueblo, se servirán trozos de torta con refrescos, raspados, jalea, gelatina  y, para cerrar, piñatas con abundantes caramelos. Recuerdo cuando niño los de coco, menta, y de anís; envueltos en papel manteca los primeros y, en celofán transparente los otros dos sabores. Por entonces salía con los bolsillos repletos y, hasta me pasaba días comiéndolos, de a poquito; como para que no se me acabaran... Por cierto, esto mismo hacía cuando llegaba la zafra de jobo. Aah! Cuánto aroma y qué color…!  Pero en ese caso, como me quedaba dormido con algunos en los bolsillos, entonces al despertar del siguiente día para irme a la escuela y, queriendo sacarlos cuando los dejé olvidados, las manos no me entraban; porque las telas estaban pegadas con los frutos "espaturrados" en su interior. Me molestaba un poquito pero, no quedaba más que reírme de mis propias cosas.
   …Así mismo, de acuerdo con la estricta programación debidamente impresa en un colorido afiche encabezado por la imagen de la virgen, que suele verse prendido mediante grapas sobre las puertas de los comercios y, las edificaciones oficialesno han de faltar por la tarde ya para la noche, los bailes y la música en su vía principal, conocida como "La Avenida"; pero, nada tan especial como sus grandes tardes de toros coleados con diversiones a granel, ante el estruendoso y característico grito de: ¡Caaacho en la maaangaaa!!!
   …En cuanto va entrando la noche, ya para cerrar, se cunde de nuevo de gentes las calles cubiertas por sus multicolores bambalinas de papel, que aún parecen saludar a los más salerosos parroquianos cuando son vistos apurados, caminando ansiosos por las vía; ataviados esta vez con sus mejores pintas de estreno para asistir a la fiesta de gala…!"
    
       Evocando estas lindas cosas de antes, me encuentro en una ciudad del centro del país; Maracay. Este día como de costumbre me dedico a la lectura de unos cuantos periódicos y, además, por ser fin de semana, muy apacible y soleado, por cierto como los mismos de allá, a través de la magia de los recuerdos asocio esta emblemática fecha de hoy con viejos y gratos acontecimientos en aquel pueblito llanero que me vio nacer. Tal y como se los he contado ahora, después de varias tazas de café, en la terraza del Bar Princesa; en una esquina del cruce de la avenida Miranda con General Páez prolongación con Bermúdez. Flanco Este de la plaza Bolívar de dicha urbe. Muy próximo a una conocidísima esquina con el nombre de "El Pradito", donde había un bar con ese mismo nombre al lado de la bomba de gasolina, que siempre hubo allí. Justo hacia allá iré a refrescarme, al pararme de aquí; porque ahí estoy enamorado.
    En realidad éso no tendría nada de particular en una ciudad como ésta, si no fuera porque en ese bar una noche llegué a encontrarme nada más y nada menos que con aquella muchacha que hace mucho tiempo atrás sería mi noviecita en el pueblo y, les estoy hablando de la simpatiquísima Auristela. La misma cuyo nombre vimos escrito en el autobús —al menos uno como el de ella, en realidad—, cuando fui a sacar la cédula de identidad por primera vez. Lo recuerdan…? Ya les seguiré contando qué sucedió con ella, pero no quisiera dejar pasar otros recuerdos que también afloran a mi mente impulsados por la gran significación que para mí, muy particularmente, tiene este festivo día patronal.
   "…Un día en el que, por aquellos tiempos, aparte de lo ya reseñado también comenzaban las funciones del Gran Circo Albacora, que acostumbraba llegar con una semana de antelación a la localidad y, ciertamente, era un gran acontecimiento para grandes y chicos. Con este nuevo evento sucediendo en el pueblo todo era un verdadero jolgorio, para un lugar que durante el resto del año todo era tan tranquilo y, casi nunca sucedía nada. El espectáculo daba inicio desde el mismo instante en que empezaban a bajar las petacas con el ropaje, baúles repletos de aparejos, utensilios, enseres y, herramientas, que pronto serían utilizados para montar el campamento; pero lo más sorprendente de aquella visita eran las jaulas que traían los recién llegados, con sus variados y exóticos ejemplares de la vida silvestre. Usualmente se establecían en un amplio terreno que el resto del año permanecía baldío el cual quedaba en la vía hacia la escuela donde yo estudié mis años de educación primaria, Grupo Escolar Monseñor Rodríguez Álvarez; por lo que mientras el circo estaba en dicho lugar eran muchos los muchachos que nos jubilábamos de las clases con el pretexto de ir a contemplar y, fastidiar a los animales.
   El sitio estaba rodeado de árboles en los cuales nos encaramábamos en silencio los más arriesgados. Desde nuestras altas atalayas no solamente hacíamos gala de tiro al blanco contra los araguatos, micos,  orangutanes y chimpancés que estaban enjaulados al lado del camerino de los payasos; sino que, además, nos dedicábamos a comer mamón, jobo, mango y, tamarindo, de las matas donde nos escondíamos. De sus semillas bien raspadas por los dientes no teniendo más qué comerles  y, ya blanquecinas de tanto tenerlas en la boca, obteníamos las municiones que disparábamos usando chinas; las cuales nunca faltaban en nuestros bolsillos. Cuando los simios se ponían furiosos a causa de nuestra fastidiosa presencia armando tremenda algarabía, nos gustaba ver a esa triada de viejos y descoloridos payasos de siempre cuyos nombres ya sabíamos de memoria: Pompón, Pomponio y Pirulín. Quienes movidos por el excesivo bullicio salían de donde estaban brincando cómicamente por encima de todas las cosas a su paso, aún sin acomodar; en calzoncillos y sus raídas camisetas, esforzándose por calmar a los enloquecidos e inquietos primates. Los cuales les contestaban a ellos, sin saber de dónde venía la agresión y, al menos los araguatos, con certeros disparos a través de las varillas de su encierro usaban en su contra proyectiles elaborados con extraordinaria maestría, a base de materia fecal; producto del frenesí y la agitación que les causaban a su vez, nuestros furtivos chinazos. Los otros de su especie colaboraban aumentando el volumen de la barahúnda y, golpeando las paredes de sus jaulas con los trastos y recipientes donde comían y bebían, sumándoseles entonces las fieras también enjauladas cuyos pavorosos ronquidos nos recordaba su enorme respetabilidad, especialmente los melenudos leones africanos; en verdad todo aquello era un auténtico pandemónium. Con los viejos payasos huyendo despavoridos, asqueados, de la improvisada rebatiña de excrementos.
     Finalmente después de haber ocasionado el zafarrancho, con el mismo sigilo que subíamos a los árboles bajábamos de éstos, marchándonos muy risueños alardeando cada quién sobre su desconsiderada actuación; quedando una vez más impune de nuestros estropicios.  Hasta que un día, avisados por unos vecinos que se dieron cuenta, los dueños del circo pusieron la denuncia en la comandancia policial, enviando un funcionario para que nos cazara e hiciera bajar y castigar; era el policía "de recorrida", también de las escuelas había dos en el pueblo para la  época; la otra era, aparte de la mía ya nombrada, el G.E. Rafael Paredes, como se lo llamaba. El de entonces tenía por nombre, Juan Colina.
     Dicho gendarme, en realidad lo que acostumbraba hacer cuando algún desprevenido muchacho caía en sus manos, era llevarlo a punta de “mandador” ante la presencia de sus padres, quienes con toda seguridad le darían un apropiado y ejemplarizante castigo; lo cual sin embargo no sería impedimento para que el taimado jovencito en un claro ejemplo de simple testarudez de juventud, volviera de nuevo por sus fueros. Tornándose en reincidente.   
  …A lo mejor les parecerá extraño cuando me refiero, al llamado "mandador"..!  Pues bien; éste es un sencillo aparejo que consta básicamente de una pequeña vara de aproximadamente unos sesenta a setenta centímetros de largo y, tiene atada a uno de sus extremos una especie de correa de cuero; se usa tomando el garrote por su extremo libre, opuesto al trozo de soga, sacudiéndose a modo de látigo para pegarle a algo, o alguien. Era ésta pues, la única “arma” que podría usar contra nosotros el buen amigo señor Colina cosa que tampoco hacía, cuidándose muy bien de no incurrir en ello; a no ser que se encontrara con alguien que en verdad se lo mereciera, quien usualmente iba vestido todo de caqui, incluso la gorra que portaba, la cual era de la misma forma de las que usaban los militares de alto rango entonces; como su General Marcos Pérez Jiménez… A quien tanto amaba.
     Usaba también como aquel, un ancho cinturón de cuero a dos clavos, pero de color marrón, del cual salía en forma oblicua sobre su pecho desde un lado de la cadera derecha, otra correa mucho más angosta que la del cinto; que pretendía equilibrar el peso del revólver de reglamento contenido en su vieja cartuchera, la cual en su caso caería colgando siempre vacía sobre sus nalgas; ya que como dije, el mandador era en su caso la única arma disponible que tenía. Calzaba usualmente alpargatas nuevas con punta de patente y, llevaba además polainas hechas del mismo material y color; como el del correaje.
     El pintoresco y elusivo señor Colina se aparecía cuando menos te lo esperabas y, solía presentarse para nuestra desgracia, como salido de la nada. Recuerdo además,  era un ferviente admirador y defensor del régimen de facto en aquel momento; no obstante, un hombre probadamente honrado. Solían decir sus compañeros de dominó, junto a los cuales admiraba cada tarde un retrato a cuerpo entero del General en Miraflores colgado de un clavo, en una de las paredes de la sala de su casa, pulcramente enfundado en su níveo uniforme de gala; en reñido contraste obviamente, con la oscuridad de su pensamiento represivo. En el fondo, normalmente, se podía oír una canción que salía por las forradas cornetas de un viejo radio pick-up, marca Telefunken;  y, cuando era fin semana se repetía esta misma lúdica escena, con el ingrediente adicional de algunas cervezas que extraían y servían las hijas de Colina, de una vieja nevera de querosén, la cual tenía una plaquita de bronce en la parte superior derecha de  la puerta que decía: SERVEL – USA… La canción en cuestión era una especie de porro colombiano donde el cantante se dedicaba, melosamente, una y otra vez a cubrir con alabanzas e indulgencias la figura del hombre del retrato. Entonces decía: 

"General Marcos Pérez Jiménez…
Presidente constitucional…
Elegido por el pueblo…
Con orgullo nacional…!"
       
   Así rezaba palabras más o menos, el estribillo de marras; envolviendo por todas partes el sonsonete de una letra cuyo contenido estaba dedicado única y exclusivamente, a resaltar las supuestas cualidades de grandeza de aquel hombre; un simple mortal. Pero que, en realidad, habría hecho de su país, un oscuro campo de miedo.
   La calle donde nací fue testigo de la caída de aquel régimen, cuando la gente furiosa con las prácticas antidemocráticas hasta ese momento impuestas, arremetieron impunemente contra el tocadiscos y los 45 rpm’s del infortunado Juan Colina; quien con el rostro desencajado, en guardacamisa, y cabizbajo, sentado en una vieja silleta de cuero escuchaba con estupor desde un oscuro rincón de la casa el bullicio de cómo eran rotos y esparcidos por la calle sus queridos discos y, hasta el museístico aparato musical donde tanto los escuchaba. Pero su integridad y la de su familia sería escrupulosamente respetada por aquellos que a fin de cuentas, eran sus vecinos; además, en honor a la verdad, él nunca se metió con nadie. Por éso, democráticamente hablando, se le respetaban sus preferencias políticas. Pues más bien, podría decirse, fue una víctima más igual a tantos otros, que tan sólo adversaban aquel duro y oprobioso régimen de facto, que acababa de caer; un veintitrés de Enero de 1958. Desde ese día no se volvió a saber más nada, en lo inmediato, del tozudo hombre de ley. Sólo se dice que se fue a vivir con una hermana suya que tenía en la ciudad de Valencia, donde años más tarde finalmente, se supo que murió.
  …Hasta se dijo con el paso del tiempo, convertidos los hechos narrados en leyenda, que en las tardes ya para la noche algunos noctámbulos que usualmente transitaban por la calle El Ganado, donde todo aquello sucedió, algún pedazo de acetato todavía tirado en el suelo repite el famoso estribillo del porro colombiano cuando alguna espina en un arbusto de Cují lo roza; movido rítmicamente por la brisa de la noche… Esto es lo que dejó correr en el pueblo y por el tiempo, un “loquito” que había en mi calle, al cual le decíamos: “´Ratón Cojú”. Un curioso personaje que se encargaría de regar por todas partes lo de la misteriosa reproducción musical; que la repetía hasta el cansancio a petición de algún interesado, siempre y cuando se le pagase al precio de tres lochas a un real. Pero siempre al finalizar, había que decirle: 
  "Usted es un vivo compai...!" A lo que él,  indefectiblemente respondía: "Usted también..!" 
  
  …Mientras tanto se iba caminando, alejándose lentamente de la concurrencia con la cabeza gacha, tremulosa, tintineantes las monedas entre sus huesudas y sudorosas manos; con su consabida pella de tabaco o chimó en uno de los carrillos de su boca. Además… Para más adelante, repetir en el próximo botiquín por donde pasaba la misma trillada actuación: 

"General Marcos Pérez Jiménez…
  Presidente constitucional…
  Elegido por el pueblo…
  Tatarata, tatata, tatáaaa…!"

(…En su caso, él cantaba la canción completa; tal y como la grabada en el disco).

                                     

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     Ahora bien, siguiendo con los “cirqueros” del Albacora y, después de un breve descanso seguido de un opíparo almuerzo procedían a armar de primero las carpas de las tiendas de servicio y mantenimiento; por último, la principal que estaba sostenida por dos grandes mástiles al centro, desde cuya cima, prendidas en torno a su bien curvada y acerada anilla superior caían múltiples cuerdas y sogas que descendían en pendiente hasta igual número de estacas de metal que se hundían en el duro terreno pedregoso… Siempre a fuerza de sudor y mandarria.
     Esta gran carpa —la principal— venía acomodada en sus propios contenedores cerrados, sobre la plataforma de enormes camiones especialmente preparados para ello, cargados únicamente con los gigantescos rollos de tela de sus franjeadas lonas de color rojo, azul, y blanco, dispuestos con sumo cuidado para no estropearlos; junto a alargados cajones con tapa contentivos exclusivamente de los aparejos de misma. Todo dispuesto con una dedicación y atención en su manejo, semejante al utilizado para la más preciada mercancía de un acaudalado mercader árabe, marchante de bellos géneros.
     Dichas lonas cortadas al sesgo iban puestas en su lugar mediante múltiples ojales de bronce estampados directamente en la tela, en casi todos sus bordes a cuyo través pasan cabos de soga para sujetarlas y, si es este el caso, también alrededor del perímetro de aros de broce o acero como en el tope de los mástiles. A medida que van descendiendo se hacen cada vez más grandes en su desarrollo, conformando junto a los aparejos correspondientes  la conicidad característica en toda la estructura; comenzando en el extremo superior de los palos principales como ya se dijo, donde en vez de sogas que las atraviesan son argollas las que pasan por sus ojales estampados, corriendo así con cierta libertad en el aro superior al quedar sostenidas en el mismo; haciendo más efectivo y seguro su manejo… Enhiestos quedarán entonces los fustes al ser elevados con extraordinaria coordinación y maestría entre todos los trabajadores del circo, incluso con la intervención de las damas, quedando en pie ese majestuoso portento producto del arte, la artesanía y tecnología en el izaje, que se daban la mano con tanto éxito una vez más aquí; en esta laboriosa operación circense.
    Indudablemente, según podía ver, el artífice y motor de tan singular operación era el propio dueño del circo, el Sr. Sayed Katay Rawalpandi, un tipo forzudo y corpulento que tenía el pecho como el del Minotauro, según sus propios amigos. Ciertamente el viejo Sayed poseía una apariencia general que recordaba al famoso toro de Creta, en especial cuando se empeñaba en lograr la levadiza obra antes descrita, con gran despliegue de fuerza además de sus resoplantes y, destemplados gritos… Así, de semejante manera, procedían a la instalación del sitio y cuando todo estaba listo al cabo de un par de días con sus noches, se escenificaba por las calles del poblado una gran caravana compuesta por carruajes multicolores profusamente adornados para la ocasión; sobre los cuales llevaban algunos animales del continente africano y, también del Asia.  
   "…Quizás los más impactantes eran los leones con su broncíneo pelaje e intimidante melena negra en algunos, indicativo de su gran desempeño y fortaleza,  una peculiar característica debida presuntamente, al mayor contenido de testosterona en su sangre; los que tal vez confiados en su poder lo exhibían, al bostezar preferiblemente, mostrando al aire su aterradora bocaza llena de dientes afilados. Junto a los tigres de bengala con su vertiginoso rayado sobre su piel, un poco más tiernos pero obviamente, también atemorizantes. No obstante los más populares entre la gente, sin duda, eran los miembros de dos parejas de elefantes vestidos con armaduras y detalles de guerra que atraían a mi memoria la inverosímil campaña del gran Aníbal Barca a través de Los Alpes y Los Pirineos donde se dice utilizó 38 de ellos, vestidos de la misma forma, conquistando el norte de Italia ante el asombro de la invicta Roma y, de sus más aguerridos Generales; saliendo victorioso durante esta gesta en las batallas del rio Trebia, la del lago Trasimeno, Cannas y, muchas otras. Provocando sin embargo años más tarde la vigorosa riposta de la sorprendida y emblemática potencia militar, en el recrudecimiento de las llamadas Guerras Púnicas y, la subsecuente derrota a su vez del eximio  cartaginés, por parte del General romano Escipión el Africano; durante la famosa batalla de Zama en 202 a.C"—.
    Precisamente, los machos de las parejas en cuestión tenían por nombre uno, el de tan insigne guerrero de la historia y, el otro, era llamado como su padre: Amílcar. Las hembras por su parte respectivamente, respondían, una al llamado de Himilce igual a la esposa de aquel, mientras la otra simplemente llevaba el sencillo y lindo nombre de Demetria. Iban entonces los nobles paquidermos con sus trompas entrelazadas, debajo de un pórtico estilo romano sobre la plataforma de uno de los carruajes, el cual continuaba en la fila después del auto que la encabezaba, donde viajaba la familia del Sr. Sayed; quien visiblemente emocionado agitaba sus toscas manos en acto de salutación y, agrado hacia la multitud, que eufórica los seguían por la calle real.
     Los Katay Polidourius afortunados dueños del Gran Circo Albacora, se desplazaban exultantes por su triunfo en la comparsa aquella soleada tarde, a bordo de un auto descapotable de color negro tripulado por Sayed; a cuyo lado iba su esposa la señora Helena y, en el asiento trasero sus dos hijos: Viktor y Andrómaca.  Sus nombres les fueron puestos uno por su madre que era griega, a la muchacha, la menor; mientras al varón se lo pondría su padre, en honor a unos amigos suyos que habría dejado muchos años atrás allá en Hungría, de donde sería oriundo. Al menos en su segunda nacionalidad, adquirida al ser llevado desde muy pequeño a ese país; puesto que, realmente había nacido en La India, en la región del Punjab. Lo que en combinación con sus actividades en el circo, desplegadas en distintos países por razones obvias, le confería el derecho de sentirse como un auténtico hombre de mundo; cosa de la cual, se sentía sumamente orgulloso… Mientras tanto, los dos jóvenes de la familia envueltos sabrosamente en la emoción del momento, una cosa nunca antes experimentada en ningún otro lugar por ellos conocido, contestaban también con efusividad al público que los vitoreaba. Más allá, detrás de los enamorados paquidermos iban los carruajes de los payasos, de la música, los perifoneadores y, mucho más allá, el de los artistas e histriones; de los gimnastas, prestidigitadores, y por último, el de los Saltimbanquis y Pierrots… En este carruaje al final de la cola, se movía con sincronizada maestría un personaje alto que destacaba del resto, con un sombrero de cinco picos y rostro blanco como la tiza; de ojos saltones y,  labios color carmín… Iba vestido al igual que varios de sus compañeros, más atrás, de traje enterizo tipo mono con franjas oblicuas entrecruzadas de color amarillo y carmesí, formando multicolores figuras romboidales que se ceñían a su cuerpo; inusitadamente flacuchento y desgarbado… El que, haciendo gala de su extraordinaria destreza con sus manos siempre en constante movimiento, instintivamente impulsaba cada cierto tiempo cinco pines de color blanco con una corona dorada en los hombros y, los cuales siempre estaban en el aire; pero que, no obstante, sin saberse cómo lo hacía, de todos modos a cada instante estaban bajo su estricto control. “¡He allí su magia…! La que aunada al empalagoso sabor del momento, en conjunto, era para mí junto a mis amigos que siempre me acompañaban, algo de otro mundo; durante aquellas emblemáticas celebraciones y, con las visitas al pueblo, del Gran Circo Albacora…!”
    El colorido simbolismo de la escena básicamente oro y granate, me hicieron recordar a ese gran maestro malagueño, por su enseña patria; Pablo Picasso. Quien escenificara en algunos de los cuadros de su época rosa (1904), con personajes de este mismo estilo y tenor, a los cuales llamó: “Los volatineros”… Esto por una parte, pero también, venía a mi memoria el característico Manierismo de El Greco; por la singular flaqueza y exagerada estatura de los mismos, que distaba notablemente de la natural proporción estética de las ocho cabezas como medición para el cuerpo humano —según el Vitruvio de Leonardo—, en una pintura; o, en una escultura.
   Con aquel elenco montado sobre el carromato que remataba la dinámica y multitudinaria presentación del Gran Circo Albacora, después de darle la vuelta completa y, lentamente al pueblo, volverían a su campamento al cabo de unas tres horas; al menos. Dejando en el lugar, bien remarcado, ese inolvidable aroma festivo que entonces lo caracterizaba.

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...Y; bien, mis amigos. Con esto llegamos en esta oportunidad. Hasta una próxima entrega...!

          ...Buenos días mis amigos. Hoy les traigo la tercera parte del capitulo numero  cuatro de mi libro "Andrómaca y Felipe",...